Los oráculos
actuados o acciones simbólicas son una especialidad de Ezequiel. En los
capítulos 4-5 hallamos ejemplos interesantes.
“Tú, hijo de hombre, toma un ladrillo y ponlo
delante de ti; grabarás en él una ciudad, Jerusalén, y emprenderás contra ella un asedio:
construirás contra ella trincheras, levantarás contra ella terraplenes,
emplazarás contra ella campamentos, instalarás contra ella arietes, todo
alrededor. Toma luego una sartén de hierro y colócala como un muro de hierro
entre ti y la ciudad. Fijarás tu rostro sobre ella, y quedará en estado de
sitio: tú la sitiarás. Es una señal para la casa de Israel.” (Ez 4,1-3)
Así como
juegan los niños “a los soldados y a la batalla”, el profeta finge el asedio y
sitio de Jerusalén a la vista de todos los habitantes que pasan. No dice una
palabra, el gesto del profeta se transforma en oráculo. En 4,1-17 una serie de
acciones complementarias describe la situación de acecho que se anuncia. En
principio la forma de acostarse y su significado simbólico:
“Acuéstate del lado izquierdo y pon sobre ti la
culpa de la casa de Israel. Todo el tiempo que estés acostado así, llevarás su
culpa. Yo te he impuesto los años de su culpa en una duración de trescientos
noventa días, durante los cuales cargarás con la culpa de la casa de Israel.
Cuando hayas terminado estos últimos, te acostarás otra vez del lado derecho, y
llevarás la culpa de la casa de Judá durante cuarenta días. Yo te he impuesto
un día por año. Después fijarás tu rostro y tu brazo desnudo sobre el asedio de
Jerusalén, y profetizarás contra ella. He aquí que yo te he atado con cuerdas, y no
te darás vuelta de un lado a otro hasta que no hayas cumplido los días de tu
reclusión.” (Ez 4,4-8)
Ezequiel se
echará a dormir durante 430 días junto a la maqueta fabricada que plantea el
asedio de la ciudad, probablemente amarrado entre cuerdas. Más de un año
perseverará en esa actitud pública. Durante ese lapso de tiempo, en 4,9-10 se
le indica el tipo de alimento que debe ingerir; lo hará racionado en pequeñas
cantidades igual que el agua que beberá y siempre a una hora fija. Para
reforzar el anuncio dramático en 4,11-15 también se le ordena comer un pan
cocinado sobre excrementos. Todo el capítulo 4 constituye un anuncio del futuro
sitio de Jerusalén y el horror propio de tal vivencia, así como la advertencia
acerca del exilio donde convivirán entre pueblos impuros.
Finalmente la
última acción simbólica cierra el espectáculo:
“Tú, hijo de hombre, toma una espada afilada, tómala
como navaja de barbero, y pásatela por tu cabeza y tu barba. Luego tomarás una
balanza y dividirás en partes lo que hayas cortado. A un tercio le prenderás
fuego en medio de la ciudad, al cumplirse los días del asedio. El otro tercio
lo tomarás y lo cortarás con la espada todo alrededor de la ciudad. El último
tercio lo esparcirás al viento, y yo desenvainaré la espada detrás de ellos.
Pero de aquí tomarás una pequeña cantidad que recogerás en el vuelo de tu
manto, y de éstos tomarás todavía un poco, lo echarás en medio del fuego y lo
quemarás en él. De ahí saldrá el fuego hacia toda la casa de Israel.” (Ez
5,1-4)
En 5,5-17 se
ofrece un oráculo convencional en el cual se explicita todo lo actuado.
Jerusalén caerá bajo Babilonia a causa de su pecado, sobre todo su ruptura de
la Alianza por la idolatría. Dios ya tiene medido y pesado su futuro: un tercio
del pueblo morirá dentro de la ciudad sitiada a causa del hambre y la peste,
otro tercio morirá en combate por la espada y el último tercio será dispersado
en el exilio.
Que la Palabra del Señor resuene contundente y clara
Me resulta
impactante el gesto simbólico, simple y contundente en su expresión, extremo en
cuanto al tiempo que es sostenido con increíble perseverancia y sacrificio
personal. Pienso que sería muy fácil catalogar de “locura” semejante
iniciativa. Tal vez así lo hayan percibido sus contemporáneos. Pero la actuación
sostenida habla de la profundidad del compromiso de Ezequiel profeta, quien
cueste lo que cueste se siente urgido a lograr que la Palabra del Señor sea
escuchada y recibida. No ahorra recursos y como un martillo que golpea
incesante está cada día de cara al Pueblo insistiéndole.
En cambio
nuestros días no son exactamente gloriosos ni en largas fidelidades ni en
sistemáticas y ordenadas comunicaciones. Todo fluye bastante caótico, inconexo,
ambiguo, incoherente o contradictorio y por supuesto todo está cargado de
relativismo pasajero, de moda de hoy y poco de absolutos firmes o sabor a
eternidad.
Pero sobre
todo en la Iglesia peregrina realmente se extraña tamaño compromiso con la Palabra
del Señor. ¡Cuánta falta nos hacen aquellos predicadores de antaño, creativos y
fidelísimos, urgidos y en quemazón constante por anunciar el Evangelio! Como Ezequiel
podrían parecer locos, fuera de sí, demasiado revulsivos o inadaptados a su
ambiente mundano. ¿Acaso creemos que el movimiento profético fue una suerte de
corriente fácil de ubicar en los estándares culturales? Para nada, ¿verdad? El
profeta desubica y descoloca a sus coetáneos. No surge desde la acostumbrada normalidad
de lo mismo de siempre, sino desde el inquietante Misterio.
Dios quiera en
nuestro tiempo, resurja en la Iglesia que camina en la historia, una renovada
pasión –diría casi una pasión focalizada, persistente y creativa- que desee que
la Palabra del Señor atraviese corazones, transfigure vidas y provoque un
cambio radical de la mirada. Sólo una entrega de semejante envergadura podrá
revertir el declive decadente de un cristianismo en disolvencia que parece
optar por sobrevivir traicionándose y adecuándose al concierto de un nuevo
paganismo emergente. ¿Ya estamos de nuevo en Babilonia? ¡Señor, siembra
profetas inquebrantables en medio de tu Pueblo exilado!
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