Un profeta en duelo que no llora a sus muertos
Hacia el 588
a.C. anuncia la caída de Jerusalén y en el 587 predica sobre el orgullo del
Faraón que no sabe medir sus fuerzas y que va a servir para la destrucción de
Judá. Al comenzar el asedio de Jerusalén muere su esposa y por mandato de Dios
hace una pantomima dura y cruel: no hace duelo por ella pues Yahvéh no hará
duelo por Israel. Durante ese período queda paralizado y mudo por cinco meses y
después del 586 profetiza sus oráculos más amargos contra las naciones y algo
más suaves contra los desterrados.
Como ya Dios lo
había propuesto con Oseas y luego con otros profetas, ahora también la vida
misma de Ezequiel se hace una con la profecía que debe anunciar. De nuevo la
relación esponsal sirve de símbolo.
“La palabra de Yahveh me fue dirigida en estos
términos: «Hijo de hombre, mira, voy a quitarte de golpe el encanto de tus
ojos. Pero tú no te lamentarás, no llorarás, no te saldrá una lágrima. Suspira
en silencio, no hagas duelo de muertos; ciñe el turbante a tu cabeza, ponte tus
sandalias en los pies, no te cubras la barba, no comas pan ordinario.» Yo hablé
al pueblo por la mañana, y por la tarde murió mi mujer; y al día siguiente por
la mañana hice como se me había ordenado.” (Ez 24,15-18)
Dura
experiencia pues de no poder llorar ni exteriorizar pena alguna por la muerte
de su esposa. Dios quiere que siga viviendo como si nada hubiese pasado. ¿Pero
acaso no la extraña, no la amaba? ¿Le es indiferente su pérdida? ¿Por qué, por
qué no llorarla? ¿Por qué, por qué no brota del corazón un río de amargura y
desconsuelo?
“El pueblo me dijo: «¿No nos explicarás qué
significado tiene para nosotros lo que estás haciendo?» Yo les dije: «La
palabra de Yahveh me ha sido dirigida en estos términos: Di a la casa de
Israel: Así dice el Señor Yahveh: He aquí que yo voy a profanar mi santuario,
orgullo de vuestra fuerza, encanto de vuestros ojos, pasión de vuestras almas.
Vuestros hijos y vuestras hijas que habéis abandonado, caerán a espada. Y
vosotros haréis como yo he hecho: no os cubriréis la barba, no comeréis pan
ordinario, seguiréis llevando vuestros adornos en la cabeza y vuestras
sandalias en los pies, no os lamentaréis ni lloraréis. Os consumiréis a causa
de vuestras culpas y gemiréis los unos con los otros. Ezequiel será para
vosotros un símbolo; haréis todo lo que él ha hecho. Y cuando esto suceda,
sabréis que yo soy el Señor Yahveh.»” (Ez 24,19-24)
Como el
profeta no llora la muerte de su querida esposa, Dios no llorará la caída de Jerusalén
y el destierro de Judá. Tampoco ellos deben llorar como si se tratase de una
desgracia en la cual no tienen responsabilidad alguna. El exilio es
consecuencia de su vida de pecado e idolatría, de su ruptura de la Alianza. Ahora
el Pueblo entero tiene que asumir el resultado de sus elecciones. La pérdida
será dolorosa pero si vertieran lágrimas serían hipócritas. ¿Por qué si amabas
tanto tu tierra, tu templo y tu rey no cuidaste estas realidades? ¿Si te eran
tan preciadas por qué rompiste la Alianza? ¿Acaso pensaste que eran tuyas como
si fueses dueño? ¿Tan pronto te olvidaste que son regalo y don, promesas del Dios
que es fiel y cumple su Palabra? Pues el Señor que te las dio, tras que tú las
has profanado, te las quita para devolverte la cordura desde el
arrepentimiento, para que el peso de la compunción posibilite sensatez y una
conversión auténtica.
“Y tú, hijo de hombre, el día en que yo les quite su
apoyo, su alegre ornato, el encanto de sus ojos, el anhelo de su alma, sus
hijos y sus hijas, ese día llegará donde ti el fugitivo que traerá la noticia. Aquel
día se abrirá tu boca para hablar al fugitivo; hablarás y ya no seguirás mudo;
serás un símbolo para ellos, y sabrán que yo soy Yahveh.” (Ez 24,25-27)
El
enmudecimiento del profeta y la ausencia de Palabra por parte del Señor se prolongarán
hasta que el Pueblo pierda a Jerusalén y la ruina de la dinastía real junto a
la deportación, lo asole. Este período de silencio anuncia tanto la desgracia
inminente como esa contradicción tan inherente a la vida profética. El profeta
goza y sufre de forma anticipada. La Sabiduría de Dios le permite escrutar el
sentido profundo y último de los acontecimientos, comprender en gracia los
derroteros de la historia. Pero anunciarlos a sus compatriotas le hace ser
incomprendido y rechazado. Nunca le es fácil al hombre aceptar la verdad. El
profeta que ya ha vivido el proceso permanece como símbolo y modelo para transitar
según Dios los tiempos que llegan.
Anticipación, testimonio y orientación
En gracia, el
ministerio profético auténtico, supone una mirada iluminada por estar en sintonía
con el Plan de Dios. Buscando vivir unido a la Voluntad Divina, el mensajero
interpreta con una mirada larga y profunda cuanto sucede. Pero la comunicación
de cuanto hallazgo del Señor le llega, produce perplejidad, resistencia y se
vuelve contra sí como rechazo, separación y violencia. Esta es la cruz de la
profecía, servir a la Palabra de Dios tan difícil de digerir por los hombres.
Pero se trata
de una anticipación testimonial: ni aséptica ni neutra ni distante. El profeta
queda involucrado personalmente en el drama que anuncia. En todo caso sufre y
goza antes que todos, cuando nadie aún presagia el porvenir. Y vive el futuro
de Dios que adviene en fidelidad y obsequiosa entrega de sí. Por eso podrá
revalidar su profecía ante quienes la han desestimado y levantar de nuevo su
voz con la autoridad de una penitente y expiatoria concordancia con Dios que
afirma: “Yo ya lo he vivido, tengo las cicatrices y por eso puedo señalar el
camino”. Orientador del pueblo –de un pueblo rebelde y poco dócil- será su identidad.
Esta martirial vocación que es la profecía bien la expresaba Ezequiel bajo el
leimotiv del “centinela de Dios”.
¿A cuántos
profetas hemos hecho sufrir? Yo mismo he descubierto últimamente cuán
resistente se ha vuelto incluso –escandalosamente- la Iglesia peregrina a los
profetas santos que el Señor le envía. ¡Que la humanidad no quiera escuchar la
voz de Dios no es cosa nueva! Pero… ¿y el Pueblo que se dice Suyo? ¿No quiere
ver la verdad de sí mismo y de sus opciones? ¿No quiere discernir a fondo si se
halla en sintonía con la Voluntad de Dios? Pero el Dios fiel no deja de ser Palabra
y Silencio profético a través de centinelas inquietantes y llenos de su Espíritu.
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