Los pastores y las
ovejas que Dios quiere (Parte I)
Ezequiel invita al Pueblo a la
responsabilidad personal. Debe cada quien hacerse cargo de su propia respuesta
al Señor y de las consecuencias colectivas de las propias acciones. Así, sin
ocultamientos, denuncia a los culpables y repasa la historia salvífica de
Israel bajo el clásico leimotiv de la infidelidad a la Alianza y de la mala
praxis o insuficiente desempeño en el cumplimiento de la Ley. Los culpables de
la ruina son sobre todo “los pastores”. Esta categoría engloba a quienes
ejercen el poder religioso como sacerdotes, doctores de la Ley y profetas
profesionales o de corte; pero también a quienes detentan el poder civil como
reyes y su familia dinástica, altos funcionarios, nobles, terratenientes y
dirigentes del Pueblo en general. Se trata de aquellos encumbrados y poderosos
que han hecho mal uso de su posición de liderazgo y conducción.
Surge siempre inquietante el gran capítulo 34
de crítica y de anuncio esperanzado de un Mesías-Pastor. No será para nada una
pérdida de tiempo sino una ventajosa inversión escuchar atentamente y digerir
pacientemente este gran oráculo profético.
“La palabra de
Yahveh me fue dirigida en estos términos: Hijo de hombre, profetiza contra los
pastores de Israel, profetiza. Dirás a los pastores: Así dice el Señor Yahveh:
¡Ay de los pastores de Israel que se apacientan a sí mismos! ¿No deben los
pastores apacentar el rebaño? Vosotros os habéis tomado la leche, os habéis
vestido con la lana, habéis sacrificado las ovejas más pingües; no habéis
apacentado el rebaño. No habéis fortalecido a las ovejas débiles, no habéis
cuidado a la enferma ni curado a la que estaba herida, no habéis tornado a la descarriada
ni buscado a la perdida; sino que las habéis dominado con violencia y dureza. Y
ellas se han dispersado, por falta de pastor, y se han convertido en presa de
todas las fieras del campo; andan dispersas. Mi rebaño anda errante por todos
los montes y altos collados; mi rebaño anda disperso por toda la superficie de
la tierra, sin que nadie se ocupe de él ni salga en su busca.” (Ez 34,1-6)
¡Ay de los
pastores de Israel que se apacientan a sí mismos! Sin duda es el centro de la
acusación y de la queja. Han abandonado las ovejas a su cargo para dedicarse
tan solo a sí mismos. ¿No deben los
pastores apacentar el rebaño? El profeta constata que en su lugar,
vergonzosamente, solo han vivido el encargo pastoral para satisfacerse a sí
mismos, para buscar y detentar privilegios y para ejercer una autoridad tan injusta
como corrompida. Los pastores del Pueblo han sido negligentes, han desenvuelto
bajo el estandarte de la mala praxis su servicio. Han usufructuado
económicamente con avaricia de las ofrendas que el Pueblo le hacía a Dios
mediante el culto, enriqueciéndose y tomando con rapiña por sí mismos de la
mesa de los pobres y sencillos. No han sido cuidadosos y solícitos con las
necesidades de sus ovejas pues en verdad no les interesaba cuánto les sucedía.
Las han abandonado a su suerte sin aconsejarlas ni defenderlas del peligro sin
procurar que no se pierdan por caminos engañosos. Las han empujado a entregarse
a los ídolos, abandonando al Señor de la Gloria. Tal vez los pastores tampoco
tengan fe en Dios sino que simplemente usen la fe para encumbrarse a sí mismos
y gozar así de mundanos beneficios por un ministerio mal realizado.
¿Y qué hará Dios al respecto? Así dice el Señor Yahveh: Aquí estoy yo
contra los pastores: reclamaré mi rebaño de sus manos y les quitaré de
apacentar mi rebaño. El oráculo profético advierte a los malos pastores que
el Señor los quitará del ministerio, que ya no les confiará a sus ovejas y que
impedirá que se sigan abusando del ministerio e instrumentalizando la fe de los
sencillos para vivir con privilegio, olvidándose del auténtico servicio
pastoral. El Señor mismo se hará cargo del rebaño de su Pueblo y los pastores
serán destituidos.
“Por eso,
pastores, escuchad la palabra de Yahveh: Por mi vida, oráculo del Señor Yahveh,
lo juro: Porque mi rebaño ha sido expuesto al pillaje y se ha hecho pasto de
todas las fieras del campo por falta de pastor, porque mis pastores no se
ocupan de mi rebaño, porque ellos, los pastores, se apacientan a sí mismos y no
apacientan mi rebaño; por eso, pastores, escuchad la palabra de Yahveh. Así
dice el Señor Yahveh: Aquí estoy yo contra los pastores: reclamaré mi rebaño de
sus manos y les quitaré de apacentar mi rebaño. Así los pastores no volverán a
apacentarse a sí mismos. Yo arrancaré mis ovejas de su boca, y no serán más su
presa. Porque así dice el Señor Yahveh: Aquí estoy yo; yo mismo cuidaré de mi
rebaño y velaré por él.” (Ez 34,7-11)
No abusarás del
ministerio, no lo harás a tu conveniencia
Ciertamente es de gran dificultad decir una
palabra actualizada sobre los pastores siendo yo mismo pastor al participar en
el ministerio sagrado del Único Pastor Jesucristo. Quizás podríamos comenzar
justamente por aquí. En estos tiempos eclesiales a los pastores se nos reclama
un especial esfuerzo de conversión y santidad. En hora buena. Y no me refiero
solamente a casos escandalosos, de público conocimiento y masiva difusión,
hondas heridas eclesiales que incluyen actos criminales perpetuados bajo un
perverso uso del ministerio. Sino en el fondo de toda la cuestión a recordarnos
que las ovejas no son nuestras y que el oficio del pastor no es un
salvoconducto para ejercer un poder sin límites. Volver a Jesucristo, el Buen
Pastor, debemos todos y sin duda primero los pastores. ¿Cómo pastoreará al
Pueblo en su Nombre quién no se deja pastorear por el Señor?
Una palabra difícil porque lamentablemente
también hoy percibimos que algunos hermanos nuestros, investidos de este
sagrado ministerio en bien de los creyentes, lo usufructúan para sí mismos.
Heridos en su estructura personal y enfermos espiritualmente o caídos en la
tentación que los sumerge en las tinieblas del pecado, se entregan a la obtención
del poder, a la ambición por una carrera eclesiástica ascendente, a la búsqueda
de protagonismo y reconocimientos humanos y a mucho más. Y lo decimos
conociendo la propia fragilidad, luchando la propia fidelidad, combatiendo para
perseverar en la gracia. “Herido el pastor se dispersarán las ovejas”. Y porque
los pastores estamos siendo constantemente apuntados como blanco por el Enemigo,
nuestra vigilancia debe ser constante y extrema. Ardua tarea la del pastor de
las ovejas: vigilar implacable sobre sí mismo y velar paternal y maternalmente
por las ovejas. Sin tomar el cayado de la Cruz de Cristo esta empresa es del
todo imposible.
Pero también hay que decir que el ambiente se
ha vuelto del todo desfavorable a la “cura de almas”. En el sentido que la
creciente descristianización, secularización y apostasía del “mundo moderno”
van haciendo decaer fuertemente la fe en Jesucristo y la adhesión a la Verdad
del Evangelio. En esta atmosfera de relativismo autoritario, cual un extenso y
árido desierto, no es nada fácil proclamarse pastor en su Nombre. Y aquí la
tentación ha hecho mella en los pastores de la Iglesia peregrina: el temor a la
creciente conflictividad en el ejercicio del ministerio y la perspectiva de no
ser bien recibidos y estimados, sino más bien resistidos y apartados; la
práctica de cierto difuso “buenismo pastoral” que, bajo excusa de tolerancia o
falsa misericordia, invita a tomar el atajo fácil pero engañoso de no anunciar
enteramente la verdad; incluso a veces las oposiciones internas dentro de la
propia comunidad cristiana a los empeños sinceros de fidelidad a la Revelación
y el poco apoyo prestado a quienes intentan concretar un proyecto discipular en
santidad de vida; y hasta el poco
acompañamiento de los superiores más preocupados por las reacciones de la
opinión pública y de no quedar en el centro de ninguna exposición inconveniente,
más que en el respaldo de sus colaboradores; como por supuesto la gran deriva
masiva de tantas ovejas que ya no quieren oír hablar del Señor bajo los
términos de la fe de siempre sino según la acomodación que urgen las agendas
mundanas. No, nada fácil ser pastor en nuestros días.
Y sin embargo no hay excusas porque Dios es
Dios y el Señor tiene la victoria. Solo habrá que aceptar lo incambiable: el
único método y camino es la Cruz. Sin Cruz, el arma poderosa en el Amor del
Pastor entregado por las ovejas, no habrá pastores en la Iglesia.
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