Ezequiel: vivir según Dios en una tierra extraña (8)

 



Los pastores y las ovejas que Dios quiere (Parte II)

 

Continuemos masticando y digiriendo el gran capítulo 34.

 

“Como un pastor vela por su rebaño cuando se encuentra en medio de sus ovejas dispersas, así velaré yo por mis ovejas. Las recobraré de todos los lugares donde se habían dispersado en día de nubes y brumas. Las sacaré de en medio de los pueblos, las reuniré de los países, y las llevaré de nuevo a su suelo. Las pastorearé por los montes de Israel, por los barrancos y por todos los poblados de esta tierra.  Las apacentaré en buenos pastos, y su majada estará en los montes de la excelsa Israel. Allí reposarán en buena majada; y pacerán pingües pastos por los montes de Israel. Yo mismo apacentaré mis ovejas y yo las llevaré a reposar, oráculo del Señor Yahveh. Buscaré la oveja perdida, tornaré a la descarriada, curaré a la herida, confortaré a la enferma; pero a la que está gorda y robusta la exterminaré: las pastorearé con justicia.” (Ez 34,12-16)

 

Un gran consuelo, ciertamente, que el Señor mismo se haga cargo del Rebaño-Pueblo que se eligió y que considera su heredad. Aunque el oráculo profético aún no explicita cómo realizará Dios esta obra de su propio pastoreo, se anticipan claramente unas notas salutíferas:

  1. Vigilancia amorosa y solícita del Dios Pastor que sigue pendiente de sus ovejas
  2. Las recobrará desde la dispersión y las reintegrará a la unidad de la Alianza-Comunión.
  3. Las sacará de la confusión y desorientación que viven en medio de otros pueblos y las devolverá a la clara identidad de ser el Pueblo de Dios, el Pueblo de las Promesas.
  4. Las pastoreará y apacentará conduciéndolas y guiándoles de nuevo por los caminos de la historia y retomará con ellas el proyecto de la Alianza.
  5. Reposarán entonces en saciedad, gozando de los bienes salvíficos que provienen del Señor y que son consecuencia de permanecer fieles a su Palabra.

 

Finalmente se describen unas acciones específicas: buscará a la perdida y descarriada, sanará y confortará a la enferma y herida; pero inquietantemente se dirá que va a exterminar a la gorda y robusta y esto en virtud de hacer justicia. ¿Qué significa? Veamos.

 

“En cuanto a vosotras, ovejas mías, así dice el Señor Yahveh: He aquí que yo voy a juzgar entre oveja y oveja, entre carnero y macho cabrío.  ¿Os parece poco pacer en buenos pastos, para que pisoteéis con los pies el resto de vuestros pastos? ¿Os parece poco beber en agua limpia, para que enturbiéis el resto con los pies? ¡Mis ovejas tienen que pastar lo que vuestros pies han pisoteado y beber lo que vuestros pies han enturbiado! Por eso, así les dice el Señor Yahveh: Yo mismo voy a juzgar entre la oveja gorda y la flaca. Puesto que vosotras habéis empujado con el flanco y con el lomo y habéis topado con los cuernos a todas las ovejas más débiles hasta dispersarlas fuera, yo vendré a salvar a mis ovejas para que no estén más expuestas al pillaje; voy a juzgar entre oveja y oveja.”  (Ez 34,17-22)

 

Voy a juzgar entre oveja y oveja. Y ahora nos venimos a enterar  que en el rebaño de ovejas no todas son rosas. El Señor que ha sido contundente y preciso al hablar a los pastores también tiene reclamos hacia sus ovejas. No todas son dóciles, justas y bien intencionadas. El Pueblo tiene dificultades fraternas, algunos hermanos se aprovechan de otros, especialmente de los más débiles. Más allá del pecado de los pastores también los fieles han dado lugar a la injusticia, al engaño, a la búsqueda desmedida de poder y a la avaricia por las posesiones. De ese modo enturbian el manantial de la Alianza y lo contaminan con su pecado. La falta de conversión de algunos provoca que ni ellos aprovechan el alimento que Dios les da para todos y además lo arruinan para el resto que va quedando desnutrido en gracia.

Por detrás de esta exhortación se colige el mal de las ovejas: la rebeldía, la indocilidad. Dios mismo quiere hacerse cargo y ser su pastor pero… ¿se dejarán pastorear?

 

Mediaciones fieles y fieles dóciles

 

El problema pues parece ser doble: muchos en las clases dirigentes son infieles a la misión encomendada y no pocos del Pueblo fiel se muestran mezquinamente disponibles a vivir en Alianza con Dios. Supongo que esta situación descripta por el profeta tiene como antecedente toda la historia de la salvación que le precede y se proyecta hasta nuestros días. En el último fondo es el antiguo pecado de Adán: querer ser el hombre dios desligándose de su Señor, empoderándose falsamente y cayendo enteramente en el engaño del Adversario.

Claro que hay que reconocer la asimetría entre el pastor y la oveja. “A quien mucho se le dio, mucho se le pedirá”. Y quien ha sido llamado al ministerio pastoral tiene sin duda una mayor responsabilidad en el cuerpo eclesial.

Pero también debo decir –a disgusto de las ideologías de moda- que el tal mentado “clericalismo”, cual vector que concentra todos los males actuales de la Iglesia peregrina, en parte es una gran excusa. Porque junto a la peste del “clericalismo” en paralelo se ensalza la idílica utopía “del pueblo bueno solo por ser el pueblo”. Se trata de una construcción forzada e irreal que no se condice con la realidad más evidente. Y de fondo reproduce el mito marxista de los “propietarios malos” y del “proletariado bueno”. Que se siga sosteniendo tan mecanicista, rígida, superficial y estereotipada mirada sobre la naturaleza humana me resulta increíble.

¿Acaso en la Iglesia el laicado ha llegado a ser ese laicado que se soñaba previamente y durante el Concilio Vaticano II? ¿Y la hora de los laicos? ¿Se harán cargo de su hora? He sido laico y ahora soy pastor: ¿en serio tengo la culpa de que el laicado no surja vital y fecundo en el Pueblo de Dios? Probablemente tenga en mi ejercicio del ministerio tantísimos errores, pero no ciertamente el de no anunciar a Jesucristo a diestra y siniestra, a tiempo y destiempo para que pueda derramar su amor y ser amado. ¡Sólo Dios sabe como me desvivo día a día para que se enamoren de Él y le entreguen gozosa toda la vida! ¿Y? Muchos no quieren, no pasan de vivir para sí mismos y de recurrir a Dios apenas para salvaguardar sus conveniencias cotidianas y miopes.

Señores y señoras, hermanos míos todos, la cuestión es otra tanto para pastores como para ovejas. La cuestión es la santidad. Y mientras deambulemos por la mediocridad seremos mediocres mediaciones y mediocres discípulos. Un Pueblo de Dios que no se decida radicalmente a romper con el pecado y a abrazar un proyecto serio de santidad buscando la Alianza con su Señor Amado: ¿cómo podrá ser pastoreado? Permanecerá resbaladizo al cayado de la Salvación.

 

 

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