DIÁLOGO VIVO CON SAN JUAN DE LA CRUZ 28




CONVERSACIONES SUBIENDO AL MONTE 28


MEMORIA Y OLVIDO, NOTICIAS QUE RESBALAN. 

EL ESTADO DE UNIÓN.

 

“…noticias naturales en la memoria son todas aquellas que puede formar de los objetos de los cinco sentidos … de todas estas noticias y formas se ha de desnudar y vaciar…” (SMC L3, Cap. 2,3)

 

Imprescindible hermano mío, Fray Juan, no podré ahora explicitar para nuestros lectores clarificaciones mínimas acerca de la antropología y teoría del conocimiento tan propios de tu contexto cultural, permíteme traducirte imprecisamente para que entiendan.

Evidentemente hay memoria porque hay tiempo y si no hubiese memoria tampoco tendríamos identidad. No podríamos decir “yo” sin memoria pues a cada instante seríamos alguien nuevo que no se tendría a sí mismo como preexistente a esa ocasión puntual. La memoria pues es reservorio del tiempo transcurrido y permite la estabilidad del sujeto personal. Soy yo mismo quien ha vivido en el pasado cuanto mi memoria me trae en el presente. Y esa memoria es un capital de experiencia que me permite comprender el presente y orientarme hacia el futuro. Memoria del tiempo vivido es lo que humanamente llamamos “historia” pues siempre ese tiempo es recuperado con sentido y valoración.

Por otro lado en la memoria el tiempo vivido está presente en cuanto imágenes que mediante la facultad de la imaginación o fantasía pueden ser tanto revividas como reelaboradas. Pero no solo permanecen en la memoria como imágenes intelectivas sino también como impresiones emotivas que reavivan sentimientos y estados de ánimo. Incluso reaparecen en procesos no conscientes como el sueño.

 

“…a causa de esta unión, se vacía y purga la memoria, como digo, de todas las noticias, y queda olvidada y a veces olvidadísima, que ha menester hacerse gran fuerza y trabajar para acordarse de algo.” (SMC L3, Cap. 2,5)

 

¡Cuántas veces he oído hablar de la dificultad de las “distracciones” en la oración! Justamente esas distracciones son el recuerdo de acciones que debo emprender o de situaciones vividas, imágenes mentales que aparecen azarosas y un sinfín de impresiones que permanecen en nosotros y que parecen entrar en ebullición cuando intentamos concentrarnos en algo puntual durante un tiempo prolongado.

Lo que se halla “estacionado” en nuestra memoria, crucial capital de identidad y experiencia que da sabiduría para vivir, también puede ser fuente de sufrimiento o alegría, preocupación a veces obsesiva, euforia o depresión, buena o mala disposición para encarar cuanto siga y múltiples reacciones diversas. La memoria pues también debe ser ordenada, purificada, sanada y puesta en su justo valor. La gracia de Dios también debe tocar nuestra memoria para que esa facultad se oriente a la Unión.

En este sentido pues nos enseñas que la memoria debe ser desnudada y vaciada y purgada. El olvido aquí más bien debe entenderse como desapego o desasimiento. Como si todo resbalara y no pudiese el alma quedarse prendida en todo aquello que la distraería y desconcentraría de Dios, impidiéndole la Unión de amor, una concentración exclusiva en Él. Casi como si se tratase de un apaciguamiento. El don de la quietud contemplativa la ha tocado. Recordemos aquella expresión típica: “el sueño de las potencias”. A propósito no puedo ni quiero dejar de citar aunque parezca impropio a Jorge Luis Borges, quien al terminar el famoso “Poema de los dones” describe así a la ceguera: “…miro este querido mundo que se deforma y que se apaga en una pálida ceniza vaga que se parece al sueño y al olvido…”. Creo que nos ayuda a acercarnos a esta memoria purgada donde puede resbalar sin adherirse lo que debe ser desasido.

 

“…estando la memoria transformada en Dios, no se le pueden imprimir formas ni noticias de cosas.” (SMC L3, Cap. 2,8)

 

Además surge otra novedad. La experiencia mística o contemplación infusa de Dios no puede ser abarcada ni por conceptos intelectuales ni por impresiones afectivas ni por imágenes de la fantasía que son ampliamente superadas por la riqueza del Misterio. Por tanto el lenguaje del amor místico es más directo e intuitivo y acierta al centro escondido del alma.

 

“…potencias en este estado todas son divinas, porque poseyendo ya Dios las potencias, como ya entero señor de ellas, por la transformación de ellas en sí, él mismo es el que las mueve y manda divinamente según su divino espíritu y voluntad.”  (SMC L3, Cap. 2,8)

 

“…el que se une con Dios, un espíritu se hace con él, de aquí es que las operaciones del alma unida son del Espíritu Divino, y son divinas.” (SMC L3, Cap. 2,8)

 

Aunque nos resulte de alto impacto este lenguaje de la “divinización” que ciertamente requiere ser explicado con precisión teológica, es obvio que nadie podría acercarse tanto a Dios sin que Él nos acerque y que todo lo nuestro debe ser sanado y elevado en Gracia para poder vivir Unión con el totalmente Otro y Desemejante. Pero a imagen y semejanza Suya nos ha creado. Pues la “divinización” no como un panteísmo de fusión con el Uno sino como una relación personal que nos permite en la expresión del Apóstol San Pedro ser “consortes de la naturaleza divina” es al fin y al cabo la vocación y sentido último de lo humano. Dios es la patria y la casa del hombre. Tenemos vocación a la Gloria y como me gusta insistir la experiencia mística no debe ser sino entendida en analogía y como arras de la visión beatífica. El Cielo, en cierto modo, se ha adelantado.

 

“…negación y vacío de formas, la va Dios poniendo en la posesión de la unión.” (SMC L3, Cap. 2,13)

 

“…aunque en algún tiempo no se sienta el provecho de esta suspensión de noticias y formas, no por eso se ha de cansar el espiritual; que no dejará Dios de acudir a su tiempo. Y por un bien tan grande, mucho conviene pasar y sufrir con paciencia y esperanza.” (SMC L3, Cap. 2,15)

 

Hay memoria porque hay tiempo y el tiempo para el hombre es historia. Pero también habrá un final del tiempo y de la historia. Entonces despuntará la eternidad. El camino habrá quedado atrás y el tránsito dará paso al descanso, la saciedad y la fruición. Hemos sido llamados a unirnos y gozar de la plenitud de Dios.

 


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