CONVERSACIONES SUBIENDO AL MONTE 29
EL
DEMONIO Y LA MEMORIA
Estimadísimo mío, San
Juan de la Cruz, continuemos dialogando acerca de la memoria…
“Imperfecciones
a cada paso las hay si pone la memoria en lo que oyó, vio, tocó, olió y gustó,
etc.; en lo cual se le ha de pegar alguna afición, ahora de dolor, ahora de
temor, ahora de odio, o de vana esperanza y vano gozo y vanagloria, etc.; …no
habrá quien bien se libre, si no es cegando y oscureciendo la memoria acerca de
todas las cosas.” (SMC L3, Cap. 3,3)
Sin duda la memoria
constituye un reservorio donde se van acumulando por sedimentación residual las
resonancias de las experiencias vividas. Este acumulado es un resguardo de
ideas, emociones e imágenes que no están tematizadas actualmente en la
conciencia pero que van y vienen, como impulsadas por las circunstancias
presentes, según una asociación difícil a veces de captar en su lógica. Afloran
y nos reconectan con el pasado, nuestra historia identitaria, y favorecen u
obstaculizan el desarrollo de nuestros procesos.
En nuestros días los
avances de la psicología, la neurología y otras disciplinas convergentes tienen
algo novedoso que decir acerca de los procesos cognitivos. Sin embargo no creo
que debamos dejar de lado las impresionantes elaboraciones de la gnoseología
filosófica. Pero Fray Juan no está apuntando a estudiar las hipótesis
medievales sobre tal asunto, sino que dándolas por supuestas le sirven de
sustento para su comprensión de los dinamismos interiores o “potencias
superiores del alma”. Su interés se
dirige a una evidencia surgida de la observación y acompañamiento de las
personas: “nos quedamos en las cosas”. ¡O acaso no nos reconocemos a nosotros
mismos como anclados a veces en experiencias pasadas que por no aceptadas o
elaboradas insuficientemente nos retienen? Estoy cierto que al menos hemos vislumbrado
esta situación en otros.
La afición a
quedarnos en ciertos recuerdos, bajo el leimotiv incansablemente insistido del
“pegoteo- apropiación-asimiento”, en términos espirituales erige una amenaza de
impedir aquella desnudez y ceguera necesarias para la Unión. Como ya lo hemos
hablado: será imprescindible sanear, depurar, limpiar, ordenar y sosegar
nuestra memoria. Podremos en parte lograr algo por la ejercitación ascética
pero para la contemplación será también crucial la purgación infusa.
“…mejor
es aprender a poner las potencias en silencio y callando, para que hable Dios…”
(SMC L3, Cap. 3,4)
Recomiendo grabar en
letras de oro este consejo magistral. De nuevo, ya lo venimos considerando
desde el comienzo. “Ponernos en silencio y callando para que hable Dios.” Salir
del centro, renunciar al protagonismo, darle las riendas o el timón al Señor,
ser receptivos y dóciles al Espíritu, confiarnos a Él hasta un abandono sin
reservas, entregarnos a sus manos. Dejar libremente de obrar nosotros para
dejarlo libremente obrar a Él. Ni quietismo ni anulación, dejarnos enlazar y
cómo Dios nos ha creado permitirle que actúe en nosotros ya que nos conoce como
jamás podremos conocernos. Sólo el Señor tiene, por decirlo burdamente, “el
manual de instrucciones de uso” ya que es tanto el Ingeniero Diseñador como el
Operario Constructor. Somos una obra suya. ¿Por qué no admitir que lo seguimos
siendo? ¡Torpe pecado de autonomía absoluta! ¡Ay Adán, Adán que persistes en
caer!
Entonces, iluminado
Doctor, nos hablarás de diversos daños que le acaecen a la memoria no
purificada en Gracia. Por ahora me interesa detenerme en el siguiente:
“…daño positivo que al alma puede venir por
medio de las noticias de la memoria, es de parte del demonio, el cual tiene
gran mano en el alma por este medio. Porque puede añadir formas, noticias y
discursos, y por medio de ellos afectar el alma …suele él dejar las cosas y
asentarlas en la fantasía… si se
oscurece en todas ellas y se aniquila en olvido, cierra totalmente la puerta a
este daño del demonio.” (SMC L3, Cap. 4,1)
En el reservorio
identitario de la memoria, Dios trabaja para que tengamos todas las cosas como
perdiéndolas, es decir con desasimiento y tanto depuradas como ordenadas en su
Amor; apacigua y armoniza esta potencia del alma para que todo converja en la
Unión con Luz de Verdad. Pero el Demonio agita y crea confusión, distorsiona y
enreda todo, introduce falsedad y conduce a engaño en la identidad. Supongo que
todos hemos advertido el manoseo indebido del Tentador sobre nuestros recuerdos
como la mano de Dios que con toque sutil nos deja impregnados de paz y
esperanza.
El antídoto a los
ataques demoníacos será pues “oscurecer la memoria y aniquilarla en el olvido”
o sea purgación –en este tramo del itinerario, infusa-: hacer silencio e ir
callando para que Dios pueda sanar y elevar, redimir nuestra memoria e
identidad en la referencia filial a su Paternidad.
“…poner
toda el alma, según sus potencias, en solo (el) bien incomprehensible y
quitarla de todas las cosas aprehensibles, porque no son bien incomprehensible.
Lo cual, aunque no se siguiera tanto bien de este vacío como es ponerse en
Dios, por sólo ser causa de librarse de muchas penas, aflicciones y tristezas,
allende de las imperfecciones y pecados de que se libra, es grande bien.” (SMC
L3, Cap. 4,2)
Otra vez el camino de
la nada, de la pobreza y de la Cruz, son la mejor defensa contra el mal que
intenta contaminarnos y desviarnos dejándonos a medio camino o totalmente
desorientados. No se puede ir a Unión con Dios sino desnudo y a oscuras.
“…cada
vez que el alma se pone a pensar alguna cosa, queda movida y alterada, o en
poco o en mucho, acerca de aquella cosa…” (SMC L3, Cap. 5,2)
Por tanto el camino
del “olvido” o “desasimiento apaciguador” dará otro fruto:
“…goza de tranquilidad y paz del ánimo, pues carece
de la turbación y alteración que nacen de los pensamientos y noticias de la
memoria…” (SMC L3, Cap. 6,1)
“…líbrase
de muchas sugestiones y tentaciones y movimientos del demonio, que él por medio
de los pensamientos y noticias ingiere en el alma. …quitados los pensamientos de en medio, no
tiene el demonio con qué combatir al espíritu naturalmente.” (SMC L3, Cap. 6,2)
“…tiene
en sí el alma, mediante este olvido y recogimiento de todas las cosas,
disposición para ser movida del Espíritu Santo y enseñada por él.” (SMC L3,
Cap. 6,3)
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