Escritos espirituales y florecillas de oración personal. Contemplaciones teologales tanto bíblicas como sobre la actualidad eclesial.
LA VIRGEN MARÍA, CAMINO DE FE
El Camino de
El Camino
de María tiene estaciones:
1 Anunciación
2 Visitación Camino
3 Natividad
4 Presentación en el templo Misterio
del dolor
5 Perdido en el templo y de la fidelidad
6 Cruz en
el Camino
Adentrémonos en el camino que
1 Anunciación: (Lc 1,26-38)
El Camino se
pone en marcha. Dios sale al encuentro, revela el Camino de Salvación, promete su asistencia y espera ser o no acogido.
Se trata
de un típico relato bíblico de vocación-misión. Este género literario
básicamente nos presenta la irrupción de Dios y/o su mensajero; la reacción de
asombro y de estupor del personaje; el llamado de Dios a una misión-vocación
particular; la objeción y dificultades que encuentra quien es llamado; la
superación del problema por la promesa de asistencia divina, a veces con un
signo que acompaña; y finalmente la aceptación, la respuesta de fe de quien ha
sido elegido.
Presentemos esquemáticamente las fuerzas
dinámicas del texto:
DIOS VIRGEN MARÍA
kerygma respuesta
encuentro escucha
de
Vocación libertad
Alégrate llena de gracia, el
Señor está contigo… Mira concebirás y darás a luz un hijo, a quien llamarás
Jesús. Será grande, llevará el título de Hijo del Altísimo… Resumidamente ese es el
anuncio misterioso y fundante del comienzo del camino de fe. Y la respuesta no tardará en llegar
como aceptación a ponerse en marcha: Yo
soy la esclava-servidora-sirvienta del Señor, que se cumpla en mí tu palabra.
Dios ha provocado el encuentro irrumpiendo en la vida de
En esta
escena del Camino de María se nos
revela que la fe es fundante de la vida, que la fe consiste en optar por Dios y
aceptar su proyecto.
2 Visitación: (Lc 1,39-56)
Este Camino que
La tarea
misionera podría describirse así:
a) “pasiva e implícita” = Servicio a Isabel (1,39-45.56)
b) “activa y explícita” = Magnificat; (1,46-55).
Toda la sección tiende a afirmar que en la
misión de
Así la
mujer de fe movida por la caridad no se queda detenida en el misterio de su propio Hijo, sino que
atenta al detalle del anuncio del Ángel se pone en camino. El signo de Dios,
-tu parienta Isabel ha concebido en su vejez, y la que se consideraba estéril
está ya de seis meses…-, la ha
decidido a posponerse a sí misma por el amor: la servidora del Señor es también
la servidora de la humanidad.
La escena
es conmovedora:
El bellísimo cántico del Magnificat es el momento del anuncio explícito apoyado en la
experiencia precedente.
En esta
escena el Camino de María nos muestra
que una opción de fe fundamental transforma la propia vida y es operante en el
entorno del mundo. Al aceptar el llamado de
Dios y su proyecto
3 Natividad: (Lc 2,1-20)
Para Lucas la irrupción del Camino, por el nacimiento del Salvador, que es Cristo Señor (2,10-12),
tiene una continuación mistérica en la
vida eclesial. Así lo insinúan los sumarios
de Hch 2,42-44; 4,32-35: allí se
describe la novedad de la vida de
Esta escena del Camino de María nos hace percibir la maduración de la fe hacia la
contemplación del Misterio del Dios Salvador. También
Contemplemos ahora más brevemente el resto del
itinerario:
4 Presentación en el templo: (Lc 2,21-35)
El Camino a
Esta
escena del Camino de María nos revela
que la fe debe estar dispuesta a atravesar las misteriosas circunstancias y
parajes que depara el seguimiento de Jesús.
5 Perdido en el templo: (Lc 2,41-52)
Ya aparece más
evidente el dolor de descubrir que el Camino de Dios es distinto de las interpretaciones que hacemos del
proyecto de Dios que hemos acogido. El Hijo tiene que estar en los asuntos de su Padre. ¿Pero qué
significa esto? ¿Cuáles son los asuntos del Padre? La experiencia de María es propia de todo discípulo: “ser llevado”,
”dejarse llevar” por el Camino. Y como me gusta decir: los caminos de Dios no
son primeramente para ser comprendidos sino para ser caminados; seguramente
será hacia el fin del Camino cuando volvamos la mirada atrás que entenderemos
mejor
Esta escena del Camino de María nos trae la temática central de la voluntad de Dios
como fuerza y guía de la vida de Jesús. Y María vuelve a guardar en el corazón. La fe madurada en el Nacimiento hacia la
contemplación ahora debe seguir creciendo hacia la decisión de Getsemaní y la
acción salvífica de
6 Cruz: (Lc 23,26-56)
El Camino fracasa, es destruido en
apariencia. Es la hora de la soledad más absoluta. María es atravesada por el dolor del que lo pierde todo según la
profecía de la espada que se le había dirigido. ¿Desaparecen las esperanzas
misteriosas guardadas en el corazón?. María
cree: no está lo que interpretó se le prometía pero sigue estando Aquel que lo
prometió. Estar ahí, permanecer como
actitud, sigue definiendo la fe de
Recibir exánime en sus brazos junto al suelo
al Viviente que había depositado en el pesebre. Siempre me ha impresionado que no exista ningún relato de aparición del
Resucitado a su Madre. Es como si se dijese: su fe no lo no lo necesita porque permaneció fiel en
DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 18
LA PREDICACIÓN ES NECESARIA PARA LA SALVACIÓN
“Cerca
de ti está la palabra: en tu boca y en tu corazón, es decir, la palabra de la
fe que nosotros proclamamos.” Rom 10,8
Apóstol
Pablo, seguramente te haces eco de aquel maravilloso pasaje del Deuteronomio: “Porque estos mandamientos que yo te
prescribo hoy no son superiores a tus fuerzas, ni están fuera de tu alcance. No
están en el cielo, para que hayas de decir: «¿Quién subirá por nosotros al
cielo a buscarlos para que los oigamos y los pongamos en práctica?» Ni están al
otro lado del mar, para que hayas de decir: «¿Quién irá por nosotros al otro
lado del mar a buscarlos para que los oigamos y los pongamos en práctica?» Sino
que la palabra está bien cerca de ti, está en tu boca y en tu corazón para que
la pongas en práctica.” (Dt 30,11-14)
Y
ciertamente la Palabra de Dios, Verbo Eterno del Padre Eterno, siempre está
cerca de todo hombre. Pues por ella fue hecho cuanto existe, es su fundamento y
todo en ella recibe consistencia. Es Sabiduría que ha acampado entre nosotros.
Ilumina a todo hombre que viene a este mundo. Pidiendo disculpas, claro, por
esta “intromisión joánica”, querido San Pablo nos remites a esa Palabra de
Dios, Jesucristo Señor, que ha sido proclamada por la Iglesia misionera,
Palabra de la fe anunciada en la predicación apostólica y principio de salvación
para los creyentes.
“Porque,
si confiesas con tu boca que Jesús es Señor y crees en tu corazón que Dios le
resucitó de entre los muertos, serás salvo. Pues con el corazón se cree para conseguir
la justicia, y con la boca se confiesa para conseguir la salvación. Porque dice
la Escritura: Todo el que crea en él no será confundido. Que no hay distinción
entre judío y griego, pues uno mismo es el Señor de todos, rico para todos los
que le invocan. Pues todo el que invoque el nombre del Señor se salvará.” Rom
10,9-13
En este pasaje –sin entrar en las
discusiones y matices teológicos entre católicos y reformados, ya definidos
dogmáticamente-, se expresa una dinámica doble: creer y confesar. La salvación
se ofrece en Jesucristo en quien se debe creer, invocando pues la gracia de su
Pascua redentora, pero a quien también se debe proclamar. Pues la fe que recibe
salvación es una fe informada por el amor. No se trata solo de una cuestión
interna de la persona sino de una vida configurada en Cristo. No se trata
restrictivamente de un beneficio individual sino de la participación en la
Iglesia, en la comunión que Dios ofrece universalmente a los hombres con Él.
Catecismo
1816 “El discípulo de Cristo no debe sólo
guardar la fe y vivir de ella sino también profesarla, testimoniarla con
firmeza y difundirla: "Todos vivan preparados para confesar a Cristo
delante de los hombres y a seguirle por el camino de la cruz en medio de las
persecuciones que nunca faltan a la Iglesia". El servicio y el testimonio
de la fe son requeridos para la salvación: "Todo aquel que se declare por
mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en
los cielos; pero a quien me niegue ante los hombres, le negaré yo también ante
mi Padre que está en los cielos" (Mt 10,32 - 33).”
Pues
en definitiva quien se ha encontrado con Cristo quiere que todos le encuentren
también, que todos se sacien en este manantial de Vida Eterna y a nadie le
falte la alegre contemplación y posesión del más grande Tesoro. ¿Pues qué clase
de fe sería una fe que no se anuncia y comparte? Una fe muerta a la cual le
falta el amor. Pues verdaderamente no hay mayor Caridad que proclamar nuestra
fe en Cristo y anunciarlo como único Salvador y procurar que todos se unan a
Él.
“Pero
¿cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Cómo creerán en aquel a quien
no han oído? ¿Cómo oirán sin que se les predique? Y ¿cómo predicarán si no son
enviados? Como dice la Escritura: ¡Cuán hermosos los pies de los que anuncian
el bien!” Rom 10,14-15
Evidentemente
el ministerio de la predicación es necesario para la salvación. ¿Cómo puede
alguien llegar a la fe en el Señor Jesús y por Él a la fe en el Dios Uno y Trino, si nadie lo señala, lo
propone, lo muestra y educa en la doctrina revelada procurando introducir a su
interlocutor en tan luminosa comunión de Vida y Amor que se nos dona? De hecho
sería una gran falta de amor y un pecado contra la fe dejar intencionalmente sin
evangelizar a cuanto humano se nos cruce en nuestro camino. Es fácil “vender y
publicitar” a un Dios que quiere la salvación de todos pero. lo verdaderamente
urgente y crucial. es ayudar a tender los puentes que faciliten a todos encontrarse
con el Señor.
“Y
¿cómo predicarán si no son enviados?” Pues siguiendo el mandato del Señor a los
Apóstoles cuando la Ascensión, nunca ha dejado la Iglesia de enviar misioneros
y predicadores al mundo entero, ya que nunca ha dejado el Espíritu Santo de
suscitarlos. ¿Nunca ha dejado la Iglesia de enviarnos a la predicación del
Evangelio? Bueno, quizás nuestros días nos amarguen un tanto y quedemos
perplejos.
Porque
lamentablemente a veces hemos escuchado a alguna eminencia ilustrísima advertir
preventivamente y comunicar con
algarabía que nos reuníamos “sin ánimo de convertir a nadie”. Como si predicar
la fe fuese una violencia o un acto temerario e invasivo. ¿Y para qué nos
convocaron: solo para encontrarnos entre nosotros? A veces me parece que crece
vertiginosamente una pseudo-iglesia paralela y sustituta, de diseño mundano y
globalista; una fraternidad sin Jesucristo en medio, como fundamento y a la vez
fin trascendente. La verticalidad de lo Divino es censurada. Una horizontalidad
diluida y sincretista parece ser requerida por la agenda –currículum no tan
oculto- para que la fe no quite a nadie de su zona de confort.
En
esta nueva eclesialidad tan disruptiva con la Tradición, la misión y
predicación del Evangelio se van abandonando, diría casi que desaconsejando.
¿La misión es proselitismo? ¿La predicación de la única fe verdadera que nos da
acceso a la salvación es un discurso de odio?
Claramente sí para la mentalidad del mundo que quiere erigirse hacia el
futuro próximo. ¿Y para muchos cristianos, incluso pastores encumbrados,
también? ¿Habremos perdido la fe? ¿Ustedes no se dieron cuenta lo mucho que
hablamos de nosotros mismos y de la necesidad de adecuarnos al mundo y al
espíritu de nuestra época y lo ausente que se encuentra Jesucristo en la vida
eclesial actual? ¿La nueva evangelización ha dado paso a la resignada o
fervorosa mundanización?
“Pero
no todos obedecieron a la Buena Nueva. Porque Isaías dice: ¡Señor!, ¿quién ha
creído a nuestra predicación? Por tanto, la fe viene de la predicación, y la
predicación, por la Palabra de Cristo. Y pregunto yo: ¿Es que no han oído?
¡Cierto que sí! Por toda la tierra se ha difundido su voz y hasta los confines
de la tierra sus palabras.” Rom 10,16-18
Queridísimo
San Pablo, en los tiempos apostólicos tú mismo y tus hermanos, han caminado los
senderos del mundo entero proclamando la fe en Jesucristo. Y verdaderamente
podía tu generación excusarse de responsabilidad: si no han creído es porque no
quisieron y no porque no se les haya predicado el Evangelio. ¿Qué dirías tú, el
prisionero de Cristo encadenado al Espíritu, de nuestra generación cristiana al
comienzo del tercer milenio? Porque hoy sí, multitudes podrían excusarse: no
hemos creído por que la Iglesia peregrina no nos ha predicado y no nos ha
llamado a la conversión. ¿Acaso conocerán el Amor de Jesucristo una porción
importante de católicos que ya no anuncia su fe en Él o que lo hace solo
tímidamente y disculpándose por su atrevimiento? ¿Se han convencido de que son
culpables de disturbar injustamente el status quo de una resurgida polis
neo-paganizante? ¿Cómo creerán y se salvarán si nadie les predica? Yo me
resisto a dejar que se apague la Palabra de Cristo en mi predicación. Resístete
tú también. No nos faltará el Espíritu de Dios.
DIALOGO VIVO CON SAN PABLO 17
LOS
HIJOS DE LA PROMESA (II)
Continuemos
querido San Pablo, Apóstol de Dios, contemplando cómo somos hijos de Dios según
su promesa.
“Como
dice también en Oseas: Llamaré pueblo mío al que no es mi pueblo: y amada mía a
la que no es mi amada. Y en el lugar mismo en que se les dijo: No son mi
pueblo, serán llamados: Hijos de Dios vivo.
Isaías también clama en favor de Israel: Aunque los hijos de Israel
fueran numerosos como las arenas del mar, sólo el resto será salvo. Porque
pronta y perfectamente cumplirá el Señor su palabra sobre la tierra. Y como
predijo Isaías: Si el Señor de los ejércitos no nos dejara una descendencia,
como Sodoma hubiéramos venido a ser, y semejantes a Gomorra.” Rom 9,25-29
Las
promesas de Dios dirigidas al pueblo de elección son promesas abiertas a la
universalidad. Justamente son los profetas quienes interpretarán el llamado, no
como una “exclusividad excluyente”, sino como una “consagración testimonial y
misionera” para que todas las naciones confluyan en el pueblo de la Alianza.
Por
lo pronto en esta etapa de la historia, tras la Encarnación en la plenitud de
los tiempos, se desarrolla un drama sorprendente: los gentiles son llamados y
respondiendo se incorporan a las promesas, mientras los israelitas rechazan al
Mesías enviado. El Apóstol se alegra por la sorpresa de una salvación que toca
los confines de lo humano, a la par que se conduele por la suerte de sus
hermanos de raza. Sin embargo a Israel se le había anunciado el misterio de la
purificación y del Resto fiel. Sin este germen santo que persevera en la
Alianza hubieran terminado en la devastación a causa del pecado.
Sin
duda lo que resalta en el fondo de la cuestión es la generosidad de Dios que
ama a los no amados y que permanece fiel a los que ama aunque no sea amado por
ellos.
“¿Qué
diremos, pues? Que los gentiles, que no buscaban la justicia, han hallado la
justicia - la justicia de la fe - mientras Israel, buscando una ley de
justicia, no llegó a cumplir la ley. ¿Por qué? Porque la buscaba no en la fe
sino en las obras. Tropezaron contra la piedra de tropiezo, como dice la
Escritura: He aquí que pongo en Sión piedra de tropiezo y roca de escándalo;
mas el que crea en él, no será confundido.” Rom 9,30-33
¿Por
qué?, se sigue interrogando el Apóstol, acerca de la situación inquietante de
su pueblo. Tropezaron porque no buscaban en la fe sino en sus obras. En típica
argumentación suya nos presenta el mundo de la gentilidad bajo el signo de la
gratuidad de Dios: ellos no buscaban pero Dios quiso hacerles gracia y esta
gracia encontró una fe agradecida por tal beneficio y alcanzaron justificación.
En tanto Israel concentrado en el cumplimiento de la ley para alcanzar justicia
no llegó a su objetivo. Casi como que la sugerencia implícita es la siguiente:
quienes ponen su confianza en Dios alcanzan justicia pero no quienes la ponen
es sí mismos. Diríamos anacrónicamente que pelagianismo siempre ha existido. Es
decir, no se desconoce la gracia pero se tiene una excesiva confianza en la
acción del hombre por sí mismo. El voluntarismo suele ser una clara expresión
de este desequilibrio. Y este camino se termina revelando insuficiente: nunca
sin el auxilio de la Gracia se puede. Claro que esta confianza en la primacía
de la Gracia no puede derivar en una “pura y sola fe” protestante donde ya no
hacen falta las obras o donde se crea que el hombre ya no puede hacer obras
buenas por sí. La historia del cristianismo ha sido atravesada por esta
tensión: quienes para afirmar la importancia de la responsabilidad humana han
terminado restringiendo la primacía de la acción divina o quienes por afirmar
la gratuidad de la gracia han disminuido la responsabilidad del hombre en su
respuesta al Amor ofrecido. No deja de ser esto una consecuencia de la
concepción cristológica, pues los hay absorcionistas de lo humano en lo divino
como adopcionistas de lo humano por lo divino. Se trata de un desequilibrio en
la profesión de fe acerca de una correcta y católica sinergia entre Dios el
hombre, quienes actuando siempre conjuntamente testimonian la primacía divina
de la Gracia como la plena cooperación de lo humano.
La
problemática se encuentra más que presente en la actualidad eclesial. ¿Acaso no
hemos diagnosticado ya hasta el hartazgo un excesivo activismo en detrimento de
la contemplación del Misterio? ¿O no hemos percibido un marcado pastoralismo
funcionalista, pragmático y de estudio de mercado que debilita la vida
sacramental y de oración como la confianza en la acción sorprendente e
inesperada de la Gracia? Por este camino seguro también tropezaremos.
“Hermanos,
el anhelo de mi corazón y mi oración a Dios en favor de ellos es que se salven.
Testifico en su favor que tienen celo de Dios, pero no conforme a un pleno
conocimiento. Pues desconociendo la justicia de Dios y empeñándose en
establecer la suya propia, no se sometieron a la justicia de Dios. Porque el
fin de la ley es Cristo, para justificación de todo creyente.” Rom 10,1-4
Permaneciendo
en la Caridad de Dios, el Apóstol, sigue esperando la salvación de su pueblo,
convencido que su actual situación es consecuencia de un proceso inconcluso de
maduración en la fe. Para que la promesa engendre hijos de Dios se requiere que
los hijos esperen en las promesas y esas promesas de salvación han encontrado
su cumplimiento en Cristo. Sin la acción redentora del Señor Jesús, por su
Encarnación y Pascua, el hombre no puede ser tocado para la justificación ni
podrá alcanzarla por sí mismo. Sin fe en Jesucristo y adhesión a su Persona lo
humano queda irredento o en el mejor de los casos, en un estado de
santificación insuficiente.
¿Acaso
la Iglesia no debe también siempre, en todo lugar y tiempo, anhelar el
encuentro de la humanidad con Cristo para su salvación? Me lo pregunto en esta
época en la cual, desde hace décadas, va creciendo la idea de que es posible
que todas las religiones por sí mismas alcancen a Dios, una suerte de
igualitarismo interreligioso en aras de una fraternidad universal pelagianista
y una futura religión global de corte sincretista, donde es posible el libre
diseño según la elección y mixturas que más le plazcan al consumidor. ¿Un tal
intento no culminará en un estrepitoso tropiezo también?
DIALOGOGO VIVO CON SAN PABLO 16
LOS
HIJOS DE LA PROMESA (I)
“Digo
la verdad en Cristo, no miento, - mi conciencia me lo atestigua en el Espíritu
Santo -, siento una gran tristeza y un dolor incesante en el corazón. Pues
desearía ser yo mismo anatema, separado de Cristo, por mis hermanos, los de mi
raza según la carne, - los israelitas -,
de los cuales es la adopción filial, la gloria, las alianzas, la legislación,
el culto, las promesas, y los patriarcas; de los cuales también procede Cristo
según la carne, el cual está por encima de todas las cosas, Dios bendito por
los siglos. Amén.” Rom 9,1-5
Estimado
Pablo, la caridad te urge y desearías entregarte a ti mismo en beneficio de tus
hermanos israelitas, padecer tú en lugar de ellos incluso la separación de
Cristo a quien tanto amas. Misterio doloroso sin duda, que el Pueblo de
elección, tras su larga peregrinación y preparación en la historia, no haya
podido aceptar en el Señor Jesús a Aquel Mesías anunciado, a quien con
vigilante celo aguardaba.
La
cerrazón de Israel –nadie perciba aquí antisemitismo alguno-, junto al Apóstol
debe ser para la Iglesia motivo de caritativa preocupación. ¿Cómo no desear que
aquel pueblo, primer depositario de la Revelación divina, alcance la plenitud
de la Verdad en Cristo? Por lo pronto San Pablo, abriéndonos su corazón
sufriente, ensaya la comprensión de esta situación difícil.
“No
es que haya fallado la palabra de Dios. Pues no todos los descendientes de
Israel son Israel. Ni por ser descendientes de Abraham, son todos hijos. Sino
que «por Isaac llevará tu nombre una descendencia»; es decir: no son hijos de
Dios los hijos según la carne, sino que los hijos de la promesa se cuentan como
descendencia.” Rom 9,6-8
Evidentemente
el punto de partida es afirmar que Dios no puede ser responsable del rechazo de
su Gracia por el pueblo. Su Palabra viva y eficaz, poderosa y fecunda, no ha
fallado. Es el corazón humano quien se ha endurecido hasta volverse casi
impenetrable. Digo “casi” porque el Amor de Dios no puede ser vencido y ponemos
nuestra confianza en su misericordioso rescate de nosotros.
Pero,
“no todos los descendientes de Israel son Israel”. ¡Cómo no saberlo! También
nosotros comprendemos que no todos los bautizados llevan vida cristiana. En
este sentido es Saulo de Tarso, criado en la más firme tradición de los padres,
quien llegando a ser Pablo de Cristo y Apóstol de los gentiles, expresa la
plenitud vocacional a la que es llamado todo israelita.
“No
son hijos de Dios los hijos según la carne, sino que los hijos de la promesa se
cuentan como descendencia.” Una vez
más nos encontramos con este paradigma de comprensión tan propiamente paulino:
la carne y el Espíritu, la letra de la Ley que mata y el Espíritu que da Vida.
¿Qué es ser hijo según la promesa pues? Ciertamente aquí se anuncia que la
verdadera filiación pasa por vivir en sintonía con el espíritu de la promesa,
es decir, con el plan de Salvación de Dios.
“Porque
éstas son las palabras de la promesa: «Por este tiempo volveré; y Sara tendrá
un hijo.» Y más aún; también Rebeca
concibió de un solo hombre, nuestro padre Isaac; ahora bien, antes de haber
nacido, y cuando no habían hecho ni bien ni mal - para que se mantuviese la
libertad de la elección divina, que depende no de las obras sino del que llama
- le fue dicho a Rebeca: El mayor servirá al menor, como dice la Escritura: Amé
a Jacob y odié a Esaú.” Rom 9,9-12
Ponderando
la primacía de la elección divina, que es anterior a nuestras obras, San Pablo
coloca la filiación bajo la entera voluntad del Padre que llama.
“¿Qué
diremos, pues? ¿Que hay injusticia en Dios? ¡De ningún modo!, dice él a Moisés:
Seré misericordioso con quien lo sea: me apiadaré de quien me apiade. Por
tanto, no se trata de querer o de correr, sino de que Dios tenga misericordia. Pues
dice la Escritura a Faraón: Te he suscitado precisamente para mostrar en ti mi
poder, y para que mi nombre sea conocido en toda la tierra. Así pues, usa de misericordia con quien quiere,
y endurece a quien quiere.” Rom 9,14-18
La
clara intención del Apóstol es confesar la prioridad del llamado misericordioso
de Dios, tanto como que toda la historia se encuentra entre sus manos y bajo su
plan providente. Obviamente surge el interrogante si tal afirmación es
entendida mecánicamente pues, ¿dónde quedaría la libertad humana?, y por tanto
¿qué responsabilidad se nos podría exigir? Así mismo lo prevé Pablo.
“Pero
me dirás: Entonces ¿de qué se enoja? Pues ¿quién puede resistir a su voluntad? ¡Oh
hombre! Pero ¿quién eres tú para pedir cuentas a Dios? ¿Acaso la pieza de barro
dirá a quien la modeló: "por qué me hiciste así"? O ¿es que el
alfarero no es dueño de hacer de una misma masa unas vasijas para usos nobles y
otras para usos despreciables?” Rom 9,19-21
Sin
duda el Apóstol, que se anticipa a la debilidad de su argumento teológico,
intenta dar una solución que sin embargo tampoco termina de romper con la
objeción. Pues si nos hizo así, ¿qué culpa tenemos, verdad? Pero sinceramente
creo que hay que rescatar el trasfondo implícito en la afirmación: Dios es
Misterio y el Misterio de Dios y de su voluntad van más allá de cualquier
comprensión humana. La fe bíblica muchas veces atestigua esta humilde y libre
sumisión al Señor de la Sabiduría y la Gloria. Justamente la filiación debe
apoyarse en esta confianza en el Padre que a veces parece superar con sus
designios insondables nuestra capacidad racional. No se trata de caer en el
fideísmo. Solo de aceptar que nos hallamos en la frontera del Misterio,
justamente allí donde su riqueza desborda nuestra capacidad y su excedencia nos
invita a ponernos de rodillas o postrarnos. Que la razonabilidad de Dios supere
a la nuestra no la vuelve irracional.
Entiendo
que San Pablo experimenta al mismo tiempo la tragedia misteriosa de su pueblo
como la santidad de Dios y se invita a sí mismo y a todos nosotros a una
actitud humilde de fe, tan conforme al vínculo de la filiación.
“Pues
bien, si Dios, queriendo manifestar su cólera y dar a conocer su poder, soportó
con gran paciencia objetos de cólera preparados para la perdición, a fin de dar
a conocer la riqueza de su gloria con los objetos de misericordia que de
antemano había preparado para gloria: con nosotros, que hemos sido llamados no
sólo de entre los judíos sino también de entre los gentiles...” Rom 9,22-24
Claro
que esta doctrina paulina sobre la predestinación es compleja de interpretar.
De hecho en la historia del cristianismo ha sido propuesta numerosas veces de
modo erróneo y herético. Como ya hemos comentado en otro artículo, debemos
considerar que la omnisciencia de Dios –que eternamente penetra todos los
tiempos y conoce absolutamente todo el universo creado de principio a fin- no
quita nada de movimiento a la libertad humana y no exonera de responsabilidad
personal a cada hombre que viene a este mundo. Que el Señor anticipe nuestra
autodeterminación no significa que no nos siga llamando a la Gloria ni
asistiendo con su oferta de Salvación. Uno podría preguntarse con tantos otros:
¿por qué Jesús eligió a Judas sabiendo que lo iba a traicionar? No lo indujo ni
le obligó a traicionarlo, solo conoció que lo haría. Y lo eligió porque lo
amaba. Justamente allí se manifiesta la exquisita fidelidad del amor divino y
su inviolable respeto por nosotros.
DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 15
¿QUIÉN
O QUÉ PODRÁ SEPARARNOS DEL AMOR DE DIOS?
Sin
duda, estimadísimo Pablo, santo Apóstol de nuestro Señor Jesús, contemplaremos
ahora uno de tus textos más hermosos e inspiradores, donde el Espíritu Santo te
ha hecho confesar apasionadamente que nada ni nadie podrán separarnos del Amor
de Dios que se ha manifestado plenamente en Cristo.
“Por
lo demás, sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que
le aman; de aquellos que han sido llamados según su designio. Pues a los que de
antemano conoció, también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo,
para que fuera él el primogénito entre muchos hermanos; y a los que predestinó,
a ésos también los justificó; a los que justificó, a ésos también los
glorificó.” Rom 8,28-30
El
Dios que es Amor ama a todos pero no todos le aman. Comenzaría yo por aquí,
pues no estamos considerando ahora el derrotero de quienes rechazan la oferta
de Gracia sino de aquellos que la aceptan, llevando adelante una “vida nueva en
Cristo”.
Para
aquellos que le aman, Dios interviene en todo a favor de su Salvación. No
significa que no intervenga a favor de todos, sino que perciben y reciben
fecundamente su intervención quienes siendo amados le aman. ¡Nadie se
escandalice pues! Los que no le aman igual han sido amados por Dios pero
permaneciendo en la indiferencia y en una relación distante no pueden captar
tantos cuidados amorosos Suyos. Los que se han dejado amar y responden amándole
en cambio siempre terminan descubriendo la solicitud divina por ellos.
Y
anunciándonos la omnisciencia, que solo Dios detenta, nos planteas un camino
vocacional: reproducir la imagen del Hijo e ingresar junto con Él en la Gloria.
De nuevo, aunque este llamado es universal, el Padre conoce de antemano en su
Eternidad a quienes rechazan o aceptan esta predestinación a ser salvos en
Cristo. Ya sé que muchos quisieran que Dios ejerciera un amor despótico y que
nos salve por la fuerza y contra nosotros, pero esa exigencia es pueril e
inmadura. ¿Cómo llamar amor a la falta de respeto por nuestra libertad? Mejor
entonces nos hubiera creado sin libertad. ¿Y cómo podríamos llamar amor a una
relación que no puede ser de otra manera porque está atada a una necesidad
inflexible? El amor tiene siempre este riesgo, no siempre se hace efectiva la
reciprocidad. Que Dios nos ame sin reservas no significa que nos aprovechemos
todos de tan inmejorable oferta.
¿Quién
o qué podrá separarnos del Amor de Dios? La respuesta es: nosotros. Libremente
cada quien puede optar por no dejarse amar por Dios, llevando una vida que
conduce a la muerte por no permanecer en el ámbito de Gracia de ese Amor. Pero
a quienes aceptan la oferta salvífica que no es otra que la comunión con Dios
manifestada en Jesucristo y visibilizada refulgente en su Pascua, el camino
está trazado y el Señor interviene para llevarlo a buen término: elección,
justificación y glorificación. Y este camino no es otro sino reproducir en
nosotros la imagen de su Hijo.
“Ante
esto ¿qué diremos? Si Dios está por nosotros ¿quién contra nosotros? El que no perdonó
ni a su propio Hijo, antes bien le entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos
dará con él graciosamente todas las cosas?
¿Quién acusará a los elegidos de Dios? Dios es quien justifica. ¿Quién
condenará? ¿Acaso Cristo Jesús, el que murió; más aún el que resucitó, el que
está a la diestra de Dios, y que intercede por nosotros?” Rom 8,31-34
Los
que nos hemos dejado amar por Dios y permanecemos unidos a Él, sabemos por la
fe que Dios está de nuestro lado. ¿Y con Dios a favor nuestro a quién temeremos
que se ponga en contra nuestro? Si el Padre nos ha perdonado y reconciliado en
la Pascua de su Hijo, toda deuda está paga y la nota de crédito abierta. ¿Acaso
el Padre que ha enviado a Cristo a pagar el precio de nuestra salvación mañana
se arrepentirá? ¿Y el mismo Señor Jesús se desdecirá de su gesta redentora
algún día en el futuro? El Dios eterno actúa eternamente: es eterno su Amor.
Pero
nosotros, que aún caminamos en el tiempo, no debemos soltarnos de la mano de
este Amor a favor nuestro pues nos pondríamos en peligro. Si no perseveramos
fielmente en el Amor de Dios debilitamos los lazos del rescate y nos alejamos
de su intervención bondadosa por nosotros. Es comprensible entonces por qué la
apostasía constituye el más grave de los pecados para un bautizado: se trata ni
más ni menos del rechazo de la salvación. Y estos tiempos que corren parecen
ser jornadas de una creciente y silenciosa apostasía masiva.
¿Acaso
pueden ser tantos los que no han llegado a descubrir el Amor de Dios revelado
en Jesucristo? ¿Tendrá alguna responsabilidad la Iglesia peregrina en su
concreta configuración pastoral histórica? ¿Cómo es posible que multitud de
bautizados no maduren su vida de fe y no se apropien de la Gracia recibida
mediante una sólida y estable relación amorosa con Cristo? Esta realidad se
alza hoy como un grito desgarrador y una tragedia eclesial que sin embargo
pocos parecen ver. ¿Tan anestesiados nos hallamos? ¿Tanto han penetrado las
herejías y la confusión doctrinal? ¿Tanto hemos perdido el sentido sobrenatural?
¿Tanto se ha enfriado en nosotros la verdadera caridad?
“¿Quién
nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación?, ¿la angustia?, ¿la
persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿los peligros?, ¿la espada?, como
dice la Escritura: Por tu causa somos muertos todo el día; tratados como ovejas
destinadas al matadero. Pero en todo esto salimos vencedores gracias a aquel
que nos amó. Pues estoy seguro de que ni la muerte ni la vida ni los ángeles ni
los principados ni lo presente ni lo futuro ni las potestades ni la altura ni
la profundidad ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios
manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro.” Rom 8,35-39
Al
mismo tiempo que confieso que nada ni nadie puede separarnos del Amor de
Cristo, debo advertir la profunda debilidad de nuestro vínculo con Él. Ya hemos
insertado el drama de tantos que no alcanzan a descubrir la envergadura de este
Amor y le desaprovechan, señalando que probablemente la comunidad eclesial no
se halle exenta de grave responsabilidad en tal asunto. Pero también es preocupante que los
cristianos que habitualmente siguen participando de la vida eclesial se
encuentren sometidos constantemente a los vaivenes de una fe personal inestable
y frágil. Al revés de lo esperable, casi parece que cualquier evento de menor
importancia podría rápidamente ponerlos en crisis de fe. ¿Dónde esa fe
victoriosa y serena que sabe en esperanza que nada podrá separarnos del Amor de
Cristo?
Como
suelo afirmar, el gran problema de fondo en la moderna configuración de la
Iglesia peregrina, es un déficit y vaciamiento de verdadera espiritualidad.
Porque la espiritualidad cristiana auténtica debe ayudarnos a plasmar una
concreta configuración con Cristo. San Pablo nos lo expresaba crudamente, dando
testimonio personal y en nombre de aquella generación de hermanos de la Iglesia
naciente: “Por tu causa somos muertos todo el día; tratados como ovejas
destinadas al matadero. Pero en todo esto salimos vencedores gracias a aquel
que nos amó.”
Es
muy fácil separar a los cristianos del Amor de Cristo cuando el cuerpo eclesial
deriva en un activismo desenfrenado –de estridente parentesco secular- y en un
extenso desprecio por la contemplación humilde y silenciosa del Misterio. Es
muy fácil la separación de Cristo cuando las pseudo-espiritualidades que se
ofrecen son meras búsquedas de goces narcisistas e intencionalmente se excluye de
ellas el sacrificio de la Cruz. Es muy fácil pues separar a los discípulos del
Amor de Cristo cuando se predican falsas inclusiones absolutas donde el
despreciado y cancelado, el Gran Excluido, termina siendo el Señor Crucificado
y Santo en aras de una fraudulenta misericordia que convalida el pecado
impenitente.
¿Cuánto
vale el Amor de Dios entonces para nosotros hoy? El gran tesoro de la ascética
y la mística de dos milenios, lastimosamente yace arrumbado en un costado de la
casa eclesial, pues fue arrojado por la ventana y sustituido por sospechosas
novedades. ¡Hermanos todos, nada ni nadie podrán separarnos del Amor de Dios
manifestado en Cristo Jesús! Claro, ningún miedo le tengo a Dios. Y sin embargo
temo tanto por nosotros.
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