DIALOGO VIVO CON SAN PABLO 17

 





 LOS HIJOS DE LA PROMESA (II)

 

Continuemos querido San Pablo, Apóstol de Dios, contemplando cómo somos hijos de Dios según su promesa.

 

“Como dice también en Oseas: Llamaré pueblo mío al que no es mi pueblo: y amada mía a la que no es mi amada. Y en el lugar mismo en que se les dijo: No son mi pueblo, serán llamados: Hijos de Dios vivo.  Isaías también clama en favor de Israel: Aunque los hijos de Israel fueran numerosos como las arenas del mar, sólo el resto será salvo. Porque pronta y perfectamente cumplirá el Señor su palabra sobre la tierra. Y como predijo Isaías: Si el Señor de los ejércitos no nos dejara una descendencia, como Sodoma hubiéramos venido a ser, y semejantes a Gomorra.” Rom 9,25-29

 

Las promesas de Dios dirigidas al pueblo de elección son promesas abiertas a la universalidad. Justamente son los profetas quienes interpretarán el llamado, no como una “exclusividad excluyente”, sino como una “consagración testimonial y misionera” para que todas las naciones confluyan en el pueblo de la Alianza.

Por lo pronto en esta etapa de la historia, tras la Encarnación en la plenitud de los tiempos, se desarrolla un drama sorprendente: los gentiles son llamados y respondiendo se incorporan a las promesas, mientras los israelitas rechazan al Mesías enviado. El Apóstol se alegra por la sorpresa de una salvación que toca los confines de lo humano, a la par que se conduele por la suerte de sus hermanos de raza. Sin embargo a Israel se le había anunciado el misterio de la purificación y del Resto fiel. Sin este germen santo que persevera en la Alianza hubieran terminado en la devastación a causa del pecado.

Sin duda lo que resalta en el fondo de la cuestión es la generosidad de Dios que ama a los no amados y que permanece fiel a los que ama aunque no sea amado por ellos.

 

“¿Qué diremos, pues? Que los gentiles, que no buscaban la justicia, han hallado la justicia - la justicia de la fe - mientras Israel, buscando una ley de justicia, no llegó a cumplir la ley. ¿Por qué? Porque la buscaba no en la fe sino en las obras. Tropezaron contra la piedra de tropiezo, como dice la Escritura: He aquí que pongo en Sión piedra de tropiezo y roca de escándalo; mas el que crea en él, no será confundido.” Rom 9,30-33

 

¿Por qué?, se sigue interrogando el Apóstol, acerca de la situación inquietante de su pueblo. Tropezaron porque no buscaban en la fe sino en sus obras. En típica argumentación suya nos presenta el mundo de la gentilidad bajo el signo de la gratuidad de Dios: ellos no buscaban pero Dios quiso hacerles gracia y esta gracia encontró una fe agradecida por tal beneficio y alcanzaron justificación. En tanto Israel concentrado en el cumplimiento de la ley para alcanzar justicia no llegó a su objetivo. Casi como que la sugerencia implícita es la siguiente: quienes ponen su confianza en Dios alcanzan justicia pero no quienes la ponen es sí mismos. Diríamos anacrónicamente que pelagianismo siempre ha existido. Es decir, no se desconoce la gracia pero se tiene una excesiva confianza en la acción del hombre por sí mismo. El voluntarismo suele ser una clara expresión de este desequilibrio. Y este camino se termina revelando insuficiente: nunca sin el auxilio de la Gracia se puede. Claro que esta confianza en la primacía de la Gracia no puede derivar en una “pura y sola fe” protestante donde ya no hacen falta las obras o donde se crea que el hombre ya no puede hacer obras buenas por sí. La historia del cristianismo ha sido atravesada por esta tensión: quienes para afirmar la importancia de la responsabilidad humana han terminado restringiendo la primacía de la acción divina o quienes por afirmar la gratuidad de la gracia han disminuido la responsabilidad del hombre en su respuesta al Amor ofrecido. No deja de ser esto una consecuencia de la concepción cristológica, pues los hay absorcionistas de lo humano en lo divino como adopcionistas de lo humano por lo divino. Se trata de un desequilibrio en la profesión de fe acerca de una correcta y católica sinergia entre Dios el hombre, quienes actuando siempre conjuntamente testimonian la primacía divina de la Gracia como la plena cooperación de lo humano.

La problemática se encuentra más que presente en la actualidad eclesial. ¿Acaso no hemos diagnosticado ya hasta el hartazgo un excesivo activismo en detrimento de la contemplación del Misterio? ¿O no hemos percibido un marcado pastoralismo funcionalista, pragmático y de estudio de mercado que debilita la vida sacramental y de oración como la confianza en la acción sorprendente e inesperada de la Gracia? Por este camino seguro también tropezaremos.

 

“Hermanos, el anhelo de mi corazón y mi oración a Dios en favor de ellos es que se salven. Testifico en su favor que tienen celo de Dios, pero no conforme a un pleno conocimiento. Pues desconociendo la justicia de Dios y empeñándose en establecer la suya propia, no se sometieron a la justicia de Dios. Porque el fin de la ley es Cristo, para justificación de todo creyente.” Rom 10,1-4

 

Permaneciendo en la Caridad de Dios, el Apóstol, sigue esperando la salvación de su pueblo, convencido que su actual situación es consecuencia de un proceso inconcluso de maduración en la fe. Para que la promesa engendre hijos de Dios se requiere que los hijos esperen en las promesas y esas promesas de salvación han encontrado su cumplimiento en Cristo. Sin la acción redentora del Señor Jesús, por su Encarnación y Pascua, el hombre no puede ser tocado para la justificación ni podrá alcanzarla por sí mismo. Sin fe en Jesucristo y adhesión a su Persona lo humano queda irredento o en el mejor de los casos, en un estado de santificación insuficiente.

¿Acaso la Iglesia no debe también siempre, en todo lugar y tiempo, anhelar el encuentro de la humanidad con Cristo para su salvación? Me lo pregunto en esta época en la cual, desde hace décadas, va creciendo la idea de que es posible que todas las religiones por sí mismas alcancen a Dios, una suerte de igualitarismo interreligioso en aras de una fraternidad universal pelagianista y una futura religión global de corte sincretista, donde es posible el libre diseño según la elección y mixturas que más le plazcan al consumidor. ¿Un tal intento no culminará en un estrepitoso tropiezo también?


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