DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 15

 



¿QUIÉN O QUÉ PODRÁ SEPARARNOS DEL AMOR DE DIOS?

 

Sin duda, estimadísimo Pablo, santo Apóstol de nuestro Señor Jesús, contemplaremos ahora uno de tus textos más hermosos e inspiradores, donde el Espíritu Santo te ha hecho confesar apasionadamente que nada ni nadie podrán separarnos del Amor de Dios que se ha manifestado plenamente en Cristo.

 

“Por lo demás, sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman; de aquellos que han sido llamados según su designio. Pues a los que de antemano conoció, también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera él el primogénito entre muchos hermanos; y a los que predestinó, a ésos también los justificó; a los que justificó, a ésos también los glorificó.”  Rom 8,28-30

 

El Dios que es Amor ama a todos pero no todos le aman. Comenzaría yo por aquí, pues no estamos considerando ahora el derrotero de quienes rechazan la oferta de Gracia sino de aquellos que la aceptan, llevando adelante una “vida nueva en Cristo”.

Para aquellos que le aman, Dios interviene en todo a favor de su Salvación. No significa que no intervenga a favor de todos, sino que perciben y reciben fecundamente su intervención quienes siendo amados le aman. ¡Nadie se escandalice pues! Los que no le aman igual han sido amados por Dios pero permaneciendo en la indiferencia y en una relación distante no pueden captar tantos cuidados amorosos Suyos. Los que se han dejado amar y responden amándole en cambio siempre terminan descubriendo la solicitud divina por ellos.

Y anunciándonos la omnisciencia, que solo Dios detenta, nos planteas un camino vocacional: reproducir la imagen del Hijo e ingresar junto con Él en la Gloria. De nuevo, aunque este llamado es universal, el Padre conoce de antemano en su Eternidad a quienes rechazan o aceptan esta predestinación a ser salvos en Cristo. Ya sé que muchos quisieran que Dios ejerciera un amor despótico y que nos salve por la fuerza y contra nosotros, pero esa exigencia es pueril e inmadura. ¿Cómo llamar amor a la falta de respeto por nuestra libertad? Mejor entonces nos hubiera creado sin libertad. ¿Y cómo podríamos llamar amor a una relación que no puede ser de otra manera porque está atada a una necesidad inflexible? El amor tiene siempre este riesgo, no siempre se hace efectiva la reciprocidad. Que Dios nos ame sin reservas no significa que nos aprovechemos todos de tan inmejorable oferta.

¿Quién o qué podrá separarnos del Amor de Dios? La respuesta es: nosotros. Libremente cada quien puede optar por no dejarse amar por Dios, llevando una vida que conduce a la muerte por no permanecer en el ámbito de Gracia de ese Amor. Pero a quienes aceptan la oferta salvífica que no es otra que la comunión con Dios manifestada en Jesucristo y visibilizada refulgente en su Pascua, el camino está trazado y el Señor interviene para llevarlo a buen término: elección, justificación y glorificación. Y este camino no es otro sino reproducir en nosotros la imagen de su Hijo.

 

“Ante esto ¿qué diremos? Si Dios está por nosotros ¿quién contra nosotros? El que no perdonó ni a su propio Hijo, antes bien le entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará con él graciosamente todas las cosas?  ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? Dios es quien justifica. ¿Quién condenará? ¿Acaso Cristo Jesús, el que murió; más aún el que resucitó, el que está a la diestra de Dios, y que intercede por nosotros?” Rom 8,31-34

 

Los que nos hemos dejado amar por Dios y permanecemos unidos a Él, sabemos por la fe que Dios está de nuestro lado. ¿Y con Dios a favor nuestro a quién temeremos que se ponga en contra nuestro? Si el Padre nos ha perdonado y reconciliado en la Pascua de su Hijo, toda deuda está paga y la nota de crédito abierta. ¿Acaso el Padre que ha enviado a Cristo a pagar el precio de nuestra salvación mañana se arrepentirá? ¿Y el mismo Señor Jesús se desdecirá de su gesta redentora algún día en el futuro? El Dios eterno actúa eternamente: es eterno su Amor.

Pero nosotros, que aún caminamos en el tiempo, no debemos soltarnos de la mano de este Amor a favor nuestro pues nos pondríamos en peligro. Si no perseveramos fielmente en el Amor de Dios debilitamos los lazos del rescate y nos alejamos de su intervención bondadosa por nosotros. Es comprensible entonces por qué la apostasía constituye el más grave de los pecados para un bautizado: se trata ni más ni menos del rechazo de la salvación. Y estos tiempos que corren parecen ser jornadas de una creciente y silenciosa apostasía masiva.

¿Acaso pueden ser tantos los que no han llegado a descubrir el Amor de Dios revelado en Jesucristo? ¿Tendrá alguna responsabilidad la Iglesia peregrina en su concreta configuración pastoral histórica? ¿Cómo es posible que multitud de bautizados no maduren su vida de fe y no se apropien de la Gracia recibida mediante una sólida y estable relación amorosa con Cristo? Esta realidad se alza hoy como un grito desgarrador y una tragedia eclesial que sin embargo pocos parecen ver. ¿Tan anestesiados nos hallamos? ¿Tanto han penetrado las herejías y la confusión doctrinal? ¿Tanto hemos perdido el sentido sobrenatural? ¿Tanto se ha enfriado en nosotros la verdadera caridad?

 

“¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿los peligros?, ¿la espada?, como dice la Escritura: Por tu causa somos muertos todo el día; tratados como ovejas destinadas al matadero. Pero en todo esto salimos vencedores gracias a aquel que nos amó. Pues estoy seguro de que ni la muerte ni la vida ni los ángeles ni los principados ni lo presente ni lo futuro ni las potestades ni la altura ni la profundidad ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro.” Rom 8,35-39

 

Al mismo tiempo que confieso que nada ni nadie puede separarnos del Amor de Cristo, debo advertir la profunda debilidad de nuestro vínculo con Él. Ya hemos insertado el drama de tantos que no alcanzan a descubrir la envergadura de este Amor y le desaprovechan, señalando que probablemente la comunidad eclesial no se halle exenta de grave responsabilidad en tal asunto.  Pero también es preocupante que los cristianos que habitualmente siguen participando de la vida eclesial se encuentren sometidos constantemente a los vaivenes de una fe personal inestable y frágil. Al revés de lo esperable, casi parece que cualquier evento de menor importancia podría rápidamente ponerlos en crisis de fe. ¿Dónde esa fe victoriosa y serena que sabe en esperanza que nada podrá separarnos del Amor de Cristo?

Como suelo afirmar, el gran problema de fondo en la moderna configuración de la Iglesia peregrina, es un déficit y vaciamiento de verdadera espiritualidad. Porque la espiritualidad cristiana auténtica debe ayudarnos a plasmar una concreta configuración con Cristo. San Pablo nos lo expresaba crudamente, dando testimonio personal y en nombre de aquella generación de hermanos de la Iglesia naciente: “Por tu causa somos muertos todo el día; tratados como ovejas destinadas al matadero. Pero en todo esto salimos vencedores gracias a aquel que nos amó.”

Es muy fácil separar a los cristianos del Amor de Cristo cuando el cuerpo eclesial deriva en un activismo desenfrenado –de estridente parentesco secular- y en un extenso desprecio por la contemplación humilde y silenciosa del Misterio. Es muy fácil la separación de Cristo cuando las pseudo-espiritualidades que se ofrecen son meras búsquedas de goces narcisistas e intencionalmente se excluye de ellas el sacrificio de la Cruz. Es muy fácil pues separar a los discípulos del Amor de Cristo cuando se predican falsas inclusiones absolutas donde el despreciado y cancelado, el Gran Excluido, termina siendo el Señor Crucificado y Santo en aras de una fraudulenta misericordia que convalida el pecado impenitente.

¿Cuánto vale el Amor de Dios entonces para nosotros hoy? El gran tesoro de la ascética y la mística de dos milenios, lastimosamente yace arrumbado en un costado de la casa eclesial, pues fue arrojado por la ventana y sustituido por sospechosas novedades. ¡Hermanos todos, nada ni nadie podrán separarnos del Amor de Dios manifestado en Cristo Jesús! Claro, ningún miedo le tengo a Dios. Y sin embargo temo tanto por nosotros.

 

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