LA PREDICACIÓN ES NECESARIA PARA LA SALVACIÓN
“Cerca
de ti está la palabra: en tu boca y en tu corazón, es decir, la palabra de la
fe que nosotros proclamamos.” Rom 10,8
Apóstol
Pablo, seguramente te haces eco de aquel maravilloso pasaje del Deuteronomio: “Porque estos mandamientos que yo te
prescribo hoy no son superiores a tus fuerzas, ni están fuera de tu alcance. No
están en el cielo, para que hayas de decir: «¿Quién subirá por nosotros al
cielo a buscarlos para que los oigamos y los pongamos en práctica?» Ni están al
otro lado del mar, para que hayas de decir: «¿Quién irá por nosotros al otro
lado del mar a buscarlos para que los oigamos y los pongamos en práctica?» Sino
que la palabra está bien cerca de ti, está en tu boca y en tu corazón para que
la pongas en práctica.” (Dt 30,11-14)
Y
ciertamente la Palabra de Dios, Verbo Eterno del Padre Eterno, siempre está
cerca de todo hombre. Pues por ella fue hecho cuanto existe, es su fundamento y
todo en ella recibe consistencia. Es Sabiduría que ha acampado entre nosotros.
Ilumina a todo hombre que viene a este mundo. Pidiendo disculpas, claro, por
esta “intromisión joánica”, querido San Pablo nos remites a esa Palabra de
Dios, Jesucristo Señor, que ha sido proclamada por la Iglesia misionera,
Palabra de la fe anunciada en la predicación apostólica y principio de salvación
para los creyentes.
“Porque,
si confiesas con tu boca que Jesús es Señor y crees en tu corazón que Dios le
resucitó de entre los muertos, serás salvo. Pues con el corazón se cree para conseguir
la justicia, y con la boca se confiesa para conseguir la salvación. Porque dice
la Escritura: Todo el que crea en él no será confundido. Que no hay distinción
entre judío y griego, pues uno mismo es el Señor de todos, rico para todos los
que le invocan. Pues todo el que invoque el nombre del Señor se salvará.” Rom
10,9-13
En este pasaje –sin entrar en las
discusiones y matices teológicos entre católicos y reformados, ya definidos
dogmáticamente-, se expresa una dinámica doble: creer y confesar. La salvación
se ofrece en Jesucristo en quien se debe creer, invocando pues la gracia de su
Pascua redentora, pero a quien también se debe proclamar. Pues la fe que recibe
salvación es una fe informada por el amor. No se trata solo de una cuestión
interna de la persona sino de una vida configurada en Cristo. No se trata
restrictivamente de un beneficio individual sino de la participación en la
Iglesia, en la comunión que Dios ofrece universalmente a los hombres con Él.
Catecismo
1816 “El discípulo de Cristo no debe sólo
guardar la fe y vivir de ella sino también profesarla, testimoniarla con
firmeza y difundirla: "Todos vivan preparados para confesar a Cristo
delante de los hombres y a seguirle por el camino de la cruz en medio de las
persecuciones que nunca faltan a la Iglesia". El servicio y el testimonio
de la fe son requeridos para la salvación: "Todo aquel que se declare por
mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en
los cielos; pero a quien me niegue ante los hombres, le negaré yo también ante
mi Padre que está en los cielos" (Mt 10,32 - 33).”
Pues
en definitiva quien se ha encontrado con Cristo quiere que todos le encuentren
también, que todos se sacien en este manantial de Vida Eterna y a nadie le
falte la alegre contemplación y posesión del más grande Tesoro. ¿Pues qué clase
de fe sería una fe que no se anuncia y comparte? Una fe muerta a la cual le
falta el amor. Pues verdaderamente no hay mayor Caridad que proclamar nuestra
fe en Cristo y anunciarlo como único Salvador y procurar que todos se unan a
Él.
“Pero
¿cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Cómo creerán en aquel a quien
no han oído? ¿Cómo oirán sin que se les predique? Y ¿cómo predicarán si no son
enviados? Como dice la Escritura: ¡Cuán hermosos los pies de los que anuncian
el bien!” Rom 10,14-15
Evidentemente
el ministerio de la predicación es necesario para la salvación. ¿Cómo puede
alguien llegar a la fe en el Señor Jesús y por Él a la fe en el Dios Uno y Trino, si nadie lo señala, lo
propone, lo muestra y educa en la doctrina revelada procurando introducir a su
interlocutor en tan luminosa comunión de Vida y Amor que se nos dona? De hecho
sería una gran falta de amor y un pecado contra la fe dejar intencionalmente sin
evangelizar a cuanto humano se nos cruce en nuestro camino. Es fácil “vender y
publicitar” a un Dios que quiere la salvación de todos pero. lo verdaderamente
urgente y crucial. es ayudar a tender los puentes que faciliten a todos encontrarse
con el Señor.
“Y
¿cómo predicarán si no son enviados?” Pues siguiendo el mandato del Señor a los
Apóstoles cuando la Ascensión, nunca ha dejado la Iglesia de enviar misioneros
y predicadores al mundo entero, ya que nunca ha dejado el Espíritu Santo de
suscitarlos. ¿Nunca ha dejado la Iglesia de enviarnos a la predicación del
Evangelio? Bueno, quizás nuestros días nos amarguen un tanto y quedemos
perplejos.
Porque
lamentablemente a veces hemos escuchado a alguna eminencia ilustrísima advertir
preventivamente y comunicar con
algarabía que nos reuníamos “sin ánimo de convertir a nadie”. Como si predicar
la fe fuese una violencia o un acto temerario e invasivo. ¿Y para qué nos
convocaron: solo para encontrarnos entre nosotros? A veces me parece que crece
vertiginosamente una pseudo-iglesia paralela y sustituta, de diseño mundano y
globalista; una fraternidad sin Jesucristo en medio, como fundamento y a la vez
fin trascendente. La verticalidad de lo Divino es censurada. Una horizontalidad
diluida y sincretista parece ser requerida por la agenda –currículum no tan
oculto- para que la fe no quite a nadie de su zona de confort.
En
esta nueva eclesialidad tan disruptiva con la Tradición, la misión y
predicación del Evangelio se van abandonando, diría casi que desaconsejando.
¿La misión es proselitismo? ¿La predicación de la única fe verdadera que nos da
acceso a la salvación es un discurso de odio?
Claramente sí para la mentalidad del mundo que quiere erigirse hacia el
futuro próximo. ¿Y para muchos cristianos, incluso pastores encumbrados,
también? ¿Habremos perdido la fe? ¿Ustedes no se dieron cuenta lo mucho que
hablamos de nosotros mismos y de la necesidad de adecuarnos al mundo y al
espíritu de nuestra época y lo ausente que se encuentra Jesucristo en la vida
eclesial actual? ¿La nueva evangelización ha dado paso a la resignada o
fervorosa mundanización?
“Pero
no todos obedecieron a la Buena Nueva. Porque Isaías dice: ¡Señor!, ¿quién ha
creído a nuestra predicación? Por tanto, la fe viene de la predicación, y la
predicación, por la Palabra de Cristo. Y pregunto yo: ¿Es que no han oído?
¡Cierto que sí! Por toda la tierra se ha difundido su voz y hasta los confines
de la tierra sus palabras.” Rom 10,16-18
Queridísimo
San Pablo, en los tiempos apostólicos tú mismo y tus hermanos, han caminado los
senderos del mundo entero proclamando la fe en Jesucristo. Y verdaderamente
podía tu generación excusarse de responsabilidad: si no han creído es porque no
quisieron y no porque no se les haya predicado el Evangelio. ¿Qué dirías tú, el
prisionero de Cristo encadenado al Espíritu, de nuestra generación cristiana al
comienzo del tercer milenio? Porque hoy sí, multitudes podrían excusarse: no
hemos creído por que la Iglesia peregrina no nos ha predicado y no nos ha
llamado a la conversión. ¿Acaso conocerán el Amor de Jesucristo una porción
importante de católicos que ya no anuncia su fe en Él o que lo hace solo
tímidamente y disculpándose por su atrevimiento? ¿Se han convencido de que son
culpables de disturbar injustamente el status quo de una resurgida polis
neo-paganizante? ¿Cómo creerán y se salvarán si nadie les predica? Yo me
resisto a dejar que se apague la Palabra de Cristo en mi predicación. Resístete
tú también. No nos faltará el Espíritu de Dios.
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