DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 18




LA PREDICACIÓN ES NECESARIA PARA LA SALVACIÓN

 

“Cerca de ti está la palabra: en tu boca y en tu corazón, es decir, la palabra de la fe que nosotros proclamamos.”  Rom 10,8

 

Apóstol Pablo, seguramente te haces eco de aquel maravilloso pasaje del Deuteronomio: “Porque estos mandamientos que yo te prescribo hoy no son superiores a tus fuerzas, ni están fuera de tu alcance. No están en el cielo, para que hayas de decir: «¿Quién subirá por nosotros al cielo a buscarlos para que los oigamos y los pongamos en práctica?» Ni están al otro lado del mar, para que hayas de decir: «¿Quién irá por nosotros al otro lado del mar a buscarlos para que los oigamos y los pongamos en práctica?» Sino que la palabra está bien cerca de ti, está en tu boca y en tu corazón para que la pongas en práctica.” (Dt 30,11-14)

Y ciertamente la Palabra de Dios, Verbo Eterno del Padre Eterno, siempre está cerca de todo hombre. Pues por ella fue hecho cuanto existe, es su fundamento y todo en ella recibe consistencia. Es Sabiduría que ha acampado entre nosotros. Ilumina a todo hombre que viene a este mundo. Pidiendo disculpas, claro, por esta “intromisión joánica”, querido San Pablo nos remites a esa Palabra de Dios, Jesucristo Señor, que ha sido proclamada por la Iglesia misionera, Palabra de la fe anunciada en la predicación apostólica y principio de salvación para los creyentes.

 

“Porque, si confiesas con tu boca que Jesús es Señor y crees en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo. Pues con el corazón se cree para conseguir la justicia, y con la boca se confiesa para conseguir la salvación. Porque dice la Escritura: Todo el que crea en él no será confundido. Que no hay distinción entre judío y griego, pues uno mismo es el Señor de todos, rico para todos los que le invocan. Pues todo el que invoque el nombre del Señor se salvará.” Rom 10,9-13

 

En este pasaje –sin entrar en las discusiones y matices teológicos entre católicos y reformados, ya definidos dogmáticamente-, se expresa una dinámica doble: creer y confesar. La salvación se ofrece en Jesucristo en quien se debe creer, invocando pues la gracia de su Pascua redentora, pero a quien también se debe proclamar. Pues la fe que recibe salvación es una fe informada por el amor. No se trata solo de una cuestión interna de la persona sino de una vida configurada en Cristo. No se trata restrictivamente de un beneficio individual sino de la participación en la Iglesia, en la comunión que Dios ofrece universalmente a los hombres con Él.

 

 Catecismo 1816 “El discípulo de Cristo no debe sólo guardar la fe y vivir de ella sino también profesarla, testimoniarla con firmeza y difundirla: "Todos vivan preparados para confesar a Cristo delante de los hombres y a seguirle por el camino de la cruz en medio de las persecuciones que nunca faltan a la Iglesia". El servicio y el testimonio de la fe son requeridos para la salvación: "Todo aquel que se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos; pero a quien me niegue ante los hombres, le negaré yo también ante mi Padre que está en los cielos" (Mt 10,32 - 33).”

 

Pues en definitiva quien se ha encontrado con Cristo quiere que todos le encuentren también, que todos se sacien en este manantial de Vida Eterna y a nadie le falte la alegre contemplación y posesión del más grande Tesoro. ¿Pues qué clase de fe sería una fe que no se anuncia y comparte? Una fe muerta a la cual le falta el amor. Pues verdaderamente no hay mayor Caridad que proclamar nuestra fe en Cristo y anunciarlo como único Salvador y procurar que todos se unan a Él.

 

“Pero ¿cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Cómo creerán en aquel a quien no han oído? ¿Cómo oirán sin que se les predique? Y ¿cómo predicarán si no son enviados? Como dice la Escritura: ¡Cuán hermosos los pies de los que anuncian el bien!”  Rom 10,14-15

 

Evidentemente el ministerio de la predicación es necesario para la salvación. ¿Cómo puede alguien llegar a la fe en el Señor Jesús y por Él a la fe en  el Dios Uno y Trino, si nadie lo señala, lo propone, lo muestra y educa en la doctrina revelada procurando introducir a su interlocutor en tan luminosa comunión de Vida y Amor que se nos dona? De hecho sería una gran falta de amor y un pecado contra la fe dejar intencionalmente sin evangelizar a cuanto humano se nos cruce en nuestro camino. Es fácil “vender y publicitar” a un Dios que quiere la salvación de todos pero. lo verdaderamente urgente y crucial. es ayudar a tender los puentes que faciliten a todos encontrarse con el Señor.

“Y ¿cómo predicarán si no son enviados?” Pues siguiendo el mandato del Señor a los Apóstoles cuando la Ascensión, nunca ha dejado la Iglesia de enviar misioneros y predicadores al mundo entero, ya que nunca ha dejado el Espíritu Santo de suscitarlos. ¿Nunca ha dejado la Iglesia de enviarnos a la predicación del Evangelio? Bueno, quizás nuestros días nos amarguen un tanto y quedemos perplejos.

Porque lamentablemente a veces hemos escuchado a alguna eminencia ilustrísima advertir preventivamente  y comunicar con algarabía que nos reuníamos “sin ánimo de convertir a nadie”. Como si predicar la fe fuese una violencia o un acto temerario e invasivo. ¿Y para qué nos convocaron: solo para encontrarnos entre nosotros? A veces me parece que crece vertiginosamente una pseudo-iglesia paralela y sustituta, de diseño mundano y globalista; una fraternidad sin Jesucristo en medio, como fundamento y a la vez fin trascendente. La verticalidad de lo Divino es censurada. Una horizontalidad diluida y sincretista parece ser requerida por la agenda –currículum no tan oculto- para que la fe no quite a nadie de su zona de confort.

En esta nueva eclesialidad tan disruptiva con la Tradición, la misión y predicación del Evangelio se van abandonando, diría casi que desaconsejando. ¿La misión es proselitismo? ¿La predicación de la única fe verdadera que nos da acceso a la salvación es un discurso de odio?  Claramente sí para la mentalidad del mundo que quiere erigirse hacia el futuro próximo. ¿Y para muchos cristianos, incluso pastores encumbrados, también? ¿Habremos perdido la fe? ¿Ustedes no se dieron cuenta lo mucho que hablamos de nosotros mismos y de la necesidad de adecuarnos al mundo y al espíritu de nuestra época y lo ausente que se encuentra Jesucristo en la vida eclesial actual? ¿La nueva evangelización ha dado paso a la resignada o fervorosa mundanización?

 

“Pero no todos obedecieron a la Buena Nueva. Porque Isaías dice: ¡Señor!, ¿quién ha creído a nuestra predicación? Por tanto, la fe viene de la predicación, y la predicación, por la Palabra de Cristo. Y pregunto yo: ¿Es que no han oído? ¡Cierto que sí! Por toda la tierra se ha difundido su voz y hasta los confines de la tierra sus palabras.” Rom   10,16-18

 

Queridísimo San Pablo, en los tiempos apostólicos tú mismo y tus hermanos, han caminado los senderos del mundo entero proclamando la fe en Jesucristo. Y verdaderamente podía tu generación excusarse de responsabilidad: si no han creído es porque no quisieron y no porque no se les haya predicado el Evangelio. ¿Qué dirías tú, el prisionero de Cristo encadenado al Espíritu, de nuestra generación cristiana al comienzo del tercer milenio? Porque hoy sí, multitudes podrían excusarse: no hemos creído por que la Iglesia peregrina no nos ha predicado y no nos ha llamado a la conversión. ¿Acaso conocerán el Amor de Jesucristo una porción importante de católicos que ya no anuncia su fe en Él o que lo hace solo tímidamente y disculpándose por su atrevimiento? ¿Se han convencido de que son culpables de disturbar injustamente el status quo de una resurgida polis neo-paganizante? ¿Cómo creerán y se salvarán si nadie les predica? Yo me resisto a dejar que se apague la Palabra de Cristo en mi predicación. Resístete tú también. No nos faltará el Espíritu de Dios.


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