Escritos espirituales y florecillas de oración personal. Contemplaciones teologales tanto bíblicas como sobre la actualidad eclesial.
DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 44
LA
PURIFICACIÓN INTERNA DE LA IGLESIA (III)
“Y
cuando tienen pleitos de este género ¡toman como jueces a los que la Iglesia
tiene en nada! Para su vergüenza lo digo. ¿No hay entre ustedes algún sabio que
pueda juzgar entre los hermanos? Sino que van a pleitear hermano contra
hermano, ¡y eso, ante infieles!” 1 Cor
6,4-6
A
nuestro tiempo eclesial le viene bien recordar que las disputas entre hermanos
se superan madurando el ejercicio de la caridad; que supone ser menos sensibles
a las ofensas mediante una crecida humildad y capacidad de ofrecimiento en
unión al Crucificado, como también por una concreta agilidad para la
reconciliación, sin quedarnos en el enojo, sabiendo rápidamente perdonar y
pedir perdón.
Pero
en el hoy de la Iglesia peregrina la dificultad es sobre todo acerca del
juicio. Expresiones como “no juzgar” o “el Juicio es de Dios” parecen ser mal
interpretadas lesionando la justicia y la verdad. Si el Juicio es de Dios se
supone que ha comunicado lo que espera de nosotros. Nadie puede ser sentenciado
justamente sino existe una ley explicitada a la cual sabe debe responder. No
somos responsables frente a lo que ignoramos pero claramente lo somos si
conocemos las normas. ¿Recuerdan que todo este tema gira en torno a las “normas
de conducta en Cristo”?
Nuestros
días ven crecer un masivo relativismo y por tanto una fuerte dificultad para
aceptar que existen verdades, principios y normas absolutas y universales. Si
cada quien es y debe ser como se autopercibe, cada quien es la ley para sí
mismo. Es el colmo del individualismo. La pretensión de que la realidad es como
yo la concibo y que nadie tiene derecho a contradecirme supone al fin el
absurdo de la incomunicación y la imposibilidad de establecer vínculos. Estamos
sembrando el terreno de una multitud de monólogos autoreferenciales que impiden
el diálogo y la comunión.
En
cambio el Apóstol a los Corintios les recuerda que hay “normas en Cristo”, es
decir que Dios ha comunicado la Verdad y que hay ley natural, ley evangélica,
enseñanza, mandatos, preceptos… Todo ello viene de Dios y Dios nos va a juzgar
según esos parámetros. Y quisiera San Pablo que la comunidad creciera en caridad
para ayudarse mutuamente a vivir según Dios. Como también anhela que entre
ellos haya hermanos sabios que ayuden a discernir la Justicia de Dios que en el
fondo es Santidad y Misericordia indisolublemente unidas.
Escuchemos
algunas “normas en Cristo” que expone San Pablo, aunque a nuestros oídos
contemporáneos quizás le produzcan cierta irritación:
“¿No
saben acaso que los injustos no heredarán el Reino de Dios? ¡No se engañén! Ni
los impuros, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los
homosexuales, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los
ultrajadores, ni los rapaces heredarán el Reino de Dios. Y tales fueron algunos
de ustedes. Pero han sido lavados, han sido santificados, han sido justificados
en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios.” 1 Cor
6,9-11
Ni
pienso detenerme un instante en las novedosas exégesis engañosas que intentan
ver en estas listas de pecados un sesgo cultural que ya no es lícito dar por
válido contemporáneamente. Podemos discutir matices que hagan más comprensibles
los ejemplos aludidos en la mentalidad del siglo I, del Nuevo testamento y de
San Pablo en particular. Pero es indiscutible que el sentido literal es bastante
claro para todo hombre en todo tiempo. Como es insoslayable el hecho que a la
luz de la fe nos encontramos frente a la Palabra de Dios. Al carácter
divinamente inspirado corresponde pues la humilde y obediente adhesión de la
fe.
Vale
la pena mas bien detenernos en tres rasgos centrales:
a) “No
se engañen”. Con lo cual vemos que ya desde el comienzo la autojustificación y
la tentación de convalidar el pecado están presentes en la comunidad cristiana.
Y lo siguen estando porque es propio de nuestra naturaleza herida inclinarnos y
curvarnos sobre nosotros mismos.
b)
“Tales fueron algunos de ustedes”. San
Pablo no se muestra prejuicioso, escandalizado o inflexible considerando el
pasado pecador de sus hermanos. De hecho el Apóstol y cada uno de nosotros
partimos desde el pecado en nuestra historia personal y en la memoria a veces
siguen pesando sus huellas. Pero lo importante es que el pecado “está en el
pasado”. “Antes fueron así pero ahora ya no lo son”.
c) “Pero
han sido lavados, han sido santificados, han sido justificados en el nombre del
Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios.” Aquí está la clave: ya son
nuevos. No son aquellos del pasado sino éstos del presente, tras su encuentro
con Cristo y la acción del Espíritu que nos regenera. Se han convertido, han
hecho penitencia, han roto con el pecado y se han adherido a las “normas de
vida nueva de Cristo Señor”. Han sido rescatados del pecado, transformados por
la Gracia y todo ha cambiado. Sería terrible volver atrás.
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