DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 47

 




LA SEXUALIDAD EN CLAVE CRISTIANA (III)

 

Estimadísimo Apóstol de Dios, habíamos avisado  a nuestros lectores que además de la vocación matrimonial nos mostrarías el sentido cristiano de la virginidad o castidad. Pero antes de introducir sabios consejos a quienes están solteros aún, de pronto introduces una exhortación sorpresiva.

 

“Por lo demás, que cada cual viva conforme le ha asignado el Señor, cada cual como le ha llamado Dios. Es lo que ordeno en todas las Iglesias. ¿Que fue uno llamado siendo circunciso? No rehaga su prepucio. ¿Que fue llamado siendo incircunciso? No se circuncide. La circuncisión es nada, y nada la incircuncisión; lo que importa es el cumplimiento de los mandamientos de Dios. Que permanezca cada cual tal como le halló la llamada de Dios.” 1 Cor 7,17-20

 

En verdad me veo inclinado a posponer estos textos hacia el final, tras tratar el tema de la virginidad, pues allí como conclusión me resultan más didácticos. Pero San Pablo ha querido en su lógica argumentativa insertarlos aquí, como núcleo y puente que conecta con ambas temáticas. Respetaré pues la linealidad textual como lo hago al comentar el corpus de las epístolas según el orden clásico de presentación de las ediciones y no según criterios de cronología en la composición.

Surge ahora el interrogante: ¿por qué?, ¿por qué cada quien debe mantenerse en el status en el que lo halló la llamada a ser de Cristo? Pues es ésta la exhortación que se repite: “Que permanezca cada cual tal como le halló la llamada de Dios.” ¿Y esto debe aplicarse también al status de casado o soltero que por tanto no debería alterarse? Resulta al menos extraña esta aplicación.

La frase introductoria quizás arroje algo de luz: “Por lo demás, que cada cual viva conforme le ha asignado el Señor, cada cual como le ha llamado Dios.” Aquí todos podríamos conceder que Dios nos hace un llamado, por ejemplo ya que venimos tratando de ello, a la vida matrimonial o en virginidad, y que aceptar ese proyecto será sin duda lo mejor para nosotros. En el caso del casado –salvo aquella rara excepción estudiada- no habría más que permanecer en su estado. En cambio el soltero tendría por delante un discernimiento por realizar. Ya veremos más adelante que San Pablo no pretende imponer la virginidad a quien fue llamado en estado de soltería. Para todos los casos resalta sin duda la afirmación: “lo que importa es el cumplimiento de los mandamientos de Dios”.

Pero insisto: ¿cómo conectar esta exhortación aparentemente disruptiva con la sexualidad en clave cristiana? Y continúa el Apóstol…

 

“¿Eras esclavo cuando fuiste llamado? No te preocupes. Y aunque puedas hacerte libre, aprovecha más bien tu condición de esclavo. Pues el que recibió la llamada del Señor siendo esclavo, es un liberto del Señor; igualmente, el que era libre cuando recibió la llamada, es un esclavo de Cristo. ¡Han sido bien comprados! No se hagan esclavos de los hombres. Hermanos, permanezca cada cual ante Dios en el estado en que fue llamado.” 1 Cor 7,21-24

 

Encima nos traes una ejemplificación compleja. ¿Acaso estás justificando la esclavitud? No, estás afirmando que quien se ha encontrado con Cristo ha sido liberado para el Señor y desde esta nueva condición y vida resucitada debe reinterpretar su concreta situación, transformándola por la Gracia en oportunidad. Y a quien fue hallado libre se le amonesta a considerar que ahora es esclavo, es decir alguien que libremente y por amor se ata a su Señor. Resuena una clásica aseveración paulina: “¡Han sido bien comprados!”. No se debe pues juzgar el presente de cada uno y el camino por delante en términos humanos sino desde otra óptica: esa otra óptica es el llamado que Dios nos ha hecho en Cristo, su Hijo.

Mas todavía persiste la duda acerca de cuál es el fundamento último de esta exhortación a permanecer en el estado en el que hemos sido llamados. Me permito trastocar un poco el orden lineal y adelantar estos versículos que son la clave de toda la cuestión:

 

“Les digo, pues, hermanos: El tiempo es corto. Por tanto, los que tienen mujer, vivan como si no la tuviesen.  Los que lloran, como si no llorasen. Los que están alegres, como si no lo estuviesen. Los que compran, como si no poseyesen. Los que disfrutan del mundo, como si no disfrutasen. Porque la apariencia de este mundo pasa.”  1 Cor 7,29-31

 

Confieso que nos topamos con una de mis expresiones preferidas en San Pablo, que no me canso de repetir una y otra vez: “la apariencia de este mundo pasa”. Pues comprendemos que el núcleo de la exhortación tiene carácter escatológico. El tiempo es corto y el Señor ya viene. Por tanto no te preocupes tanto de si eres circunciso o incircunciso,  esclavo o libre, casado o soltero, entristecido o alegre, negociante, propietario o lo que fueses al presente. Todo es efímero, pasa, ya está pasando y el Señor viene. Concéntrate pues en vivir para quien te ha llamado, Jesucristo, que está llegando.

Alguno podría objetar que este tipo de prioridad corre el riesgo de descomprometernos con la historia y con nuestras obligaciones en el tiempo. Ya veremos como resuelve esto el Apóstol en la carta a los de Tesalónica más adelante (aunque históricamente es de las primeras dificultades que deberá resolver).

Otro podría relativizar el principio escatológico aduciendo que en su inicio la primitiva generación cristiana esperaba una inminente Parusía y por eso el carácter urgente de permanecer en el estado en que fue llamado. Y es verdad que la Iglesia fue descubriendo con el paso del tiempo que la inminencia de la Parusía no debía ser interpretada en términos de cronología histórica.

Por eso la exhortación paulina no pierde vigencia: el Señor está viniendo y como Él mismo afirmó nadie sabe el día ni la hora. No necesariamente debemos mirar hacia el final de los tiempos históricos en sentido universal. En lo particular, en el hoy de nuestra vida el Señor está llegando. Es inminente siempre el encuentro con Él, sorpresivo e inesperado y reclama vigilancia y una especial concentración en lo verdaderamente importante: vivir para el Señor que llega a nosotros.

Cerrando este periplo diría, adelantando lo que surgirá al tocar el tema de la virginidad: también el ejercicio de la sexualidad matrimonial es parte de la apariencia de este mundo que pasa mientras la castidad parece señalar proféticamente hacia lo que será eterno.


DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 46

 




LA SEXUALIDAD EN CLAVE CRISTIANA (II)

 

Estimado Pablo, Apóstol del Señor, tras un comienzo en tono restrictivo sobre el tema de la sexualidad, corrigiendo errores y conductas inmorales para quien ha abrazado a Cristo, ahora puedes abundar en una valoración positiva de la misma en torno a dos grandes elecciones de vida: el matrimonio y la soltería (la cual supone la continencia por la virginidad o castidad).

 

“En cuanto a lo que me han escrito, bien le está al hombre abstenerse de mujer. No obstante, por razón de la impureza, tenga cada hombre su mujer, y cada mujer su marido. Que el marido dé a su mujer lo que debe y la mujer de igual modo a su marido. No dispone la mujer de su cuerpo, sino el marido. Igualmente, el marido no dispone de su cuerpo, sino la mujer. No se nieguen el uno al otro sino de mutuo acuerdo, por cierto tiempo, para darse a la oración; luego, vuelvan a estar juntos, para que Satanás no los tiente por su incontinencia.” 1 Cor 7,1-5

 

La expresión “en cuanto a lo que me han escrito” nos alerta que San Pablo está respondiendo a propuestas e inquietudes que le han expresado los corintios. Como no estamos aquí realizando un ejercicio exegético adelanto el presupuesto: lo más probable es que en aquella comunidad haya quienes practiquen costumbres ascéticas de abstinencia de relaciones íntimas aún dentro del matrimonio por causa de pureza para dedicarse a la vida espiritual. Esto no es de extrañar, en este período de la antigüedad tanto judíos como gentiles, en una antropología tensa entre cuerpo y alma, tendían a considerar que para dedicarse a la vida espiritual o para realizar ciertos servicios cultuales o funciones religiosas debían abstenerse de las relaciones sexuales legítimas dentro del matrimonio, algo así como un período de purificación.

La respuesta de San Pablo no podemos sino catalogarla como “realista” y “pastoralmente práctica”. No les niega esta costumbre ascética ni discute el fondo antropológico de su orientación, sino que les pide que aquella praxis no ofrezca oportunidad a la tentación y al pecado, no sea que por debilidad sobrevenga la incontinencia y la infidelidad. “No se nieguen el uno al otro sino de mutuo acuerdo, por cierto tiempo, para darse a la oración; luego, vuelvan a estar juntos, para que Satanás no los tiente…”

Además pone las bases para una vida matrimonial equilibrada y sana a través de dos principios:

a.       ninguno de los conyuges ya se pertenence a sí mismo sino que ha sido dado o consagrado al otro;

b.      la reciprocidad en la entrega mutua, no negarse al cónyuge sino permanecer ofrecido, es la clave del amor matrimonial.

Este criterio general, que supone la noción de “consagración mutua”, la cual se deduce del principio de que el cristiano no se pertenece a sí mismo sino a Cristo y que en Efesios 5 San Pablo usará como fundamentación del matrimonio anclado en la esponsalidad entre el Señor y la Iglesia, se aplica en términos de sexualidad matrimonial en estos términos:  “Que el marido dé a su mujer lo que debe y la mujer de igual modo a su marido. No dispone la mujer de su cuerpo, sino el marido. Igualmente, el marido no dispone de su cuerpo, sino la mujer.”                                                  

Coincidamos que el Apóstol, dando una resolución realista y pastoralmente práctica, no deja de proponernos una imagen sublime y profunda de la hermosa vocación al matrimonio.

 

“Lo que les digo es una concesión, no un mandato. Mi deseo sería que todos los hombres fueran como yo; mas cada cual tiene de Dios su gracia particular: unos de una manera, otros de otra. No obstante, digo a los célibes y a las viudas: Bien les está quedarse como yo. Pero si no pueden contenerse, que se casen; mejor es casarse que abrasarse. En cuanto a los casados, les ordeno, no yo sino el Señor: que la mujer no se separe del marido, mas en el caso de separarse, que no vuelva a casarse, o que se reconcilie con su marido, y que el marido no despida a su mujer.” 1 Cor 7,6-11

 

Con espíritu de honesta paternidad, San Pablo sigue desgranando la cuestión que le han presentado. Lo primero que hace es distinguir una concesión de un mandato, entonces exhibe su preferencia personal por la castidad. Esta temática la desarrollará prontamente en su argumentación. Por ahora se limita a expresar que el estado celibatario en el que vive lo quisiera para todos pero inmediatamente reconoce que es una gracia, un don que Dios otorga solo a algunos. Por lo pronto anima a quienes quieran abrazar una vida casta, siendo solteros o viudos, a seguir adelante en tal empeño, siempre y cuando ponderen rectamente su capacidad para mantenerse en continencia y reciban dicha gracia particular de Dios.

En cuanto a los que se hallan casados les habla desde el nivel del mandato en el Señor: deben permanecer unidos. No solo se trata de afirmar la indisolubilidad matrimonial y la estabilidad del vínculo, por tanto de la negación del divorcio y la censura de una nueva unión. Sino que en este pasaje con su contexto ya mencionado, parece ser que hay en la comunidad un grupo de mujeres casadas que tienen tendencia a abstenerse de las relaciones íntimas y a separarse de sus esposos por causas ascéticas vinculadas a su modo de comprender la vida espiritual. Sobre esta costumbre vuelve San Pablo a lo que ya les ha enseñado: que es lícita esa praxis solo bajo mutuo acuerdo y por un período acotado de tiempo. El pedido al marido que no despida a su mujer resulta una fórmula de equilibrio para mostrar la reciprocidad en la responsabilidad conyugal.

Pero además el Apóstol intenta responder a una variedad de casos que le han presentado.

 

“En cuanto a los demás, digo yo, no el Señor: Si un hermano tiene una mujer no creyente y ella consiente en vivir con él, no la despida. Y si una mujer tiene un marido no creyente y él consiente en vivir con ella, no le despida. Pues el marido no creyente queda santificado por su mujer, y la mujer no creyente queda santificada por el marido creyente. De otro modo, sus hijos serían impuros, mas ahora son santos. Pero si la parte no creyente quiere separarse, que se separe, en ese caso el hermano o la hermana no están ligados: para vivir en paz les llamó el Señor. Pues ¿qué sabes tú, mujer, si salvarás a tu marido? Y ¿qué sabes tú, marido, si salvarás a tu mujer?” 1 Cor 7,12-16

 

Aquí surge una problemática típica de la primera evangelización, que sigue vigente en lugares de misión donde la fe cristiana debe ser implantada. La realidad del matrimonio natural es precedente a la del matrimonio sacramental. San Pablo reconoce que hay casados según el orden natural y las costumbres propias que viven una disparidad en cuanto a la fe. Solo uno de ellos, tras ser evangelizados, ha aceptado a Cristo y ya ha recibido el Bautismo. ¿Qué pasa si el otro cónyuge no quiere aceptar la fe cristiana, o si se opone a que la parte conversa practique la religión, o si directamente quiere romper la convivencia por no estar dispuesta a aceptar la fe a la que ha adherido el otro miembro del matrimonio natural?

El gran maestro de la fe en primer lugar apuesta positivamente a permanecer en esa unión estable y monógama entre un varón y una mujer. Solo basta que la parte no creyente acepte convivir pacíficamente y sin impedir a la parte creyente el ejercicio de la religión. Y aún más, mira con esperanza la situación, pues creyendo en el poder de la Gracia de Dios hay posibilidad que la vida cristiana del cónyuge converso se irradie sobre el otro cónyuge y sobre los hijos resultando un instrumento propicio de conversión y santificación para ellos.

Sin embargo con total realismo el Apóstol acepta que puede darse la disolución de aquel matrimonio natural a causa de la primacía de la fe. Si el otro conyuge se mantiene irreductible en la separación por no querer convivir y aceptar la conversión y bautismo del otro miembro, pues que se marche y que el neófito quede en paz, desligado de aquel vínculo y capaz de casarse posteriormente en el Señor.

Tal situación se conoce en la legislación canónica como disolución matrimonial por privilegio paulino. Obviamente el punto de partida es un matrimonio no sacramentado, la conversión y bautismo de uno de los miembros y la no aceptación de cohabitación por el otro. En beneficio de la fe se resuelve en disolución.

 

CIC can 1143 § 1. El matrimonio contraído por dos personas no bautizadas se disuelve por el privilegio paulino en favor de la fe de la parte que ha recibido el bautismo, por el mismo hecho de que ésta contraiga un nuevo matrimonio, con tal de que la parte no bautizada se separe. & 2. Se considera que la parte no bautizada se separa, si no quiere cohabitar con la parte bautizada, o cohabitar pacíficamente sin ofensa del Creador, a no ser que ésta, después de recibir el bautismo, le hubiera dado un motivo justo para separarse.

 

En los siguientes cánones (1144-1147), el código de derecho canónico establece las condiciones concretas y el modo de proceder en tales casos excepcionales.

Como vemos San Pablo aborda la sexualidad en el matrimonio bajo la clave del amor oblativo en reciprocidad, afirmando la primacía de la fe y favoreciendo que de común acuerdo busquen los cónyuges los medios que crean oportunos para el crecimiento espiritual.



DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 45

 



LA SEXUALIDAD EN CLAVE CRISTIANA (I)

 

Estimadísimo Apóstol San Pablo, maestro de la fe, nos damos cuenta que la comunidad de Corinto se hallaba en una viva efervescencia al dirigirte a ella. A veces por emergentes de índole espiritual como los dones y carismas del Espíritu –temática que tendremos por delante-, otras por conductas impropias a un discípulo de Cristo. Nos toca pues contigo abordar una dimensión tan profunda como sensible y delicada: la sexualidad.

Ya habíamos mencionado el caso del incestuoso y la exhortación a tratar con mayor rigor y menos tolerancia este pecado al interno de la comunidad. Ahora intentarás corregir desviaciones y afianzar virtudes de acuerdo a situaciones que se presentan y consultas que te hacen.

 

«Todo me es lícito»; mas no todo me conviene. «Todo me es lícito»; mas ¡no me dejaré dominar por nada! La comida para el vientre y el vientre para la comida. Mas lo uno y lo otro destruirá Dios. Pero el cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor, y el Señor para el cuerpo. Y Dios, que resucitó al Señor, nos resucitará también a nosotros mediante su poder.” 1 Cor 6,12-14

 

“Todo me es lícito” parece ser el argumento que San Pablo quiere corregir. En la comunidad hay pues quienes piensan que los cristianos tienen prerrogativa a una libertad sin restricciones. Aparecen dos conductas erróneas: una vinculada a la costumbre en la ingesta de alimentos y la otra a la costumbre del trato con prostitutas. Sin embargo el Apóstol propone estas limitaciones: “no todo me conviene” y “no me dejaré dominar por nada”.

¿Cómo concebían la libertad aquellos cristianos conversos del paganismo? ¿Habían mal entendido la libertad en Cristo predicada por Pablo? ¿Pensaban que por ser de Cristo y hallarse en una nueva condición tras su bautismo, podría haber exenciones morales en algún campo de la vida? ¿Estaban quizás influenciados por doctrinas gnósticas que dualisticamente separaban lo material de lo espiritual? ¿Interpretaban que lo material era irrelevante y que lo que hacía referencia al cuerpo era también irrelevante en sentido moral?

Como sea, San Pablo los orienta sabiamente. “No todo me conviene”. ¿Qué es pues lo que conviene a un cristiano? Evidentemente Cristo, su mente y corazón, la Ley viva, plena y santa que es Él mismo. Al cristiano le conviene vivir según las “normas de conducta en Cristo”. Además agregas “no me dejaré dominar por nada”, es decir, la libertad cristiana no es un andar suelto con todos los permisos, sino un no ceder al mal ni dejarse esclavizar por cualquier realidad que nos aparte de Cristo o que niegue o mengüe nuestra pertenencia al Señor. Para decirlo positivamente, ser libre es atarse a Cristo.

“El cuerpo es para el Señor y el Señor para el cuerpo”, supone que Dios da valor a la materia, lo cual se refuerza con el testimonio de la Resurrección. (Notemos que esta argumentación lleva implícita la confesión de la Encarnación). Pero además rompe con cualquier lectura dualista de la persona humana: también la relación con y el uso dado al cuerpo humano caen bajo valoraciones de carácter moral.

 

“¿No saben que sus cuerpos son miembros de Cristo? Y ¿había de tomar yo los miembros de Cristo para hacerlos miembros de prostituta? ¡De ningún modo! ¿O no saben que quien se une a la prostituta se hace un solo cuerpo con ella? Pues está dicho: Los dos se harán una sola carne. Mas el que se une al Señor, se hace un solo espíritu con él. ¡Huyan de la fornicación! Todo pecado que comete el hombre queda fuera de su cuerpo; mas el que fornica, peca contra su propio cuerpo. ¿O no saben que su cuerpo es santuario del Espíritu Santo, que está en ustedes y han recibido de Dios, y que no se pertenecen?  ¡Han sido bien comprados! Glorifiquen, por tanto, a Dios en su cuerpo.” 1 Cor 6,15-20

 

Realmente es intensa la fórmula “sus cuerpos son miembros de Cristo”. Es la persona entera la que participa del Cuerpo de Cristo que es la Iglesia. La persona consagrada a Cristo e incorporada al cuerpo eclesial debe  vivir su corporeidad personal en Cristo. Y no solo por esta causa es reprensible un uso desordenado del cuerpo sino porque “los dos se harán una sola carne”. Al aludir a Gn 2,24, San Pablo establece que la relación corpórea entre varon y mujer en el ejercicio de la sexualidad por mandato del Creador se hará rectamente en un vínculo perdurable y en el marco de la expresión de una inter-comunión que abarque a la persona entera.

Si la unión corpórea entre varón y mujer nos hace una sola carne, la unión con Cristo nos hace un solo espíritu con Él. Y añade el Apóstol esta otra fundamentación: el cuerpo es templo y santuario del Espíritu Santo. Por último nos recuerda que “hemos sido bien comprados”, obviamente por la Sangre derramada de Cristo en la Cruz, por su Sacrificio en rescate nuestro. Por tanto también debemos alabar y adorar a Dios con nuestro cuerpo.

Finalmente advertimos que en este pasaje San Pablo no trata directamente sobre la práctica de la prostitución o sobre la situación de la mujer prostituida. El centro de su interés es mostrar que las costumbres de algunos varones cristianos deben ser purificadas, corregidas y reordenadas a Cristo. Como siempre la clave es Cristo y también nuestra corporeidad y el ejercicio de la sexualidad no se hallan enmarcadas en la ausencia de restricciones sino en el proyecto del Padre manifestado plenamente en Cristo y animado por el Espíritu santificador.

 

DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 44

 




LA PURIFICACIÓN INTERNA DE LA IGLESIA (III)

 

 Querido Apóstol San Pablo, te inquieta que entre los Corintios existan disputas (cf. 1 Cor 6,1-8), a veces por “naderías” piensas; pero más te preocupa que intenten resolverlas recurriendo a los jueces civiles y que no puedan hacerlo internamente en la comunidad, ya por el ejercicio de la caridad fraterna, ya recurriendo a hermanos sabios que puedan discernir y ayudar a resolver.

 

“Y cuando tienen pleitos de este género ¡toman como jueces a los que la Iglesia tiene en nada! Para su vergüenza lo digo. ¿No hay entre ustedes algún sabio que pueda juzgar entre los hermanos? Sino que van a pleitear hermano contra hermano, ¡y eso, ante infieles!”  1 Cor 6,4-6

 

A nuestro tiempo eclesial le viene bien recordar que las disputas entre hermanos se superan madurando el ejercicio de la caridad; que supone ser menos sensibles a las ofensas mediante una crecida humildad y capacidad de ofrecimiento en unión al Crucificado, como también por una concreta agilidad para la reconciliación, sin quedarnos en el enojo, sabiendo rápidamente perdonar y pedir perdón.

Pero en el hoy de la Iglesia peregrina la dificultad es sobre todo acerca del juicio. Expresiones como “no juzgar” o “el Juicio es de Dios” parecen ser mal interpretadas lesionando la justicia y la verdad. Si el Juicio es de Dios se supone que ha comunicado lo que espera de nosotros. Nadie puede ser sentenciado justamente sino existe una ley explicitada a la cual sabe debe responder. No somos responsables frente a lo que ignoramos pero claramente lo somos si conocemos las normas. ¿Recuerdan que todo este tema gira en torno a las “normas de conducta en Cristo”?

Nuestros días ven crecer un masivo relativismo y por tanto una fuerte dificultad para aceptar que existen verdades, principios y normas absolutas y universales. Si cada quien es y debe ser como se autopercibe, cada quien es la ley para sí mismo. Es el colmo del individualismo. La pretensión de que la realidad es como yo la concibo y que nadie tiene derecho a contradecirme supone al fin el absurdo de la incomunicación y la imposibilidad de establecer vínculos. Estamos sembrando el terreno de una multitud de monólogos autoreferenciales que impiden el diálogo y la comunión.

En cambio el Apóstol a los Corintios les recuerda que hay “normas en Cristo”, es decir que Dios ha comunicado la Verdad y que hay ley natural, ley evangélica, enseñanza, mandatos, preceptos… Todo ello viene de Dios y Dios nos va a juzgar según esos parámetros. Y quisiera San Pablo que la comunidad creciera en caridad para ayudarse mutuamente a vivir según Dios. Como también anhela que entre ellos haya hermanos sabios que ayuden a discernir la Justicia de Dios que en el fondo es Santidad y Misericordia indisolublemente unidas.

Escuchemos algunas “normas en Cristo” que expone San Pablo, aunque a nuestros oídos contemporáneos quizás le produzcan cierta irritación:

 

“¿No saben acaso que los injustos no heredarán el Reino de Dios? ¡No se engañén! Ni los impuros, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los ultrajadores, ni los rapaces heredarán el Reino de Dios. Y tales fueron algunos de ustedes. Pero han sido lavados, han sido santificados, han sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios.” 1 Cor 6,9-11

 

Ni pienso detenerme un instante en las novedosas exégesis engañosas que intentan ver en estas listas de pecados un sesgo cultural que ya no es lícito dar por válido contemporáneamente. Podemos discutir matices que hagan más comprensibles los ejemplos aludidos en la mentalidad del siglo I, del Nuevo testamento y de San Pablo en particular. Pero es indiscutible que el sentido literal es bastante claro para todo hombre en todo tiempo. Como es insoslayable el hecho que a la luz de la fe nos encontramos frente a la Palabra de Dios. Al carácter divinamente inspirado corresponde pues la humilde y obediente adhesión de la fe.

Vale la pena mas bien detenernos en tres rasgos centrales:

a)      “No se engañen”. Con lo cual vemos que ya desde el comienzo la autojustificación y la tentación de convalidar el pecado están presentes en la comunidad cristiana. Y lo siguen estando porque es propio de nuestra naturaleza herida inclinarnos y curvarnos sobre nosotros mismos.

b)      “Tales fueron algunos de ustedes”. San Pablo no se muestra prejuicioso, escandalizado o inflexible considerando el pasado pecador de sus hermanos. De hecho el Apóstol y cada uno de nosotros partimos desde el pecado en nuestra historia personal y en la memoria a veces siguen pesando sus huellas. Pero lo importante es que el pecado “está en el pasado”. “Antes fueron así pero ahora ya no lo son”.

c)      “Pero han sido lavados, han sido santificados, han sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios.” Aquí está la clave: ya son nuevos. No son aquellos del pasado sino éstos del presente, tras su encuentro con Cristo y la acción del Espíritu que nos regenera. Se han convertido, han hecho penitencia, han roto con el pecado y se han adherido a las “normas de vida nueva de Cristo Señor”. Han sido rescatados del pecado, transformados por la Gracia y todo ha cambiado. Sería terrible volver atrás.

 

DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 53

  EXHORTACIÓN A PERSEVERAR HASTA LA META   Estimado padre y hermano, augusto San Pablo, atleta de Dios, ¡que bien nos hace tu exhortació...