LA
SEXUALIDAD EN CLAVE CRISTIANA (I)
Estimadísimo
Apóstol San Pablo, maestro de la fe, nos damos cuenta que la comunidad de
Corinto se hallaba en una viva efervescencia al dirigirte a ella. A veces por emergentes
de índole espiritual como los dones y carismas del Espíritu –temática que
tendremos por delante-, otras por conductas impropias a un discípulo de Cristo.
Nos toca pues contigo abordar una dimensión tan profunda como sensible y
delicada: la sexualidad.
Ya
habíamos mencionado el caso del incestuoso y la exhortación a tratar con mayor
rigor y menos tolerancia este pecado al interno de la comunidad. Ahora
intentarás corregir desviaciones y afianzar virtudes de acuerdo a situaciones
que se presentan y consultas que te hacen.
“«Todo
me es lícito»; mas no todo me conviene. «Todo me es lícito»; mas ¡no me dejaré
dominar por nada! La comida para el vientre y el vientre para la comida. Mas lo
uno y lo otro destruirá Dios. Pero el cuerpo no es para la fornicación, sino
para el Señor, y el Señor para el cuerpo. Y Dios, que resucitó al Señor, nos
resucitará también a nosotros mediante su poder.” 1 Cor 6,12-14
“Todo
me es lícito” parece ser el argumento que San Pablo quiere corregir. En la
comunidad hay pues quienes piensan que los cristianos tienen prerrogativa a una
libertad sin restricciones. Aparecen dos conductas erróneas: una vinculada a la
costumbre en la ingesta de alimentos y la otra a la costumbre del trato con
prostitutas. Sin embargo el Apóstol propone estas limitaciones: “no todo me
conviene” y “no me dejaré dominar por nada”.
¿Cómo
concebían la libertad aquellos cristianos conversos del paganismo? ¿Habían mal
entendido la libertad en Cristo predicada por Pablo? ¿Pensaban que por ser de
Cristo y hallarse en una nueva condición tras su bautismo, podría haber
exenciones morales en algún campo de la vida? ¿Estaban quizás influenciados por
doctrinas gnósticas que dualisticamente separaban lo material de lo espiritual?
¿Interpretaban que lo material era irrelevante y que lo que hacía referencia al
cuerpo era también irrelevante en sentido moral?
Como
sea, San Pablo los orienta sabiamente. “No todo me conviene”. ¿Qué es pues lo
que conviene a un cristiano? Evidentemente Cristo, su mente y corazón, la Ley viva,
plena y santa que es Él mismo. Al cristiano le conviene vivir según las “normas
de conducta en Cristo”. Además agregas “no me dejaré dominar por nada”, es
decir, la libertad cristiana no es un andar suelto con todos los permisos, sino
un no ceder al mal ni dejarse esclavizar por cualquier realidad que nos aparte
de Cristo o que niegue o mengüe nuestra pertenencia al Señor. Para decirlo
positivamente, ser libre es atarse a Cristo.
“El
cuerpo es para el Señor y el Señor para el cuerpo”, supone que Dios da valor a
la materia, lo cual se refuerza con el testimonio de la Resurrección. (Notemos
que esta argumentación lleva implícita la confesión de la Encarnación). Pero
además rompe con cualquier lectura dualista de la persona humana: también la
relación con y el uso dado al cuerpo humano caen bajo valoraciones de carácter
moral.
“¿No
saben que sus cuerpos son miembros de Cristo? Y ¿había de tomar yo los miembros
de Cristo para hacerlos miembros de prostituta? ¡De ningún modo! ¿O no saben
que quien se une a la prostituta se hace un solo cuerpo con ella? Pues está
dicho: Los dos se harán una sola carne. Mas el que se une al Señor, se hace un
solo espíritu con él. ¡Huyan de la fornicación! Todo pecado que comete el
hombre queda fuera de su cuerpo; mas el que fornica, peca contra su propio
cuerpo. ¿O no saben que su cuerpo es santuario del Espíritu Santo, que está en
ustedes y han recibido de Dios, y que no se pertenecen? ¡Han sido bien comprados! Glorifiquen, por
tanto, a Dios en su cuerpo.” 1 Cor 6,15-20
Realmente
es intensa la fórmula “sus cuerpos son miembros de Cristo”. Es la persona
entera la que participa del Cuerpo de Cristo que es la Iglesia. La persona
consagrada a Cristo e incorporada al cuerpo eclesial debe vivir su corporeidad personal en Cristo. Y no
solo por esta causa es reprensible un uso desordenado del cuerpo sino porque “los
dos se harán una sola carne”. Al aludir a Gn 2,24, San Pablo establece que la
relación corpórea entre varon y mujer en el ejercicio de la sexualidad por
mandato del Creador se hará rectamente en un vínculo perdurable y en el marco
de la expresión de una inter-comunión que abarque a la persona entera.
Si
la unión corpórea entre varón y mujer nos hace una sola carne, la unión con
Cristo nos hace un solo espíritu con Él. Y añade el Apóstol esta otra
fundamentación: el cuerpo es templo y santuario del Espíritu Santo. Por último nos recuerda que “hemos sido bien comprados”, obviamente por la Sangre
derramada de Cristo en la Cruz, por su Sacrificio en rescate nuestro. Por
tanto también debemos alabar y adorar a Dios con nuestro cuerpo.
Finalmente
advertimos que en este pasaje San Pablo no trata directamente sobre la práctica
de la prostitución o sobre la situación de la mujer prostituida. El centro de
su interés es mostrar que las costumbres de algunos varones cristianos deben
ser purificadas, corregidas y reordenadas a Cristo. Como siempre la clave es
Cristo y también nuestra corporeidad y el ejercicio de la sexualidad no se
hallan enmarcadas en la ausencia de restricciones sino en el proyecto del
Padre manifestado plenamente en Cristo y animado por el Espíritu santificador.

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