El Camino de la Salvación encuentra
en la Virgen María
el modelo más excelente. Ella, como nadie, ha sabido
caminar detrás del Señor Jesús y mirándola a ella nosotros aprendemos a andar
por el Camino de Dios.
El Camino
de María tiene estaciones:
1 Anunciación
2 Visitación Camino
3 Natividad
4 Presentación en el templo Misterio
del dolor
5 Perdido en el templo y de la fidelidad
6 Cruz en
el Camino
Adentrémonos en el camino que la Virgen Santa ha recorrido y que
ella –la primera y mejor de todos los discípulos y “estrella de la
evangelización”- nos ayude con su ejemplo e intercesión a profundizar el camino
de la fe.
1 Anunciación: (Lc 1,26-38)
El Camino se
pone en marcha. Dios sale al encuentro, revela el Camino de Salvación, promete su asistencia y espera ser o no acogido.
Se trata
de un típico relato bíblico de vocación-misión. Este género literario
básicamente nos presenta la irrupción de Dios y/o su mensajero; la reacción de
asombro y de estupor del personaje; el llamado de Dios a una misión-vocación
particular; la objeción y dificultades que encuentra quien es llamado; la
superación del problema por la promesa de asistencia divina, a veces con un
signo que acompaña; y finalmente la aceptación, la respuesta de fe de quien ha
sido elegido.
Presentemos esquemáticamente las fuerzas
dinámicas del texto:
DIOS VIRGEN MARÍA
kerygma respuesta
encuentro escucha
de la Palabra
Vocación libertad
Alégrate llena de gracia, el
Señor está contigo… Mira concebirás y darás a luz un hijo, a quien llamarás
Jesús. Será grande, llevará el título de Hijo del Altísimo… Resumidamente ese es el
anuncio misterioso y fundante del comienzo del camino de fe. Y la respuesta no tardará en llegar
como aceptación a ponerse en marcha: Yo
soy la esclava-servidora-sirvienta del Señor, que se cumpla en mí tu palabra.
Dios ha provocado el encuentro irrumpiendo en la vida de la Virgen Madre, y ella ha
escuchado y entrado en el diálogo: ¿Cómo
podrá ser esto…?. El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá
con su sombra… Y en ese encuentro y
esa escucha realizada desde la fe, la Virgen
María descubre que ha sido elegida y favorecida, amada y
destinada. Es la experiencia más
honda de la fe: la vocación. Y María en su libertad debe elegir si acepta esos
cimientos para toda su vida, enraizarse en la propuesta de Dios.
En esta
escena del Camino de María se nos
revela que la fe es fundante de la vida, que la fe consiste en optar por Dios y
aceptar su proyecto.
2 Visitación: (Lc 1,39-56)
Este Camino que la Virgen se ha decidido a andar es un Camino de Salvación operante. Así
podríamos contemplar esta escena evangélica desde la perspectiva misionera y no
dudar en titularlo justamente “La Misión de María”. San Lucas, colaborador en la tarea evangelizadora del Apóstol San
Pablo, es sensible a reflejar en su evangelio la experiencia y reflexión
misionera de las primeras comunidades cristianas.
La tarea
misionera podría describirse así:
a) “pasiva e implícita” = Servicio a Isabel (1,39-45.56)
b) “activa y explícita” = Magnificat; (1,46-55).
Toda la sección tiende a afirmar que en la
misión de la Iglesia
y de todo cristiano lo primero es el servicio, el anuncio explícito es segundo
y fundado en aquel.
Así la
mujer de fe movida por la caridad no se queda detenida en el misterio de su propio Hijo, sino que
atenta al detalle del anuncio del Ángel se pone en camino. El signo de Dios,
-tu parienta Isabel ha concebido en su vejez, y la que se consideraba estéril
está ya de seis meses…-, la ha
decidido a posponerse a sí misma por el amor: la servidora del Señor es también
la servidora de la humanidad.
La escena
es conmovedora: la Virgen
servicial es mucho más que ella misma, es portadora
de Dios; la visitada Isabel y el hijo de su vientre
-Juan, el Bautista y precursor- son los primeros en descubrir este misterio que
sobrepasa cualquier auxilio esperado: ¿Quién
soy yo para que la madre de mi Señor me visite?; el Espíritu Santo actúa en todos los personajes para que comprendan la
hondura verdadera del acontecimiento vivido e infunde en ellos el gozo y la
alegría desbordantes que provoca la Salvación que da Dios.
El bellísimo cántico del Magnificat es el momento del anuncio explícito apoyado en la
experiencia precedente. La
Virgen Madre, parada desde el punto más alto del Misterio
de la Encarnación,
mira con ojos de fe agradecida toda la historia porque el Señor ha cumplido sus
promesas y porque el Grande ha mirado la
pequeñez-humildad de su servidora y la ha elegido para hacer por medio de
ella grandes cosas.
En esta
escena el Camino de María nos muestra
que una opción de fe fundamental transforma la propia vida y es operante en el
entorno del mundo. Al aceptar el llamado de
Dios y su proyecto la Virgen Madre
por la fe, traducida en una actitud de vida servicial, puede ser descubierta
como la portadora de Dios. Y San
Lucas no puede dejar de tender un puente con su experiencia personal: la otra Madre, la Iglesia misionera en el servicio, también es portadora de Dios. Y en aquel María se quedó con ella tres meses y después
se volvió a su casa (hasta el parto) que cierra el texto, la Iglesia descubre su
misión-servicio de ayudar a dar a luz por la fe a Jesús.
3 Natividad: (Lc 2,1-20)
La
Virgen sigue en Camino para que se cumplan las promesas
mesiánicas en Belén. Ella está en las manos de Dios que conduce la historia.
Pero toda la escena del nacimiento está
construida hacia un centro de atracción al que todo confluye: el Niño recién nacido y acostado en un
pesebre. Cielo y tierra (el coro de los ángeles, los pastores y las
animales del campo), con la primacía del primer elemento, se unen en un cántico
de alabanza: Gloria a Dios en las alturas
y en la tierra paz a los hombres amados por Él. La eternidad y el tiempo en
misteriosa alianza y un abanico de creaturas celestiales y terrestres rodeando la Gloria de Dios en ese Niño.
Aquella Gloria que antaño reposaba en la montaña santa en el desierto, sobre la Tienda del Encuentro o
sobre el Templo, que se ha encarnado y hecho Niño recién parido. Y la Virgen Madre también
entorno, concentrada en el Salvador esperado –su Hijo por gracia-, y a la vez
atenta a todo ese entorno misterioso. Ella
ha cantado un pequeño cántico al Dios que la ha elegido y ahora le parece
escuchar que todo el universo entona el cántico al Hijo encarnado que ha
elegido a la humanidad entera. Contempla y calla sobre el misterio de que
su “si” pequeño halla posibilitado tanta grandeza. La fe ha crecido y madurado en ella al tomar verdadera magnitud del
misterio del Camino: y conserva y medita
todo en su corazón.
Para Lucas la irrupción del Camino, por el nacimiento del Salvador, que es Cristo Señor (2,10-12),
tiene una continuación mistérica en la
vida eclesial. Así lo insinúan los sumarios
de Hch 2,42-44; 4,32-35: allí se
describe la novedad de la vida de la Iglesia naciente. Por
debajo está aquella enseñanza del Maestro: cuando hay dos o más reunidos en su Nombre, Él está en medio de ellos. La Encarnación-Nacimiento de María está en paralelo con el Camino
que llega a su término en la concreción de su Presencia en la vida
comunitaria. El Espíritu Santo gesta
una nueva forma de encarnación, la del Jesús celeste (Lc 1,35; Hch 2,1-4). El
poder del Altísimo que ha cubierto a la Virgen Madre también ha cubierto a la Madre Iglesia en
Pentecostés. La Iglesia
que conoce Lucas es la resultante de la expansión misionera: en cada lugar
donde se predica el Evangelio se produce como un nuevo Pentecostés. El Espíritu encarna al Jesús glorioso en
medio de ellos y conduce la vida comunitaria.
Esta escena del Camino de María nos hace percibir la maduración de la fe hacia la
contemplación del Misterio del Dios Salvador. También la Iglesia
portadora de Dios lo recuesta recién
nacido sobre el suelo del mundo y en silencio guarda en su corazón el
impresionante cántico que escucha en derredor por la gracia de la fe.
Contemplemos ahora más brevemente el resto del
itinerario:
4 Presentación en el templo: (Lc 2,21-35)
El Camino a la Virgen se le torna
misteriosamente paradójico: se han juntado en
una misma profecía la alegría de un anciano cercano a la muerte porque ha
visto a la luz de todas las naciones
y como una figura anticipada de su
futura amargura en la espada que
atravesara su corazón. La fe de la Madre es desafiada: ¿cómo
juntar Gloria y sufrimiento? ¿Será también para ella su Hijo piedra de
escándalo y contradicción? Pero María guardaba todo en el corazón: era capaz de guardar el
anuncio del dolor y de la gloria (29-35).
Esta
escena del Camino de María nos revela
que la fe debe estar dispuesta a atravesar las misteriosas circunstancias y
parajes que depara el seguimiento de Jesús.
5 Perdido en el templo: (Lc 2,41-52)
Ya aparece más
evidente el dolor de descubrir que el Camino de Dios es distinto de las interpretaciones que hacemos del
proyecto de Dios que hemos acogido. El Hijo tiene que estar en los asuntos de su Padre. ¿Pero qué
significa esto? ¿Cuáles son los asuntos del Padre? La experiencia de María es propia de todo discípulo: “ser llevado”,
”dejarse llevar” por el Camino. Y como me gusta decir: los caminos de Dios no
son primeramente para ser comprendidos sino para ser caminados; seguramente
será hacia el fin del Camino cuando volvamos la mirada atrás que entenderemos
mejor la Sabiduría
de Dios que nos sobrepasa y agradeceremos habernos dejado conducir.
Esta escena del Camino de María nos trae la temática central de la voluntad de Dios
como fuerza y guía de la vida de Jesús. Y María vuelve a guardar en el corazón. La fe madurada en el Nacimiento hacia la
contemplación ahora debe seguir creciendo hacia la decisión de Getsemaní y la
acción salvífica de la Cruz. Y la Virgen Madre
casi desaparece enteramente de escena en el evangelio. Quiero contemplarla
caminado humildemente detrás de su Hijo, alumbrada por esa Luz oscura que es la
fe.
6 Cruz: (Lc 23,26-56)
El Camino fracasa, es destruido en
apariencia. Es la hora de la soledad más absoluta. María es atravesada por el dolor del que lo pierde todo según la
profecía de la espada que se le había dirigido. ¿Desaparecen las esperanzas
misteriosas guardadas en el corazón?. María
cree: no está lo que interpretó se le prometía pero sigue estando Aquel que lo
prometió. Estar ahí, permanecer como
actitud, sigue definiendo la fe de la Virgen
Madre. Ella está en la escucha atenta por el amor: ella está
para que se le revele el Misterio de Dios, para acoger ese Misterio y ayudar al
mundo a creerlo y vivir de él.
Recibir exánime en sus brazos junto al suelo
al Viviente que había depositado en el pesebre. Siempre me ha impresionado que no exista ningún relato de aparición del
Resucitado a su Madre. Es como si se dijese: su fe no lo no lo necesita porque permaneció fiel en la Cruz a Aquel que promete.
Y entonces la Madre creyente reúne a la Iglesia para que espere
como ella la fuerza que viene de lo alto
(Hch. 1,14) La reúne hacia
Pentecostés para que la Madre Iglesia
de algún modo continúe lo que ella es como tipo y modelo. La sigue reuniendo
para que la Iglesia
emprenda el Camino de la fe y de a luz a Jesucristo en el mundo.