DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 21

 




UN SOLO CUERPO EN CRISTO

 

“Pues, así como nuestro cuerpo, en su unidad, posee muchos miembros, y no desempeñan todos los miembros la misma función, así también nosotros, siendo muchos, no formamos más que un solo cuerpo en Cristo, siendo cada uno por su parte los unos miembros de los otros. Pero teniendo dones diferentes, según la gracia que nos ha sido dada, si es el don de profecía, ejerzámoslo en la medida de nuestra fe; si es el ministerio, en el ministerio; la enseñanza, enseñando; la exhortación, exhortando. El que da, con sencillez; el que preside, con solicitud; el que ejerce la misericordia, con jovialidad.” Rom 12,4-8

 

¿Qué hemos hecho nosotros hoy, estimado San Pablo, con la Iglesia que ustedes los Apóstoles nos han legado?

Porque tú –que no solo aquí utilizas la analogía del cuerpo- y los demás varones apostólicos, tenían claro el principio fundamental de la eclesiología: la Iglesia es de Cristo, se funda en Cristo y sin Cristo no hay Iglesia. ¡En Cristo! Un axioma tan simple, evidente y de sentido común. Así la Iglesia en los orígenes, bajo esta sólida y apasionada convicción –“somos la Iglesia de Cristo”- crecía y se expandía y también podía hallar cohesión y unidad.

En este pasaje nos lo enseñas y además nos exhortas. El cuerpo es uno, somos como Iglesia un cuerpo en Cristo. Y cada uno de nosotros somos miembros de Cristo por su cuerpo la Iglesia. Esto supone una conciencia doctrinal y vital: ya no nos pertenecemos a nosotros mismos pues somos de Cristo, “un pueblo de su propiedad” como canta la Liturgia con toda su resonancia bíblica. He aquí el status básico de todo cristiano, su vocación y su dignidad: somos de Cristo que nos ha llamado, elegido y reunido en su Iglesia.

Pues entonces esta pertenencia de todos a Cristo nos hace a unos miembros de los otros en un solo cuerpo. No solo es el Señor el cimiento sobre el cual se funda sino también el vínculo de ligazón –ya lo expresarás con aquella imagen de Cristo como piedra angular que traba toda la edificación-. La identificación eclesial con Cristo posibilitaba que la originalidad propia de cada hermano pudiese confluir en la convivencia comunitaria. El Señor había asignado a cada quien su función en el cuerpo y le había dotado de carismas y dones para ejercitarla en ese  mismo cuerpo. Quien profetizaba era llamado a hacerlo en Cristo –y según Cristo- para sus hermanos los otros miembros en favor de un mismo cuerpo: tal era la medida de la fe propuesta y esperada. Por tanto, “si es el ministerio, en el ministerio; la enseñanza, enseñando; la exhortación, exhortando”, es decir cada quien en el lugar asignado por Dios y fiel al don concedido, responsable de su ejercicio frente al Señor y a los hermanos. Pero además, “el que da, con sencillez; el que preside, con solicitud; el que ejerce la misericordia, con jovialidad”. La adjetivación acerca del modo de ejercitarse como miembro del cuerpo se indica como prevención de conflicto o disgregación, apuntando a sostener la cohesión eclesial en la unidad que da la Caridad que es Dios.

Así la verdad acerca de la identidad de la Iglesia se proclamaba con paz y gozo pues básicamente se trataba de una experiencia de Amor. La Iglesia era y quería ser el Pueblo nacido del Amor de Cristo manifestado en su Pascua y era el ambiente fraterno donde se podía caminar juntos, permaneciendo y creciendo en la Vida Nueva hacia la Gloria, cuando la esposa se reencontrara plena y definitivamente con su Esposo.

Hoy no dudo que estas afirmaciones sean teóricamente sostenidas pero prácticamente se han tornado arduas. ¿Qué nos ha pasado? No estoy apuntando al pecado personal con sus diversas variantes que siempre lastiman al cuerpo eclesial; sino a una situación cultural muy extendida. Pues desde hace tiempo viene llegando hasta nuestros días la Modernidad. No pretendo abordarla en tan pocas líneas pero sin duda este movimiento  sostiene la elevación del sujeto como uno de sus estandartes centrales. La primacía del individuo y sus derechos ha introducido un serio interrogante en la interacción entre la persona y la comunidad. Esta relación se ha tornado crispada y conflictiva. ¿Quién prima, instrumentaliza y limita a quién? ¿La comunidad al individuo o viceversa? Porque los sistemas de pensamiento han partido de cierta sospecha al parecer: en el naturalismo el individuo bueno es corrompido por el contacto con la sociedad y debe apartarse o mantenerla bajo vigilante distancia, en el idealismo el individuo alcanza su cumbre paradójicamente en la des-individuación y auto-conciencia en el espíritu absoluto y en el racionalismo se erige como pensamiento fundante y abarcativo de la realidad. Obviamente hago una síntesis simplista. Pero las consecuencias se leen por sus huellas en la historia.

Frente a los individuos rebeldes y remisos a ser reducidos a lo común la comunidad elabora estrategias uniformantes y totalitarias. Los individuos para resistir en su originalidad derivan en el relativismo y la anarquía. La fragmentación y el permanente conflicto de intereses parciales son propios de una cultura que no encuentra su fundamento aglutinante, ese dinamismo que haga converger a todos hacia sí y armonice la convivencia. Los procesos modernos han terminado –se los considere posmodernos o no- en un biocentrismo ecologista extremo que ve en el hombre todo el mal que sufre el mundo o en un falso endiosamiento de la subjetividad que no resiste la existencia de Dios y de un horizonte objetivo precedente. Un intento de suplantación ha surgido: el Estado en lugar de Dios y la política en vez de la Caridad. Me temo que muerto Dios, muerto el hombre. El horizontalismo revolucionario, negando el eje vertical y trascendente, nos ha sumido a todos en la ley de la selva –el hombre lobo del hombre y la supremacía del más fuerte- o en la sumisión a transitar anestesiados en un proyecto globalizado de consentida esclavitud conformista.

¿Los vientos de las doctrinas modernas han impactado de lleno en la Iglesia peregrina? Algo de ello habrá en ese tufillo cotidiano que huele a que la Iglesia es nuestra, demasiado nuestra. En ese obsesivo interés de inclinarlo todo reverencial, funcional y servilmente hacia el hombre, incluso a Dios y su Revelación. De hecho el espíritu de la época y la adaptación a la cultura vigente van erigiéndose como ley y medida para la valoración de lo auténticamente eclesial. ¿Y de dónde sino esta acentuación ideológica en la que se enciende el debate interno entre derechas e izquierdas, conservadores y progresistas? ¿De dónde este afán de democratización que tiene que ser empujado o por una autoridad absolutista –nepotista y poco colegial- o por una relativización doctrinal de los principios contenidos en el mismísimo Depósito de la Fe? También el cuerpo eclesial últimamente se manifiesta como disgregado y roto. Asombrosamente se vuelve habitual la retirada de sus miembros hacia una fe privatizada y rediseñada a medida del beneficiario. Como las estrategias de comunicación que instrumentalizando la participación de todos terminan asegurando que toda la vida eclesial quede en las manos de cada vez más pocos encumbrados. ¿Quizás también hayamos sido tentados por un fraternalismo horizontal y relativista?

Espero no haber sido inoportuno con mi digresión. Pero al dialogar con San Pablo y su analogía de la Iglesia como Cuerpo de Cristo no he podido sino querer religar a los suyos con su único Señor. ¿No debemos convertirnos y volver a Cristo? Sólo en Él podremos reconocernos verdaderamente hermanos y la originalidad de nuestras personas –con sus múltiples dones y carismas- converger en la unidad de un solo cuerpo. No hay cohesión gozosa posible que no surja de la Pascua y de Pentecostés. Al debilitar el teocentrismo eclesial, suplantándolo por un antropocentrismo moderno, lo que dejamos fuera de la Iglesia es nada más y nada menos que el Amor. ¿Con más hombre y cultura epocal a costa de menos Jesucristo y Revelación habrá más Caridad? Me temo que una Iglesia así se volvería inhospitalaria y caminaría como envuelta entre tristes sombras y angustiosas tensiones. Para mantenerse unida no le quedaría sino el recurso a una expectativa pueril y paternalista colocada sobre uno o más “iluminados fratres” y en su habilidad para hacer política. Sería la involución y el descenso de la Iglesia a una organización meramente mundanal.

 

 

DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 20

 





OFRÉZCANSE USTEDES MISMOS

COMO VÍCTIMAS VIVAS, SANTAS

Y AGRADABLES A DIOS

 

¡Qué privilegio Apóstol San Pablo, columna de la Iglesia, comentar estas expresiones tuyas tan inspiradas e inspiradoras! Con letras indelebles han quedado grabadas en la espiritualidad de la fe cristiana y esperan siempre ser marcadas a fuego en todos los corazones de los discípulos del Señor Jesús.

 

“Les exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, que ofrezcan sus cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios: tal será su culto espiritual. Y no se acomoden al mundo presente, antes bien transfórmense mediante la renovación de su mente, de forma que puedan distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto.  En virtud de la gracia que me fue dada, les digo a todos y a cada uno de ustedes: No se estimen en más de lo que conviene; tengan más bien una sobria estima según la medida de la fe que otorgó Dios a cada cual.” Rom 12,1-3

 

¡Tres consejos de oro y titanio, tan actuales por demás!

 

“Ofrezcan sus cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios: tal será su culto espiritual.” Porque el verdadero culto que agrada a Dios es el de la ofrenda de sí mismo por amor. ¿O qué otro lenguaje esperábamos que hablase Dios, el Padre, que no dudó en enviar a su propio Hijo a la muerte para rescatarnos? ¡Ese Padre que junto al Hijo nos envió también al Espíritu Santo Paráclito para que nos introdujera en la plenitud del Misterio de Cristo revelado gloriosamente en su Pascua! ¿En serio alguien espera aún que el Señor dialogue con nosotros sin referenciarnos siempre al lenguaje maduro del amor puro y santo que es el lenguaje del Sacrificio y de la Cruz?

El culto cristiano es esencialmente ofrenda a Dios y ofrenda al prójimo. El amor cristiano es centralmente seguimiento de Jesucristo y entrega voluntaria de la propia vida por amor. El “don de sí”, la sagrada inmolación para liberar del pecado, rescatar de la muerte y comunicar vida, es la acción cultual por excelencia en nuestra fe.

Podríamos afirmar que se trata de un culto “extático”. Pues un “éxtasis” propiamente es un vivir enteramente en el Amado, un estar volcado sin reserva, dado enteramente por amor. Y así el culto cristiano parte nada más ni nada menos que del misterio Trinitario de la “perijóresis” o circulación. El culto que nos religa, que expresa la Alianza con el Señor y da acceso a la Gloria, halla su origen en la inmanencia de la vida intra-trinitaria donde las divinas personas están enteramente una en la otra por una donación amorosa sin reservas. Enteramente se ofrecen y enteramente se reciben y no hay espacio alguno para volverse sobre sí sino que eternamente están una en la otra, son ellas mismas esa eterna relación subsistente en la unidad de la única naturaleza divina que es Amor.

Y estoy realizando esta consideración –que pareciera excesiva- para manifestar que el amor como “don de sí” es gozo y plenitud. Solo en la economía, en la creación tras ser trastornada por el pecado del hombre, junto a la alegría bellísima, en el “don de si” aparece el rasgo del sufrimiento y la lucha contra el mal que se opone. Así el amor que se entrega sin reservas, no solo expresa el rostro eterno del gozo y la gloria, sino que históricamente asume la faz del sacrificio en Cruz. Empero alcanza también allí su mayor epifanía al revelarse en tan gratuita y libérrima inmolación para rescatar a su creatura, el hombre. Quien no merece es salvado por los méritos de Cristo, uno de la Trinidad, enviado a manifestar y hacer totalmente transitable el camino del Amor.

En el Misterio del Hijo enviado, por su Encarnación y Pascua, la procesión económica hace presente en la historia la procesión eterna y nos llama a participar de la Filiación del Verbo. Condescendencia divina siempre actualizada en la efusión pentecostal del Paráclito. También su procesión económica hace posible que injertados en la Vid del Hijo, “estando en Cristo” diría San Pablo, podamos ser reconducidos por ascendente sendero hacia la Gloria, donde contemplaremos eternamente extáticos y jubilosos, bienaventurados en su beatificante Luz, al Amor eterno que no es sino gozo y plenitud en la ofrenda de Si sin reserva.

El culto pues cristiano animado por el Espíritu Santo no puede ser sino la comunión con Jesucristo, nuestra Pascua y nuestra vuelta al Padre. Descubrir al Amor en la ofrenda sacrificial de la Cruz, aceptar tanta excedencia y hacer del Amor nuestra vocación es en definitiva nuestro culto. Dar culto a Dios el Padre en el Espíritu Santo no es sino ser “hijos en el Hijo”, haciendo de nuestra persona y de toda nuestra vida “una víctima viva, santa y agradable”. Quien así viva como discípulo del Señor Jesús, liberado del pecado y vencedor de la muerte, atravesando las tinieblas del sufrimiento en el “valle de lágrimas” -resultado de la caída en la desobediencia-, contemplará para siempre al Amor tal como es, ofrenda santa y pura, sin reserva alguna, perfecto don de sí, tan lleno de luz, de gozo y de gloria.

Así el culto cristiano, cuya cumbre litúrgica es la Eucaristía, cierra la Santa Misa enviándonos a vivir según lo celebrado para poder acceder a la Liturgia Celeste en la Jerusalén gloriosa. Y el Apóstol conecta su primer aserto con el siguiente: “Y no se acomoden al mundo presente, antes bien transfórmense mediante la renovación de su mente, de forma que puedan distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto.”

Evidentemente hay un camino por andar, una peregrinación existencial por recorrer. No podrá hacerlo quien no palpite fuerte y ardientemente su vocación a la Gloria. Solo así no se quedará pegoteado e instalado en lo que siendo valioso no deja de ser provisorio: la historia. El “homo viator”, el hombre en camino no puede acomodarse al mundo presente que pasa sino que busca sintonizar con el Mundo Futuro que viene. Transita plenamente consciente del tiempo pero con la mirada anhelante y fija en lo Eterno. Los pies en la tierra pero el corazón en el Cielo.

El culto pues en nuestra fe cristiana tendrá aquí en la economía siempre un cariz penitencial. Dar culto a Dios es convertirse para hacer su Voluntad. Una continua renovación y transformación de nuestra mentalidad y nuestro querer para vivir según Dios y para vivir hacia Dios. Lo expresa bien la doxología acompañada por el gesto de elevación de los Dones Eucarísticos de su Cuerpo y Sangre: “Por Cristo, con Él y en Él, a ti Dios Padre omnipotente en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos. Amén.”

Aún no he logrado aceptar –lo confieso- que la Iglesia peregrina en los últimos tiempos haya perdido tan de vista el horizonte escatológico. Comprendo claro los procesos históricos y el devenir de las ideas y movimientos culturales que le han nublado su rumbo. Pero no puedo digerir el hecho de que nos haya sucedido semejante desconcierto. ¿Hacia dónde camina una Iglesia totalmente volcada a la vida en el mundo, buscando obsesivamente ajustarse al presente y al encuentro con el hombre caído al margen de la Gracia para quedarse también postrada allí con él? ¿Acaso no se da cuenta que se trata de un camino inconcluso, interrumpido y sin arribo a destino alguno? La exhortación apostólica es tan clarividente: el cristiano que se acomoda al mundo presente se olvida de quién es y hacia dónde va. Sin el horizonte trascendente del Cielo Eterno la tierra efímera de los hombres no es más que un infierno. Quien toma este atajo engañoso –ajustarse a la mentalidad mundana- puede ponerse en peligro y deslizarse definitivamente hacia los abismos oscuros de la perenne soledad del hombre sin Dios. Una comunidad de fe en este equívoco mortal no solo se auto-condenaría sino que por sobre todo se acusaría y sentenciaría a sí misma por no rescatar y dejar caída a esa humanidad a la que ha sido enviada en su Nombre. Mayor falta de Amor no es posible concebir.

Finalmente pues la amonestación paternal invita a la humildad: No se estimen en más de lo que conviene; tengan más bien una sobria estima según la medida de la fe que otorgó Dios a cada cual.” Roguemos entonces a Dios que nos conceda a todos los miembros de la Iglesia peregrina aquella fe que vive para hacer su Voluntad y que le da un culto verdadero en el Espíritu configurándonos en Cristo como víctimas ofrecidas, vivas, santas y agradables. Entonces celebraremos la Pascua del Amor y la Iglesia será sacramento de salvación, un puente que une a los hombres con Dios y los conduce a su Gloria.

 

DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 19



 SI SU REPROBACIÓN HA SIDO

LA RECONCILIACIÓN DEL MUNDO

¿QUÉ NO SERÁ SU READMISIÓN?

 

 

Estimadísimo Apóstol de Dios, uno percibe cuán honda es tu preocupación por tu pueblo, el consagrado por la primera Alianza con sus promesas. Al mismo tiempo que te anoticias que esta incredulidad le ha  abierto misteriosamente las puertas al mundo de los gentiles.

 

“Y pregunto yo: ¿Es que han tropezado para quedar caídos? ¡De ningún modo! Sino que su caída ha traído la salvación a los gentiles, para llenarlos de celos. Y, si su caída ha sido una riqueza para el mundo, y su mengua, riqueza para los gentiles ¡qué no será su plenitud!”  Rom 11,11-12

 

Tu sensibilidad introduce dos temáticas: los celos y la esperanza. El rechazo de Israel ha posibilitado a los paganos abrazar la fe en Cristo. Esta nueva situación, en la cual los judíos ya no pueden concebirse como “pueblo de elección” en términos de una exclusividad absoluta, tal vez los mueva por los celos a retornar al Mesías. Tal es San Pablo tu amor por los de tu raza que consideras esta analogía con los amoríos humanos un punto de esperanza. Pero tu expectativa se funda en mucho más: si una momentánea desgracia, una caída de Israel, ha significado una riqueza de horizonte universalista, la concreta elevación de los que no eran pueblo de Dios y su ingreso en la Alianza, cuánta gracia habrá que esperar si Israel recapacita.

 

 “Les digo, pues, a ustedes, los gentiles: Por ser yo verdaderamente apóstol de los gentiles, hago honor a mi ministerio, pero es con la esperanza de despertar celos en los de mi raza y salvar a alguno de ellos. Porque si su reprobación ha sido la reconciliación del mundo ¿qué será su readmisión sino una resurrección de entre los muertos?”  Rom 11,13-15

 

Por supuesto nos alientas el deseo de orar y trabajar por la conversión de Israel para que acepte al Mesías, Jesús de Nazaret, que es Cristo Señor.

 

Y si las primicias son santas, también la masa; y si la raíz es santa también las ramas. Que si algunas ramas fueron desgajadas, mientras tú - olivo silvestre - fuiste injertado entre ellas, hecho participe con ellas de la raíz y de la savia del olivo, no te engrías contra las ramas. Y si te engríes, sábete que no eres tú quien sostiene la raíz, sino la raíz que te sostiene. Pero dirás: Las ramas fueron desgajadas para que yo fuera injertado.  ¡Muy bien! Por su incredulidad fueron desgajadas, mientras tú, por la fe te mantienes. ¡No te engrías!; más bien, teme. Que si Dios no perdonó a las ramas naturales, no sea que tampoco a ti te perdone.”  Rom 11,16-21

 

Así comprendes el presente de la cuestión soteriológica y su futuro en tensión. A las ramas naturales que han sido desgajadas –Israel- se las invita a volver a insertarse en el olivo de Dios. A las ramas silvestres injertadas -la gentilidad- se las amonesta a la humildad, a ser agradecidas con el don de gracia recibido y a permanecer en fidelidad enraizadas en Cristo. Y a todas las ramas a reconocer que se sostienen y tienen vida por la raíz y por la savia que es Dios y que se comunica. Por tanto deben llevar una vida santa. Resuena claramente el eco de la Torah entera: “Porque Yo, tu Dios, soy Santo; tú, pueblo mío, serás santo”.

 

“Así pues, considera la bondad y la severidad de Dios: severidad con los que cayeron, bondad contigo, si es que te mantienes en la bondad; que si no, también tú serás desgajado.” Rom 11,22

 

“Considera la bondad y la severidad de Dios”. Quise apartar esta expresión tuya porque tanto bien nos hace escucharla en la actualidad eclesial. No quiero abundar ni ser tan repetitivo: enfermamos por un falso “buenismo”. El amor verdadero que es comprensivo y misericordioso no por ello deja de ser exigente para ayudarnos a crecer y madurar. El amor gratuito con el que Dios nos elige supone una tremenda responsabilidad: el peso ahora se desliza hacia nuestra respuesta. ¡Qué desgraciados seríamos si un tal amor divino no nos moviera a amar! ¿Cuántos son amados y sin embargo se pierden porque no han salido del amor propio? ¡Son amados pero no aman: qué tragedia! ¿Ni siquiera el amor ha podido transformarlos? Consideremos pues a la par, hermanos míos, la bondad y severidad de Dios.

 

“En cuanto a ellos, si no se obstinan en la incredulidad, serán injertados; que poderoso es Dios para injertarlos de nuevo. Porque si tú fuiste cortado del olivo silvestre que eras por naturaleza, para ser injertado contra tu natural en un olivo cultivado, ¡con cuánta más razón ellos, según su naturaleza, serán injertados en su propio olivo! Pues no quiero que ignoren, hermanos, este misterio, no sea que presuman de sabios: el endurecimiento parcial que sobrevino a Israel durará hasta que entre la totalidad de los gentiles,  y así, todo Israel será salvo, como dice la Escritura: Vendrá de Sión el Libertador; alejará de Jacob las impiedades.  Y esta será mi Alianza con ellos, cuando haya borrado sus pecados.” Rom 11,23-26

 

No dejas de proclamar, querido Pablo, la fidelidad de Dios que no se retracta de sus promesas. Poderoso es para volver a injertarlos en su propio olivo, es decir, para que sean agregados a la Vid verdadera que es Cristo. Su endurecimiento momentáneo ha resultado en favor del ingreso de los gentiles al redil de la Salvación. Pero llegará el día en que será restablecida en plenitud por Cristo la Alianza con el pueblo de la primaria elección.

 

“En cuanto al Evangelio, son enemigos para su bien; pero en cuanto a la elección amados en atención a sus padres. Que los dones y la vocación de Dios son irrevocables. En efecto, así ustedes fueron en otro tiempo rebeldes contra Dios, mas al presente han conseguido misericordia a causa de su rebeldía, así también, ellos al presente se han rebelado con ocasión de la misericordia otorgada a ustedes, a fin de que también ellos consigan ahora misericordia. Pues Dios encerró a todos los hombres en la rebeldía para usar con todos ellos de misericordia.” Rom 11,28-32

 

Entonces con un sobrio tono realista, consecuencia de tu experiencia misionera, puedes afirmar que algunos de tus hermanos judíos, desde el punto de vista de la propagación del Evangelio, se comportan como enemigos y adversarios que ponen obstáculos, levantan persecuciones y rechazan tanto a la Iglesia como a su Señor. Al mismo tiempo con espíritu de fe sostienes que son y siguen siendo amados por Dios en atención a sus padres. ¡Pues los dones y la vocación de Dios son irrevocables!

¿Qué nos toca pues a los cristianos? ¿Qué se espera de la Iglesia? Que permanezca fiel al don recibido y cuide de no caer para no terminar de nuevo desgajada del olivo santo que es Cristo. Que espere y colabore con la conversión de Israel. Que contemple y se maraville por la insondable Sabiduría del plan de Dios y exulte en alabanzas jubilosas. Dejamos que tú, Apóstol San Pablo, nos testimonies cómo hacerlo:

 

“¡Oh abismo de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus designios e inescrutables sus caminos! En efecto, ¿quién conoció el pensamiento de Señor? O ¿quién fue su consejero? O ¿quién le dio primero que tenga derecho a la recompensa? Porque de él, por él y para él son todas las cosas. ¡A él la gloria por los siglos! Amén.” Rom 11,33-35

 

 

LA VIRGEN MARÍA, CAMINO DE FE

 


 

El Camino de la Salvación encuentra en la Virgen María el modelo más excelente. Ella, como nadie, ha sabido caminar detrás del Señor Jesús y mirándola a ella nosotros aprendemos a andar por el Camino de Dios.

El Camino de María  tiene estaciones:

1 Anunciación

2 Visitación         Camino

3 Natividad

4 Presentación en el templo               Misterio del dolor

5 Perdido en el templo                       y de la fidelidad

6 Cruz                                              en el Camino

 

Adentrémonos en el camino que la Virgen Santa ha recorrido y que ella –la primera y mejor de todos los discípulos y “estrella de la evangelización”- nos ayude con su ejemplo e intercesión a profundizar el camino de la fe.

 

1 Anunciación: (Lc 1,26-38) 


El Camino se pone en marcha. Dios sale al encuentro, revela el Camino de Salvación, promete su asistencia y espera ser o no acogido.

Se trata de un típico relato bíblico de vocación-misión. Este género literario básicamente nos presenta la irrupción de Dios y/o su mensajero; la reacción de asombro y de estupor del personaje; el llamado de Dios a una misión-vocación particular; la objeción y dificultades que encuentra quien es llamado; la superación del problema por la promesa de asistencia divina, a veces con un signo que acompaña; y finalmente la aceptación, la respuesta de fe de quien ha sido elegido.

Presentemos esquemáticamente las fuerzas dinámicas del texto:

 

DIOS                                VIRGEN MARÍA

kerygma                          respuesta

encuentro                      escucha de la Palabra   

Vocación                       libertad

 

Alégrate llena de gracia, el Señor está contigo… Mira concebirás y darás a luz un hijo, a quien llamarás Jesús. Será grande, llevará el título de Hijo del Altísimo… Resumidamente ese es el anuncio misterioso y fundante del comienzo del camino de fe. Y la respuesta no tardará en llegar como aceptación a ponerse en marcha: Yo soy la esclava-servidora-sirvienta del Señor, que se cumpla en mí tu palabra. Dios ha provocado el encuentro irrumpiendo en la vida de la Virgen Madre, y ella ha escuchado y entrado en el diálogo: ¿Cómo podrá ser esto…?. El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra… Y en ese encuentro y esa escucha realizada desde la fe, la Virgen María descubre que ha sido elegida y favorecida, amada y destinada. Es la experiencia más honda de la fe: la vocación. Y María en su libertad debe elegir si acepta esos cimientos para toda su vida, enraizarse en la propuesta de Dios.

En esta escena del Camino de María se nos revela que la fe es fundante de la vida, que la fe consiste en optar por Dios y aceptar su proyecto.

 

2 Visitación: (Lc 1,39-56) 


Este Camino que la Virgen se ha decidido a andar es un Camino de Salvación operante. Así podríamos contemplar esta escena evangélica desde la perspectiva misionera y no dudar en titularlo justamenteLa Misión de María”. San Lucas, colaborador en la tarea evangelizadora del Apóstol San Pablo, es sensible a reflejar en su evangelio la experiencia y reflexión misionera de las primeras comunidades cristianas.

La tarea misionera  podría describirse así:

a) “pasiva e implícita” = Servicio a Isabel (1,39-45.56)

b) “activa y explícita” = Magnificat; (1,46-55).

Toda la sección tiende a afirmar que en la misión de la Iglesia y de todo cristiano lo primero es el servicio, el anuncio explícito es segundo y fundado en aquel.

Así la mujer de fe movida por la caridad no se queda detenida  en el misterio de su propio Hijo, sino que atenta al detalle del anuncio del Ángel se pone en camino. El signo de Dios, -tu parienta Isabel ha concebido en su vejez, y la que se consideraba estéril está ya de seis meses…-, la ha decidido a posponerse a sí misma por el amor: la servidora del Señor es también la servidora de la humanidad.

La escena es conmovedora: la Virgen servicial es mucho más que ella misma, es portadora de Dios; la visitada Isabel y el hijo de su vientre -Juan, el Bautista y precursor- son los primeros en descubrir este misterio que sobrepasa cualquier auxilio esperado: ¿Quién soy yo para que la madre de mi Señor me visite?; el Espíritu Santo actúa en todos los personajes para que comprendan la hondura verdadera del acontecimiento vivido e infunde en ellos el gozo y la alegría desbordantes que provoca la Salvación que da Dios.

El bellísimo cántico del Magnificat es el momento del anuncio explícito apoyado en la experiencia precedente. La Virgen Madre, parada desde el punto más alto del Misterio de la Encarnación, mira con ojos de fe agradecida toda la historia porque el Señor ha cumplido sus promesas y porque el Grande ha mirado la pequeñez-humildad de su servidora y la ha elegido para hacer por medio de ella grandes cosas.

En esta escena el Camino de María nos muestra que una opción de fe fundamental transforma la propia vida y es operante en el entorno del mundo. Al aceptar el llamado de Dios y su proyecto la Virgen Madre por la fe, traducida en una actitud de vida servicial, puede ser descubierta como la portadora de Dios. Y San Lucas no puede dejar de tender un puente con su experiencia personal: la otra Madre, la Iglesia misionera  en el servicio, también es portadora de Dios. Y en aquel María se quedó con ella tres meses y después se volvió a su casa (hasta el parto) que cierra el texto, la Iglesia descubre su misión-servicio de ayudar a dar a luz por la fe a Jesús.


3 Natividad: (Lc 2,1-20) 


La Virgen sigue en Camino para que se cumplan las promesas mesiánicas en Belén. Ella está en las manos de Dios que conduce la historia. Pero toda la escena del nacimiento está construida hacia un centro de atracción al que todo confluye: el Niño recién nacido y acostado en un pesebre. Cielo y tierra (el coro de los ángeles, los pastores y las animales del campo), con la primacía del primer elemento, se unen en un cántico de alabanza: Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres amados por Él. La eternidad y el tiempo en misteriosa alianza y un abanico de creaturas celestiales y terrestres rodeando la Gloria de Dios en ese Niño. Aquella Gloria que antaño reposaba en la montaña santa en el desierto, sobre la Tienda del Encuentro o sobre el Templo, que se ha encarnado y hecho Niño recién parido. Y la Virgen Madre también entorno, concentrada en el Salvador esperado –su Hijo por gracia-, y a la vez atenta a todo ese entorno misterioso. Ella ha cantado un pequeño cántico al Dios que la ha elegido y ahora le parece escuchar que todo el universo entona el cántico al Hijo encarnado que ha elegido a la humanidad entera. Contempla y calla sobre el misterio de que su “si” pequeño halla posibilitado tanta grandeza. La fe ha crecido y madurado en ella al tomar verdadera magnitud del misterio del Camino: y conserva y medita todo en su corazón.

Para Lucas la irrupción del Camino, por el nacimiento del Salvador, que es Cristo Señor (2,10-12), tiene una continuación mistérica en la vida eclesial. Así lo insinúan los sumarios de Hch 2,42-44; 4,32-35: allí se describe la novedad de la vida de la Iglesia naciente. Por debajo está aquella enseñanza del Maestro: cuando hay dos o más reunidos en su Nombre, Él está en medio de ellos. La Encarnación-Nacimiento de María está en paralelo con el Camino que llega a su término en la concreción de su Presencia en la vida comunitaria. El Espíritu Santo gesta una nueva forma de encarnación, la del Jesús celeste (Lc 1,35; Hch 2,1-4). El poder del Altísimo que ha cubierto a la Virgen Madre también ha cubierto a la Madre Iglesia en Pentecostés. La Iglesia que conoce Lucas es la resultante de la expansión misionera: en cada lugar donde se predica el Evangelio se produce como un nuevo Pentecostés. El Espíritu encarna al Jesús glorioso en medio de ellos y conduce la vida comunitaria.

Esta escena del Camino de María nos hace percibir la maduración de la fe hacia la contemplación del Misterio del Dios Salvador. También la Iglesia portadora de Dios lo recuesta recién nacido sobre el suelo del mundo y en silencio guarda en su corazón el impresionante cántico que escucha en derredor por la gracia de la fe.

 

Contemplemos ahora más brevemente el resto del itinerario:


4 Presentación en el templo: (Lc 2,21-35) 


El Camino a la Virgen se le torna misteriosamente paradójico: se han juntado en una misma profecía la alegría de un anciano cercano a la muerte porque ha visto a la luz de todas las naciones y como una figura anticipada de su futura amargura en la espada que atravesara su corazón. La fe de la Madre es desafiada: ¿cómo juntar Gloria y sufrimiento? ¿Será también para ella su Hijo piedra de escándalo y contradicción? Pero María guardaba todo  en el corazón: era capaz de guardar el anuncio del dolor y de la gloria (29-35).

Esta escena del Camino de María nos revela que la fe debe estar dispuesta a atravesar las misteriosas circunstancias y parajes que depara el seguimiento de Jesús.

 

5 Perdido en el templo: (Lc 2,41-52) 


Ya aparece más evidente el dolor de descubrir que el Camino de Dios es distinto de las interpretaciones que hacemos del proyecto de Dios que hemos acogido. El Hijo tiene que estar en los asuntos de su Padre. ¿Pero qué significa esto? ¿Cuáles son los asuntos del Padre? La experiencia de María es propia de todo discípulo: “ser llevado”, ”dejarse llevar” por el Camino. Y como me gusta decir: los caminos de Dios no son primeramente para ser comprendidos sino para ser caminados; seguramente será hacia el fin del Camino cuando volvamos la mirada atrás que entenderemos mejor la Sabiduría de Dios que nos sobrepasa y agradeceremos habernos dejado conducir.

Esta escena del Camino de María nos trae la temática central de la voluntad de Dios como fuerza y guía de la vida de Jesús. Y María vuelve a guardar en el corazón. La fe madurada en el Nacimiento hacia la contemplación ahora debe seguir creciendo hacia la decisión de Getsemaní y la acción salvífica de la Cruz. Y la Virgen Madre casi desaparece enteramente de escena en el evangelio. Quiero contemplarla caminado humildemente detrás de su Hijo, alumbrada por esa Luz oscura que es la fe.

 

6 Cruz: (Lc 23,26-56) 


El Camino fracasa, es destruido en apariencia. Es la hora de la soledad más absoluta. María es atravesada por el dolor del que lo pierde todo según la profecía de la espada que se le había dirigido. ¿Desaparecen las esperanzas misteriosas guardadas en el corazón?. María cree: no está lo que interpretó se le prometía pero sigue estando Aquel que lo prometió. Estar ahí, permanecer como actitud, sigue definiendo la fe de la Virgen Madre. Ella está en la escucha atenta por el amor: ella está para que se le revele el Misterio de Dios, para acoger ese Misterio y ayudar al mundo a creerlo y vivir de él.

Recibir exánime en sus brazos junto al suelo al Viviente que había depositado en el pesebre. Siempre me ha impresionado que no exista ningún relato de aparición del Resucitado a su Madre. Es como si se dijese: su fe no lo no lo necesita porque permaneció fiel en la Cruz a Aquel que promete. Y entonces la Madre creyente reúne a la Iglesia para que espere como ella la fuerza que viene de lo alto (Hch. 1,14) La reúne hacia Pentecostés para que la Madre Iglesia de algún modo continúe lo que ella es como tipo y modelo. La sigue reuniendo para que la Iglesia emprenda el Camino de la fe y de a luz a Jesucristo en el mundo.

 

DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 18




LA PREDICACIÓN ES NECESARIA PARA LA SALVACIÓN

 

“Cerca de ti está la palabra: en tu boca y en tu corazón, es decir, la palabra de la fe que nosotros proclamamos.”  Rom 10,8

 

Apóstol Pablo, seguramente te haces eco de aquel maravilloso pasaje del Deuteronomio: “Porque estos mandamientos que yo te prescribo hoy no son superiores a tus fuerzas, ni están fuera de tu alcance. No están en el cielo, para que hayas de decir: «¿Quién subirá por nosotros al cielo a buscarlos para que los oigamos y los pongamos en práctica?» Ni están al otro lado del mar, para que hayas de decir: «¿Quién irá por nosotros al otro lado del mar a buscarlos para que los oigamos y los pongamos en práctica?» Sino que la palabra está bien cerca de ti, está en tu boca y en tu corazón para que la pongas en práctica.” (Dt 30,11-14)

Y ciertamente la Palabra de Dios, Verbo Eterno del Padre Eterno, siempre está cerca de todo hombre. Pues por ella fue hecho cuanto existe, es su fundamento y todo en ella recibe consistencia. Es Sabiduría que ha acampado entre nosotros. Ilumina a todo hombre que viene a este mundo. Pidiendo disculpas, claro, por esta “intromisión joánica”, querido San Pablo nos remites a esa Palabra de Dios, Jesucristo Señor, que ha sido proclamada por la Iglesia misionera, Palabra de la fe anunciada en la predicación apostólica y principio de salvación para los creyentes.

 

“Porque, si confiesas con tu boca que Jesús es Señor y crees en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo. Pues con el corazón se cree para conseguir la justicia, y con la boca se confiesa para conseguir la salvación. Porque dice la Escritura: Todo el que crea en él no será confundido. Que no hay distinción entre judío y griego, pues uno mismo es el Señor de todos, rico para todos los que le invocan. Pues todo el que invoque el nombre del Señor se salvará.” Rom 10,9-13

 

En este pasaje –sin entrar en las discusiones y matices teológicos entre católicos y reformados, ya definidos dogmáticamente-, se expresa una dinámica doble: creer y confesar. La salvación se ofrece en Jesucristo en quien se debe creer, invocando pues la gracia de su Pascua redentora, pero a quien también se debe proclamar. Pues la fe que recibe salvación es una fe informada por el amor. No se trata solo de una cuestión interna de la persona sino de una vida configurada en Cristo. No se trata restrictivamente de un beneficio individual sino de la participación en la Iglesia, en la comunión que Dios ofrece universalmente a los hombres con Él.

 

 Catecismo 1816 “El discípulo de Cristo no debe sólo guardar la fe y vivir de ella sino también profesarla, testimoniarla con firmeza y difundirla: "Todos vivan preparados para confesar a Cristo delante de los hombres y a seguirle por el camino de la cruz en medio de las persecuciones que nunca faltan a la Iglesia". El servicio y el testimonio de la fe son requeridos para la salvación: "Todo aquel que se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos; pero a quien me niegue ante los hombres, le negaré yo también ante mi Padre que está en los cielos" (Mt 10,32 - 33).”

 

Pues en definitiva quien se ha encontrado con Cristo quiere que todos le encuentren también, que todos se sacien en este manantial de Vida Eterna y a nadie le falte la alegre contemplación y posesión del más grande Tesoro. ¿Pues qué clase de fe sería una fe que no se anuncia y comparte? Una fe muerta a la cual le falta el amor. Pues verdaderamente no hay mayor Caridad que proclamar nuestra fe en Cristo y anunciarlo como único Salvador y procurar que todos se unan a Él.

 

“Pero ¿cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Cómo creerán en aquel a quien no han oído? ¿Cómo oirán sin que se les predique? Y ¿cómo predicarán si no son enviados? Como dice la Escritura: ¡Cuán hermosos los pies de los que anuncian el bien!”  Rom 10,14-15

 

Evidentemente el ministerio de la predicación es necesario para la salvación. ¿Cómo puede alguien llegar a la fe en el Señor Jesús y por Él a la fe en  el Dios Uno y Trino, si nadie lo señala, lo propone, lo muestra y educa en la doctrina revelada procurando introducir a su interlocutor en tan luminosa comunión de Vida y Amor que se nos dona? De hecho sería una gran falta de amor y un pecado contra la fe dejar intencionalmente sin evangelizar a cuanto humano se nos cruce en nuestro camino. Es fácil “vender y publicitar” a un Dios que quiere la salvación de todos pero. lo verdaderamente urgente y crucial. es ayudar a tender los puentes que faciliten a todos encontrarse con el Señor.

“Y ¿cómo predicarán si no son enviados?” Pues siguiendo el mandato del Señor a los Apóstoles cuando la Ascensión, nunca ha dejado la Iglesia de enviar misioneros y predicadores al mundo entero, ya que nunca ha dejado el Espíritu Santo de suscitarlos. ¿Nunca ha dejado la Iglesia de enviarnos a la predicación del Evangelio? Bueno, quizás nuestros días nos amarguen un tanto y quedemos perplejos.

Porque lamentablemente a veces hemos escuchado a alguna eminencia ilustrísima advertir preventivamente  y comunicar con algarabía que nos reuníamos “sin ánimo de convertir a nadie”. Como si predicar la fe fuese una violencia o un acto temerario e invasivo. ¿Y para qué nos convocaron: solo para encontrarnos entre nosotros? A veces me parece que crece vertiginosamente una pseudo-iglesia paralela y sustituta, de diseño mundano y globalista; una fraternidad sin Jesucristo en medio, como fundamento y a la vez fin trascendente. La verticalidad de lo Divino es censurada. Una horizontalidad diluida y sincretista parece ser requerida por la agenda –currículum no tan oculto- para que la fe no quite a nadie de su zona de confort.

En esta nueva eclesialidad tan disruptiva con la Tradición, la misión y predicación del Evangelio se van abandonando, diría casi que desaconsejando. ¿La misión es proselitismo? ¿La predicación de la única fe verdadera que nos da acceso a la salvación es un discurso de odio?  Claramente sí para la mentalidad del mundo que quiere erigirse hacia el futuro próximo. ¿Y para muchos cristianos, incluso pastores encumbrados, también? ¿Habremos perdido la fe? ¿Ustedes no se dieron cuenta lo mucho que hablamos de nosotros mismos y de la necesidad de adecuarnos al mundo y al espíritu de nuestra época y lo ausente que se encuentra Jesucristo en la vida eclesial actual? ¿La nueva evangelización ha dado paso a la resignada o fervorosa mundanización?

 

“Pero no todos obedecieron a la Buena Nueva. Porque Isaías dice: ¡Señor!, ¿quién ha creído a nuestra predicación? Por tanto, la fe viene de la predicación, y la predicación, por la Palabra de Cristo. Y pregunto yo: ¿Es que no han oído? ¡Cierto que sí! Por toda la tierra se ha difundido su voz y hasta los confines de la tierra sus palabras.” Rom   10,16-18

 

Queridísimo San Pablo, en los tiempos apostólicos tú mismo y tus hermanos, han caminado los senderos del mundo entero proclamando la fe en Jesucristo. Y verdaderamente podía tu generación excusarse de responsabilidad: si no han creído es porque no quisieron y no porque no se les haya predicado el Evangelio. ¿Qué dirías tú, el prisionero de Cristo encadenado al Espíritu, de nuestra generación cristiana al comienzo del tercer milenio? Porque hoy sí, multitudes podrían excusarse: no hemos creído por que la Iglesia peregrina no nos ha predicado y no nos ha llamado a la conversión. ¿Acaso conocerán el Amor de Jesucristo una porción importante de católicos que ya no anuncia su fe en Él o que lo hace solo tímidamente y disculpándose por su atrevimiento? ¿Se han convencido de que son culpables de disturbar injustamente el status quo de una resurgida polis neo-paganizante? ¿Cómo creerán y se salvarán si nadie les predica? Yo me resisto a dejar que se apague la Palabra de Cristo en mi predicación. Resístete tú también. No nos faltará el Espíritu de Dios.


EVANGELIO DE FUEGO 18 de Junio de 2025