En mi experiencia de “explorador espiritual” he
comprendido que los manantiales, como los efluvios, son “caprichosos”, tienen
sus reglas.
Los primeros manantiales se muestran fácilmente
disponibles. Allí el agua fluye bastante cercana a la superficie, basta un poco
de excavación nomás. Si uno quiere obtener más agua debe trabajar. Perforar el
pozo, apuntalar las paredes e ir más hondo sin que se desmorone. Aquí el
trabajo es continuo: excavar, apuntalar, ganar profundidad. Quien no persevera
en la labor verá inevitablemente que el túnel por donde asciende el agua se va
obstruyendo hasta que ya no brota más que exiguamente y embarrada. Cuando un
pozo se cierra no nos queda más que volver a excavarlo. ¡Qué pérdida de tiempo
y de esfuerzo, qué oportunidad desperdiciada!
Los segundos manantiales son extremadamente juguetones,
en verdad son efluvios. Uno nunca sabe cuándo y dónde van a surgir. Sus aguas
son pujantes y como una columna repentina que emerge, ascienden hacia lo alto.
Aquí no hay trabajo sino mayor gratuidad. Lo que se requiere es estar el en
lugar y la hora oportuna. Se necesita que el explorador, ya en gran sintonía
con el palpitar de la tierra, intuya en fe, esperanza y amor el brotar del agua
adviniente. Sólo quien transita esta comunión persistente con la tierra
profunda podrá gozar de estas aguas caudalosas que ascienden.
Los terceros manantiales son difíciles de encontrar, más
bien diría que ellos nos salen al encuentro. El explorador advierte el rumor
del agua que corre pero está debajo de la tierra, en la profundidad escondida.
Haciendo un hondo silencio y oyendo podrá rastrear su origen. Entonces
encontrará un agujero en el terreno absolutamente oscuro. Allí abajo, brota un
agua exquisita y poderosa. Pero aquí arriba no hay auxilios posibles, estamos
solos, sin compañeros y sin herramientas de descenso. La única forma es saltar
dentro del pozo. ¿Hasta dónde caeremos? ¿Valdrá la pena la apuesta? O
simplemente ¿no nos moriremos en el intento? ¿Caeremos en agua o roca sólida?
Es aquí donde la mayoría de los exploradores dejan la aventura.
¿Quieres saber qué pasará si saltas? No serás defraudado.
En el fondo una vertiente de agua inigualable por su pureza y frescura mana
siempre. De hecho podrás explorar diversas galerías con sus propias fuentes.
Pero el precio a pagar es alto: estar dispuesto a perderte, entregar tu vida
considerando más valiosa esa agua que todo cuánto tienes. A grandes
ofrecimientos, grandes decisiones y grandes respuestas. A todo o nada, sin
reservas ni segundos planes. Para ganarte debes perderte. Para vivir debes
morir. Esta agua escondida es agua de renacidos.
El cuarto manantial es único y original, no hay otro como
él. No se busca y no se encuentra sino que se aparece. Aquí el agua es
definitiva y verdadera y mana eternamente. ¿Bajo qué regla? Sólo si enfrente
hay un sediento brotará el agua. Un agua inagotable para una sed inagotable.
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