Cuando pensamos en los profetas supongo que
nos vienen a la memoria los “profetas escritores”, es decir aquellos cuyos
oráculos leemos en la Biblia. Sin embargo no debemos olvidar que el fenómeno
profético es más amplio y antiguo. El profeta por excelencia es Moisés y se
deberá esperar un Profeta semejante a él pero definitivo, ya figura del Mesías
(Dt 18,18). Como tampoco debemos obviar a esos grandes profetas, más de la
acción que de la palabra: Samuel, Elías y Eliseo. Ellos comenzarán la gran
campaña de purificación del pueblo, aún no convertido plenamente al monoteísmo
yavista y todavía atraído por un politeísmo idolátrico.
La profecía en
Israel
Otro dato
inquietante tal vez para algunos. Israel toma de los pueblos circundantes
géneros literarios y vías de comunicación con lo divino. Aún en la época de los
Jueces era un pueblo politeísta: Él, Yahvéh, Astarté y Baal. Ciertamente hubo en
el exilio y pos-exilio una depuración de los textos por las redacciones deuteronomista
y sacerdotal en favor del yavismo, intentando argumentar una situación monoteísta
antigua y original. Los únicos textos exentos de retoques fueron las
colecciones proféticas –ya consideradas como textos sagrados-, que siendo claramente
yavistas, nos dejan sin embargo un impresionante testimonio acerca de ese
Israel todavía politeísta e idolátrico.
Los profetas
son concebidos como en otros pueblos: no todos son vocacionales, los hay cortesanos y profesionales. En
1) Roéh / vidente. Tienen una
percepción desde un objeto de concentración, una percepción extrasensorial
aumentada por un don de Dios (Samuel). Son más comunes en la época de los
Jueces cuando el Yavismo aún no es preponderante. Son profetas urbanos que
obtienen recompensa.
2) Hozéh / visionario.
Reciben visiones en éxtasis. Se trata de un estado alterado de conciencia que
hace más patente la libertad de lo divino y el carácter de la persona (Eliseo).
Los hallamos al comienzo de la sedentarización-monarquía. Están vinculados al
yavismo de Judá, en ese momento clan hegemónico.
3) Ish Elohim / hombre de Dios.
Jefes de escuelas proféticas (profetismo grupal); presiden las comidas, son
encargados de la providencia, convocan a la asamblea extática (Elías-Eliseo).
El contexto es de lucha entre el Yavismo y el Baalismo. El profeta es algo así
como un misionero popular yavista del Sur (Judá), propagandista contra el
mimetismo-sincretismo religioso que triunfa en el Norte (Israel). En Yahvéh se
destaca, sobre todo, su poder. Estos profetas llegan a ser líderes políticos.
4) Nabí
/ profeta. Caracterizados por la conciencia de su
vocación y de la trascendencia de su misión (Isaías, Jeremías, Ezequiel, etc).
Predican un Dios que denuncia actitudes personales y sociales contrarias a
El profeta y
el pueblo saben que existen falsos
profetas, oportunistas del poder de turno,
predicadores a conveniencia. El profeta sabe que de la Palabra de Dios
él solo recibe una fracción,
Los profetas versus los predicadores oportunistas y
a conveniencia
Pienso que
esta coexistencia de profetas falsos y verdaderos se ha mantenido a lo largo de
la historia y es vigente también hoy. Siempre hay quienes dicen lo que se
quiere escuchar. Predicadores oportunistas que se presentan de parte de Dios
para justificar las ideologías imperantes, para endulzar y sobar el lomo de los
que no quieren ser interpelados o corregidos, para convalidar las prácticas de
los poderosos de turno, para mantener el status quo dominante y para
básicamente anestesiar cualquier esfuerzo de purificación tendiente a la
santidad. Los falsos profetas buscan aprobación y popularidad personal; suelen
manejarse digamos con habilidad política para contentar a todos. Son pues
serviles a cierto relativismo que les permita diluir la verdad y sostener
contradicciones.
Los verdaderos
profetas, quienes realmente escuchan y comunican la Palabra del Señor, deberán
sufrir inexorablemente. Uno podría dirigir la mirada inmediatamente a
Jesucristo, el Justo. Pero también podríamos contemplar a los santos. Nuestra
devoción por ellos es bastante inmadura creo. Los vemos hoy en una estampita y
contamos asombrados sus acciones legendarias. ¿Pero nos damos cuenta de lo
incómodos que los santos fueron para sus contemporáneos? Eran de Dios,
¡demasiado de Dios!. Parecían locos o fanáticos, exagerados y exigentes en su
forma de vivir la fe y sobre todo su testimonio cuestionaba la forma de creer
de tantos cristianos. No la pasaron bien los santos muchas veces, no solo de
parte del mundo sino de la propia Iglesia. Podríamos ver en los santos los
verdaderos profetas que Dios nos ha regalado en la historia.
Otro dato
inquietante. ¿Es posible que en nuestra Iglesia hoy coexistan predicadores
oportunistas y a conveniencia con verdaderos profetas santos? ¿Cómo discernir y
distinguirlos? O mejor aún: ¿queremos conocer la verdad que interpela y
purifica?
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