Los profetas y su vigencia hoy (1)




¿Qué es un profeta? ¿Quién lo elige y con qué criterios? ¿Cuál es su misión? ¿Quién lo recibe y acredita? ¿Cómo se discierne su actuación?

Haremos una catequesis bíblica sobre los profetas y sobre todo nos preguntaremos cuál es la vigencia de su mensaje hoy.


La profecía en las culturas de la antigüedad

¿Qué hace propiamente un profeta? ¿Entiende a Dios e interpreta sus ocultos designios? ¿Tiene poderes sobrenaturales que proporcionan soluciones milagrosas? ¿Posee una sabiduría derivada de una experiencia mística? ¿Tiene el poder de convocar a Dios y con su plegaria interceder y desencadenar acontecimientos históricos? ¿Conoce el futuro por revelaciones divinas? ¿Cómo se comunica con Dios: en trances extáticos o con ritos más o menos mágicos?

La primera aproximación al fenómeno profético nos puede sorprender o turbar: no es original de Israel o de la Biblia, aunque claro se comprenderá y ejercerá de un modo nuevo y original. La “profecía” en sentido amplio es pues antigua en la historia humana, al menos en unos antecedentes más o menos conexos con la vida de Israel, quien convive en un marco cultural mixturado con otros pueblos. Veamos algunos ejemplos.

En Egipto los dioses no son señores de la historia y sólo organizan el plano trascendente. El faraón con sus decretos redacta la historia. Es que hay un eje que vincula los dos planos (trascendencia-historia) y ese eje pasa por el faraón. En este sentido el faraón es hijo de los dioses y su autoridad se fundamenta y emana de la autoridad divina. El faraón interpreta y traslada con su gobierno, el orden del plano trascendente al plano terrenal. Pero cuando hay desorden y caos en el plano de la historia, ¿cómo se explica?  Pues porque el faraón se desconectó, está fuera de eje. ¿Cómo reencausar las cosas? Aparecen entonces los magos y adivinos de la corte que con sus ritos y fórmulas restablecen al monarca en su equilibrio. La casta sacerdotal funciona al fin como una legitimación dinástica. Aunque rescatamos que ya tienen esa función de ayudar a interpretar y correlacionar cielo y tierra, trascendencia e historia.

En Ugarit en cambio, el rey es el custodio de un orden basado en la justicia y la solidaridad; debe cuidar por eso que los pobres y débiles sean defendidos. Cuando el rey no cumple su función se genera el desorden. Pero como la historia humana es el reflejo visible del mundo invisible-divino, los problemas de acá son efecto de los problemas de allá. Nuevamente funciona la legitimación del monarca y su exculpación. Ha pasado algo en el mundo invisible, un desorden en el nivel divino, que explica lo que pasa en la tierra y las acciones inquietantes del rey. Aparece otra vez la magia para descubrir el problema de allá y por el uso de palabras mistéricas, gestos y ritos restablecer el orden del cielo. Pero otra vez lo divino celestial y lo humano terreno están conectados y hay personajes que comprenden y actúan sobre esa conexión.

En Babilonia el destino está escrito en el cielo, en las estrellas y hay sabios que lo leen para conocer los caminos de la historia. Ni influyen ni descubren, solo comprenden el movimiento de los dioses que desean comunicarse, revelarse. La interpretación astrológica es realizada por el ministerio de los sacerdotes. Aquí aparecen conceptos más cercanos a la fe bíblica como una divinidad que tiene designios sobre la historia de los hombres y quiere revelarlos. Los dioses no pueden ser dominados por acciones o intervenciones mágicas. Los hombres pueden escuchar a los dioses que quieren comunicarles su destino por los astros, pero permanecen libres también para acoger beneficiosamente o desestimar trágicamente su mensaje.

En Mari y Hatti la concepción es bastante más cercana a Israel. Los dioses son libres y no están sometidos a las leyes de los soberanos o a la magia. Entre ellos hay un dios preponderante, principio de la ciudad-imperio llamado, SADDAY o el dios de la tormenta. Obviamente con cierto parentesco con la experiencia religiosa del Dios de los patriarcas hebreos. La única forma de encontrarlo es que él quiera comunicarse. La profecía es espontánea –digamos carismática- bajo el influjo de la divinidad que posee al mensajero; o ejercida por el orden sacerdotal mediante celebraciones rituales –o sea institucionalizada-. Suele inducirse la profecía por trance extático  a través de la música, danza, aspiración de vapores de hierbas arrojadas al fuego, laceraciones y mutilaciones corporales. La sugestión hipnótica y la alteración de conciencia produce un contacto numinoso, hace factible la manifestación divina pero no la asegura ni controla. La profecía no legitima el orden establecido.

Hemos citado estos ejemplos porque Israel ha estado siempre en contacto con estas culturas. De hecho, cuando los profetas bíblicos buscan purificar al pueblo y sacarlo de sus idolatrías, suponemos que practican ritos paganos donde se encuentran con estos personajes.


Nuestro presente no es tan distinto

En este sentido pienso hay un punto de contacto con nuestro hoy. Tras una modernidad que se erigía racionalista y descreída de cuanto no se podía explicar “científicamente”, va surgiendo nuestra época con un nuevo esoterismo. Es ya habitual la convivencia con las creencias mágicas, la apertura a las energías y su manipulación, las interpretaciones astrológicas, la preponderancia inquietante del destino, como  sabidurías y prácticas ocultas de diverso tipo. Una religiosidad difusa y divergente, de tendencia sincretista y panteísta, emerge discordante y rupturista de la imagen del mundo medible y cuantificable con exactitud por el método racional.

En nuestros días ya no es solo el ateísmo sino la religiosidad pagana el ambiente de la evangelización. ¿Y acaso este no es el humus donde brotó y actuó el movimiento profético en Israel? Es más, ¿no es un contexto similar al de la primera evangelización cristiana? Reencontrarnos con la dimensión profética de nuestra fe parece pues ineludible para evangelizar el mundo de hoy.

 

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