"Apotegmas contemplativos" (2021)
-Dime Abba Agua: ¿qué hago para vivir en el Espíritu?
-Excava tu pozo, apuntala tus
paredes y ve siempre más profundo.
Detente solo cuando el Agua que
vive dentro tuyo ascienda desbordando tu brocal.
El Agua Viva vive dentro de ti. El Agua Viva late y nos
llama desde nuestro fondo escondido. Así hemos sido creados. Somos como un pozo
y el Agua Viva quiere llenar desbordante nuestro brocal.
Esto debe
entenderse en dos niveles. En un nivel metafísico y antropológico creemos que
el ser humano es “espíritu”. La antropología bíblica, pre-filosófica, concibe
al hombre como estructuralmente creado para la comunicación con Dios. Los
Santos Padres hablaban del “capax Dei”. El ser humano está ontológicamente
abierto a Dios y lleva dentro de sí la capacidad para el encuentro con Él.
A nivel de la
Nueva Creación en Cristo y por su Pascua, la Gracia Sacramental del Bautismo ha
introducido en la naturaleza humana redimida (justificada) la presencia del
mismísimo Dios, la inhabitación Trinitaria que se apropia a la acción del
Espíritu Santo. Mientras el discípulo permanezca en la gracia santificante goza
de este don y cuando por el pecado mortal lo pierda puede recuperarlo por el
sacramento de la Reconciliación.
La experiencia
de los espirituales y místicos nos enseña que el camino de la vida interior es
una progresiva experiencia personal de esta Vida de Dios dentro nuestro; como
un anoticiarse y tomar conciencia en la dinámica de la Gracia, de este fondo
escondido donde Dios habita y nos espera para vivir en plenitud de Alianza. Así
Santa Teresa en “Las Moradas o Castillo interior” ponía la imagen de las
múltiples habitaciones por recorrer hasta introducirnos en la alcoba nupcial
del Rey. En verdad todos los místicos han intentado describir itinerarios
usando diversas imágenes. Siempre se trata de recorrer un camino hacia la meta
que podríamos decir se encuentra a la vez hacia lo alto y hacia lo profundo.
La vida de
oración se podría decir que es como una excavación del corazón. Hay que
adentrarse en la propia tierra porque en el fondo brotará el Agua Viva del
Amor. La vida espiritual por tanto supone este trabajo de excavación, este ir
hacia la profundidad. Sin embargo podríamos afirmar que hay dos dinámicas
distintas, que a su vez constituyen niveles o dimensiones.
Una le
corresponde al orante que está iniciándose en la vida interior. El orante pues
lucha por concentrarse, persevera en el tiempo dedicado a rezar, aprende a
defender ese espacio de encuentro con el Señor superando distracciones y
arideces; en fin, hace de su oración personal un empeño metódico, frecuente y
cotidiano. Sin orden y sin perseverancia no se puede crecer. He visto a muchas
desalentarse y volver atrás, pues al no ser perseverantes y firmes en su opción
orante, están siempre volviendo a comenzar. Como no apuntalan el pozo, las
paredes se desmoronan y se obtura nuevamente el brocal; sacan un poco de Agua,
pero su desidia les hace pasar más tiempo en árida excavación que en gozo de
encuentro.
Aunque ciertamente
en este nivel no es tanta el Agua que se puede sacar. Las herramientas con las
que trabaja el orante no alcanzan grandes profundidades. Además es harto trabajo
apuntalar las paredes del pozo, o sea consolidar lo alcanzado y permanecer en
el diálogo. Pero es verdad que uno podría alcanzar cierta profundidad lindera a
un salto de nivel en la experiencia orante: la adoración, el silencio asombrado
y enmudecido frente a la Presencia misteriosa que parece envolvernos
enteramente en derredor y llenarlo todo. La postración (exteriorización física
de una actitud interior) suele expresar bien este acercamiento a lo Sagrado que
irrumpe haciendo notar su vecindad con nosotros.
Otra dimensión
es la contemplativa. Aquí se percibe la primacía del trabajo de Dios. Es
difícil hablar de las purificaciones místicas o purgaciones infusas. Se han
descripto con imágenes diversas: la noche, el cauterio, el flechazo, el capullo
y más. ¿Quién pudiese dar cuenta con precisión de esta experiencia interior
cual si fuésemos metidos en el sepulcro de Cristo? Obviamente es una
profundización de la gracia de la Pascua comunicada en la gracia del Bautismo e
incrementada por toda la economía de la gracia sacramental. Yo mismo he
utilizado una imagen atrevida: el alma experimenta el toque del Señor, que si
bien es como mano delicada y suave, se siente espiritualmente como una garra
afilada que proveniente de las profundidades escondidas desgarra entre amor y
dolor. Dios excava en amor y desmorona apuntalando en Cruz. Invita seductor al
vaciamiento interior y el corazón clama: “Arráncalo todo. Ya arráncalo todo de
una vez.” ¿Qué pide que arranque? Todo cuanto separa y retrasa la Unión. Todo
cuanto obtura que el Agua Viva ascienda poderosa y desbordante llenando el
brocal del alma y regando toda tierra en derredor.
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