Diálogo vivo con San Juan de la Cruz 7




CONVERSACIONES SUBIENDO AL MONTE 7


LA ESCALA DE LA FE

 

“…oscuridad interior, que es la desnudez espiritual de todas las cosas …sólo estribando en pura fe y subiendo por ella a Dios. …a oscuras de toda lumbre de sentido y entendimiento, saliendo de todo límite natural y racional para subir por esta divina escala de la fe, que escala y penetra hasta lo profundo de Dios…”  (SMC L2, Cap. 2,1)

 

“…cuanto menos el alma obra con habilidad propia, va más segura, porque va más en fe.” (SMC L2, Cap. 2,3)

 

“La fe dicen los teólogos que es un hábito del alma cierto y oscuro. Y la razón de ser hábito oscuro es porque hace creer verdades reveladas por el mismo Dios, las cuales son sobre toda luz natural y exceden todo humano entendimiento sin alguna proporción. De aquí es que, para el alma, esta excesiva luz que se le da de fe le es oscura tiniebla…” (SMC L2, Cap. 3,1)

 

“…en los deleites de mi pura contemplación y unión con Dios, la noche de la fe será mi guía… el alma ha de estar en tiniebla para tener luz para este camino…” (SMC L2, Cap. 3,6)

 


Estimadísimo Fray Juan: ¡qué placer volver a encontrarnos para conversar de lo único realmente imprescindible! Pues nos encontramos para hablar de Dios y de su proyecto de Salvación sobre nosotros. Nos regocijamos juntos porque nos ha llamado a su amistad y compañía, haciéndonos Gracia y teniendo Misericordia de sus servidores. ¡Cuánta fruición compartir contigo los caminos y la sabiduría de la Unión!

En esta oportunidad trataremos de un tema muy apreciado por ti: el don de la Fe. Aunque me resultará arduo hablarle a mis contemporáneos en estos tiempos justamente de una marcada pérdida de Fe. Además después de tu paso por la historia, han surgido corrientes de pensamiento que han puesto al tema en vilo. Así en toda la controversia con la Modernidad el binomio “Fe y Razón” ha estado siempre en el centro. No han faltado las típicas dicotomías: quienes postularon una exagerada capacidad racional del ser humano que hacía innecesaria la Fe y supersticiosa la Revelación;  como quienes postulaban una Fe voluntarista a ciegas, emocionalista y sin razonabilidad. Y como el terreno aún sigue inestable, no por falta de definición eclesial, sino por escasa formación de las gentes sobre la cuestión, evitaremos disquisiciones filosóficas y teológico-magisteriales. Pero debe el hombre del mañana cerrar esta disputa falsamente irreconciliable entre Fe y Razón si quiere tener paz y no implosionar destruyendo su humanidad.

Pondré al menos algunas coordenadas generales como base para nuestros lectores. Es simple darnos cuenta todos que Dios y la Fe son inseparables; cuando no hay Fe no hay posibilidad alguna de encontrarse y tratar con Dios en una relación personal. Ciertamente se lo puede nombrar o estudiar como un problema hipotético, incluso admitir o no las vías lógicas para demostrar su existencia. ¡Y aún en ese punto de demostración racional, admitiendo que no puede dejar de postularse su existencia, sin la cual toda la realidad carecería de sostén y consistencia, Dios seguirá siendo un frío extraño, necesario pero desconocido!

Para entrar en su Presencia es necesaria la Fe. Y la Fe no se produce ni se adquiere; aunque sí se cultiva y sí se pierde. Sabemos que es Don infuso. En verdad los cristianos valoramos poco esta vida teologal en la que nos movemos y que es consecuencia de la infusión en el alma de las Virtudes de la Fe, la Esperanza y la Caridad. Sin ellas no habría en nosotros capacidad de percibir, receptar y entrar en comunión con la Vida Divina.

Muchos de nosotros hemos crecido en el ámbito de lo que llamo una “razón agraciada”, es decir una inteligencia apoyada en la Revelación, bajo la luz de la Gracia. Más aún, la Fe con su influjo benéfico ha moldeado toda nuestra persona y su maduración. Hemos caminado con sentido fuerte porque Dios ha estado presente en nuestra vida, sino ¡cuán desorientados y perdidos andaríamos hoy!

Es verdad que la Fe personal ha sido desafiada y quizás atravesado crisis a lo largo de nuestra vida, ya sea por acontecimientos históricos o adquisición de nuevos saberes que han interpelado a nuestra Fe en su estado aún inmaduro. Pero tras esas crisis de crecimiento la Fe ha echado raíces más hondas y se ha consolidado. Hemos progresado tanto en su dimensión objetiva, los “contenidos de la Fe” diríamos, la aceptación de cuánto Dios nos comunica para nuestra Salvación; y en su dimensión subjetiva, la “actitud de Fe”, el acto de confianza y abandono filial en Dios.

Hasta aquí ya se hace comprensible el título que he puesto a este diálogo: “la escala de la Fe”. La Fe como una escalera de crecimiento personal y como la escalera para tener acceso a Dios. O mejor dicho, la Fe como la escala que dándonos la posibilidad de entrar en comunión con Dios nos ayuda a crecer como personas.

Pero ahora nos introducimos en un terreno más profundo, en la experiencia mística o contemplativa. ¿Qué tanto puede acercarse Dios a su creatura en el vínculo personal? ¿A cuánta cercanía puede aspirar el hombre en su relación con el Misterio que es Dios? Lo que se puede sin duda se debe poder en Fe.

Y porque la Cruz es el quicio de todas las cosas, no se puede sino terminar de ascender en Fe pura. No hay otra forma de aproximarse al Desnudo que desnuda.

Y porque con su Pobreza nos enriquece, solo empobreciéndonos seremos colmados con su Riqueza. Pues nos dirigimos a Quien simplemente excede y requiere una Fe simple y postrada, una Fe anonadada, una Fe pura.

Ya hemos conversado Fray Juan –aunque no dejaremos de insistir en ello-, acerca de la purificación y desasimiento necesarios para venir a Unión con Dios. Seguramente tendremos futuros diálogos sobre la experiencia espiritual concreta, pero adelantemos que en la vida contemplativa ya no se percibe al Señor como en la vida activa de oración. Ahora hay “oscuridad interior que es desnudez espiritual”, que no sólo es de cuanto uno se va apropiando y pegoteando, sino también acerca de las formas y contenido en el ejercicio y vivencia de la plegaria elevada a Dios. La contemplación que es don, instala ya desde el comienzo un gran desierto silencioso. El Misterio que excede y sobrepasa, por ser tan luminoso da ceguera, quedando el alma “a oscuras de toda lumbre de sentido y entendimiento, saliendo de todo límite natural y racional para subir por esta divina escala de la fe”.  

No que Dios suspenda las potencias con las cuales nos ha dotado, no que  limite, mutile o suplante lo humano; sino por el contrario lo hace crecer, lo lleva más allá  en sus capacidades y ayuda con su Gracia a que sea realizable un encuentro más hondo e íntimo con Él. Porque hemos sido creados para la Alianza con el Señor, todo nuestro ser personal está orientado a la Unión.

Hay una suerte pues de recreación o de salto de nivel hacia el proyecto de vínculo definitivo propio de la visión beatífica del cual se tienen primicias. La Fe –como la Esperanza y la Caridad, pues las tres están conexas y se refieren una a otra-, digamos ahora es dotada o quizás mejor expresado, madura hacia un nuevo “sentido interior” por el cual puede estar frente a Dios en tal cercanía que la inteligencia goza iluminada aunque poco pueda conceptualizar, como la voluntad se expande ardientemente unida al Amor que se le brinda sin poder más que dejarse enlazar y abandonarse en manos de Quien le cautiva y arroba.

Así se entiende aquello de “cuanto menos el alma obra con habilidad propia, va más segura, porque va más en fe”. Es decir, al fin le permite a Dios tener la primacía, al fin elige hacerse receptiva de su obrar, al fin suelta las riendas del carruaje y el timón de la barca y libremente deja que el Señor la modele y la conduzca. En pura Fe desnuda y como a oscuras, excedida frente a su Presencia desbordante y nueva, ve tan claro enceguecida por Luz tan brillante que le parece noche.

Y en pura Fe está segura en las manos de su Padre, creyendo las “verdades reveladas por el mismo Dios, las cuales son sobre toda luz natural y exceden todo humano entendimiento sin alguna proporción”.

Ciertamente seguiremos profundizando en la escala de la Fe. Ojalá todos podamos ponderar cuánto le debemos a esta virtud teologal, básicamente toda nuestra vida de discípulos. La Gracia que inició en nosotros la vida teologal –en Fe, Esperanza y Caridad-, ahora en la contemplación nos lleva hacia la plenitud de nuestra capacidad de encuentro con Dios. Repetimos contigo:  “en los deleites de mi pura contemplación y unión con Dios, la noche de la fe será mi guía”. 



1 comentario:

  1. Doy Fe que la Fe es un regalo y como tal no te lo pueden quitar. Pero si uno no lo cuida se puede perder. Por eso la importancia de la oración. Y en especial la del silencio diario. No hay nada mas revelador que el silencio en medio de el ruido.

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