Perfil del profeta
“Visión que Isaías, hijo de Amós, vio tocante a Judá
y Jerusalén en tiempo de Ozías, Jotam, Ajaz y Ezequías, reyes de Judá.” (Is
1,1)
Al comenzar el
libro se nos da alguna información sobre su persona. Se trataría de un
ministerio profético extenso dada la cronología de reyes citados: Ozías
(784-740 a.C.), Jotam (740-736 a.C.), Ajaz (736-716 a.C.), Ezequías (716-687
a.C.). Todo ese período abarca nada menos que 97 años. Suele aceptarse como
dato razonable que nació bajo el reinado de Ozías. Su experiencia vocacional y
comienzo de ministerio se lo ubica hacia el 740 a.C. También hay consenso
acerca de que los oráculos más tardíos no pasan del 700 a.C. Serían cuatro
décadas de ejercicio profético casi contemporáneo de su predecesor Amós
(752-750 a.C.), coexistiendo en gran parte con Oseas (con quien comparten la
lista de reyes mencionados) y quizás en
algún momento paralelo a Miqueas (quien claramente conoce la profecía de estos
tres, retomándola y sintetizándola).
No se mencionan
datos sobre el lugar de origen de Isaías, apenas se dice que es hijo de Amós
(no el profeta). Los rasgos cortesanos de su visión vocacional junto al “heme
aquí, envíame” que da como respuesta, más la tradición, han visto en Isaías a un
funcionario de la corte acostumbrado a obedecer.
La visión vocacional
Contemplemos
el relato de vocación-misión que expresa el comienzo de su ministerio y da
cuenta de cuál será el camino que Isaías debe recorrer.
“El año de la muerte del rey Ozías vi al Señor
sentado en un trono excelso y elevado, y sus haldas llenaban el templo. Unos
serafines se mantenían erguidos por encima de él; cada uno tenía seis alas: con
un par se cubrían la faz, con otro par se cubrían los pies, y con el otro par
aleteaban. Y se gritaban el uno al otro: «Santo, santo, santo, Yahveh Sebaot:
llena está toda la tierra de su gloria.». Se conmovieron los quicios y los
dinteles a la voz de los que clamaban, y la Casa se llenó de humo.
Y dije: «¡Ay de mí, que estoy perdido, pues soy un
hombre de labios impuros, y entre un pueblo de labios impuros habito: que al
rey Yahveh Sebaot han visto mis ojos!» Entonces
voló hacia mí uno de los serafines con una brasa en la mano, que con las
tenazas había tomado de sobre el altar, y
tocó mi boca y dijo: «He aquí que esto ha tocado tus labios: se ha retirado tu
culpa, tu pecado está expiado.» Y percibí la voz del Señor que decía: «¿A quién
enviaré? ¿y quién irá de parte nuestra?». Dije: «Heme aquí: envíame.» Dijo: «Ve
y di a ese pueblo: ‘Escuchad bien, pero no entendáis, ved bien, pero no comprendáis.’
Engorda el corazón de ese pueblo, hazle duro de oídos, y pégale los ojos, no
sea que vea con sus ojos. y oiga con sus oídos, y entienda con su corazón, y se
convierta y se le cure.» Yo dije: «¿Hasta dónde, Señor?» Dijo: «Hasta que se
vacíen las ciudades y queden sin habitantes, las casas sin hombres, la campiña
desolada, y haya alejado Yahveh a las gentes, y cunda el abandono dentro del
país. Aun el décimo que quede en él volverá a ser devastado como la encina o el
roble, en cuya tala queda un tocón: semilla santa será su tocón.»” (Is 6,1-13)
Recorramos
entonces la narración y con simpleza comprendamos su sentido.
- El año que muere el rey, Isaías tiene la visión del verdadero
Rey, el Señor Dios, sentado sobre un trono excelso.
- El lugar del encuentro es el templo, sitio sagrado por
excelencia donde el pueblo eleva su culto a Dios y que el Señor
habita. Desde allí ejerce su reinado,
cuyo programa central es la Alianza celebrada mediante la Pascua de Egipto
y sellada en el Monte Sinaí en el desierto.
- La majestad de este Rey es tan inmensa que el profeta sabe
que está en su Presencia aunque solo puede divisar los pliegues del borde
de su manto.
- Miembros de la corte celeste, los misteriosos serafines, lo
rodean cual guardia de honor y lo proclaman tres veces santo y afirman que
con su gloria llena la tierra. He aquí un punto central, totalmente
crucial en este relato. La palabra hebrea “kadosh” (santo) literalmente
significa “separado”. Marca pues lo que es otro, la distancia, lo que está
fuera de lo común. Dios es tres veces separado por tanto podríamos decir
en lenguaje religioso “es el totalmente otro” y ante Él se percibe su
trascendencia, está más allá de este mundo. La palabra hebrea “kabod” (gloria)
literalmente significa “peso”. La gloria de Dios es la experiencia que
tiene el hombre de su magnitud, relevancia decisiva, una Presencia que
todo lo conmueve. Notemos el juego sonoro “kadosh-kabod” y comprendamos
que este Rey que viene de más allá de todo lo cotidiano para el hombre, el
separado que se acerca, hace sentir el peso de su Presencia contundente ante
la cual parece que todo se vuelve pequeño e insustancial.
- Y justamente se nos cuenta como todo se conmueve frente al Rey
glorioso y tres veces santo: el templo y quizás hasta los cimientos del orbe
y el mismo profeta que se siente morir. Es que él se considera impuro-pecador
y habitando en medio de un pueblo de impuros-pecadores. Por tanto tiene
conciencia de la profunda desproporción y distancia entre su realidad y la
realidad divina. ¿Que tengo que ver yo y este pueblo con este Dios tres
veces Santo? Nada, ¿verdad?
- Pero a continuación uno de lo serafines lo purifica con
brasas del altar, posibilitando al santificarlo permanecer frente al Dios Santo
y a la vez anticipando la misión profética.
- Recién ahora el Señor se hace protagonista, o mejor dicho, sólo
ahora purificado el profeta puede percibir su voz. Dios quiere enviar a
alguien e Isaías se muestra disponible para ser enviado y obedecer al
mandato divino.
- Entonces Dios revela que la misión que se le encarga será
purificación y santificación del pueblo. Como el serafín lo hizo con el
profeta, ahora Isaías debe hacerlo con sus compatriotas para que puedan
permanecer en la Alianza con su Señor. Sin embargo su tarea se volverá
paradojal: «Ve y di a ese pueblo: ‘Escuchad
bien, pero no entendáis, ved bien, pero no comprendáis.’ Engorda el
corazón de ese pueblo, hazle duro de oídos, y pégale los ojos, no sea que
vea con sus ojos. y oiga con sus oídos, y entienda con su corazón, y se
convierta y se le cure.» ¿No quiere Dios que su pueblo se convierta o
es una forma de plasmar la experiencia profética de Isaías: no quieren ser
purificados, se resisten, son rebeldes y se obstinan en su pecado?
- La palabra profética terminará provocando lo contrario a lo
buscado y el pueblo no se dejará santificar por Dios. ¿Hasta dónde se
pregunta Isaías deberá extenderse esta dinámica que profundiza la separación
y la distancia con Dios? «Hasta que
se vacíen las ciudades y queden sin habitantes, las casas sin hombres, la
campiña desolada, y haya alejado Yahveh a las gentes, y cunda el abandono
dentro del país.» Hasta el décimo (y el diezmo es de Dios) será devastado.
- ¿Todo ha terminado y Dios arrasará a su pueblo hasta el
exterminio? Finalmente se abre una esperanza: «devastado como la encina o el roble, en cuya tala queda un tocón:
semilla santa será su tocón.» Si en Amós la salvación era como
rescatar solo partes del animal de entre las fauces del león, aquí la
imagen más benéfica habla de un tallo verde que crece en medio de un árbol
talado y hace pensar que todo puede volver a comenzar. Es el tema que irá
creciendo en la doctrina profética acerca del “resto santo de Israel”.
Vemos pues
como la vocación-misión de Isaías surge al percibir la majestad-santidad de
Dios. Se trata de una experiencia humano-mística del profeta. Como resultado el
centro de su mensaje será: Dios es Santo y su pueblo está llamado a ser santo
también. Tiene una experiencia única en el corpus profético: purificación =
santidad = separación. Pero su misión de ser testigo de la Santidad de Dios y de
llamar a la santidad del pueblo será masivamente infructuosa a excepto de un
resto fiel. La voluntad salvífica de Dios se frustrará en la falta de fe de
muchos y florecerá en el pequeño brote que perseverará en fidelidad.
Volver a predicar la santidad
Creo que no es
necesario extenderse demasiado para actualizar el mensaje profético al hoy. Claramente
la Iglesia contemporánea parece haber renunciado a esa tarea paradojal e incómoda
de anunciar purificación y llamar a la santidad. De hecho la santidad es percibida
como insistencia de “moralismos rígidos e inmisericordes”. ¿Una Misericordia
sin Santidad provendrá acaso de Dios? No menos ni más que una Santidad sin Misericordia.
Pues el Dios misericordioso santifica y el Dios santo ejerce misericordia. Pero
nosotros separamos lo que en el Señor va unido.
Esta Iglesia
contemporánea a veces enfatiza tanto la cercanía de Dios que no permite percibir
su trascendencia, su ser totalmente otro. No le deja al hombre contemplar la
desproporción y separación radical entre el Dios Santo y el hombre pecador; lo
que lleva a la pérdida del sentido de lo sagrado y no le ayuda a lo humano a
ascender en gracia, madurar y crecer en santidad. Si en la vocación de Isaías
el Dios que se hace presente en el mundo lo conmueve todo, invitando contundentemente
a conversión, a un proceso de purificación y transformación; el excesivo “buenismo
pastoral” de nuestros días termina en cambio embarrando a Dios y dejándolo
enfangado con nosotros.
Amar al hombre
no es tener una falsa compasión, es decir, una lástima pesimista que acepta su
situación de postración como si no tuviese remedio y le ofrece una falsa fe
como tratamiento paliativo que anestesie el dolor para ingresar adormecido en
su muerte. Amar al hombre es invitarlo a
levantarse de su postración y en gracia ser elevado hasta la Santidad de Dios.
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