tú sabes si me siento o
me levanto;
de lejos percibes lo que
pienso,
te das cuenta si camino o
si descanso,
y todos mis pasos te son
familiares.
Antes que la palabra esté
en mi lengua,
tú, Señor, la conoces
plenamente;
me rodeas por detrás y
por delante
y tienes puesta tu mano sobre
mí;
una ciencia tan admirable
me sobrepasa:
es tan alta que no puedo
alcanzarla.
¡Oh, Señor!,
nada de mí escapa a tu mirada; Tú me conoces mejor de lo que yo mismo me
conozco. Pero que nada mío esté oculto a tus ojos no me da miedo, ni vergüenza.
Sé de tu amor. Me siento seguro y protegido cuando Tú me miras pues sé que me
miras como un Padre a su hijo. Experimento tu protección y tu cuidado a lo
largo de la vida.
¿A dónde iré para estar
lejos de tu espíritu?
¿A dónde huiré de tu
presencia?
Si subo al cielo, allí
estás tú;
si me tiendo en el
Abismo, estás presente.
Si tomara las alas de la
aurora
y fuera a habitar en los
confines del mar,
también allí me llevaría
tu mano
y me sostendría tu
derecha.
Si dijera: “¡Que me
cubran las tinieblas
y la luz sea como la
noche a mi alrededor!”,
las tinieblas no serían
oscuras para ti
y la noche sería clara
como el día.
Oh, Señor,
perdóname. De a ratos vivo como escapándome de ti. A veces te soy infiel y me
alejo; envuelto en las redes de mi pecado desconfío de tu Misericordia y me
escondo. A veces temo acercarme a Ti y que me pidas algo que no deseo darte; en
el fondo todavía quiero vivir según mi propia voluntad y no según la tuya. A
veces, rebelde y soberbio, discuto contigo y me separo para buscar mi propio
camino; un camino que al principio aparece fácil y transitable pero que termina
en una encrucijada, un camino cerrado. Pero tú, Padre mío, siempre estás
dispuesto a rescatarme. Siempre estoy presente antes tus ojos y no te cansas de
cuidarme.
Tú creaste mis entrañas,
me plasmaste en el seno
de mi madre:
te doy gracias porque fui
formado
de manera tan admirable.
¡Qué maravillosas son tus
obras!
Tú conocías hasta el
fondo de mi alma
y nada de mi ser se te
ocultaba,
cuando yo era formado en
lo secreto,
cuando era tejido en lo
profundo de la tierra.
¡Sí, Dios mío,
qué maravillosas son tus obras! Porque tú me elegiste, desde mi concepción,
para ser hijo tuyo, una obra de tu amor. En el principio de mi vida estabas Tú,
soplando tu Espíritu en mi alma. En el principio
estabas Tú, Dios mío, Creador mío, Padre amoroso, Señor de
Tus ojos ya veían mis
acciones,
todas ellas estaban en tu
Libro;
mis días estaban escritos
y señalados,
antes que uno sólo de
ellos existiera.
¡Qué difíciles son para
mí tus designios!
¡Y qué inmenso, Dios mío,
es el conjunto de ellos!
Si me pongo a contarlos,
son más que la arena;
y si terminara de hacerlo
aún entonces seguiría a
tu lado.
Tu sabiduría,
Señor, me admira. Tu bondad es tan profunda y ancha que estoy dispuesto a vivir
como tú me pides. Y aprendo mirándolo a tu Hijo Jesús; Él siempre estuvo unido
a Ti y nunca dejó de tener su mirada clavada en la tuya, su corazón en el tuyo.
Lo contemplo ahora y lo adoro en
Sondéame, Dios mío, y
penetra en mi interior;
examíname y conoce lo que
pienso;
observa si estoy en un
camino falso
y llévame por el camino
eterno.
Señor que bien nos hace una buena guia Gracias! me uno a la plegaria de tu amado hijo! Quiero ser como Tu dulce Padre y Madre acompañar, no tener miedo a sanar y ayudar al otro, acercarme al distinto, al enfermo, al excluido, al que me lo pide, escuchar, mirar a los ojos, permanecer, ser optimista, animar a que siga su camino sin que diga nada a nadie. Acercarme y decirle estoy dispuesta!
ResponderBorrarAbbá!!
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