LOS
MINISTROS DE DIOS (II)
Ilustrísimo
San Pablo, Apóstol del Señor, nos invitas a dar un paso más en la consideración
de aquellos que han recibido el ministerio sagrado de “servidores de Cristo y
administradores de los misterios de Dios”.
“Porque
pienso que a nosotros, los apóstoles, Dios nos ha asignado el último lugar,
como condenados a muerte, puestos a modo de espectáculo para el mundo, los
ángeles y los hombres. Nosotros, necios por seguir a Cristo; ustedes, sabios en
Cristo. Débiles nosotros; mas ustedes, fuertes. Ustedes llenos de gloria; mas
nosotros, despreciados. Hasta el presente, pasamos hambre, sed, desnudez. Somos
abofeteados, y andamos errantes. Nos fatigamos trabajando con nuestras manos.
Si nos insultan, bendecimos. Si nos persiguen, lo soportamos. Si nos difaman,
respondemos con bondad. Hemos venido a ser, hasta ahora, como la basura del
mundo y el desecho de todos.” 1 Cor
4,9-13
Una
contundente expresión, testimonial, de tu propia experiencia. De tanto en tanto
me repito a mí mismo y se lo he comunicado a las nuevas generaciones en cuanto
he encontrado oportunidad: “un sacerdote no conoce otros derechos sino los
derechos de la Cruz”. ¿Cómo ejercer fiel y fecundamente el sacerdocio
ministerial sin hallarse configurado al Crucificado, a su Sacrificio redentor?
¿Cómo celebrar la Eucaristía sin esta conciencia religiosa?
Obviamente
“los derechos de la Cruz” primero se enuncian, luego se aceptan en un proceso
de maduración que supone una inmensa cuota de purificación y se viven cuando en
gracia se alcanza una estable y serena unión con Cristo en su inmolación
amorosa. Un sacerdote debe volverse cordero en el Cordero de Dios que quita el
pecado del mundo.
Una
y otra vez debe negarse a sí mismo y cargar la Cruz. Una y otra vez debe
orientarse a morir él para dar vida. Así lo manifiestas San Pablo en tus
paradojas. Y sería bueno que todos los que ejercemos el ministerio lo grabemos
a fuego en el corazón. “Yo he sido ubicado por Dios en el último lugar como
condenado a muerte, he sido elegido para ser víctima de propiciación.” Entonces
la orientación de nuestro servicio y la administración de los misterios nos
será totalmente clara en su naturaleza sobrenatural. “Yo seré considerado necio
para que ellos sean admirados como sabios. Yo seré debilitado para que ellos
sean fortalecidos. Mis hermanos e hijos llenos de gloria y yo despreciado.” No
es éste el lenguaje de la victimización sino el del Sacrificio; es el lenguaje
del Amor. No de cualquier amor humano sino del Amor Divino. Es el Amor de Dios
manifestado en la Pascua de Cristo Jesús.
¿Hambre,
sed, desnudez, pobreza, andar errantes e itinerantes sin demasiadas seguridades
humanas, ser insultados y abofeteados, hombres cargados de fatigas? ¿Por qué
nos quejamos los ministros cuando esto nos sucede? ¿Por qué aún me asombro?
¿Acaso no hemos sido llamados y hemos respondido a esto por amor de Cristo?
Pero cuando respondimos al llamado iniciamos un camino y ahora el camino nos
hace acelerar el paso de la conversión y de la entrega de la vida. “Ser el
Crucificado” es la vocación del sacerdote, hermosa, viril, desafiante, cruda y
permítanme mortal. Adentrarnos en esa Muerte que da Vida.
No
debiera razonablemente un ministro sagrado esperar de Dios otra cosa que ser
con-crucificado con el Señor Jesús. Todo el camino ministerial apunta a esta
cumbre. Estar y permanecer con Él siendo considerados malditos e insultados
pero devolviendo bendición; perseguidos y difamados pero soportando con bondad.
Con Cristo, el Amado y Esposo, basura y desecho para el mundo y elegidos por
Dios para unirnos a Él en la cima de la Cruz. Pues para ser los ministros “servidores
de Cristo y administradores de los misterios de Dios” debemos adelantarnos al
Pueblo y vivir la Pascua. ¿Cómo podremos celebrar y comunicar lo que aún no somos?
La vocación sacerdotal hace temblar, primero a los llamados, pero configurados
tras la maduración penitencial a Cristo, bien templados, conmueve al mundo.
“No
os escribo estas cosas para avergonzarlos, sino más bien para amonestarlos como
a hijos míos queridos. Pues aunque hayan
tenido 10.000 pedagogos en Cristo, no han tenido muchos padres. He sido yo
quien, por el Evangelio, los engendré en Cristo Jesús. Les ruego, pues, que sean mis imitadores.” 1
Cor 4,14-16
Recordemos
nuevamente que las exhortaciones del Apóstol tienen como punto de partida las
divisiones comunitarias, de carácter partidista. “Yo soy de éste, yo de aquel”.
Se encaminan a predicarnos con fuerza que todos somos de Cristo. Y concluye San Pablo que lo que viven los Apóstoles como vocación en Cristo lo debe vivir también
toda la comunidad, cada uno de los discípulos. Finalmente también creo que un
buen y fiel ministro no solo se deja con-crucificar con Cristo sino que invita
a todo el Pueblo de Dios al que sirve, a dejarse con-crucificar también.
Lamentablemente existe hoy la tentación de un falso “buenismo pastoral”, sobreprotector,
que mantiene a los cristianos pueriles y que no habla de conversión,
penitencia, purificación y santidad. ¿Cómo decirlo? Con riesgo de ser demasiado
simplista –en tono didáctico- lo expresaría así: “hemos caído en la telaraña de
aquella modernidad que para levantar los derechos del hombre niega los derechos de Dios”. Los ministros sagrados primero, todo el Pueblo de Dios
animado por nuestro ejemplo, debemos recordar nuestra vocación luminosa y bella
a “los derechos de la Cruz”. Entonces una Iglesia con-crucificada podrá ser
servidora de Cristo y dispensadora de los misterios de Dios.
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