DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 42




LA PURIFICACIÓN INTERNA DE LA IGLESIA (I)

 

“Por esto mismo les he enviado a Timoteo, hijo mío querido y fiel en el Señor; él les recordará mis normas de conducta en Cristo, conforme enseño por doquier en todas las Iglesias.”  1 Cor 4,17

 

Agradecidos estamos San Pablo contigo y con todos los Apóstoles que nos enseñaron las “normas de conducta en Cristo” y que velaron para que sigan siendo transmitidas. Así el Espíritu Santo, mediante la suceción apostólica, sigue recordándonos y haciéndonos comprender y creer cuanto el Señor Jesús nos comunicó para nuestra salvación.

Como estas páginas son un “diálogo vivo”, un ejercicio de oración personal, no pretendo tocar íntegramente las cartas paulinas sino algunos pasajes escogidos, seguramente medulares pero quizás seleccionados un tanto subjetivamente, ciertamente aquellos con los que queda resonando mi sediento corazón. Y aunque no sea pues este diálogo espiritual una labor exegética o de comentarista, a veces requiero poner en contexto a mis lectores, sobre todo cuando dejo fragmentos fuera. Ésta es una de esas ocasiones.

El Apóstol anuncia que irá a verlos pero el tono es controversial, hay dificultades en la comunidad y debe poner orden. Por eso se prepara el camino y les dice: “¿Qué prefieren, que vaya a ustedes con palo o con amor y espíritu de mansedumbre?” (1 Cor 4,21). Nos enteramos pronto que ha sucedido entre ellos un hecho grave: “Sólo se oye hablar de inmoralidad entre ustedes, y una inmoralidad tal, que no se da ni entre los gentiles” (1 Cor 5,1). Se trata de un caso de incesto, público y escandaloso (cf. 1 Cor 5. 1-5). San Pablo percibe la inacción de la comunidad, la tolerancia a ese pecado y claramente da un juicio acerca del tema y cómo debe procederse expulsando al pecador. Probablemente se trata de una excomunión medicinal para que se arrepienta, haga penitencia y se convierta.

Pues bien, abordaremos de aquí en más -en varias entregas- el pensamiento del Apóstol acerca de una necesaria purificación hacia el interior de la comunidad cristiana. ¿Pero la Iglesia entonces es pecadora? ¿Cómo la una, santa, católica y apostólica puede necesitar purificarse? Permítanme entonces introducir un texto del catecismo de la Iglesía Católica que nos recuerda que la Iglesia en sí misma es santa pero recibe en ella a miembros pecadores.

 

Catecismo Nº 827  "Mientras que Cristo, santo, inocente, sin mancha, no conoció el pecado, sino que vino solamente a expiar los pecados del pueblo, la Iglesia, abrazando en su seno a los pecadores, es a la vez santa y siempre necesitada de purificación y busca sin cesar la conversión y la renovación" (LG 8; UR 3; 6). Todos los miembros de la Iglesia, incluso sus ministros, deben reconocerse pecadores (1 Jn 1,8-10). En todos, la cizaña del pecado todavía se encuentra mezclada con la buena semilla del Evangelio hasta el fin de los tiempos (cf. Mt 13,24-30). La Iglesia, pues, congrega a pecadores alcanzados ya por la salvación de Cristo, pero aún en vías de santificación: “La Iglesia es, pues, santa aunque abarque en su seno pecadores; porque ella no goza de otra vida que de la vida de la gracia; sus miembros,  ciertamente, si se alimentan de esta vida se santifican; si se apartan de ella, contraen pecados y manchas del alma, que impiden que la  santidad de ella se difunda radiante. Por lo que se aflige y hace  penitencia por aquellos pecados, teniendo poder de librar de ellos a  sus hijos por la sangre de Cristo y el don del Espíritu Santo” (Pablo VI; SPF 19).

 

Continuemos ahora nuestra lectura orante y diálogo vivo con San Pablo.

 

“¡No es como para gloriarse! ¿No saben que un poco de levadura fermenta toda la masa? Purifíquense de la levadura vieja, para ser masa nueva; pues son ázimos. Porque nuestro cordero pascual, Cristo, ha sido inmolado. Así que, celebremos la fiesta, no con vieja levadura, ni con levadura de malicia e inmoralidad, sino con ázimos de pureza y verdad.” 1 Cor 5,6-8

 

 La exhortación pues es bellísima y contundente en su expresión. No se debe permitir en forma alguna que se propague entre la comunidad la levadura vieja del pecado y de la inmoralidad. Los que son de Cristo, Cordero inmolado y nuestra Pascua, deben permanecer como panes ázimos, ofrecidos en pureza y verdad al Padre en unión a su Hijo. Aquí la levadura tiene connotaciones negativas: la irrupción y expansión contaminante del mal dentro de la Iglesia.

Y ésta me parece una temática tan actual. Ya me he pronunciado - hasta el hartazgo- acerca de la publicidad dada entre nosotros hoy a una “falsa misericordia”, que con pretexto de inclusión absoluta, evita considerar seriamente la necesidad de conversión. Deriva en una pastoral buenista, populista y demagógica que convalida el mal y difumina la realidad del pecado como también anestesia o confunde la conciencia moral de los creyentes. Seguramente San Pablo se opondría tan firmemente en el presente como nos lo muestra en el pasado. También a nuestra Iglesia peregrina de comienzos del tercer milenio le advertiría: “Miren que iré pronto entre ustedes, espero que se pongan en orden según las normas de conducta en Cristo antes que yo arribe. Se los anticipo para que elijan: ¿voy con vara para corregir y restablecer la disciplina evangélica? Ojalá no hiciera falta y enmienden su desvarío con prontitud.”

Por mi parte ruego a Dios que no nos falten ministros sagrados que con rectitud apostólica nos exhorten y nos despierten. Comprendo que no será grato para nadie. Unos se sentirán juzgados, quizás agredidos o no estimados, ofrecerán tal vez resistencia férrea, aunque la caridad eclesial los invite simplemente a salir del pecado para unirse plenamente a Cristo. Otros se verán sorprendidos pues les parecerá excesiva la exigencia de la santidad de vida; la cual es nuestra vocación pero evidentemente es incómoda, interpela y desafía y no admite medias tintas o el vago deambular de la mediocridad reinante. Lamentablemente no faltarán quienes ya infestados por la tentación han dejado que su mente y corazón se retuerzan; estos tales actuarán como justificadores ideológicos de una cercanía al mundo y de un espíritu de modernización que traiciona al Evangelio de la Gracia. Finalmente quienes ejerzan el ministerio apostólico sufrirán como todos los profetas sufren y padecerán probablemente con más intensidad los embates desde dentro de la Iglesia que desde fuera de ella. El interrogante está en el aire: ¿la Iglesia santa que abraza pecadores en camino de penitencia admitirá en su seno la levadura del mal y del pecado? Como reza antiguo adagio: “aversión al pecado y misericordia al pecador”. El pecado debe ser erradicado; el pecador en cambio liberado y rescatado para la santidad de la Gracia.

 

 

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