LA
PURIFICACIÓN INTERNA DE LA IGLESIA (I)
“Por
esto mismo les he enviado a Timoteo, hijo mío querido y fiel en el Señor; él les
recordará mis normas de conducta en Cristo, conforme enseño por doquier en
todas las Iglesias.” 1 Cor 4,17
Agradecidos
estamos San Pablo contigo y con todos los Apóstoles que nos enseñaron las
“normas de conducta en Cristo” y que velaron para que sigan siendo
transmitidas. Así el Espíritu Santo, mediante la suceción apostólica, sigue
recordándonos y haciéndonos comprender y creer cuanto el Señor Jesús nos
comunicó para nuestra salvación.
Como
estas páginas son un “diálogo vivo”, un ejercicio de oración personal, no
pretendo tocar íntegramente las cartas paulinas sino algunos pasajes escogidos,
seguramente medulares pero quizás seleccionados un tanto subjetivamente, ciertamente
aquellos con los que queda resonando mi sediento corazón. Y aunque no sea pues
este diálogo espiritual una labor exegética o de comentarista, a veces requiero
poner en contexto a mis lectores, sobre todo cuando dejo fragmentos fuera. Ésta
es una de esas ocasiones.
El
Apóstol anuncia que irá a verlos pero el tono es controversial, hay dificultades
en la comunidad y debe poner orden. Por eso se prepara el camino y les dice: “¿Qué prefieren, que vaya a ustedes con palo
o con amor y espíritu de mansedumbre?” (1 Cor 4,21). Nos enteramos pronto
que ha sucedido entre ellos un hecho grave: “Sólo
se oye hablar de inmoralidad entre ustedes, y una inmoralidad tal, que no se da
ni entre los gentiles” (1 Cor 5,1). Se trata de un caso de incesto, público
y escandaloso (cf. 1 Cor 5. 1-5). San Pablo percibe la inacción de la
comunidad, la tolerancia a ese pecado y claramente da un juicio acerca del tema
y cómo debe procederse expulsando al pecador. Probablemente se trata de una
excomunión medicinal para que se arrepienta, haga penitencia y se convierta.
Pues
bien, abordaremos de aquí en más -en varias entregas- el pensamiento del
Apóstol acerca de una necesaria purificación hacia el interior de la comunidad
cristiana. ¿Pero la Iglesia entonces es pecadora? ¿Cómo la una, santa, católica
y apostólica puede necesitar purificarse? Permítanme entonces introducir un texto del catecismo de la Iglesía Católica que nos recuerda que la Iglesia en
sí misma es santa pero recibe en ella a miembros pecadores.
Catecismo
Nº 827 "Mientras que Cristo, santo,
inocente, sin mancha, no conoció el pecado, sino que vino solamente a expiar
los pecados del pueblo, la Iglesia, abrazando en su seno a los pecadores, es a
la vez santa y siempre necesitada de purificación y busca sin cesar la
conversión y la renovación" (LG 8; UR 3; 6). Todos los miembros de la
Iglesia, incluso sus ministros, deben reconocerse pecadores (1 Jn 1,8-10). En
todos, la cizaña del pecado todavía se encuentra mezclada con la buena semilla
del Evangelio hasta el fin de los tiempos (cf. Mt 13,24-30). La Iglesia, pues,
congrega a pecadores alcanzados ya por la salvación de Cristo, pero aún en vías
de santificación: “La Iglesia es, pues, santa aunque abarque en su seno pecadores;
porque ella no goza de otra vida que de la vida de la gracia; sus
miembros, ciertamente, si se alimentan
de esta vida se santifican; si se apartan de ella, contraen pecados y manchas
del alma, que impiden que la santidad de
ella se difunda radiante. Por lo que se aflige y hace penitencia por aquellos pecados, teniendo
poder de librar de ellos a sus hijos por
la sangre de Cristo y el don del Espíritu Santo” (Pablo VI; SPF 19).
Continuemos
ahora nuestra lectura orante y diálogo vivo con San Pablo.
“¡No
es como para gloriarse! ¿No saben que un poco de levadura fermenta toda la
masa? Purifíquense de la levadura vieja, para ser masa nueva; pues son ázimos.
Porque nuestro cordero pascual, Cristo, ha sido inmolado. Así que, celebremos
la fiesta, no con vieja levadura, ni con levadura de malicia e inmoralidad,
sino con ázimos de pureza y verdad.” 1 Cor 5,6-8
La exhortación pues es bellísima y contundente
en su expresión. No se debe permitir en forma alguna que se propague entre la
comunidad la levadura vieja del pecado y de la inmoralidad. Los que son de
Cristo, Cordero inmolado y nuestra Pascua, deben permanecer como panes ázimos,
ofrecidos en pureza y verdad al Padre en unión a su Hijo. Aquí la levadura
tiene connotaciones negativas: la irrupción y expansión contaminante del mal
dentro de la Iglesia.
Y
ésta me parece una temática tan actual. Ya me he pronunciado - hasta el
hartazgo- acerca de la publicidad dada entre nosotros hoy a una “falsa
misericordia”, que con pretexto de inclusión absoluta, evita considerar
seriamente la necesidad de conversión. Deriva en una pastoral buenista,
populista y demagógica que convalida el mal y difumina la realidad del pecado
como también anestesia o confunde la conciencia moral de los creyentes.
Seguramente San Pablo se opondría tan firmemente en el presente como nos lo muestra
en el pasado. También a nuestra Iglesia peregrina de comienzos del tercer
milenio le advertiría: “Miren que iré
pronto entre ustedes, espero que se pongan en orden según las normas de
conducta en Cristo antes que yo arribe. Se los anticipo para que elijan: ¿voy
con vara para corregir y restablecer la disciplina evangélica? Ojalá no hiciera
falta y enmienden su desvarío con prontitud.”
Por
mi parte ruego a Dios que no nos falten ministros sagrados que con rectitud
apostólica nos exhorten y nos despierten. Comprendo que no será grato para
nadie. Unos se sentirán juzgados, quizás agredidos o no estimados, ofrecerán
tal vez resistencia férrea, aunque la caridad eclesial los invite simplemente a
salir del pecado para unirse plenamente a Cristo. Otros se verán sorprendidos
pues les parecerá excesiva la exigencia de la santidad de vida; la cual es
nuestra vocación pero evidentemente es incómoda, interpela y desafía y no
admite medias tintas o el vago deambular de la mediocridad reinante. Lamentablemente
no faltarán quienes ya infestados por la tentación han dejado que su mente y
corazón se retuerzan; estos tales actuarán como justificadores ideológicos de
una cercanía al mundo y de un espíritu de modernización que traiciona al
Evangelio de la Gracia. Finalmente quienes ejerzan el ministerio apostólico
sufrirán como todos los profetas sufren y padecerán probablemente con más
intensidad los embates desde dentro de la Iglesia que desde fuera de ella. El
interrogante está en el aire: ¿la Iglesia santa que abraza pecadores en camino
de penitencia admitirá en su seno la levadura del mal y del pecado? Como reza
antiguo adagio: “aversión al pecado y misericordia al pecador”. El pecado debe
ser erradicado; el pecador en cambio liberado y rescatado para la santidad de
la Gracia.
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