SALVACIÓN EN ESPERANZA
Y ESPERANZA DE SALVACIÓN
“Porque
estimo que los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la
gloria que se ha de manifestar en nosotros.”
Rom 8,18
Apóstol
San Pablo, ¡cuántas veces a lo largo de mi vida me he detenido en esta
expresión tuya! A veces atravesando circunstancias desafiantes y sufriendo, levantando
la mirada hacia las promesas por delante, recuperando el vigor para llegar hasta
la Cruz. Otras veces simplemente, contemplando agradecido y anhelante, el
inestimable tesoro que nos ha destinado el Padre en Cristo como herencia.
¿Qué
espero pues? La Unión definitiva y eterna con Dios en la Gloria. ¿Qué esperan
otros? No lo sé.
No
creo perciban el tesoro de Gracia por delante, lo deduzco ya que tan bajo
precio pretenden pagar ni les va la vida entera en ello. Lo intuyo porque se
hunden y pierden en el tiempo presente como si no hubiese un horizonte más alto y atractivo.
Viven entonces como raptados por la sensación envolvente, la pesada tierra y el
hoy corto de la historia. No es posible ya establecer un punto de comparación
entre lo provisorio y lo eterno y así se pierde todo contexto de real
cotización. ¿Cuánto valen las cosas, mis cosas? ¿Estos penares tienen algún
motivo y orden? ¿En función de cual referencia lo mido todo?
La
esperanza de Gloria y Salvación es el vector teleológico propio de la fe
cristiana. Felicidad y Salvación Eterna coinciden plenamente. Y esta esperanza
en la Gloria que se ha de manifestar es conexa a la experiencia del Amor
recibido, desbordante y gratuito. Quien verdaderamente se ha encontrado con Cristo
queda lleno sin más de una viva esperanza de Salvación.
“Pues
la ansiosa espera de la creación desea vivamente la revelación de los hijos de
Dios. La creación, en efecto, fue sometida a la vanidad, no espontáneamente,
sino por aquel que la sometió, en la esperanza de ser liberada de la
servidumbre de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los
hijos de Dios.” Rom 8,19-21
Nos
sorprendes de pronto con una tal aseveración, que la expectación tiene, digamos,
un grado “cósmico”. La creación entera ha sido reducida a vanidad a causa del
pecado de Adán bajo la instigación del Demonio. Esa creación, salida enteramente
buena de las manos de Dios, espera que se cumpla y manifieste la libertad de
los hijos de Dios para verse libre de la corrupción junto a ellos. Pues los
hijos en el Hijo Salvador, Jesucristo nuestra Pascua, seremos liberados de toda
corrupción, ya la del pecado ya la de la muerte. Y toda la creación
misteriosamente participará de esta obra de Salvación realizada en los hijos.
“Pues
sabemos que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto.
Y no sólo ella; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu,
nosotros mismos gemimos en nuestro interior anhelando el rescate de nuestro
cuerpo.” Rom 8,22-23
Es
impresionante esta imagen de todo un universo que gime con dolores de parto. Y
de algún modo este gemir parece vinculado al Espíritu, que con su presencia
derrama y anticipa primicias de Salvación en nosotros. El Espíritu nos
direcciona e impulsa pues hacia la consumación de ese parto que será nuestro
nacimiento definitivo a la Eternidad y la Gloria en la participación de la comunión
Trinitaria. Inadvertidamente para muchos, la creación también aguarda que los
hombres seamos salvados para que ella misma pueda ser rescatada.
No
puedo evitar el siguiente excursus sobre la desorientación profunda de la
actual causa ecologista e incluso cierta insuficiencia en el planteo teológico cristiano
del tema.
La
desorientación del ecologismo se funda en su biocentrismo extremo, donde
habitualmente se coloca al hombre como el enemigo amenazante de la vida o se lo
quiere subsumir entre una multiplicidad de vivientes sin demasiada relevancia
específica. Un cierto naturalismo nihilista parece a la base: todo estaría
mejor si el hombre no existiese. El hombre es el causante de todos los males
que aquejan a la vida del planeta. Y sin negar la responsabilidad humana, una
tal presunción conduciría a la eliminación de la racionalidad del cosmos. De
hecho si hubiese Dios ya no habría quien pudiese concebirlo como existente y
por tanto sería indiferente su presencia una vez creado lo creado. El resultado
sería una creación inconsciente que también pudo surgir del caos. Pues aunque
haya surgido de una mente ordenadora tal conocimiento resulta irrelevante para
quien no puede conocer. Por tanto el ecologismo termina resultando de suerte en
un ateísmo práctico.
La
insuficiencia del planteo teológico de algunos exponentes deriva de la estrechez
en su óptica escatológica. A nivel pastoral no son pocos los cristianos que sintetizarían
todo en este argumento de divulgación: porque Dios es el Creador y la creación
su obra, el hombre debe respetarla y cuidarla, debe convertirse “ecológicamente”
para dejar de dañar el mundo y así poder dejarle una casa a las generaciones
futuras. Este planteo incompleto termina siendo puramente inmanente y
secularizante. Todo se reduce a la historia y no hay otra trascendencia sino en
la continuidad de la historia. Pero aquí se desconoce este dato Escriturístico
novedoso e inquietante: la creación está “interesada” por la Salvación de los
hombres que redunda en su propia liberación de la corrupción. La “expectación
soteriológica de la creación” requiere que el hombre se haga cargo de su vocación
de hijo de Dios y se encamine a la Unión en la Gloria. Por tanto no hay mayor
caridad para con la creación –sin dejar de realizar cuanto históricamente sea evangélico-
que nuestra santificación por la obra redentora de la Pascua de Cristo. El
hombre orientado a la Bienaventuranza es la alegría de la creación que espera
ser liberada.
“Porque
nuestra salvación es en esperanza; y una esperanza que se ve, no es esperanza,
pues ¿cómo es posible esperar una cosa que se ve? Pero esperar lo que no vemos, es aguardar con
paciencia. Y de igual manera, el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza.
Pues nosotros no sabemos cómo pedir para orar como conviene; mas el Espíritu
mismo intercede por nosotros con gemidos inefables, y el que escruta los
corazones conoce cuál es la aspiración del Espíritu, y que su intercesión a
favor de los santos es según Dios.” Rom 8,24-27
Nuestra
Salvación es en esperanza. Ya que cuanto esperamos está más allá de cuanto nos es
esperable. Porque lo esperado es el encuentro con el Misterio mismo de Dios.
Además tal expectativa supera nuestra capacidad y no puede ser sino donación
Suya. Tenemos pues esperanza de ser salvados por Dios o por decirlo
paulinamente, que se consume “la revelación de los hijos de Dios”, cuando la Fe
acceda a la visión, la Esperanza a la posesión y la Caridad a la unión gozosa.
Y
quien espera con virtud cristiana, aguarda con paciencia. Espera entonces con
confianza y se pone en las manos de Aquel que puede rescatarlo de la muerte.
Como el Hijo en las manos del Padre, así la multitud de los hijos adoptivos. Y
puesto subsiste nuestra flaqueza, en este estado de viadores, no nos falta el
auxilio del Espíritu. Por entonces descubrimos que nuestros gemidos, de los
cuales se hace eco la creación entera en dolores cósmicos de parto, no son sino
una réplica del gemir del Espíritu en nosotros. Su oración es un gemido
inefable pues es lengua divina que nos supera y porque Él sabe lo que pide
cuando nosotros no podemos valorar aún la dimensión de cuanto estamos esperando.
La plegaria intercesora que nos habita, el Espíritu Santo, escruta nuestros
corazones y los eleva en aspiración de Gloria. Intercede según Dios y nos
orienta a la consecución de la comunión salvífica. ¡Feliz aspiración la de
nuestra esperanza en la Salvación de Dios!