VIVIR UNA VIDA NUEVA
ROMPER CON EL PECADO
(I)
“¿Qué
diremos, pues? ¿Que debemos permanecer en el pecado para que la gracia se
multiplique? ¡De ningún modo!” Rom 6,1
Estimadísimo
San Pablo, con tu gran inteligencia te adelantas. No sea que de aquella
expresión tuya, “donde abundó el pecado, sobreabundó la Gracia”, alguien
infiera esta conclusión errónea: “pequemos para que haya más Gracia”. ¡De
ningún modo!
“Los
que hemos muerto al pecado ¿cómo seguir viviendo en él?” Rom 6,2
Porque
la Gracia vence al pecado y lo deja atrás en el pasado. Vivir en Gracia es
romper con el pecado. Habría que perseverar en un estado de vida en santidad
una vez que hemos sido rescatados del pecado. Claro que esta es una realidad
dinámica, y mientras vivimos aquí en la historia permanecemos viadores
penitentes, en continua tensión de conversión. Pero debemos considerarnos
muertos al pecado. Dilo a ti mismo frente a las tentaciones que te acechen y
dilo tras caer de nuevo en el pecado e intentar levantarte arrepentido: “Los que hemos muerto al pecado ¿cómo seguir
viviendo en él?” Y tras recibir la absolución, por el sacramento de la
Reconciliación, retoma la vida con alegría y esperanza, sabiéndote tan amado y
di a ti mismo: “Los que hemos muerto al
pecado ¿cómo seguir viviendo en él?”.
“¿O
es que ignoráis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados
en su muerte? Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte, a
fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio
de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva.” Rom 6,3-4
Esta
muerte al pecado ocurre en nuestro bautismo. Hoy en día se nos hace más
evidente en el bautismo de un adulto, por el cual no solo se le confiere ser
librado del pecado original, sino que se le perdonan todos los pecados personales
cometidos con anterioridad a este renacimiento desde Dios. Es muy fuerte esta
imagen de ser sepultados con Cristo. Participamos de su Muerte y de su Resurrección.
Con su Muerte mató la muerte. En su Muerte venció su Amor entregado y fueron
perdonados nuestros pecados. Por el bautismo fuimos sumergidos en las
profundidades de la Muerte de Cristo para resurgir victoriosos con Él. ¿Qué
debemos hacer pues de ahora en más? ¡Vivir una Vida Nueva!
Por
eso la Iglesia enseña que la vida cristiana no es mas que el desarrollo de la
vocación bautismal. Vivir adheridos a la Gracia, eligiendo fielmente la
voluntad del Señor, superando tentaciones y rompiendo con todo pecado. Es
nuestra vocación a la santidad la que se inicia en el bautismo. “Ser hijos en
el Hijo”, reza la consabida formula teológica. Por Cristo, con Él y en Él dar
culto de adoración con nuestra vida al Padre, animados por el Espíritu Santo. Vivir
constantemente unidos al influjo de la Mente y el Corazón de Jesucristo.
Esto
se expresa claramente en los ritos de ilustración: la unción con el Santo
Crisma, rogando que el Espíritu derramado en nosotros nos mantenga unidos a
Cristo que es Sacerdote, Profeta y Rey, y en Él tengamos Vida Eterna; la
imposición de la vestidura blanca que es signo de nuestra vocación a la
santidad y la entrega del cirio encendido, para permanecer iluminados y ser
portadores de la Luz de Cristo; el effetá con el cual somos abiertos para
permanecer receptivos a la Palabra de Dios, oyéndola y proclamándola con fe.
Te
invito pues a dos acciones prácticas en tu vida cristiana. Recuerda y celebra
el día de tu bautismo, es el día de tu nacimiento a la Gracia, a la Eternidad,
a la participación en la Vida Divina. Quizás haya que retomar la costumbre de
priorizar este día al del cumpleaños. Porque uno marca el inicio de nuestra
vida terrena que tendrá fin con nuestra muerte. Pero el otro marca nuestra
vocación de Cielo. ¿Cuál te parece más importante? Festejar el cumpleaños y omitir
el aniversario bautismal parece más una conducta pagana de quien se ha
mundanizado y olvidado su fe.
También
te propongo realizar alguna peregrinación a la pila bautismal donde has
renacido a la Vida de Dios. Allí puedes rezar por tus padres y padrinos como
por el ministro ordenado, quienes colaboraron para que fueses sumergido en la
Pascua del Señor. Simplemente podrías orar allí desde lo profundo de tu alma: “Aquí fui con Él sepultado por el bautismo
en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los
muertos por medio de la gloria del Padre, así también yo viva una vida nueva.”
“Porque
si nos hemos hecho una misma cosa con él por una muerte semejante a la suya,
también lo seremos por una resurrección semejante; sabiendo que nuestro hombre
viejo fue crucificado con él, a fin de que fuera destruido este cuerpo de
pecado y cesáramos de ser esclavos del pecado.” Rom 6,5-6
¿Y
sabemos que nuestro hombre viejo fue crucificado con Él? Esta sabiduría debemos
adquirir: muertos al pecado para vivir Vida de Dios. Por el Bautismo, nuestra Pascua,
fue crucificado en nosotros el hombre viejo Adán y hemos resurgido según el Hombre
Nuevo Cristo. “En Gracia hemos sido
salvados”, nos dirá el Apóstol en otra ocasión. Pero ¿así vivimos? ¿Permanece
crucificado y muerto en nosotros el hombre viejo o de tanto en tanto reaparece
trayendo turbación y división a nuestro corazón? ¿Aún hay lucha en nuestro
interior: vida vieja versus Vida Nueva? ¡Claro que permanecemos viadores
penitentes, combatiendo duramente a diario para no volver atrás, intentando
asegurar la santidad de nuestra vida en Él! El hombre viejo ha sido crucificado
y tiene que seguir siendo crucificado todos nuestros días en esta tierra. La Gracia
del Bautismo se va reconfirmando en un camino ascendente de fidelidad hacia la
Gloria. ¡Por eso predico tanto la Cruz! Debemos permanecer crucificados con
Cristo y muertos al pecado, para ya no ser sus esclavos sino libres para la
Gracia, para vivir una Vida Nueva. ¡Amén!
No hay comentarios.:
Publicar un comentario