DONDE ABUNDO EL PECADO
SOBREABUNDÓ LA GRACIA
Una
mirada sapiencial sobre la historia de la humanidad, urge y se nos impone, y tú
queridísimo San Pablo nos la proporcionas.
“Por
tanto, como por un solo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la
muerte y así la muerte alcanzó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron; -porque,
hasta la ley, había pecado en el mundo, pero el pecado no se imputa no habiendo
ley-; con todo, reinó la muerte desde
Adán hasta Moisés aun sobre aquellos que no pecaron con una transgresión
semejante a la de Adán, el cual es figura del que había de venir... Pero con el don no sucede como con el delito.
Si por el delito de uno solo murieron todos ¡cuánto más la gracia de Dios y el
don otorgado por la gracia de un solo hombre Jesucristo, se han desbordado
sobre todos! Y no sucede con el don como
con las consecuencias del pecado de uno solo; porque la sentencia, partiendo de
uno solo, lleva a la condenación, mas la obra de la gracia, partiendo de muchos
delitos, se resuelve en justificación.” Rom 5,12-16
Nos
encontramos en el centro de lo que será la doctrina y el dogma del pecado
original. El pecado entró por el hombre en el mundo. El pecado es obra nuestra.
San Francisco de Asís enseñaba que lo único que verdaderamente nos pertenece
son nuestros vicios y pecados. Lo demás, todo lo bueno, hay que referirlo a
Dios, que gratuitamente lo da y a quien en gratuidad hay que restituirlo. Pero
sin duda la única propiedad que poseemos y que no viene de Dios es nuestro
pecado. Nuestro es el pecado, no de Dios. Porque creemos el testimonio de la
Sagrada Escritura: todo ha salido bueno de las manos creadoras.
Así
Adán representa al hombre que por desobedecer el mandato de Dios introduce el
pecado. Y del pecado sobrevino la muerte y se propagó a toda la humanidad. No puedo
entrar aquí en cuestiones exegéticas ni en consideraciones teológicas acerca de
la formación e interpretación de la doctrina del pecado original. Bástenos
comprender que una lectura católica de este pasaje de la Escritura percibe el
misterio de la propagación del pecado y de la muerte sobre el género humano.
Pues en Adán la humanidad es solidaria en el pecado que conduce a la muerte.
Adán ha caído, es ahora un pecador. La humanidad caída es una humanidad que
conoce y produce el pecado.
“Por
un solo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte y así la
muerte alcanzó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron.”
Ustedes comprenderán que este texto paulino es de difícil interpretación. De él
ha surgido bajo la mirada de San Agustín la doctrina del pecado original, no
exenta del contexto de la disputa pelagiana. También de él ha surgido la
reinterpretación de Lutero, obviamente en el contexto del movimiento de la
Reforma. Hubo en la historia y los hay modernamente, teólogos que niegan la
existencia del pecado original. El Concilio de Trento, afirmando solemnemente
esta verdad revelada, y recogiendo toda la tradición católica atestiguada en el
magisterio precedente, ha fijado dogmáticamente la lectura de este texto
citándolo como fundamento según el canon de la fe: “Si alguno afirma que la prevaricación de Adán le dañó a él solo y no a
su descendencia; que la santidad y justicia recibida de Dios, que él perdió, la
perdió para sí solo y no también para nosotros; o que, manchado él por el
pecado de desobediencia, sólo transmitió a todo el género humano la muerte y
las penas del cuerpo, pero no el pecado que es muerte del alma: sea anatema, pues contradice al Apóstol que
dice: Por un solo hombre entró el Pecado
en el mundo, y por el pecado la muerte, y así a todos los hombres pasó la
muerte, por cuanto todos habían pecado (Rom. 5, 12).” PAULO III, 1534-1549
CONCILIO DE TRENTO, 1545-1563 XIX ecuménico (contra los innovadores del siglo
XVI) SESIÓN V (17 de junio de 1546) Decreto sobre el pecado original.
El
Apóstol continúa su argumentación introduciendo una idea cultivada en los
ambientes rabínicos: la división de la historia en dos tiempos, sin y con Ley.
Desde Adán hasta Moisés reinó la muerte pues todos pecaron –aunque no hayan
transgredido de forma semejante al primer hombre-. Ese tiempo es una era de
pecado y de muerte. Sutilmente el Apóstol marca la diferencia con la siguiente
etapa de la historia sobre la temática de la imputación del pecado. Pecado había, pero solo cuando la Ley se
promulga, cuando Dios explicita sus mandamientos, queda imputado. El pecado se
recorta nítidamente sobre el marco de la Ley y la imputación es tanto la
acusación de Dios al hombre como su caída en la cuenta del mal que ha elegido.
Ya escucharemos a San Pablo referirse a que la letra de la Ley mata pues en todo
caso funciona como sentencia de una realidad ya acaecida pero aún no ha
aplicada a un responsable. Con la Ley, Dios imputa al hombre todo su pecado con
sus consecuencias. Por tanto la propagación de la Ley mediante el Pueblo de la
Alianza también es propagación de la imputación a todas las naciones.
Pero
debemos prestar atención a esa breve alusión a Adán como figura del que había
de venir. También ya contemplaremos al Apóstol contraponiendo al Adán celeste
–Jesucristo- con el Adán terreno. Aquí su comentario sirve para introducir esta
idea central: “Si por el delito de uno solo murieron todos ¡cuánto más la gracia de
Dios y el don otorgado por la gracia de un solo hombre Jesucristo, se han
desbordado sobre todos!” Tras lo cual formulará su convicción de que
son incomparables la dinámica del pecado y de la Gracia. La realidad
desordenada por el pecado, una suerte de anti-creación, será desbordada
ampliamente por la Gracia en un estado incluso superior al original, una nueva
creación. La antítesis se describe en lenguaje cuantitativo: por un solo hombre
–Adán-, el pecado llegó a todos los hombres con su sentencia condenatoria; sin
embargo ahora no hay un solo hombre sino multitud de hombres con innumerables
delitos, pues cuánta más poderosa debe ser la Gracia de uno solo, Jesucristo
que resuelve en justificación los incontables pecados de la humanidad entera.
Tiempo
atrás un reconocido teólogo de mi tierra, que participaba como miembro de la
Comisión Teológica Internacional, tras volver de una sesión de estudio que
luego publicó un documento sobre un tema específico, comentó socarronamente en
clase a sus alumnos: “Todavía estamos discutiendo quién es más fuerte, Adán o Cristo,
el pecado o la Gracia”.
Justamente
San Pablo, con esta comparación entre Cristo y Adán, entre la dinámica del
pecado y de la Gracia, quiere marcar la superioridad del poder y de la obra de
Dios sobre todas las obras de los hombres. Dios vence al pecado con su Gracia,
rescata y redime. El concepto de Justificación no se trata de una envoltura
exterior con la cual se recubre al hombre pecador que permanece con su
naturaleza gravemente dañada pero oculta bajo aquel manto, un recubrimiento con
la Justicia de Cristo que se le imputa en lugar del pecado, como enseñaba el
naciente cisma protestante. La justificación es una re-creación, la Gracia sana
la naturaleza y la eleva a la participación en la Vida Nueva de la Pascua del
Señor Jesús.
“En
efecto, si por el delito de uno solo reinó la muerte por un solo hombre ¡con
cuánta más razón los que reciben en abundancia la gracia y el don de la
justicia, reinarán en la vida por uno solo, por Jesucristo! Así pues, como el
delito de uno solo atrajo sobre todos los hombres la condenación, así también
la obra de justicia de uno solo procura toda la justificación que da la vida. En
efecto, así como por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron
constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo todos serán
constituidos justos. La ley, en verdad, intervino para que abundara el delito;
pero donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia; así, la mismo que el pecado
reinó en la muerte, así también reinaría la gracia en virtud de la justicia
para vida eterna por Jesucristo nuestro Señor.” Rom 5,17-21
Creo
que ahora, con cuanto hemos intentado explicar, este otro párrafo resuena con
toda su belleza y contundencia.
“Donde
abundó el pecado, sobreabundó la Gracia.” Ahora
entonces, podemos salirnos de un lenguaje teológico y catequístico necesario
para comprender un texto paulino tan denso, y realizar una aplicación
espiritual. Con simpleza te diría que te alegres y que alabes a Dios con todas
las fuerzas de tu corazón. Contempla el inmenso poder de Cristo para
rescatarte, para vencer el pecado y para realizar en ti la obra de la redención
y restauración. Porque con el Amor manifestado en su Pascua por su entrega a la
muerte en la Cruz y por su gloriosa Resurrección, te recrea. Convéncete: ya eres
una nueva creatura, ya no estás bajo el signo y la dinámica del Adán caído,
sino bajo el influjo victorioso del Adán Celeste.
Alcanzar
y perseverar en esta convicción de fe, permaneciendo serenamente alegre en la
esperanza, será tan crucial en el camino. Porque te advierto que el Adversario
intentará que mires solamente tu pecado, ya sea el del pasado que aún cargas,
el del presente que te hiere o el del futuro que se te presenta en la seducción
de las diversas tentaciones. El objetivo del Diablo será desmoralizarte, descorazonarte.
No dejará de recordarte tus caídas, no para que te conviertas, sino para que
pienses que ya no hay salida, que no tienes oportunidad alguna, que ya no
podrás levantarte, que has sido vencido y estás inexorablemente condenado a la
perdición. Pero tú levanta la mirada hacia Jesucristo, tu Señor y Salvador.
Cree en el poder victorioso de su Gracia. Recuérdate que ya no eres Adán sino
una nueva creatura. Y Quien te ha recreado también ha derrotado a tu Enemigo.
Cuando el pecado te abrume y dejes de tener expectativas por tu posible
santificación, cuando estés a punto de abandonar el camino de la conversión,
afirma con fuerza invocando el auxilio del Espíritu Santo: “Donde abundó el pecado,
sobreabundó la Gracia.” San Pablo interceda por todos nosotros.
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