DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 9

 




DONDE ABUNDO EL PECADO

SOBREABUNDÓ LA GRACIA

 

Una mirada sapiencial sobre la historia de la humanidad, urge y se nos impone, y tú queridísimo San Pablo nos la proporcionas.

 

“Por tanto, como por un solo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte y así la muerte alcanzó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron; -porque, hasta la ley, había pecado en el mundo, pero el pecado no se imputa no habiendo ley-;  con todo, reinó la muerte desde Adán hasta Moisés aun sobre aquellos que no pecaron con una transgresión semejante a la de Adán, el cual es figura del que había de venir...  Pero con el don no sucede como con el delito. Si por el delito de uno solo murieron todos ¡cuánto más la gracia de Dios y el don otorgado por la gracia de un solo hombre Jesucristo, se han desbordado sobre todos!  Y no sucede con el don como con las consecuencias del pecado de uno solo; porque la sentencia, partiendo de uno solo, lleva a la condenación, mas la obra de la gracia, partiendo de muchos delitos, se resuelve en justificación.” Rom 5,12-16

 

Nos encontramos en el centro de lo que será la doctrina y el dogma del pecado original. El pecado entró por el hombre en el mundo. El pecado es obra nuestra. San Francisco de Asís enseñaba que lo único que verdaderamente nos pertenece son nuestros vicios y pecados. Lo demás, todo lo bueno, hay que referirlo a Dios, que gratuitamente lo da y a quien en gratuidad hay que restituirlo. Pero sin duda la única propiedad que poseemos y que no viene de Dios es nuestro pecado. Nuestro es el pecado, no de Dios. Porque creemos el testimonio de la Sagrada Escritura: todo ha salido bueno de las manos creadoras.

Así Adán representa al hombre que por desobedecer el mandato de Dios introduce el pecado. Y del pecado sobrevino la muerte y se propagó a toda la humanidad. No puedo entrar aquí en cuestiones exegéticas ni en consideraciones teológicas acerca de la formación e interpretación de la doctrina del pecado original. Bástenos comprender que una lectura católica de este pasaje de la Escritura percibe el misterio de la propagación del pecado y de la muerte sobre el género humano. Pues en Adán la humanidad es solidaria en el pecado que conduce a la muerte. Adán ha caído, es ahora un pecador. La humanidad caída es una humanidad que conoce y produce el pecado.

“Por un solo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte y así la muerte alcanzó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron.” Ustedes comprenderán que este texto paulino es de difícil interpretación. De él ha surgido bajo la mirada de San Agustín la doctrina del pecado original, no exenta del contexto de la disputa pelagiana. También de él ha surgido la reinterpretación de Lutero, obviamente en el contexto del movimiento de la Reforma. Hubo en la historia y los hay modernamente, teólogos que niegan la existencia del pecado original. El Concilio de Trento, afirmando solemnemente esta verdad revelada, y recogiendo toda la tradición católica atestiguada en el magisterio precedente, ha fijado dogmáticamente la lectura de este texto citándolo como fundamento según el canon de la fe: “Si alguno afirma que la prevaricación de Adán le dañó a él solo y no a su descendencia; que la santidad y justicia recibida de Dios, que él perdió, la perdió para sí solo y no también para nosotros; o que, manchado él por el pecado de desobediencia, sólo transmitió a todo el género humano la muerte y las penas del cuerpo, pero no el pecado que es muerte del alma:  sea anatema, pues contradice al Apóstol que dice:  Por un solo hombre entró el Pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así a todos los hombres pasó la muerte, por cuanto todos habían pecado (Rom. 5, 12).” PAULO III, 1534-1549 CONCILIO DE TRENTO, 1545-1563 XIX ecuménico (contra los innovadores del siglo XVI) SESIÓN V (17 de junio de 1546) Decreto sobre el pecado original.

El Apóstol continúa su argumentación introduciendo una idea cultivada en los ambientes rabínicos: la división de la historia en dos tiempos, sin y con Ley. Desde Adán hasta Moisés reinó la muerte pues todos pecaron –aunque no hayan transgredido de forma semejante al primer hombre-. Ese tiempo es una era de pecado y de muerte. Sutilmente el Apóstol marca la diferencia con la siguiente etapa de la historia sobre la temática de la imputación del pecado.  Pecado había, pero solo cuando la Ley se promulga, cuando Dios explicita sus mandamientos, queda imputado. El pecado se recorta nítidamente sobre el marco de la Ley y la imputación es tanto la acusación de Dios al hombre como su caída en la cuenta del mal que ha elegido. Ya escucharemos a San Pablo referirse a que la letra de la Ley mata pues en todo caso funciona como sentencia de una realidad ya acaecida pero aún no ha aplicada a un responsable. Con la Ley, Dios imputa al hombre todo su pecado con sus consecuencias. Por tanto la propagación de la Ley mediante el Pueblo de la Alianza también es propagación de la imputación a todas las naciones.

Pero debemos prestar atención a esa breve alusión a Adán como figura del que había de venir. También ya contemplaremos al Apóstol contraponiendo al Adán celeste –Jesucristo- con el Adán terreno. Aquí su comentario sirve para introducir esta idea central: “Si por el delito de uno solo murieron todos ¡cuánto más la gracia de Dios y el don otorgado por la gracia de un solo hombre Jesucristo, se han desbordado sobre todos!” Tras lo cual formulará su convicción de que son incomparables la dinámica del pecado y de la Gracia. La realidad desordenada por el pecado, una suerte de anti-creación, será desbordada ampliamente por la Gracia en un estado incluso superior al original, una nueva creación. La antítesis se describe en lenguaje cuantitativo: por un solo hombre –Adán-, el pecado llegó a todos los hombres con su sentencia condenatoria; sin embargo ahora no hay un solo hombre sino multitud de hombres con innumerables delitos, pues cuánta más poderosa debe ser la Gracia de uno solo, Jesucristo que resuelve en justificación los incontables pecados de la humanidad entera.

Tiempo atrás un reconocido teólogo de mi tierra, que participaba como miembro de la Comisión Teológica Internacional, tras volver de una sesión de estudio que luego publicó un documento sobre un tema específico, comentó socarronamente en clase a sus alumnos: “Todavía estamos discutiendo quién es más fuerte, Adán o Cristo, el pecado o la Gracia”.

Justamente San Pablo, con esta comparación entre Cristo y Adán, entre la dinámica del pecado y de la Gracia, quiere marcar la superioridad del poder y de la obra de Dios sobre todas las obras de los hombres. Dios vence al pecado con su Gracia, rescata y redime. El concepto de Justificación no se trata de una envoltura exterior con la cual se recubre al hombre pecador que permanece con su naturaleza gravemente dañada pero oculta bajo aquel manto, un recubrimiento con la Justicia de Cristo que se le imputa en lugar del pecado, como enseñaba el naciente cisma protestante. La justificación es una re-creación, la Gracia sana la naturaleza y la eleva a la participación en la Vida Nueva de la Pascua del Señor Jesús.

 

“En efecto, si por el delito de uno solo reinó la muerte por un solo hombre ¡con cuánta más razón los que reciben en abundancia la gracia y el don de la justicia, reinarán en la vida por uno solo, por Jesucristo! Así pues, como el delito de uno solo atrajo sobre todos los hombres la condenación, así también la obra de justicia de uno solo procura toda la justificación que da la vida. En efecto, así como por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo todos serán constituidos justos. La ley, en verdad, intervino para que abundara el delito; pero donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia; así, la mismo que el pecado reinó en la muerte, así también reinaría la gracia en virtud de la justicia para vida eterna por Jesucristo nuestro Señor.” Rom 5,17-21

 

Creo que ahora, con cuanto hemos intentado explicar, este otro párrafo resuena con toda su belleza y contundencia.

“Donde abundó el pecado, sobreabundó la Gracia.” Ahora entonces, podemos salirnos de un lenguaje teológico y catequístico necesario para comprender un texto paulino tan denso, y realizar una aplicación espiritual. Con simpleza te diría que te alegres y que alabes a Dios con todas las fuerzas de tu corazón. Contempla el inmenso poder de Cristo para rescatarte, para vencer el pecado y para realizar en ti la obra de la redención y restauración. Porque con el Amor manifestado en su Pascua por su entrega a la muerte en la Cruz y por su gloriosa Resurrección, te recrea. Convéncete: ya eres una nueva creatura, ya no estás bajo el signo y la dinámica del Adán caído, sino bajo el influjo victorioso del Adán Celeste.

Alcanzar y perseverar en esta convicción de fe, permaneciendo serenamente alegre en la esperanza, será tan crucial en el camino. Porque te advierto que el Adversario intentará que mires solamente tu pecado, ya sea el del pasado que aún cargas, el del presente que te hiere o el del futuro que se te presenta en la seducción de las diversas tentaciones. El objetivo del Diablo será desmoralizarte, descorazonarte. No dejará de recordarte tus caídas, no para que te conviertas, sino para que pienses que ya no hay salida, que no tienes oportunidad alguna, que ya no podrás levantarte, que has sido vencido y estás inexorablemente condenado a la perdición. Pero tú levanta la mirada hacia Jesucristo, tu Señor y Salvador. Cree en el poder victorioso de su Gracia. Recuérdate que ya no eres Adán sino una nueva creatura. Y Quien te ha recreado también ha derrotado a tu Enemigo. Cuando el pecado te abrume y dejes de tener expectativas por tu posible santificación, cuando estés a punto de abandonar el camino de la conversión, afirma con fuerza invocando el auxilio del Espíritu Santo: “Donde abundó el pecado, sobreabundó la Gracia.” San Pablo interceda por todos nosotros.



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