HASTA REBOZAR DE ESPERANZA
POR
LA FUERZA DEL ESPIRITU SANTO
“El Dios de la esperanza los colme
de todo gozo y paz en su fe, hasta rebosar de esperanza por la fuerza del
Espíritu Santo. Por mi parte estoy persuadido, hermanos míos, en lo que a
ustedes toca, de que también ustedes están llenos de buenas disposiciones, henchidos
de todo conocimiento y capacitados también para amonestarse mutuamente. Sin
embargo, en algunos pasajes les he escrito con cierto atrevimiento, como para
reavivar sus recuerdos, en virtud de la gracia que me ha sido otorgada por
Dios, de ser para los gentiles ministro de Cristo Jesús, ejerciendo el sagrado
oficio del Evangelio de Dios, para que la oblación de los gentiles sea
agradable, santificada por el Espíritu Santo.” Rom 15,13-16
Querido
Apóstol San Pablo, no puedo menos que conmoverme entrañablemente frente al
testimonio de tu santa caridad pastoral. ¡Cuánto consuelo hallo en tus palabras
que brotan de un corazón que arde sinceramente por Cristo Señor! Confieso que
quisiera poder establecerme yo mismo de modo sólido en esta óptica tuya. Como
también deseo –en estos días casi con desesperación- que todos los pastores de
la Iglesia podamos sentir a una contigo.
“El
Dios de la esperanza los colme de todo gozo y paz en su fe, hasta rebosar de
esperanza por la fuerza del Espíritu Santo.” ¡Qué
claridad la tuya para presentarnos el inapreciable y valioso don de la fe! Pues
por la fe en Jesucristo toda nuestra vida ha sido transformada: unos cimientos
nuevos, un camino nuevo, una fuerza nueva y un horizonte nuevo.
Por
la fe hemos tenido acceso al Dios de la esperanza porque simplemente el mismo
Dios es nuestra esperanza ya que es Amor y se dona a sí mismo sin medida. Y el
Dios de la esperanza tiene reservado para nosotros, en su infinita
Misericordia, un inagotable tesoro de Gloria.
Quien
conecta pues con la esperanza que engendra Dios por la fe se ve henchido de paz
y de gozo. Se trata de esa paz que es saciedad desbordante como consuelo sin
fin y de ese gozo que resulta en fruición creciente e infinita. Un permanente estado
extático de exultación por la celebración nupcial de la Alianza. Obviamente
esta esperanza colmada se realiza plenamente en la visión beatífica y eterna
pero en primicias se adelanta por la vida teologal de las virtudes infusas
conexas: fe, esperanza y caridad. La vida presente del cristiano está preñada
de la Gloria futura por venir.
Así es eminentemente propio del Espíritu
Santo infundir una desbordante alegría de la Salvación en quienes habita.
Podríamos decir que el Espíritu incoa desde el comienzo de la vida de la gracia
ese gozo rebozante de esperanza por lo que ya se tiene regalado y por lo que
aún falta recibir en heredad.
“Ustedes
están llenos de buenas disposiciones, henchidos de todo conocimiento y capacitados
también para amonestarse mutuamente.” Aquí pues entra
a tallar tu inmensa caridad pastoral. Con tono tan fraterno como paternal, los
alientas elogiándolos, al mismo tiempo que deslizas cuáles son los necesarios
cuidados que se deben tener para vivir rebosantes de esperanza en el Espíritu.
A nivel personal cada discípulo debe presentar buenas disposiciones, las
mejores que le sean posibles para acoger y sostener la gracia de Dios. Esto
supone entiendo, diversas actitudes: estar fijamente atento en Dios y sus
mociones, desear conocer y realizar Su santa Voluntad, revisar y purificar las
propias motivaciones, permanecer en tensión de conversión y disponer de cuanto
sea necesario para caminar y fructificar en el Señor. Es decir, estar
vigilantes y siempre bien preparados para el encuentro transformador con Cristo
que está viniendo.
Pero
también a nivel personal ser henchidos de todo conocimiento, por tanto,
disfrutar de esa sabiduría que mana del trato de amor, de la continua
experiencia de intercambio y reciprocidad en la Alianza. Porque se trata del
conocimiento de Dios, de su inteligencia y corazón, de su forma de comunicarse
y relacionarse con nosotros, del hallazgo de sus caminos misteriosos. Quienes
viven juntos se conocen. Quienes se pertenecen por el mutuo amor son capaces de
latir al unísono. Es un conocimiento santo que brota de la comunión con Dios
que se ofrece en Don de Sí y que invita insistentemente a sus hijos a
responderle, entregándose y perseverando en dicha Unión.
A
nivel comunitario, quienes cuentan con buenas disposiciones y tienen la
sabiduría del Amor, podrán auxiliarse mutuamente ejerciendo la caridad fraterna
como amonestación, ya sea en dirección a la corrección de rumbos o a la
exhortación para seguir vivamente hacia delante y hacia lo alto. ¡Cómo rebozará
entonces la Iglesia de esperanza y de gozo en el Espíritu de Dios!
“Les
he escrito con cierto atrevimiento, como para reavivar sus recuerdos, en virtud
de la gracia que me ha sido otorgada por Dios, de ser para los gentiles
ministro de Cristo Jesús, ejerciendo el sagrado oficio del Evangelio de Dios…”
Continuando entonces con tu exquisito ejercicio de caridad pastoral, te empeñas
en “reavivar”. Se trata de un sello tuyo, también a tu hijo en Cristo -el
querido Timoteo-, le pedirás que “reavive el don de Dios”. Ahora deseas
“reavivar los recuerdos” de aquellos discípulos puesto que quieres ser fiel a
la gracia recibida como ministro del Evangelio. Anhelas que continúe ardiendo e
iluminando la gracia de la primera conversión, cuando escucharon con fe la
predicación y aceptaron al Señor como Salvador. Que la buena noticia que les
fue anunciada continúe intacta, jovial y novedosa, resonando entre ellos.
Reavivas el fuego del Espíritu como quien remueve las brasas o acomoda los
leños y los pica para inquietar las llamas en el fogón. Reavivas el amor de los
comienzos porque nunca ha decaído su crepitar en tu corazón.
¡Esta
es sin duda la tarea fundamental del predicador! ¡Y cuánta falta hacen en la
Iglesia los santos y enamorados predicadores de Dios, heraldos de su Evangelio,
juglares de la Salvación! ¡Que el Evangelio Vivo de nuestro Señor Jesucristo prosiga
elevando sus llamas en los corazones, quemando, consumiendo y transformando el
mundo entero!
“Para
que la oblación sea agradable, santificada por el Espíritu Santo.”
Que en la Iglesia todos los cristianos, unidos a la Pascua del Señor, se
ofrezcan a sí mismos como ofrenda pura y santa, víctima de agradable aroma,
holocausto sin defecto ni mancha y sacrificio perpetuo. Que sean oblación con
Cristo en el Espíritu Santo para gloria y honor del Padre de las Misericordias
y Dios de todo consuelo. Amén. Porque vivimos rebosantes de toda esperanza en
la fuerza inextinguible del Espíritu de Dios y el mundo debe saberlo y
arrodillarse en adoración frente al único Señor que salva.