"Cantar de amadores. Acerca del inicio de la contemplación." (2019)
“Llévame contigo: ¡corramos! El rey me introdujo en sus habitaciones: ¡gocemos y alegrémonos contigo, celebremos tus amores más que el vino! ¡Cuánta razón tienen para amarte!” (1,4)
Es frecuente en el alma pedir a su Señor que la lleve consigo, que la lleve más con Él, que la haga capaz de una unión más íntima y duradera. Y este “corramos” lo ha vivido sin duda en los primeros tiempos de la contemplación donde ha experimentado el inicio de la noche, el desatarse sobrenatural del deseo y la fuga en que la ha puesto el Amado. Mas luego se queda quieta, no porque antes no lo estuviera, sino en una quietud más profunda y completa y es el Amado quien la introduce a veces con sutiles invitaciones, otras con delicados tirones y otras con mano fuerte en diversas habitaciones. Allí celebran juntos el amor y el Buen Señor da a beber al alma diversos vinos, gracias diversas que la colocan en diversos tipos de unión con Él. Así el caminar contemplativo es dejarse conducir el alma por su Señor a distintas habitaciones hasta quizás algún día ser introducida en la habitación central donde se sirve el más precioso néctar: el culmen de la unión.
¡Oh, cuánta razón tienen para amarte Amado mío! ¡Tu amor indecible e inefable vale más que la propia vida! ¡Tu amor, Señor, qué gran tesoro! ¡Oh, todo por tu amor! ¡Pago el precio absoluto de mi vida por unirme a Ti, Amado y Hermoso Señor! ¡Oh, pago el precio de mi vida para que te conozcan, te saboreen y te den a luz todos los hermanos y hermanas que te buscan por innumerables caminos! ¡Oh, qué no haría yo para que todos gozaran de tan alto amor! ¡Oh, Señor, dime qué hacer para ayudarte a enamorar y cautivar la vida de todas tus humanas creaturas!
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