Amós: el profeta de la justicia (5)



 Cinco visiones proféticas

 

En los capítulos 7 al 9 del Libro de Amós se exponen cinco visiones del hombre de Dios. En ellas se percibe una gran síntesis de toda la situación:

 

1)      La visión de las langostas

 

“Esto me dio a ver el Señor Yahveh: He aquí que él formaba langostas, cuando empieza a crecer el retoño, el retoño que sale después de la siega del rey. Y cuando acababan de devorar la hierba de la tierra, yo dije: «¡Perdona, por favor, Señor Yahveh! ¿cómo va a resistir Jacob, que es tan pequeño?»  Y se arrepintió Yahveh de ello: «No será», dijo Yahveh.” (Am 7,1-3)

 

El oráculo profético apunta directamente a la actuación del Rey, quien ejerce el privilegio de guardar para sí mismo lo primero y mejor de las cosechas. Entonces solo deja el sobrante al pueblo, sometiéndolo a dura pobreza. Dios quiere castigar al Rey pero el profeta intercede, pues una invasión de langostas recaerá sobre todos los habitantes del territorio.

 

2)      La visión de la sequía

 

“Esto me dio a ver el Señor Yahveh: He aquí que el Señor Yahveh convocaba al juicio por el fuego: éste devoró el gran abismo, y devoró la campiña. Y yo dije: «¡Señor Yahveh, cesa, por favor! ¿cómo va a resistir Jacob, que es tan pequeño?» Y se arrepintió Yahveh de ello: «Tampoco esto será», dijo el Señor Yahveh.” (Am 7,4-6)

 

El oráculo intenta expresar el Juicio de Dios, cuya sentencia de castigo viene desde fuera. Pero nuevamente el profeta intercede porque Jacob, que es tan pequeño, no lo resistirá. Dios quiere tener misericordia de su pueblo.

 

3)      La visión de la plomada

 

“Esto me dio a ver el Señor Yahveh: He aquí que el Señor estaba junto a una pared con una plomada en la mano. Y me dijo Yahveh: «¿Qué ves, Amós?» Yo respondí: «Una plomada.» El Señor dijo: «¡He aquí que yo voy a poner plomada en medio de mi pueblo Israel, ni una más le volveré a pasar! Serán devastados los altos de Isaac, asolados los santuarios de Israel, y yo me alzaré con espada contra la casa de Jeroboam.»”  (Am 7,7-9)

 

El castigo se origina desde dentro, pues el Rey y los sectores encumbrados han explotado al pueblo con el fin de construir armas. A esta militarización a costa de una creciente indigencia de muchos, Dios responderá con otras armas que vendrán de afuera y arrasarán Israel, tanto la villa real como todos sus santuarios corrompidos. Se trata del anuncio de la futura conquista de Israel por la invasión de Asiria.

Aquí el profeta ya no intercede, es “cosa juzgada y hay sentencia definitiva”. Claramente es el punto de mayor conflicto con el Rey, pues tras esta visión se intercala el relato de la confrontación con Amasías, sumo sacerdote que preside el santuario real de Betel, quien lo expulsa con grave amenaza (Am 7,10-17).

 

4)      La visión de la fruta madura

 

“Esto me dio a ver el Señor Yahveh: Había una canasta de fruta madura. Y me dijo: «¿Qué ves, Amós?» Yo respondí: «Una canasta de fruta madura.» Y Yahveh me dijo: «¡Ha llegado la madurez para mi pueblo Israel, ni una más le volveré a pasar! Los cantos de palacio serán lamentos aquel día -oráculo del Señor Yahveh- serán muchos los cadáveres, en todo lugar se arrojarán ¡silencio!»” (Am 8,1-3)

 

La historia que Israel ha generado lo llevará a su fin. La repetición de la expresión “ni una más le volveré a pasar” insiste sobre un juicio terminado, sin posibilidad de reapertura, con sentencia firme. Se ha acabado el tiempo en que Dios se arrepentía y daba otra oportunidad. El pecado de Israel tendrá consecuencias. La soberbia jactanciosa de la monarquía se convertirá en llanto de amargura y de dolor. Todo el país será un cementerio. Sólo se oirá silencio, silencio por la tragedia de la conquista y el exilio, silencio porque Dios ha pasado como Juez en medio de su pueblo.

 

5)      La visión sobre la caída del santuario

 

“Vi al Señor en pie junto al altar y dijo: ¡Sacude el capitel y que se desplomen los umbrales! ¡Hazlos trizas en la cabeza de todos ellos, y lo que de ellos quede lo mataré yo a espada: no huirá de entre ellos un solo fugitivo ni un evadido escapará! Si fuerzan la entrada del seol, mi mano de allí los agarrará; si suben hasta el cielo, yo los haré bajar de allí; si se esconden en la cumbre del Carmelo, allí los buscaré y los agarraré; si se ocultan a mis ojos en el fondo del mar, allí mismo ordenaré a la Serpiente que los muerda; si van al cautiverio delante de sus enemigos, allí ordenaré a la espada que los mate; pondré en ellos mis ojos para mal y no para bien.” (Am 9,1-4)

 

La última visión cierra una escalada del Juicio de Dios que se muestra del todo implacable. La amenaza profética es contra Betel, erigido en el santuario real y la villa de veraneo del monarca y de todos los encumbrados de aquel tiempo. El símbolo es tremendo, el techo del santuario se desplomará sobre ellos. Su culto es impío porque han roto la Alianza con Dios entregándose a todo tipo de injusticia y prácticas de opresión, de vida opulenta y desenfrenada, de culto religioso vacío, hipócrita y mentiroso. Y Dios se muestra como un Perseguidor que irá detrás de todos los pecadores hasta eliminarlos. El castigo de Dios no es sólo por causa política-económica sino ante todo por ruptura de la Alianza.

 

El pecado se puede perdonar pero sus consecuencias se deben asumir

 

Previamente a los Profetas, podía constatarse en Israel, una mentalidad más colectiva en torno al pecado y a la Gracia. El Rey, “personalidad corporativa por excelencia”, era el responsable de todo lo bueno y lo malo vivido por el Pueblo. A su vez el sujeto del pecado y de la Gracia solía ser el Pueblo en su conjunto. Esta mentalidad ciertamente realzaba la unidad en la vocación y destino común, pero diluía peligrosamente la responsabilidad personal. Justamente serán los Profetas quienes instalarán definitivamente la conciencia de que cada quien debe responder frente a Dios y hacerse cargo del fruto tanto de sus fidelidades como de sus idolatrías.

Por eso la historia no es para nosotros -los cristianos- cualquier historia, sino historia de Salvación. Reconocemos en nuestro tránsito por el mundo el tiempo misericordioso de peregrinación hacia la Casa del Padre. La historia verdaderamente está llamada a ser un proceso de maduración para vivir eternamente la Alianza en la Gloria. La historia personal y comunitaria, entrelazada por decisiones y hechos significativos, va madurando hasta el punto de la cosecha. Esperemos madurar y crecer orientados hacia la Gracia de Dios y no al pecado.

Lamentablemente, no pocos cristianos carecen de conciencia seria sobre su camino personal de purificación, conversión y santidad. Hoy de nuevo la Iglesia debería recuperar una sana educación de sus miembros en torno a la Soteriología. Hoy, siempre tan preocupados por “las cosas terráqueas del mundo”, nos urge volver a contemplar en fe, esperanza y caridad “las realidades Celestes” que se nos han prometido y que deberíamos anhelar mucho más. Hoy necesitamos redescubrir que nuestras elecciones personales tendrán consecuencias de Gracia Redentora para nosotros mismos y también para nuestros hermanos; pero que inclinados al pecado, si nos sumergimos en él, pondremos tanta oscuridad en nuestra vida y la de tantos que ni siquiera sospechamos. Los pecados podrán ser perdonados si hay arrepentimiento, pero seguramente sus consecuencias no se podrán remitir fácilmente. Habrá que aceptar la responsabilidad personal al introducir el mal en el mundo y debilitar la Salvación que Dios ofrece.

 


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