Amós: el profeta de la justicia (6)

 



La salvación que ofrece Dios


Reconozco que la profecía de Amós puede resultar agobiante. ¿Todas son malas noticias? ¿No hay espacio para la Salvación? Intentemos presentar este tema, sabiendo que ciertamente hay solo un oráculo de salvación –típico en sentido literario- en toda la profecía.

Una suerte de doxología -aclamación del poderío y de la gloria del Señor- nos pone en camino hacia un mensaje de esperanza. El Dios de los ejércitos, Dios Creador y guerrero invencible, ha decidido en su omnipotencia el castigo del reino pecador pero no un exterminio total, sino que se reservará un Resto. El Señor que es fiel recuerda la gesta de Egipto y persevera en su elección de Israel como hijo suyo.

 

“¡El Señor Yahveh Sebaot...! el que toca la tierra y ella se derrite, y hacen duelo todos sus habitantes; sube toda entera como el Nilo, y baja como el Nilo de Egipto. El que edifica en los cielos sus altas moradas, y asienta su bóveda en la tierra; el que llama a las aguas de la mar, y sobre la haz de la tierra las derrama, ¡Yahveh es su nombre! ¿No son ustedes para mí como hijos de kusitas, oh hijos de Israel? -oráculo de Yahveh- ¿No hice yo subir a Israel del país de Egipto, como a los filisteos de Kaftor y a los arameos de Quir? He aquí que los ojos del Señor Yahveh están sobre el reino pecador; voy a exterminarlo de la haz de la tierra, aunque no exterminaré del todo a la casa de Jacob -oráculo de Yahveh-.” (Am 9,5-8)

 

El Día del Señor, también es Día de esperanza y restauración. La fidelidad de Dios a las promesas realizadas a David parece ser el eje de este porvenir dichoso. Se hará realidad el Reino mesiánico, con un pueblo reintegrado en la unidad, que ocupa fructuosamente la tierra que Dios le ha dado en heredad.

Si bien este oráculo parece ser tardío y su contexto serían aquellas añadiduras que permiten que la profecía de Amós –originalmente dirigida al reino del Norte- también pueda ser releída válidamente en el Sur, se implica que el proyecto de Dios es la unidad del Pueblo. En todo caso ambos reinos hermanos y competidores podrán gozar de la Salvación al ser reengendrada la unidad salvífica querida por el Señor. Deberá tras el exilio, consecuencia de su pecado, volver Israel a David, volver a las promesas mesiánicas, volver al Reino de Dios que no es asunto de estrategias humanas sino de acción sabia y poderosa del Altísimo.

 

“Aquel día levantaré la cabaña de David ruinosa, repararé sus brechas y restauraré sus ruinas; la reconstruiré como en los días de antaño, para que posean lo que queda de Edom y de todas las naciones sobre las que se ha invocado mi nombre, oráculo de Yahveh, el que hace esto.

He aquí que vienen días -oráculo de Yahveh- en que el arador empalmará con el segador y el pisador de la uva con el sembrador; destilarán vino los montes y todas las colinas se derretirán. Entonces haré volver a los deportados de mi pueblo Israel; reconstruirán las ciudades devastadas, y habitarán en ellas, plantarán viñas y beberán su vino, harán huertas y comerán sus frutos. Yo los plantaré en su suelo y no serán arrancados nunca más del suelo que yo les di, dice Yahveh, tu Dios. (Am 9,11-15)

 

El Reino es de Dios

 

Al concluir nuestra peregrinación por la profecía de Amós quisiera elaborar algunas conclusiones.

Toda la gesta parte de una tremenda desproporción: por un lado la debilidad y poca idoneidad del profeta que tiene que enfrentar a los más encumbrados, y por otro el poder de un Dios que ruge cual león furioso y que lo envía como su embajador. Amós sin duda aporta su valentía personal y toda su fidelidad a la vocación y misión confiadas. El resultado es una Palabra de Dios imparable, que no puede de ningún modo ser sofocada o impedida.

El Reino de Dios que se anuncia es centralmente un Reino de Justicia. El Señor reacciona fortísimamente al pecado de su pueblo: tanto su fratricidio por la explotación de los pobres en beneficio de unos pocos privilegiados que se alzan en bienestar a su costa; tanto por sus estrategias y alianzas puramente políticas, que en el fondo son desconfianza de Dios y de su Alianza; tanto por su culto vacío y formalista como profundamente hipócrita, fruto de una fe incoherente.

La salvación que Dios ofrece no se salta las consecuencias del propio pecado –el exilio purificador-, que deberá el pueblo asumir bajo su responsabilidad. Y se trata de un rescate realista: sólo se podrá recuperar un Resto de entre las fauces del mal al que se han encaminado libremente. Y sin embargo Dios dará la posibilidad de la Restauración y de un horizonte de consuelo y esperanza para un pueblo renovado que quiera permanecer en su Alianza.

¿Cuánto deberíamos aprender como Iglesia de esta sabiduría profética, verdad? Porque evidentemente en el concierto del mundo la Iglesia será siempre una realidad pequeña, cuya fortaleza justamente es su pequeñez. Toda su capacidad reside en poner su confianza en el Señor. Como el resto Santo, como los humildes y pobres de Dios, contemplará alegre el poderío irrefrenable de su Palabra si simplemente permanece fiel a su vocación y valerosa en la misión. Porque el Reino de Dios exactamente es de Dios.

Me temo que nos ha hecho tantísimo mal aquella expresión tan divulgada y en la fe un tanto equívoca: “construir el Reino de Dios”. Tras ella nos hemos empeñado en valiosísimas cruzadas por causas justas y derechos vulnerados, a veces buscando estratégicas colaboraciones con otros poderes de este mundo e incluso algunos lamentablemente han cedido a convalidar la violencia revolucionaria como exigido medio para poder erigir paraísos terrenales. Pero el Reino es de Dios.

“Construir el Reino de Dios” es una óptica insuficiente y tal vez inmadura espiritualmente. Insuficiente porque claramente es gracia, el Señor debe darlo, y si alguien lo construye es Él que es su Arquitecto también. Además es una realidad meta-histórica, que puede expresarse en nuestra temporalidad, pero que excede cualquier concreción en nuestros días fugaces que pasan, y que dejan su lugar en pos de lo verdaderamente definitivo. Inmadura espiritualmente pues el combate no es solo contra las inequidades e injusticias que existen en este mundo, sino contra los poderes demoniacos, contra el Adversario que quiere quitar a la humanidad entera de la comunión salvífica con Dios. Insuficiente e inmadura porque los sabios, que son humildes y pequeños, saben que el Reino de Dios se recibe y celebra, se colabora sí para que se manifieste y se señala para que sea contemplado con esperanza.

 La Iglesia puede caer en la presunción de “construir el Reino” pero ello es una tentación. No digo que no deba hacer nada, debe ciertamente involucrarse poniendo en juego su propia vida. Como Amós debe dejarse enviar y permanecer fiel a la Palabra del Señor. Como el profeta debe ante todo conocer y proclamar el plan de Dios y solo el proyecto de Dios. El Reino es de Dios y la Salvación una obra suya. La Iglesia participa pero no debe engreírse; no le alcanzarán los medios adquiridos en el horizonte mundano, ni serán relevantes sus planificaciones temporales, ni fecundas las estrategias seculares.  De principio a fin el Reino es de Dios y la Iglesia, quien es llamada a ser testigo y colaboradora en sintonía íntegra con su gracia salvífica, sirve al Reino como portadora humilde de las acciones, tiempos y planes sagrados de un Dios que quiere salvar a los hombres. El Reino es según Dios; insisto, según sus medios, tiempos y planes. El Reino es de Dios.

La Iglesia debe recordar siempre como Esposa de Jesucristo la actitud de la Virgen y Madre María, quien alaba al Señor, nuestro Dios, porque además de ser Fiel y acompañar con su Presencia Providente el entramado de la historia, quiso justamente contar con su humilde pequeñez para hacer grandes cosas. Porque la Madre Iglesia al empeñarse en el servicio del Reino de Dios no debe olvidar nunca que se realiza por el camino de la Pascua y con la sabiduría de la Cruz que es locura y necedad para este mundo. No se debe dejar subyugar por los poderes y saberes de este mundo, sino permanecer fiel a la desproporción: ella es pequeña pero ha sido llamada a ofrecer la Salvación que Dios da, solo la Salvación que Dios ofrece y no otra ilusoria y fugaz. Justamente la Iglesia experimentará la Salvación y la expresará fecundamente si permanece fiel a su humilde condición en las manos de Dios.

 

1 comentario:

  1. MAGNIFICO PADRE SILVIO ,GRACIAS POR ESTOS ESCRITOS ESPIRITUALES ,PORQUE NOS GUÍAS PARA QUE ESTEMOS ATENTOS Y FIELES A NUESTRO DIOS.
    UN DIOS QUE QUIERE SALVAR A LOS HOMBRES...MILAGRO DE AMOR TAN INFINITO.
    BENDICIONES PADRE !!!

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