Oseas: el profeta del Dios Esposo (1)

 



Oseas es llamado a profetizar con su propia vida. Debe el profeta reproducir en sí mismo el drama que vive Dios con su pueblo. Sin duda se trata del genio que propone originalmente la simbólica esponsal para interpretar la historia de la Salvación. Y sobre todo será el teólogo que fundará la espiritualidad del Reino del Norte, volviendo la mirada agradecida a la gesta pascual de Egipto y al tiempo pedagógico de educación para la Alianza en el desierto.

 

Acerca de su persona y ministerio

 

En Os 1,1 se hace una presentación del profeta.

 

“Palabra de Yahveh que fue dirigida a Oseas, hijo de Beerí, en tiempo de Ozías, Jotam, Ajaz y Ezequías, reyes de Judá, y en tiempo de Jeroboam, hijo de Joás, rey de Israel.”  (Os 1,1)

 

Los reyes del sur nombrados le harían en todo contemporáneo a Isaías I, con un período de ministerio muy extenso. Pero probablemente la lista de reyes davídicos fue tardíamente agrandada en Judá para darle más peso y validación a su profecía, evidentemente valorada crecientemente con el correr de los tiempos.

De hecho la mención de Jeroboam en el Norte no explica bien el contexto que subyace en su profecía, más propio de los reyes sucesores de aquel. La fecha estimada de su ministerio sería durante o después de Jeroboam II (N) y Ozías (S), en un momento de confabulación política y antes de la caída de Samaría.

Oseas es un profeta del Norte que habla para el Norte, totalmente impregnado de su cultura. Se trata de un hombre culto, conocedor de las tradiciones histórico-religiosas, vinculado seguramente a los círculos sacerdotales, y formado espiritualmente en la escuela yavista de los nebiim.  Justamente esta escuela o colectividad de profetas herederos de Elías, le transmitirá su legado: la profecía de Oseas se cimentará con un fuerte acento en Moisés-profeta como eje estructurante de la religiosidad del Norte y pondrá toda su centralidad en el Éxodo como gesta originaria y fundacional del Pueblo.

 

Situación política

 

Jeroboam II tiene por enemigo distante a Asiria pero aún no está en guerra. Durante el período posterior, los reyes que le suceden expresan dos estrategias y dos bandos distintos al interior de Israel: hay quienes diríamos que son “pro-Asiria”, dispuestos a someterse a más duros tributos de vasallaje pero llegando a una negociación con el Imperio que les permita cierta autonomía;  otros son “pro-Egipto”, y tienen la expectativa de que el Faraón logre reconstruir su poderío militar y reequilibre la región como otro polo a la par con Asiria.

Así el rey Menajem pacta tributo con Asiria y consigue cierta estabilidad durante su gobierno. Pero el rey Pecaj hace un pacto con Siria, Edom y Moab, constituyendo una liga en alianza pro-Egipto. Esta efímera confederación militar marchará contra Judá porque el Reino del Sur se niega a participar y plegarse a su estrategia. Parece ser éste el momento más significativo del ministerio de Oseas, con un Egipto debilitado y con proyectos de poder que superan su posibilidad, con luchas internas entre el Reino del Norte y del Sur, y consecuentemente con un fortalecimiento de Asiria que va extendiendo el influjo de su presencia.

 

Interpretar el futuro cimentado sobre la gesta fundacional

 

Oseas tendrá que ayudar con su ministerio profético a comprender el presente y avistar el futuro del pueblo en el plan de Dios.

Podríamos decir que hace entonces “teología de la historia” o “espiritualidad de la historia de la Salvación”. Y para mirar hacia adelante, mira hacia atrás. Recupera, recordándolo entrañablemente, el hito fundacional. Su profecía hace anuncio kerygmatico: la Pascua de Egipto y la Alianza del Sinaí son los acontecimientos que han dado origen al Pueblo y en los cuales está contenida su identidad, el llamado vocacional de Dios. Israel debe volver a Egipto y a la caminata en el Desierto. Debe recordar quién es y a quién le debe su vida. En el futuro, el plan de Dios es volver a producir las circunstancias donde Israel recupere su memoria y vuelva a celebrar la Alianza de la Salvación. Tendrá el Pueblo como en su juventud que volver a Egipto y caminar en el Desierto. Sólo que ahora se llamará Asiria y Exilio o Destierro la pedagogía divina.

Recuerdo que en la Iglesia hace décadas, la Pascua liberadora de Egipto funcionaba como paradigma de las teologías de la liberación de todo cuño, empeñadas en causas humanitarias en pos de los derechos de los desposeídos y débiles de la tierra. Tras la caída de un mundo dividido en polos opuestos y en paridad, el fenómeno de la globalización hizo poner la mirada en el paradigma del Exilio, por tanto en las teologías de la Misión y la inculturación del Evangelio, que por un lado pretendían re-cimentar la fe en un mundo que aceleradamente se descristianizaba, como también proponer nuevos modelos y métodos de diálogo cultural.

¿Y dónde estamos ahora? Mi primera respuesta es: sumidos en un grave desconcierto, con generaciones eclesiales de dirigentes nostálgicos de gestas incompletas del pasado que pretenden re-editar, empeños que no quieren dejar morir porque saben que moriría su generación con ellos también. ¿Es esta la forma sana y cristiana de mirar hacia atrás para avizorar al Dios que está por delante, adviniente? Creo que no y lo estamos padeciendo dolorosamente en la Iglesia.

Yo quisiera mirar sin dejar de hacerlo jamás, la Pascua de Nuestro Señor Jesucristo. ¿Dónde más sino poner el cimiento y descubrir que, cuanto hay por delante es lo que permanece firme en toda la historia? La fe de la Iglesia y la Iglesia misma se fundan en la Pascua del Señor. Quien no comprenda y se entregue a ese dinamismo permanece marginal  a los caminos de la Salvación de Dios. La verdadera inclusión que debe buscarse es la inclusión en la Cruz y en su Sabiduría misteriosa para este mundo. Pero ello supone que la Iglesia se deje morir abandonada en las manos del Padre.

Si Dios quiso rescatar a Israel haciéndolo volver a Egipto y al camino del Desierto… ¿por qué no habrá de querer recordarle a la Iglesia que ella vive solo en la Pascua de Jesús?

 

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