"Vida y Regla para un Presbiterado Contemplativo" (2021)
INTRODUCCIÓN
Un espíritu, una vida y regla, una mística
La sed de oración ha atravesado y jalonado toda mi vida
cristiana. Ya al poco tiempo de realizar una opción vocacional madura, el
eremitorio se dibujó en el horizonte como hábitat con una atracción
irresistible. Durante mi formación en la Orden de Hermanos Menores Capuchinos, también
sintonicé profundamente con la Orden Cisterciense de la Estricta Observancia
(Trapenses) y con la Orden de Carmelitas Descalzos. Fue en aquellos años que me
fascinaron los Padres del Desierto, su actitud vital y la sabiduría cosechada.
Sin embargo Dios, con Providencia inescrutable y
misteriosa, por los caminos de la Iglesia y de las coyunturas humanas, me trajo
a la vida del Clero Diocesano. Aquí siempre me he sentido tanto en casa como
forastero. Tras los primeros años de ejercicio ministerial, tironeado siempre
en mirar atrás hacia la vida religiosa y adelante hacia la vida eremítica, he
comprendido que el Señor quería que comenzara yo como una Reforma de mi propia
identidad presbiteral. No se trataba de renegar de mi condición de presbítero
secular sino de integrar en ella las riquezas del camino que Él me había
permitido transitar. Al fin y al cabo, “Si sabemos que Dios dispone todas las cosas
para el bien de los que le aman” (Rom 8,28), donde yo antes veía
contradicciones y cambios de rumbo, comencé a ver un plan de formación del “Padre de las misericordias y Dios de todo
consuelo” (2 Cor 1,3).
Estás páginas pues simplemente, pretenden dar cuenta del
espíritu que me mueve, de una vida y regla que es fruto de la experiencia
discipular y de una mística para la vocación sacerdotal. No aspiran a dar
fundamentos y argumentos teológicos o adquirir formas legislativas o respetar
encuadres canónicos. Sólo son testimonio de una inspiración personal intentando
caminar en las huellas de Cristo Amado, “Sacerdote,
Altar y Víctima”.
Una corazonada hecha oración
y voto
Como
punto de partida en la búsqueda de mi identidad presbiteral en el Señor,
comencé a ensayar a diversos niveles un ritmo y un estilo de vida sacerdotal
que favorecieran la dimensión contemplativa, la cual me había sido regalada
desde mi juventud. Así pude discernir y confeccionar una intención fundamental,
la cual consideré poner por escrito con la forma de un voto hecho a Dios. Ofrecí
por primera vez este compromiso con una primitiva fórmula en la Catedral de Nuestra Señora de la Asunción,
Diócesis de Avellaneda-Lanús, el 20 de Abril del año del Señor de 2011
durante la Misa Crismal, inmediatamente después de la renovación de mis
promesas presbiterales junto a mis hermanos y frente al Obispo, obviamente en
el silencio de mi corazón. Aquella primera fórmula se preocupaba más por los
detalles canónicos pero fue evolucionando hacia la actual, más espiritual y
concentrada en el vínculo personal de un voto hecho a Dios en la libertad del
Espíritu. De hecho, aunque la seguí pronunciando en cada Misa Crismal durante
una década, fundamentalmente se ha tornado mi primera oración en la mañana al
despertar.
Nunca
me he sentido en conciencia obligado a compartir mi intención con el Ordinario,
buscando como una aprobación formal y explícita suya, dado que en nada afecta
mis obligaciones como presbítero; por lo contrario me ayuda a ejercerlas
fructuosamente. Tampoco es mi deseo fundar una fraternidad sacerdotal o una
asociación de presbíteros; por tanto no estoy nunca más allá del propio camino
personal. Y sin desear ocultarle al Obispo ni a nadie mi vida interior y bien
dispuesto a la obediencia, también comprendo que “lo que sucede en la recamara
nupcial” es entre Dios y el alma, como para el ámbito de la confesión y
dirección espiritual. Tan solo quiero en el Señor fundar el ejercicio
ministerial en la vida contemplativa que es don y que ya venía llevando
previamente a la ordenación.
Por los caminos de la Iglesia
La
caridad fraterna hacia el presbiterio me insta a anunciar que vivir
cotidianamente en el ejercicio ministerial del clero secular una profunda y
gozosa espiritualidad, no solo es urgente sino también posible. Por eso ahora pongo
por escrito mi camino, con un tiempo de prueba suficiente, ya que percibo como
otros presbíteros y seminaristas están buscando la forma de dar primacía a la
espiritualidad en su vida sacerdotal, tal cual nos lo enseña y pide la Iglesia.
“La
espiritualidad del sacerdote consiste principalmente en la profunda relación de
amistad con Cristo, puesto que está llamado a «ir con Él» (cfr. Mc 3, 13). En este sentido, en
la vida del sacerdote Jesús gozará siempre de la preeminencia sobre todo. Cada
sacerdote actúa en un contexto histórico particular, con sus distintos desafíos
y exigencias. Precisamente por esto, la garantía de fecundidad del ministerio
radica en una profunda vida interior. Si el sacerdote no cuenta con la primacía
de la gracia, no podrá responder a los desafíos de los tiempos, y cualquier
plan pastoral, por muy elaborado que sea, está destinado al fracaso.” (Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, 2013,
introducción al apartado Espiritualidad Sacerdotal)
“Los presbíteros
mantendrán vivo su ministerio con una vida espiritual a la que darán primacía
absoluta, evitando descuidarla a causa de las diversas actividades.
Precisamente para
desarrollar un ministerio pastoral fructuoso, el sacerdote necesita tener una
sintonía particular y profunda con Cristo, el Buen Pastor, el único
protagonista principal de cada acción pastoral: «Él [Cristo] es siempre el
principio y fuente de la unidad de la vida de los presbíteros. Por tanto, estos
conseguirán la unidad de su vida uniéndose a Cristo en el conocimiento de la voluntad
del Padre y en la entrega de sí mismos a favor del rebaño a ellos confiado.
Así, realizando la misión del buen Pastor, encontrarán en el ejercicio mismo de
la caridad pastoral el vínculo de la perfección sacerdotal que una su vida con
su acción»” (Directorio, n. 49; Juan Pablo
II, Carta a los
Sacerdotes para el Jueves Santo, 13 de abril de 1987)
“Así como Jesús, que, mientras
estaba a solas, estaba continuamente con el Padre (cfr. Lc 3, 21; Mc 1, 35),
también el presbítero debe ser el hombre, que, en el recogimiento, en el
silencio y en la soledad, encuentra la comunión con Dios, por lo que podrá
decir con San Ambrosio: «Nunca estoy tan poco solo como cuando estoy solo».
Junto al Señor, el presbítero encontrará la fuerza y los instrumentos para
acercar a los hombres a Dios, para encender la fe de los demás, para suscitar
compromiso y coparticipación.” (Directorio n. 53; Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Presbyterorum
Ordinis, 18; Sínodo de los Obispos,
Documento acerca del sacerdocio ministerial Ultimis temporibus, 30
de noviembre de 1971; Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Pastores
dabo vobis, 46-47; San Ambrosio, Epist.
33)
“La caridad pastoral, íntimamente ligada a la
Eucaristía, constituye el principio interior y dinámico capaz de unificar las
múltiples y diversas actividades pastorales del presbítero y de llevar a los
hombres a la vida de la Gracia. La actividad ministerial debe ser una
manifestación de la caridad de Cristo, de la que el presbítero sabrá expresar
actitudes y conductas hasta la donación total de sí mismo al rebaño que le ha
sido confiado.” (Directorio n. 54; Conc. Ecum.
Vat. II, Decr. Presbyterorum
Ordinis, 14; Juan Pablo II, Exhort. ap.
postsinodal Pastores
dabo vobis, 23.)
“La asimilación de la caridad
pastoral de Cristo, de manera que dé forma a la propia vida, es una meta que
exige del sacerdote una intensa vida eucarística, así como continuos esfuerzos
y sacrificios, porque esta no se improvisa, no conoce descanso y no se puede
alcanzar de una vez para siempre.” (Directorio n. 54)
“Hoy día, la caridad pastoral
corre el riesgo de ser vaciada de su significado por el llamado funcionalismo.
De hecho, no es raro percibir en algunos sacerdotes la influencia de una
mentalidad que equivocadamente tiende a reducir el sacerdocio ministerial a los
aspectos funcionales.” (Directorio n. 55)
“El riesgo de esta concepción
reduccionista de la identidad y del ministerio sacerdotal es que lo impulse
hacia un vacío que, con frecuencia, se llena de formas no conformes al propio
ministerio. El sacerdote, que se sabe ministro de Cristo y de la Iglesia, que
actúa como apasionado de Cristo con todas las fuerzas de su vida al servicio de
Dios y de los hombres, encontrará en la oración, en el estudio y en la lectura
espiritual, la fuerza necesaria para vencer también este peligro.” (Directorio n. 55; C.I.C., can. 279 § 1)
Seguramente
mi perspectiva no sea más que una forma de concretar algún sendero posible en
el renovado reclamo posconciliar sobre la “espiritualidad sacerdotal del clero
diocesano”. Cualquier experiencia personal de cultivo de la “caridad pastoral”,
rectamente interpretada como participación en la Caridad Pastoral de
Jesucristo, requiere partir y retornar hasta permanecer siempre en una viva
unión con Él, Sacerdote y Buen Pastor. Esta comunión de vida y amor en la cual
deseo perseverar y desde la cual deseo servir como presbítero, puede ser
serenamente integrada en el horizonte más abarcador de la vida contemplativa, la
cual tiene como centro de sentido la unión del alma con Dios.
Es
hora de superar la mentalidad que afirma que la contemplación va en menoscabo
del pleno ejercicio ministerial. Quizás parte de identificar erróneamente lo
contemplativo con lo claustral de la vida monacal y religiosa. ¿Acaso la
historia no nos demuestra que el Señor ha llamado a la experiencia
contemplativa también a clérigos seculares y laicos? Todos en la Iglesia, cada
quien en su estado de vida, llamados universalmente a la santidad, podemos si
Dios lo quiere desarrollar el don de la contemplación.
Y
ya que toda acción sacerdotal debe enraizarse en el Misterio de Dios y en su
designio de salvación en Cristo -Sumo y Eterno Sacerdote-, es evidente cuan
connatural resulta al ejercicio ministerial el talante contemplativo.
Simplemente Dios, a quien el alma se une bajo la animación del Espíritu Santo por
el amor, es la fuente y la meta del hombre y por ende, de toda vocación y
misión, cuánto más la sacerdotal. Para vivir plenamente la identidad
ministerial esta unión con el Señor debe volverse una realidad vivida a diario.
Y para vivirla hay que disponer el estilo de vida sacerdotal a favorecer la
unión con la Santísima Trinidad.
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