Amós: el profeta de la justicia (4)

 

 



El Día del Señor, el día del Juicio

 

Ciertamente se trata de un leimotiv que atraviesa a toda la corriente profética. Llegará “el Día del Señor”, día de juicio para castigo y retribución.

 

“¡Ay de los que ansían el Día de Yahveh! ¿Qué creen que es ese Día de Yahveh? ¡Es tinieblas, que no luz! Como cuando uno huye del león y se topa con un oso, o, al entrar en casa, apoya una mano en la pared y le muerde una culebra... ¿No es tinieblas el Día de Yahveh, y no luz, lóbrego y sin claridad?” (Am 5,18-20)

 

En la misión de Amós claramente se expresa un juicio negativo de Dios sobre la vida de Israel. Las expectativas religiosas del pueblo son falsas pues su fe es equívoca. Lo que sobreviene en el futuro son días cargados de oscuridad, consecuencia del pecado. La profecía elogia la majestad de Dios y su Sabiduría para gobernar la historia en forma de Juicio.

 

“Él hace las Pléyades y Orión, trueca en mañana las sombras, y hace oscurecer el día en noche. El llama a las aguas del mar, y sobre la haz de la tierra las derrama, Yahveh es su nombre; él desencadena ruina sobre el fuerte y sobre la ciudadela viene la devastación.” (Am 5,8-9)

 

El profeta es la voz de un Señor que entabla Juicio, sobre todo contra los dirigentes y privilegiados del pueblo. Y se puede identificar a Amós tanto con aquel censor que Dios envía pero que termina siendo detestado, como con ese hombre sensato que frente a tan ofuscada rebeldía termina callando y contemplando en soledad la hora infortunada que sobreviene tristemente.

 

“¡Ay de los que cambian en ajenjo el juicio y tiran por tierra la justicia. Detestan al censor en la Puerta y aborrecen al que habla con sinceridad! Pues bien, ya que ustedes pisotean al débil, y cobran de él tributo de grano, casas de sillares han construido, pero no las habitaron; viñas selectas han plantado, pero no bebieron su vino. ¡Pues yo sé que son muchas sus rebeldías y graves sus pecados, opresores del justo, que aceptan soborno y atropellan a los pobres en la Puerta! Por eso el hombre sensato calla en esta hora, que es hora de infortunio.” (Am 5,7.10-13)

 

Lamentablemente la misión de Amós es infecunda en el presente del pueblo.  Los que se sienten seguros no quieren escuchar la voz de Dios y el profeta más bien parece ser enviado como el mensajero del Juez a notificar la sentencia. Y lo que se encuentra es un pueblo que bajo la conducción de sus dirigentes permanece anestesiado y embriagado en su pecado, totalmente ignorante del desastre que se acerca y del estado de violencia que acelera con su conducta impía.

 

“¡Ay de aquellos que se sienten seguros en Sión, y de los confiados en la montaña de Samaría, los notables de la capital de las naciones, a los que acude la casa de Israel!  ¡Ustedes que creen alejar el día funesto, y hacen que se acerque un estado de violencia! Acostados en camas de marfil, arrellenados en sus lechos, comen corderos del rebaño y becerros sacados del establo, canturrean al son del arpa, se inventan, como David, instrumentos de música, beben vino en anchas copas, con los mejores aceites se ungen, mas no se afligen por el desastre de José. Por eso, ahora van a ir al cautiverio a la cabeza de los cautivos y cesará la orgía de los sibaritas. (Am 6,1.-7)

 

El libro de Amós nos ha dejado testimonio de un momento crítico en este drama.

 

“El sacerdote de Betel, Amasías, mandó a decir a Jeroboam, rey de Israel: «Amós conspira contra ti en medio de la casa de Israel; ya no puede la tierra soportar todas sus palabras. Porque Amós anda diciendo: ‘A espada morirá Jeroboam, e Israel será deportado de su suelo.’» Y Amasías dijo a Amós: «Vete, vidente; huye a la tierra de Judá; come allí tu pan y profetiza allí. Pero en Betel no has de seguir profetizando, porque es el santuario del rey y la Casa del reino.» 

Respondió Amós y dijo a Amasías: «Yo no soy profeta ni hijo de profeta, yo soy vaquero y picador de sicómoros. Pero Yahveh me tomó de detrás del rebaño, y Yahveh me dijo: ‘Ve y profetiza a mi pueblo Israel.’ Y ahora escucha tú la palabra de Yahveh. Tú dices: ‘No profetices contra Israel, no vaticines contra la casa de Isaac.’ Por eso, así dice Yahveh: Tu mujer se prostituirá en la ciudad, tus hijos y tus hijas caerán a espada, tu suelo será repartido a cordel, tú mismo en un suelo impuro morirás, e Israel será deportado de su suelo».” (Am 7,10-17)

 

El conflicto ha escalado a la cúspide del poder. El profeta, forastero y en soledad, es confrontado por el poder político del rey y el poder religioso del sumo sacerdote del santuario real. Lo amenazan pues ya no soportan las palabras proféticas que profiere en nombre del Señor. Le recuerdan que viene del Reino hermano pero competidor de Judá en el Sur y que no está en posición de profetizar aquí en el Reino del Norte. Le acusan de ser un profeta profesional que acepta paga de otros señores para maldecir al rey y a su territorio. Lo expulsan de su presencia, probablemente bajo sentencia de muerte.

Amós reivindica su profetismo vocacional. No es él un profesional de la profecía sino un humilde hombre que fue llamado desde los trabajos del campo y enviado por el Señor. Por eso no calla y lleno del Espíritu sigue anunciando la Palabra que Dios puso en su boca, porque en definitiva la amenaza de los poderosos es nada frente a un Dios que ruge como león y muestra las fauces poderosas de sus designios.

 

El peligroso olvido del Juicio de Dios

 

Mas allá de las reinterpretaciones facilistas e ideológicas que podríamos realizar hoy, es decir, una lectura contra los poderosos de este mundo que oprimen injustamente a los pobres de un pueblo pretendidamente inocente solo por ser pueblo; quisiera quedarme con una actualización bastante más incómoda para todos. ¡Cómo nos hemos olvidado del Juicio de Dios!

Demasiado frecuentemente contemplo a los fieles cristianos tan seguros de sí mismos y de su salvación. A la vez la Iglesia contemporánea, casi carente de sentido escatológico, no solo no habla del Juicio de Dios -pues multitudinariamente se supone que todos se salvan sí o sí-, sino que conexamente raramente exhorta ya a la santidad de vida. Si el Juicio de ninguna forma puede ser condenatorio, si el Infierno no existe, ¿para qué la santidad? La mediocridad de la vida cristiana no tendrá ninguna consecuencia pues Dios nos salvará sin nosotros, solo por su Misericordia sin mediar ninguna respuesta nuestra. Pero, ¿esa es nuestra fe? De hecho, si tal es el estado de las cosas, ¿por qué no afirmar también la salvación obligatoria no solo de los mediocres sino también de los malignos opresores de los pobres y los encumbrados ricachones de este mundo? Bien o mal dan lo mismo.

No creo que los profetas separarán Misericordia y Santidad, pues en Dios van juntas. Ejerce Misericordia Santificante; Él es Santidad Misericordiosa. Por eso mientras una gran multitud de cristianos, anestesiados en su conciencia y con superficial espiritualidad, eligen olvidarse del Juicio de Dios, yo me muevo en otra dirección. Junto al testimonio de los santos tengo temor de Dios, busco hacer penitencia, me esfuerzo en la conversión permanente para alcanzar en Gracia santidad de vida y aun así, imploro su Misericordia que no merezco. A tanto Amor Misericordioso no puedo menos que responder dejando que su Pascua me santifique por el camino de mi propia cruz. Y es allí, en la aceptación o rechazo de mi propia cruz, donde me enfrento al Juicio de Dios.



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