Oseas: el profeta del Dios Esposo (3)

 


 

Contemplando una historia matrimonial que es símbolo

 

“¡Pleiteen con su madre, pleiteen, porque ella ya no es mi mujer, y yo no soy su marido! ¡Que quite de su rostro sus prostituciones y de entre sus pechos sus adulterios; no sea que yo la desnude toda entera, y la deje como el día en que nació, la ponga hecha un desierto, la reduzca a tierra árida, y la haga morir de sed! Ni de sus hijos me compadeceré, porque son hijos de prostitución.” (Os 2,4-6)

 

En el comienzo de su libro profético, Oseas explicita su ruptura matrimonial, dada la infidelidad de su esposa. Pero ya sabemos que sirve su derrotero personal como símbolo de la relación entre Dios y su pueblo. Dios entra en pleito contra su esposa Israel. Ella será juzgada por su Esposo y por las futuras generaciones. El Señor está dispuesto a devolverla a Egipto, es decir al destierro y esclavitud por parte ahora del Imperio Asirio. “Ponerla desnuda” y hacer de Israel “un desierto” son expresiones que aluden a que le es necesario recordar dónde había caído y quien la rescató. Se trata de una instancia purificadora que le permitirá al pueblo arrepentirse de sus idolatrías, recuperar la humildad original y volver a su Esposo para renovar la Alianza.

 

“Pues su madre se ha prostituido, se ha deshonrado la que los concibió, cuando decía: «Me iré detrás de mis amantes, los que me dan mi pan y mi agua, mi lana y mi lino, mi aceite y mis bebidas.» Por eso, yo cercaré su camino con espinos, la cercaré con seto y no encontrará más sus senderos; perseguirá a sus amantes y no los alcanzará, los buscará y no los hallará. Entonces dirá: «Voy a volver a mi primer marido, que entonces me iba mejor que ahora.» No había conocido ella que era yo quien le daba el trigo, el mosto y el aceite virgen, ¡la plata yo se la multiplicaba, y el oro lo empleaban en Baal! Por eso volveré a tomar mi trigo a su tiempo y mi mosto a su estación, retiraré mi lana y mi lino que habían de cubrir su desnudez. Y ahora descubriré su vergüenza a los ojos de sus amantes, y nadie la librará de mi mano.” (Os 2,7-12)

 

Dolorosamente para Oseas se ha producido la reincidencia en la prostitución por parte de su esposa. El profeta la ha desposado pero ella, tras darle hijos, ha vuelto a la infidelidad, ya sea comerciando con su sexualidad o retornando como profetisa-sacerdotisa a la práctica de los cultos baálicos.

A su pueblo, Dios lo acusa de irse tras de sus amantes, los ídolos paganos. El Señor es presentado literariamente como un amante bueno y fiel que le ha dado todo a su esposa, quien no solo no ha reconocido su amor con todos sus detalles de solicitud, sino que además lo ha traicionado lanzándose a los brazos de otros dioses. Como amantes rechazados, el profeta y Dios, abandonan entonces a la esposa infiel a su propia suerte, sabiendo que el camino que ha elegido no tiene ni destino ni bienestar. Pero este retirarse del vínculo no es falta de amor, todo lo contrario, Dios y el profeta esperan que entre en razón, que el camino que ha tomado la haga darse cuenta de su fatal error, que se termine de una vez de desencantar de aquellos amantes que no le darán nada, solo vergüenza y desnudez.

En este sentido la profecía de Oseas insiste en el castigo del exilio como el instrumento didáctico que Dios ha elegido para que el pueblo recupere su memoria, comprenda que su identidad está en el Señor que lo rescató de la opresión y que lo bendijo, llamándolo a celebrar una Alianza.

 

“Haré cesar todo su regocijo, sus fiestas, sus novilunios, sus sábados, y todas sus solemnidades. La visitaré por los días de los Baales, cuando les quemaba incienso, cuando se adornaba con su anillo y su collar y se iba detrás de sus amantes, olvidándose de mí, - oráculo de Yahveh -.  Por eso yo voy a seducirla; la llevaré al desierto y hablaré a su corazón.  Y ella responderá allí como en los días de su juventud, como el día en que subía del país de Egipto.” (Os 2,13.15-16.17b)

 

Obviamente Dios se queja, tanto de sus cultos idolátricos como de la hipocresía con la cual le rinden culto a Él. Pero increíblemente, el esposo-Dios, la sigue amando y quiere volver a ganarle el corazón, seduciéndola como en su juventud, re-enamorándola para que vuelva a Él. La profecía de Oseas canta dramática y bellamente que la Alianza se sostiene por la fidelidad inquebrantable del Dios amante. Si el pueblo alcanza salvación es porque el Señor lo sigue eligiendo a pesar de todas sus caídas e infidelidades. Resulta conmovedor este amor inmenso que no piensa en sí mismo, en la afrenta recibida, sino solo en el bien de su esposa.

 

“Y sucederá aquel día - oráculo de Yahveh - que ella me llamará: «Marido mío», y no me llamará más: «Baal mío.» Yo quitaré de su boca los nombres de los Baales, y no se mentarán más por su nombre.   Yo te desposaré conmigo para siempre; te desposaré conmigo en justicia y en derecho en amor y en compasión,  te desposaré conmigo en fidelidad, y tú conocerás a Yahveh.  Yo la sembraré para mí en esta tierra, me compadeceré de «Nocompadecida», y diré a «Nomipueblo»: Tú «Mi pueblo», y él dirá: «¡Mi Dios!»” (Os 2,18-19.21-22.25)

 

Dios con su amor victorioso logrará pues reconquistar al pueblo para vivir la Alianza en fidelidad. Pero ya es inevitable que para poder recuperarla la entregue a la amargura del destino que ha elegido al alejarse de su Señor e irse detrás de falsos dioses.

 

“Yahveh me dijo: «Ve otra vez, ama a una mujer que ama a otro y comete adulterio, como ama Yahveh a los hijos de Israel, mientras ellos se vuelven a otros dioses.» Yo me la compré por quince siclos de plata y carga y media de cebada. Y le dije: «Durante muchos días te me quedarás quieta sin prostituirte ni ser de ningún hombre, y yo haré lo mismo contigo.» Porque durante muchos días se quedarán los hijos de Israel sin rey ni príncipe, sin sacrificios ni estela, sin efod ni terafim. Después volverán los hijos de Israel; buscarán a Yahveh su Dios y a David, su rey, y acudirán con temor a Yahveh y a sus bienes en los días venideros.” (Os 3,1-5)

 

La historia matrimonial de Oseas se entrelaza con la historia de Dios con su pueblo. La mujer le da hijos pero le es infiel; sufre la esclavitud tras su infidelidad y el Esposo que la ama y está dispuesto a perdonarla, sale a buscarla y reconquistarla. Pero ella debe hacer penitencia para volver a su Esposo. Tanto Dios como el profeta no aman por que los reciben o les devuelven el amor, aman por ellos mismos, aman gratis hasta la locura.

 

El desprecio a un Dios enamorado

 

Nunca sé si llorar de alegría o llorar por dolor, y seguramente con ambas motivaciones deba hacerlo. Aquí está el drama de toda la historia de la Salvación. Dios ama con fidelidad y la humanidad desprecia ese Amor, no lo conoce y elige entregarse a tantas idolatrías vacías de sentido y cargadas de muerte. Pero no nos excusemos. Quien actúa de ese modo no es solo el género humano, es también su Pueblo –la Iglesia-, quién actúa así soy yo mismo. ¿Estamos todos locos? ¿O tan hinchados de vanidad y ciegos de egocentrismo? ¿Cómo entender que no amemos a Dios quien es el Amor?

Por un lado se levanta majestuosa la Fidelidad de Dios por su Pueblo, a quien elige y ama ofreciéndose enteramente y sin reservas a Si mismo. Por otro lado nuestra mezquindad, porque desaprovechamos semejante Amor, porque nos amamos más a nosotros mismos y nuestros intereses que a Quien nos ama libérrima y gratuitamente. Aquí el drama que se explicitará total y acabadamente en la Cruz de Jesucristo, el Esposo fiel que da la Vida por Amor.

 


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