Contemplando una historia matrimonial que es símbolo
“¡Pleiteen con su madre, pleiteen, porque ella ya no
es mi mujer, y yo no soy su marido! ¡Que quite de su rostro sus prostituciones
y de entre sus pechos sus adulterios; no sea que yo la desnude toda entera, y
la deje como el día en que nació, la ponga hecha un desierto, la reduzca a
tierra árida, y la haga morir de sed! Ni de sus hijos me compadeceré, porque
son hijos de prostitución.” (Os 2,4-6)
En el comienzo
de su libro profético, Oseas explicita su ruptura matrimonial, dada la
infidelidad de su esposa. Pero ya sabemos que sirve su derrotero personal como
símbolo de la relación entre Dios y su pueblo. Dios entra en pleito contra su
esposa Israel. Ella será juzgada por su Esposo y por las futuras generaciones.
El Señor está dispuesto a devolverla a Egipto, es decir al destierro y
esclavitud por parte ahora del Imperio Asirio. “Ponerla desnuda” y hacer de
Israel “un desierto” son expresiones que aluden a que le es necesario recordar
dónde había caído y quien la rescató. Se trata de una instancia purificadora
que le permitirá al pueblo arrepentirse de sus idolatrías, recuperar la
humildad original y volver a su Esposo para renovar la Alianza.
“Pues su madre se ha prostituido, se ha deshonrado
la que los concibió, cuando decía: «Me iré detrás de mis amantes, los que me
dan mi pan y mi agua, mi lana y mi lino, mi aceite y mis bebidas.» Por eso, yo
cercaré su camino con espinos, la cercaré con seto y no encontrará más sus
senderos; perseguirá a sus amantes y no los alcanzará, los buscará y no los
hallará. Entonces dirá: «Voy a volver a mi primer marido, que entonces me iba
mejor que ahora.» No había conocido ella que era yo quien le daba el trigo, el
mosto y el aceite virgen, ¡la plata yo se la multiplicaba, y el oro lo
empleaban en Baal! Por eso volveré a tomar mi trigo a su tiempo y mi mosto a su
estación, retiraré mi lana y mi lino que habían de cubrir su desnudez. Y ahora
descubriré su vergüenza a los ojos de sus amantes, y nadie la librará de mi
mano.” (Os 2,7-12)
Dolorosamente para
Oseas se ha producido la reincidencia en la prostitución por parte de su esposa.
El profeta la ha desposado pero ella, tras darle hijos, ha vuelto a la
infidelidad, ya sea comerciando con su sexualidad o retornando como
profetisa-sacerdotisa a la práctica de los cultos baálicos.
A su pueblo,
Dios lo acusa de irse tras de sus amantes, los ídolos paganos. El Señor es
presentado literariamente como un amante bueno y fiel que le ha dado todo a su
esposa, quien no solo no ha reconocido su amor con todos sus detalles de
solicitud, sino que además lo ha traicionado lanzándose a los brazos de otros
dioses. Como amantes rechazados, el profeta y Dios, abandonan entonces a la
esposa infiel a su propia suerte, sabiendo que el camino que ha elegido no
tiene ni destino ni bienestar. Pero este retirarse del vínculo no es falta de
amor, todo lo contrario, Dios y el profeta esperan que entre en razón, que el
camino que ha tomado la haga darse cuenta de su fatal error, que se termine de
una vez de desencantar de aquellos amantes que no le darán nada, solo vergüenza
y desnudez.
En este
sentido la profecía de Oseas insiste en el castigo del exilio como el
instrumento didáctico que Dios ha elegido para que el pueblo recupere su
memoria, comprenda que su identidad está en el Señor que lo rescató de la
opresión y que lo bendijo, llamándolo a celebrar una Alianza.
“Haré cesar todo su regocijo, sus fiestas, sus
novilunios, sus sábados, y todas sus solemnidades. La visitaré por los días de
los Baales, cuando les quemaba incienso, cuando se adornaba con su anillo y su
collar y se iba detrás de sus amantes, olvidándose de mí, - oráculo de Yahveh -. Por eso yo voy a seducirla; la llevaré al
desierto y hablaré a su corazón. Y ella
responderá allí como en los días de su juventud, como el día en que subía del
país de Egipto.” (Os 2,13.15-16.17b)
Obviamente
Dios se queja, tanto de sus cultos idolátricos como de la hipocresía con la
cual le rinden culto a Él. Pero increíblemente, el esposo-Dios, la sigue amando
y quiere volver a ganarle el corazón, seduciéndola como en su juventud,
re-enamorándola para que vuelva a Él. La profecía de Oseas canta dramática y
bellamente que la Alianza se sostiene por la fidelidad inquebrantable del Dios
amante. Si el pueblo alcanza salvación es porque el Señor lo sigue eligiendo a
pesar de todas sus caídas e infidelidades. Resulta conmovedor este amor inmenso
que no piensa en sí mismo, en la afrenta recibida, sino solo en el bien de su
esposa.
“Y sucederá aquel día - oráculo de Yahveh - que ella
me llamará: «Marido mío», y no me llamará más: «Baal mío.» Yo quitaré de su
boca los nombres de los Baales, y no se mentarán más por su nombre. Yo te desposaré conmigo para siempre; te
desposaré conmigo en justicia y en derecho en amor y en compasión, te desposaré conmigo en fidelidad, y tú
conocerás a Yahveh. Yo la sembraré para
mí en esta tierra, me compadeceré de «Nocompadecida», y diré a «Nomipueblo»: Tú
«Mi pueblo», y él dirá: «¡Mi Dios!»” (Os 2,18-19.21-22.25)
Dios con su
amor victorioso logrará pues reconquistar al pueblo para vivir la Alianza en
fidelidad. Pero ya es inevitable que para poder recuperarla la entregue a la amargura
del destino que ha elegido al alejarse de su Señor e irse detrás de falsos
dioses.
“Yahveh me dijo: «Ve otra vez, ama a una mujer que
ama a otro y comete adulterio, como ama Yahveh a los hijos de Israel, mientras
ellos se vuelven a otros dioses.» Yo me la compré por quince siclos de plata y
carga y media de cebada. Y le dije: «Durante muchos días te me quedarás quieta
sin prostituirte ni ser de ningún hombre, y yo haré lo mismo contigo.» Porque
durante muchos días se quedarán los hijos de Israel sin rey ni príncipe, sin
sacrificios ni estela, sin efod ni terafim. Después volverán los hijos de
Israel; buscarán a Yahveh su Dios y a David, su rey, y acudirán con temor a
Yahveh y a sus bienes en los días venideros.” (Os 3,1-5)
La historia
matrimonial de Oseas se entrelaza con la historia de Dios con su pueblo. La
mujer le da hijos pero le es infiel; sufre la esclavitud tras su infidelidad y el
Esposo que la ama y está dispuesto a perdonarla, sale a buscarla y reconquistarla.
Pero ella debe hacer penitencia para volver a su Esposo. Tanto Dios como el
profeta no aman por que los reciben o les devuelven el amor, aman por ellos
mismos, aman gratis hasta la locura.
El desprecio a un Dios enamorado
Nunca sé si
llorar de alegría o llorar por dolor, y seguramente con ambas motivaciones deba
hacerlo. Aquí está el drama de toda la historia de la Salvación. Dios ama con
fidelidad y la humanidad desprecia ese Amor, no lo conoce y elige entregarse a
tantas idolatrías vacías de sentido y cargadas de muerte. Pero no nos
excusemos. Quien actúa de ese modo no es solo el género humano, es también su
Pueblo –la Iglesia-, quién actúa así soy yo mismo. ¿Estamos todos locos? ¿O tan
hinchados de vanidad y ciegos de egocentrismo? ¿Cómo entender que no amemos a
Dios quien es el Amor?
Por un lado se
levanta majestuosa la Fidelidad de Dios por su Pueblo, a quien elige y ama
ofreciéndose enteramente y sin reservas a Si mismo. Por otro lado nuestra
mezquindad, porque desaprovechamos semejante Amor, porque nos amamos más a
nosotros mismos y nuestros intereses que a Quien nos ama libérrima y
gratuitamente. Aquí el drama que se explicitará total y acabadamente en la Cruz
de Jesucristo, el Esposo fiel que da la Vida por Amor.
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