El segundo oráculo sobre el Emanuel
La preparación
del oráculo se hace en 8,22-23a donde
se describe como una vuelta al caos primordial. De nuevo la tierra parece un
espacio confuso, desordenado y oscuro como en el relato del Génesis. El profeta
insinúa que ha tornado a ser lo opuesto al Reinado del Dios Santo. El pueblo
que anda atrapado e inmerso en el pecado, lejos de la mano del Creador, hace
retornar el caos sobre la faz de la tierra.
“…la tierra oteará, y sólo habrá cerrazón y negrura,
lobreguez prieta y tiniebla espesa. Pues, ¿no hay lobreguez para quien tiene
apretura? (Is 8,22-23ª)
“La tierra era caos y confusión y oscuridad por
encima del abismo…” (Gn 1,2)
Pero en 8,23b se anuncia la futura gloria de
“Como el tiempo primero ultrajó a la tierra de
Zabulón y a la tierra de Neftalí, así el postrero honró el camino del mar,
allende el Jordán, el distrito de los Gentiles.” (Is 8,23b)
En este
momento histórico ha concluido la guerra Siro-Efraimita e Israel –el reino del
Norte-, ha sido derrotado y castigado por su rebelión: Asiria le impuso un
tributo más duro, deportó a gran parte de la población judía y los suplantó con
otros pueblos, también anexó a Zabulón y Neftalí a su Imperio.
En este
contexto Isaías propone su segundo oráculo sobre el Emanuel. Les propongo leer,
según la siguiente subdivisión, el texto contenido en Is 9,1-6:
a) Is 9,1 La liberación de Galilea, ese
lugar fronterizo donde reina un yavismo impuro, anuncia la universalidad de la
salvación. También a los gentiles les llega la salvación del Dios único.
“El pueblo que andaba a oscuras...”
b) Is 9,2 Se ofrece una referencia
implícita al Emanuel (Dios con
nosotros); a la presencia de Dios en medio del pueblo que provocará la
alegría-regocijo. Incluso en la oscuridad más profunda aparece la luminosa
gloria de Dios.
“…vio una luz grande. Los que vivían en tierra de
sombras, una luz brilló sobre ellos. Acrecentaste el regocijo, hiciste grande
la alegría. Alegría por tu presencia, cual la alegría en la siega, como se
regocijan repartiendo botín.”
c) Is 9,3-4
Se pinta en una imagen belicista el poderío imperial de Asiria. Pero se lo
describe en toda su crueldad solo para anunciar que el Señor ha decretado su
final. Ese poder opresor se derrumbará.
“Porque el yugo que les pesaba y la pinga de su
hombro -la vara de su tirano- has roto, como el día de Madián. Porque toda bota
que taconea con ruido, y el manto rebozado en sangre serán para la quema, pasto
del fuego.”
d) Is 9,5
Sin embargo el medio utilizado por Dios para tal cancelación es inaudito y desproporcionado,
diría en términos históricos que es absurdo: un niño recién nacido.
Este niño es hijo del pueblo. Si el rey lleva una
mancha sobre su hombro, el niño lleva sobre su hombro el señorío de Dios. Los
títulos que se le adjudican –nadie se inquiete- son propios de la coronación
del faraón en Egipto o del rey en Babilonia.
El artificio de multiplicar títulos es por acumulación un signo de
grandeza. Por tanto se insinúa al usar estos títulos profanos un Señorío más
grande que el de los señores de este mundo.
Pero
claramente se pueden leer también en continuidad con la historia de Israel: Maravilla de consejero por Salomón; indicando
el don de sabiduría. Dios Fuerte por David; dotado con la Fortaleza de Dios.
Siempre padre por Abraham; por tanto encarnación y cumplimiento de la promesa. Príncipe de paz por Melquisedec-Salomón; alusión a la santidad-gloria como esplendor
de
“Porque una criatura nos ha nacido, un hijo se nos
ha dado. Estará el señorío sobre su hombro, y se llamará su nombre «Maravilla
de Consejero», «Dios Fuerte», «Siempre Padre», «Príncipe de Paz».”
e) Is 9,6
Finalmente se hace una referencia a la casa de David; estableciendo que el
niño será verdaderamente el Rey-Mesías según el proyecto de Dios.
“Grande es su señorío y la paz no tendrá fin sobre
el trono de David y sobre su reino, para restaurarlo y consolidarlo por la
equidad y la justicia, Desde ahora y hasta siempre, el celo de Yahveh Sebaot
hará eso.”
La Salvación por lo pequeño
El anuncio del
Emanuel en Isaías, no es sino el anuncio de que la Salvación de Dios no se
realiza por los medios que los hombres esperan. Mientras nosotros pondríamos la
mirada expectante en toda exhibición de grandeza y poder, Dios decide actuar
desde lo que es pequeño y pobre, desde lo humilde y diría hasta desde lo frágil.
Es desproporcionado
el niño pequeño recién nacido –el campeón del profeta, el campeón de Dios-, frente
al poder del Rey de Israel y más aún frente al embate arrasador del Imperio Asirio.
Como será desproporcionado el Niño nacido y recostado en un pesebre en Belén –tan
claramente en continuidad con el Desnudo de la Cruz-, para enfrentar al mal, a
todo el mal de todos los tiempos. Pero así es Dios y así obra nuestra Salvación.
Nuestra Iglesia
contemporánea debe convertirse de nuevo y siempre a la pequeña pobreza de Dios.
No le encontrará a su Señor ni entre los poderosos de este mundo con sus
pretendidas agendas globalistas, ni entre las rancias causas revolucionarias en
favor de los excluidos en términos sociológicos y políticos. No lo encontrará
en las miradas ideológicas de los hombres pues la lógica de Dios simplemente no
es de este mundo.
La mirada de
la Iglesia debe volver a ser más espiritual. Y esto no quiere decir
descomprometida con la historia, alienada o alienante, desencarnada y evasiva. “Espiritual”
quiere decir más en sintonía con el ser y obrar de Dios. La pequeña semilla que
crece, el fermento en la masa, el Niño Dios
en el Pesebre, el Dios Desnudo y Crucificado, su humilde y silenciosa Presencia
en la Eucaristía. “Espiritual” quiere decir contemplativa. La Iglesia contemporánea
solo podrá gozar de la Salvación de Dios si recupera una mística contemplativa.
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