¿Una Iglesia peregrina en disolvencia? En reserva de la Fe

 



 

Pbro. Silvio Dante Pereira Carro

29 de Junio de 2022

Solemnidad de San Pedro y San Pablo

 


Cuando el agua de la inundación retrocede, nos permite ver el daño que hasta ahora solo intuíamos, pues aún permanecía oculto. El amplio movimiento de descristianización que venía ganando terreno se ha ido consolidando y escalando ininterrumpidamente niveles. Además la ocasión de los años de pandemia parece haber acelerado el proceso, y ya retornando a cierta normalidad percibimos que todo lo que se venía incubando ha sido dado a luz; ya no retornaremos al estado precedente, todo ha cambiado. Ya aparecen tangibles y manifiestas en el ámbito de la misma Iglesia algunas consecuencias que sim embargo debemos seguir esforzándonos por interpretar. De ser posible sería oportuno vislumbrar también alguna respuesta.

 

Una creciente disolvencia

 

¿La identidad de la Iglesia se puede estar disolviendo en la contemporaneidad de la Iglesia que camina en la historia? ¿Se diluye su esencia y transmuta en contacto con la realidad del mundo en el cual transita peregrina? Interrogación escandalosa e irreverente tal vez que sin embargo puede intentar asirse a algunos emergentes estabilizados.

A modo de hipótesis pues nos preguntamos si es verosímil una doble disolvencia eclesial:

1.      Disolvencia doctrinal

2.      Disolvencia testimonial y espiritual

 

1.      La disolvencia doctrinal

 

Hablar de “doctrina” y hacer alusión pues a un “corpus” es siempre complejo. Sin embargo podemos consensuar que la Iglesia ha enseñado a lo largo de los siglos un conjunto de verdades que en principio consideraba reveladas por el mismo Dios. Estas verdades que Dios quiso comunicar para nuestra Salvación se hallan contenidas en el “Depositum Fidei”.

 El Espíritu Santo Paráclito, recordando, enseñando y haciendo comprender creyentemente, asiste a toda la Iglesia para receptar y anunciar el acontecimiento salvífico de la Palabra que Dios nos ha dirigido en su Hijo Jesucristo por su Encarnación y Pascua. Este acontecimiento gozoso que nos llama a la Gloria es atestiguado por vía de la Tradición y la Escritura. Así el Magisterio como servidor humilde de  este Sagrado Depósito lo conserva, transmite, propone e interpreta autoritativamente con fidelidad. Así la investigación teológica explora el sentido y alcance de la Comunicación Divina para ayudar a madurar la plena inteligencia de su significado  como la vigorosa actualización de su verdad perenne a los diversos contextos epocales. Así el sentido de fe que guía al Pueblo de Dios bajo la unción del Santo lo mantiene en el recto camino que el mismo Dios ha señalado mientras transita la historia.

 Lógicamente no ha sido sino entre aciertos y errores, que tanto la ciencia teológica como el accionar de los diversos miembros del Pueblo peregrino en el tiempo, han realizado su labor de inculturación misionera del Único Evangelio Eterno. Se han suscitado pues controversias y diversas ocasiones de tensión doctrinal que providencialmente, bajo la asistencia del Espíritu Santo,  nos llevaron a proclamar solemnemente algunas verdades y a fijar su contenido de modo definitivo. Así en el cuerpo doctrinal podríamos distinguir una armonía de verdades que siendo conexas pueden ser priorizadas según su mayor o menor status de relevancia eclesial, ligada claro a su diversa centralidad y densidad en la economía revelada. Todo es importante pero no todo vale lo mismo. Hay elementos dogmáticos con carácter irreformable y elementos aún en desarrollo hacia una madura inteligencia de la fe.

Justamente lo que ha permanecido constante en el empeño eclesial es la recepción de esa doctrina salvífica que no es suya sino revelada por Dios. Conservarla y transmitirla fielmente y ante las dificultades fijarla, clarificarla y evitar errores de interpretación ha sido pues una tarea perseverante y continua. Y aquí irrumpe precisamente la posibilidad de una disolvencia en el descuido por este empeño sostenido de generación en generación.

Últimamente va extendiéndose un clima polémico que de tanto en tanto se reedita al interno de la comunidad cristiana como tensión entre sectores progresistas y conservadores, quienes disputan en torno a la debida relación de la Iglesia con el mundo. Los puntos en discusión aparentemente no son desarrollos teológicos endógenos a la Revelación en la dinámica de una creciente recepción y comprensión de la Fe, sino cuestiones exógenas de carácter más pragmático y cuyo origen se encuentra en las agendas culturales impuestas por los sectores de poder y en el tan difuso como cambiante clima de opinión pública que impera como criterio de nueva veracidad. Se ha hecho habitual la presunción de que la Iglesia se halla siempre anquilosada y que es necesario ponerla de continuo en sintonía con los tiempos que corren. Una Iglesia que atrasa y que debe ser ordenada a la moda de turno suele ser la fantasmática inercial a la que responden incluso la masividad de los creyentes. Pero la acomodación a determinados cambios no pocas veces afecta la base y estructura doctrinal de la Fe.

Este rictus supongo nos acompaña desde los movimientos de preparación al Concilio Vaticano II que en un doble movimiento pretendían por un lado volver a redescubrir las fuentes y por otro dar una respuesta diversa a la cuestión Moderna. Sin embargo esta noble búsqueda ha quedado atrapada en las coordenadas descriptas. El famoso e intangible “espíritu del Concilio” no ha acreditado ser más que una capitulación de la Fe a la dictadura del mundo empecatado bajo pretexto de indebidas comprensiones humanitarias que al fin deshumanizan y  de falsas misericordias divinas que terminan diluyendo la Salvación en mezquinos objetivos inmanentes a la historia. La reacción a esta postura adolece lamentablemente de recalcitrantes y necios vicios bajo el signo de la cerrazón y una enfermiza nostalgia por el pasado.

¿Qué nos viene acaeciendo entonces? Que muchas veces con la intención de una más eficaz evangelización -que sin embargo no se constata-, realizamos una adaptación al ecosistema mundano en la cual finalmente nos traicionamos. Al contrario de lo que se pretende, al mismo tiempo que se acrecienta la adecuación pastoral a la opinión pública se acentúa el abandono de la Fe. Y tantas otras veces simplemente somos colonizados, pues la agenda del mundo se introduce en incesantes oleadas bien planificadas y direccionadas hábilmente, infiltrándose irrefrenablemente en la mente y el corazón de los hijos de la Iglesia y termina marcándonos el paso.

Aquel leimotiv de “estar en el mundo sin ser del mundo” sigue siendo el desafío vigente para la inflexión eclesial. Ni un  acercamiento confuso ni un distanciamiento estéril. Pero debemos aceptar que hemos pasado de levantar muros defensivos a ser un colador sin filtros. La ley del péndulo nos pide volver al punto de reposo y equilibrio.

Pero lo disruptivo de esta hora, lo angustiosamente novedoso es que tal vez el Magisterio ha dejado de realizar su servicio al menos en algunos ejemplos visibles y encumbrados. La Iglesia toda se halla afectada por la confusión, ya que quienes debían poner claridad y ser reserva de fidelidad a Dios, ahora parecen ser promotores de ambigüedad y de inexactitud. Es dificultoso hallar auténticos Maestros de la Fe y en su lugar son entronizados los sofistas del populismo mundano. De este grado alarmante de disolvencia doctrinal no se puede más que esperar tristemente una escalada de la herejía y del cisma en el futuro eclesial. Guardar la ortodoxia se ha vuelto urgente. Los Santos Padres de la Iglesia, que conocieron esta plaga, nos asistan.

 

2.      La disolvencia testimonial y espiritual

 

Durante dos milenios la Santa Iglesia ha proliferado en testimonios de santos varones y mujeres de Dios. Todos ellos han renacido y han sido forjados abrazándose a la Cruz del Esposo y sumergiéndose en la  Unción del Espíritu. Todos ellos despuntaron no solo como  testigos sino también como maestros de hondura en la Alianza. Todos ellos nos han legado una vasta herencia espiritual. La sabiduría ascética y mística de los santos ha guiado segura a la Iglesia peregrina en la historia. Han sido el Resto Fiel del Señor; admirados, imitados, fuente inspiradora y pujante del obrar en Cristo. Han configurado ese otro Magisterio, el Magisterio testimonial.

¿Pero cómo se ha llegado a despilfarrar semejante tesoro? La vida ascética pocas veces ha decaído tanto en la historia de la Iglesia como en el presente. La experiencia mística nunca antes ha sido tan mal interpretada o denostada como en nuestros días. La valoración de lo Sagrado y el asombro contemplativo por el Misterio han sido pisoteados por el ensalzamiento de lo profano. El embate del secularismo ha traspasado todas las defensas. Hasta se ha perdido en la ignorancia espiritual masiva, en la anestesia de la sensualidad egocéntrica y en la falsa acusación de locura inhumana, el valor excelso del Sacrificio. Pero dramáticamente sin Cruz no hay Salvación. Como sin santidad no hay testigos y maestros que nos introduzcan en la eficacia poderosa de la Cruz Redentora.

Paradójicamente empero, la Iglesia ha acelerado los tiempos para los procesos de canonización. Algunos la han acusado incluso de convertirse en una “fábrica de santos”; queriendo sembrar forzada y apresuradamente convenientes ejemplaridades, en todas las culturas y en todos los estados de la vida eclesial. Por encima de este planteo plausible acerca de cuán cercanos y accesibles a nuestra cotidianeidad o cuán ejemplares, modélicos y distantes deben ser los santos canonizados, la conclusión parece ser polarmente otra. La santidad en la Iglesia contemporánea no pasa de ser una cuestión anecdótica.

Afirmo esto porque a la gran cantidad de canonizaciones, que no pasa de una efímera espuma pasajera, se adosa el escándalo imparable del anti-testimonio, que por ahora se vislumbra solo en los miembros consagrados y quien sabe en el futuro se exhiba también en la realidad laical. Porque los crímenes de pederastia y otros por eclesiásticos están en boca de todos. Pero no se considera criminal de parte de un cristiano el crecimiento exponencial del adulterio y el aborto. La opinión pública los considera derechos como también considera humanas desviaciones de nuestra naturaleza. Sin embargo esos pecados según la Fe también engendran la muerte.  Criminal sí, aún es considerada la corrupción, esa deshonestidad fraudulenta en los negocios mundanos de toda especie. Pecado más afín y accesible a la realidad del laicado aunque no exentos de ellos los clérigos y consagrados cuanto más encumbrados institucionalmente.

Como sea, una dolorosa degradación moral se cierne sobre la Iglesia peregrina y la avergüenza al ser estratégica y sistemáticamente expuesta por sus detractores. Pero ni aún descubierta desnuda en su pecado reacciona. Raramente se escucha predicar sobre la santidad personal y comunitaria. En su lugar se extiende una oratoria que tiende a justificarlo todo bajo el manto de una dudosa misericordia. Los fieles no desean sino una experiencia religiosa confortable, donde el Amor de Dios y la Salvación de su alma se les asegure automáticamente, sin necesidad de una respuesta y participación suya. Consuelo sí, sacrificio no. “Hagas lo que hagas y vivas como vivas el Dios que te ama te salvará igual.” Tal ideología inconfesable y oculta en las sombras del auto-engaño, impide poner cimientos y derriba todo intento de santidad.

Incluso hay una porción de quienes ejercen la carga pastoral que se animan a soñar con un inmanente bienestar institucional mediante la apertura indiscriminada a todos sin necesidad de conversión alguna. “No importan tus acciones, todos somos hijos de Dios, sigue igual sin cambiar en nada que el Amor de tu Padre está garantizado.” Como si al Padre Dios que nos ama y no dejará de amarnos no le importaran nuestros pecados que nos desfiguran y rompen el proyecto de la filiación divina. Tal grosera falacia, como un veneno adictivo, corre vertiginoso por las venas de la Iglesia contemporánea. Una falsa misericordia escindida de la santidad y un amor que no sana ni eleva ni santifica son idolatrados. Básicamente se trata de un abandono progresivo de la Vida de la Gracia. Pero como se da bajo este manto de pretendida piedad, suelo denominarlo “apostasía silenciosa” o “apostasía encubierta”. ¿Y acaso nos extraña aún tal imperio del escándalo entre nosotros, consecuencia de tanto oculto pecado que sale a la luz, tras semejante descuido por la santidad? Guardar la ortopraxis se ha vuelto también urgente. Todos los Santos de la Iglesia rueguen por nosotros en esta hora de temible tempestad.

 

En reserva de la Fe

 

Como ya se habrán dado cuenta mi tesis es que la Iglesia peregrina se halla gravemente herida tanto en su ortodoxia como en su ortopraxis. Entre mis postulados se supone aceptar una errónea resolución de la llamada “cuestión Moderna”. Ni el anti-modernismo ni el pro-modernismo han acertado. ¿Y qué camino entonces debiéramos explorar ahora?

Sin duda el de la fidelidad a Dios. De alguna forma se trata de una retirada en el sentido de hacer una reserva. Debemos detenernos y hacer esa pausa necesaria para ver con claridad. Darnos tiempo para contemplar el Misterio de la Salvación y recuperar el sentido de la orientación.

“Resguardar”, “preservar” y “custodiar” parecen verbos oportunos para esta hora de la Iglesia en el mundo. No hay que tenerle miedo ni prejuzgar negativamente a la “dinámica conservadora”. No se podrá transmitir lo que no se ha recibido y guardado con autenticidad. Teniendo claro que no se trata de repeticiones arqueológicas sino de fidelidad creativa hallaremos con la Gracia de Dios el sendero. Hay un solo Evangelio y no debiéramos creer o proclamar otro distinto.

No soy pues novedoso en absoluto, una renovada “fuga mundi” se alza en el horizonte eclesial. Dejando de lado las injustas y maliciosas versiones de ella como si se tratara de una evasión de la realidad, otra vez parece que nuestra salida transitoria y vía de resolución se halla en la retirada al Desierto. Hay una recuperación de la martyria y de la didaskalia por hacer. Hay una opción por el “martirio blanco” de la santidad de  vida por retomar. Hay un redescubrimiento de la “sana doctrina” por dar a luz. Hay un intenso camino penitencial por recorrer. Nuestro término será la unión con Dios sin la cual de ningún modo la Iglesia podría ser fecunda.

Pero percibo inquieto, y lo digo con temor y temblor, que este movimiento de reserva de la Fe no estará exento tal vez de una dolorosa “fuga ecclesiae”. ¿En qué sentido afirmo tal desatino? En la presunción de que es posible aún que se agudice la oscuridad de esta noche y tanto la herejía como el cisma vuelvan a extenderse infectando gravemente el cuerpo eclesial. Me horroriza pensar que podrían repetirse aquellas turbulentas épocas con dos o tres papas reinantes al mismo tiempo o con episcopados enteros tomados por la herejía. ¡Qué gran desconcierto vivían aquellos cristianos buscando dentro de la misma Iglesia dónde se hallaba lo verdaderamente fiel! Apenas unos pocos campeones de la fe, a veces casi en solitario, generalmente por la minoría, dieron el buen combate a gran costo personal y custodiaron la Divina Revelación. Eran cristianos forjados en el Desierto.

¡Tiempos tremendamente oscuros que pensábamos que ya no volverían, sin embargo quizás ya estén tocando de nuevo a nuestra puerta! Dios nos libre de tal amenaza de Satanás. Dios nos guarde en humildad y espíritu de pequeñez evangélica. Y que si tal purulencia retorna no nos falten los santos, que en su fidelidad hagan para todos, salutífera reserva de la Revelación con una vida teologal firme y una doctrina viva en el influjo del Espíritu. Por eso tal vez es mejor anticiparse y empezar a rumbear hacia el Desierto y hacia la Montaña Santa donde renovar la Única Alianza que da Vida Eterna. Porque no se nos ha dado invocar otro Nombre sino el que está sobre todo nombre, el de Jesucristo, el Señor.

 

 

 


4 comentarios:

  1. .....la iglesia (en Argentina y en el mundo) está siendo utilizada para impulsar una agenda (2030)... con lo que la convierten en una especie de agencia gubernamental para fomentar programas que van contra la doctrina católica. Cardenal Burke

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  2. Y estoy totalmente de acuerdo con la nota con todo .... y el consuelo si, sacrificio no... lo escuche en homilias... bajo esta frase al iniciar misas ... a modo de contentar a los laicos "Dios no quiere sacrificios" .... y entonces para que ir a misa?? ... debieran existir varios sacerdotes y laicos que hay varios muy estudiados que se manifestasen en estos temas. El papa se encuentra solo... ¿Creen que estará bien...tantos que dicen amarlo y en estos momentos patean el tablero y dicen que no hay nada que hacer... da mucho que pensar ? Hay que enfrentar lo que se avecina y dejar de juzgar al que intenta hacer algo al respecto ... ya que la funcion de la Iglesia es dar una respuesta desde el Evangelio y no desde la presion que ejerce el mundo. Y para terminar veo tambien muy claro que hay que rumbear al Desierto y a la Montaña Santa que ahi es donde Jesus quiere refundar la Iglesia
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