Nos adentramos
en el 2do. bloque del libro profético contenido en 26,1-45,5. Sin duda ya hemos
contemplado a Jeremías como un profeta atravesado por el sufrimiento, ahora
intentaremos descubrir aquello de la interioridad.
“En esto, me desperté y vi que mi sueño era sabroso
para mí. He aquí que días vienen - oráculo de Yahveh - en que sembraré la casa
de Israel y la casa de Judá de simiente de hombres y ganados. Entonces, del
mismo modo que anduve presto contra ellos para extirpar, destruir, arruinar,
perder y dañar, así andaré respecto a ellos para reconstruir y replantar -
oráculo de Yahveh -.” (Jer 31,26-28)
Recordemos que
la vocación profética de Jeremías estaba densamente cargada de esta dualidad
plantar-arrancar o perder-reedificar. Aquí es el mismo Señor quien afirma haber
convivido con su Pueblo para purificarlo al mismo tiempo que le anuncia un
futuro de fecundidad. Este porvenir marcado como “vienen días” o “en aquellos
días” remite ciertamente a los tiempos de la plenitud mesiánica, sin duda con
proyección escatológica. ¿En qué consistirá esta restauración?
“En aquellos días no dirán más: «Los padres comieron
el agraz, y los dientes de los hijos sufren de dentera»; sino que cada uno por
su culpa morirá: quienquiera que coma el agraz tendrá la dentera.” (Jer 31,29-30)
El primer hito
a marcar para hablar de la “interiorización de la Ley” es la temática de la
“responsabilidad personal”. Jeremías usa un refrán popular para introducir su
enseñanza.
El agraz es el
zumo de los agraces o racimos de uva verde aún inmadura, por tanto con fuerte
concentración de acidez, que fue utilizado culinariamente durante la antigüedad
y edad media hasta ser sustituido por el limón. La dentera se trata de la
sensibilidad dental frente a diversos estímulos como frio o calor y las
molestias o dolencias de encías o en la raíz de los dientes a consecuencia del
ácido del agraz. Por tanto se afirma que el sufrimiento no es solidario
grupalmente: unos miembros comen y toda la familia padece. Sino personal: quien
comiere lo padecerá.
Esto viene a
cuento de que Israel –para simplificarlo por causas didácticas- parte de una
reflexión moral colectiva. La llamada “personalidad corporativa” aglutinaba en
una persona o grupo con relevancia institucional al colectivo del pueblo. El rey
peca contra Dios y lo sufre todo el pueblo. ¿Quién pecó –se preguntaban-: el
enfermo o sus antepasados? Así esta idea de que el pecado es del rey o de los
sacerdotes o de los falsos profetas o de los antepasados y se transfiere a la
comunidad entera terminaba de exculpar a la mayoría y diluir la intencionalidad
subjetiva. Jeremías comienza a afirmar explícitamente en cambio lo que la
corriente profética ya venía insinuando: no es posible exculparse en chivos
expiatorios colectivos, el pecado siempre supone una adhesión personal con su
consiguiente responsabilidad. Ya no se puede decir: “No tengo culpa, seguimos a
quien pusiste de jefe.” Ni tampoco: “Todos lo hacían.”
En este punto
con Jeremías y luego fuertemente con Ezequiel cuaja un momento de maduración de
la reflexión moral de Israel. No se puede eludir la propia libertad: eres tú
quien adhieres al pecado o lo rechazas, eres tú mismo quien permanece fiel a la
Alianza o la rompe. “Dentro tuyo”, en tu interioridad decides tu suerte. ¿Hacia
qué se inclina tu corazón?
“He aquí que días vienen - oráculo de Yahveh - en
que yo pactaré con la casa de Israel (y con la casa de Judá) una nueva alianza;
no como la alianza que pacté con sus padres, cuando les tomé de la mano para
sacarles de Egipto; que ellos rompieron mi alianza, y yo hice estrago en ellos
- oráculo de Yahveh -. Sino que esta será la alianza que yo pacte con la casa
de Israel, después de aquellos días - oráculo de Yahveh -: pondré mi Ley en su
interior y sobre sus corazones la escribiré, y yo seré su Dios y ellos serán mi
pueblo. Ya no tendrán que adoctrinar más el uno a su prójimo y el otro a su
hermano, diciendo: «Conoced a Yahveh», pues todos ellos me conocerán del más
chico al más grande - oráculo de Yahveh - cuando perdone su culpa, y de su
pecado no vuelva a acordarme.” (Jer 31,31-34)
¡Un anuncio
sorprendente, un verdadero salto de nivel: una Alianza Nueva! No solo una
renovación de la misma Alianza de antaño sino una enteramente Nueva. Pues
aquella Alianza ha sido vivida de un modo puramente formalista o exterior y no
ha tomado el corazón de los hombres y del pueblo. Dios necesita por así decirlo
“entrar más adentro”: “…pondré mi Ley en
su interior y sobre sus corazones la escribiré, y yo seré su Dios y ellos serán
mi pueblo.”
El movimiento
profético comienza así una dinámica de interiorización de la Alianza, una
auténtica pedagogía del corazón: “Ya no
tendrán que adoctrinar más el uno a su prójimo y el otro a su hermano,
diciendo: «Conoced a Yahveh», pues todos ellos me conocerán del más chico al
más grande…”. Pasará el profetismo de solo denunciar la ruptura de la
Alianza por pecados modélicos como la idolatría o la injusticia, a también anunciar
y favorecer un trabajo profundo del mismo Dios en el alma de sus hijos para
recrearlos desde adentro. Superando aquella religiosidad formalista, apoyada
excesivamente en signos y ritos exteriores, se proclamará una nueva
religiosidad del corazón, o mejor dicho, desde el corazón.
“Conocer a
Dios” de este modo nuevo quiere decir que se establecerá un vínculo de amor, de
intercambio mutuo entre el Señor y cada hijo de su pueblo, lo cual hará
realmente posible vivir fielmente y en santidad. Esta “espiritualización de la
Ley” que ahora se graba y sella en el corazón anticipa el desarrollo paulino
sobre la acción de la gracia.
Se resuelve adentro
“Se resuelve
adentro” podría ser un oportuno leimotiv para nuestra época cristiana. Quizás podríamos
sumar: “Baja a tu corazón”. Y frases por el estilo que indiquen la primacía de
la tarea espiritual. Una tarea tan descuidada debo agregar. Pues si bien se
vocifera que hay “sed de espiritualidad”, raramente constato empeños serios y
perseverantes para recorrer un itinerario de crecimiento y maduración de la
vida en el Espíritu.
La
religiosidad puramente formal y exterior de antaño cuadra bien con la actual superficialidad
reinante, el ajetreo y la saturación de estímulos, la búsqueda de resoluciones tan
urgentes como confortables y exentas si es posible de algún sacrificio, la ensordecedora
falta de silencio y la dificultad para transitar procesos. Podría continuar
describiendo sintomatología de la anemia espiritual que cursa el cristiano de
hoy pero es más que suficiente para entendernos. Ciertamente no faltarán
quienes aleguen que no tengo en cuenta las miradas holísticas, las estructuras
panópticas y las dinámicas circulares e inter-dimensionales. Hay una cultura
nueva, un exótico y multiversal modo naciente de pensar, sentir y creer. En fin, por creativas y elaboradas que sean
las excusas no dejan de ser excusas. Para que florezzca una espiritualidad el hombre –que
esencialmente sigue siendo el mismo- necesita silencio, austeridad, capacidad
de entrega de la propia vida, perseverancia y algunas materias primas más que
son insustituibles.
“Haz una pausa
y baja a tu corazón que todo se resuelve adentro”, sería un universal consejo
con garantía de final feliz. ¿Pero quién resuelve adentro? ¿Solo uno? Me
imagino que quien solo no pudo “resolver afuera” tampoco solo podrá “resolver
adentro”. Como nuestra fe acepta que solo Dios salva obviamente afirmamos que
solo Él con su Santa Voluntad da resolución verdadera a la vida del hombre. Entonces
cuando el hombre “adentro” se entrega al Señor, se abandona en sus manos y se
deja purificar, ordenar y pacificar en su Amor puede emerger sereno y claro
para una convivialidad luminosa y transformadora del “afuera”.
Dicho con la
simplicidad humorística que se puede en este espacio acotado, indulgente con el
precario binomio afuera-adentro, anuncio con los profetas que Dios nos está
llamando a la interioridad donde Él podrá marcarnos y sellarnos con su Espíritu
en Alianza Nueva. No hay ninguna otra resolución posible para el hecho humano.
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