Jeremías: el profeta de la interioridad, atravesado por el sufrimiento (11)

 


El primer bloque del libro de Jeremías cierra con una tercera sección enmarcada en 21,1-23,40. Básicamente contiene oráculos y visiones contra Sedecías y Jerusalén, contra la casa real y contra los profetas áulicos (profetas profesionales de la corte). El hilo conductor es el reproche que el profeta les hace en nombre del Señor por su mal desempeño en el cargo o servicio de autoridad y magisterio que Dios les ha asignado. Veamos un ejemplo típico que tendrá grandes influencias en textos posteriores acerca del pastoreo que el mismo Dios ejercerá sobre su Pueblo por medio del Mesías.

 

“¡Ay de los pastores que dejan perderse y desparramarse las ovejas de mis pastos! - oráculo de Yahveh -. Pues así dice Yahveh, el Dios de Israel, tocante a los pastores que apacientan a mi pueblo: Vosotros habéis dispersado las ovejas mías, las empujasteis y no las atendisteis. Mirad que voy a pasaros revista por vuestras malas obras - oráculo de Yahveh -.”  (Jer 23,1-2)

 

Claramente entonces se expresa esta mala praxis de quienes debiendo conducir al Pueblo por los caminos de Dios le han impulsado a alejarse de ellos y no les han señalado su voluntad ni les han dado el auxilio necesario para perseverar en la fe. ¿Cómo se resolverá la situación de extravío causada por abandono y negligencia pastoral?

 

“Yo recogeré el Resto de mis ovejas de todas las tierras a donde las empujé, las haré tornar a sus estancias, criarán y se multiplicarán. Y pondré al frente de ellas pastores que las apacienten, y nunca más estarán medrosas ni asustadas, ni faltará ninguna - oráculo de Yahveh -.” (Jer 23,3-4)

 

Será pues Dios mismo quien ejercerá el oficio pastoral con su Pueblo.  Notemos sin embargo algunas sugestivas indicaciones:

  1. Se habla del “Resto de las ovejas” y no de su totalidad. Esto supone la ya clásica temática de la purificación del Pueblo y de un núcleo fiel a la Alianza que es como su reserva de fe auténtica.
  2. Si antes se había afirmado que los “malos pastores” habían empujado a las ovejas fuera de la Alianza, ahora se asevera que el Señor las empujó. ¿Pero hacia dónde? Al destierro que justamente reaparece siempre en el profetismo como la pedagogía divina que hace volver a la sensatez al Pueblo descarriado.
  3. Finalmente se anuncia el fin del exilio y una vuelta a la tierra de promisión. Tiempo de restauración de la fidelidad a la Alianza cuando Dios proveerá pastores que cumplan eficazmente su servicio.

En este punto la perícopa salta del nivel histórico exilio-retorno al tiempo escatológico en tono mesiánico.

 

“Mirad que días vienen - oráculo de Yahveh - en que suscitaré a David un Germen justo: reinará un rey prudente, practicará el derecho y la justicia en la tierra. En sus días estará a salvo Judá, e Israel vivirá en seguro. Y este es el nombre con que te llamarán: «Yahveh, justicia nuestra.» 

Por tanto, mirad que vienen días - oráculo de Yahveh - en que no se dirá más: «¡Por vida de Yahveh, que subió a los hijos de Israel de Egipto!», sino: «¡Por vida de Yahveh, que subió y trajo la simiente de la casa de Israel de tierras del norte y de todas las tierras a donde los arrojara!», y habitarán en su propio suelo.” (Jer 23,5-8)

 

Aquí se establecen dos anuncios fuertes:

  1. La presentación de la figura del Mesías davídico, identificado como Germen Justo con el Resto fiel y santo de Israel. Su reinado se insinúa universal. El Pueblo de las promesas convivirá seguro entre los pueblos. El Mesías será manifestación y concreción de la justicia y fidelidad de Dios.
  2. La comparación entre la liberación de Egipto y el regreso a la tierra tras el exilio indican una nueva gesta o epopeya salvadora de Dios. Y además se plantea una instancia cuya envergadura parece superadora de aquel pasado fundante de la identidad del Pueblo de Dios. Egipto por un lado no será rememorado como un gesto del pasado no vivido, sino que en el futuro el Señor repetirá sus maravillas y el Pueblo podrá revivir su acción potente y salvadora que los libera del destierro y los reconduce a la Tierra. Sugiriéndose que esta acción nueva, como nueva Pascua o Creación, será el hito de la refundación definitiva y mesiánica del final de los tiempos.

Si este oráculo amagaba tener la amargura del reproche a los malos pastores y el anuncio de las consecuencias nefastas del quiebre de la Alianza, ciertamente levanta al fin como estandarte el Pastoreo de Dios que, sin saltarse la purgación necesaria del pecado, se hace cargo de la historia de su Pueblo y la recrea hacia un futuro cargado de esperanza por la gran obra de salvación que está por delante.

 

Dános pastores según tu corazón

 

Confieso la dificultad de intentar una aplicación actualizada siendo pastor yo también. Pero no podemos dejar de aceptar que la crisis eclesial –ya larga en décadas y que deja su huella al menos en  dos siglos, el de cierre del segundo milenio y el de apertura del presente-, está claramente signada por la degradación del oficio pastoral. No solo por crisis masiva y escasez de vocaciones. Ni por ese renombrado “clericalismo” cuya conceptualización sigue inexacta y bajo cuya dinámica se esconden -vía chivo expiatorio-, diversos vicios y decadencias que atañen a todo el cuerpo eclesial en sus distintos estados de vida, vocación, servicio o misión. Sino ante todo por un pobre ejercicio de la “cura de almas” y una creciente resistencia del pueblo fiel a dejarse pastorear por Dios. El drama de la Modernidad sigue vigente entre nosotros aún. Frente a un sujeto que se eleva como autónomo y que se torna “la medida de todas las cosas”, como al relativismo anárquico y disolvente hacia el cual nos ha conducido el proyecto de la “razón moderna”: ¿qué espacio y disponibilidad existe para la dinámica pastoral?

Solo queda la democratización de las opiniones de los individuos en metodologías que busquen consensos mayoritarios. La autoridad pastoral –no la de sus mediadores- sino la de Dios mismo, la Revelación divina del plan salvífico terminará siendo rechazada en favor de una falsa y errónea libertad de lo humano. La opinión pública será entronizada como el nuevo lugar teológico y oráculo revelador en detrimento de la Verdad Eterna del Logos. Los pastores se transformarán en encuestadores y analistas de datos con intencionalidad política y se olvidarán de ser servidores de aquella Palabra creadora y salvadora que está por encima de todos y a cuya Presencia toda rodilla debe doblarse rindiendo veneración, honor y gloria.

Este impulso invasivo por el cual el mundo absorbe y asimila a la Iglesia dentro de sí, me temo que ya está más que maduro. Y la degradación pastoral se percibe en la falta de visión profética, en la ceguera de la inteligencia sobrenatural por una fe desnutrida, en la disolvencia de la Palabra revelada y la  desvalorización del ministerio de la predicación, en la pauperización de la docencia magisterial, en el analfabetismo espiritual y en la negación o restricción del ejercicio del triple servicio de regir, enseñar y santificar. Seguramente la sintomatología es más extensa, baste como muestra.

Sin embargo tal situación no me provoca miedo, angustia o desesperanza. Tan solo me da la alarma que me ayuda a permanecer vigilante y acrecienta el deseo de una mayor dedicación a lo que Cristo me ha confiado por el Sacramento del Orden. En todo caso me hace anticipar que el Señor mismo encontrará el modo de ejercer su Santo Pastoreo entre nosotros. Tal vez también necesitemos del lenguaje del desierto y del exilio, es posible. Quizás la reducción purificadora hacia un Resto que sea potente semilla refundacional. La historia está en sus manos y solo entre sus manos se torna Historia de Salvación. ¡Dános, Señor, pastores según tu Corazón!

 


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