DIÁLOGO CON SAN PABLO 5





EN EL TIEMPO DE LA PACIENCIA

LA JUSTICIA DE DIOS SE HA MANIFESTADO

POR LA FE EN JESUCRISTO

 

“Pues ya demostramos que tanto judíos como griegos están bajo el pecado, como dice la Escritura: No hay quien sea justo, ni siquiera uno solo.” Rom 3,10

 

Estimado San Pablo, por gracia de Dios su Apóstol, ya establecido que la humanidad entera se hallaba sumergida bajo el pecado al romper con la Ley escrita en los corazones y grabada sobre las conciencias, también manifestada en la Revelación veterotestamentaria, nos consuelas con feliz noticia.

 

“Pero ahora, independientemente de la ley, la justicia de Dios se ha manifestado, atestiguada por la ley y los profetas, justicia de Dios por la fe en Jesucristo, para todos los que creen - pues no hay diferencia alguna;  todos pecaron y están privados de la gloria de Dios -  y son justificados por el don de su gracia, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús, a quien exhibió Dios como instrumento de propiciación por su propia sangre, mediante la fe, para mostrar su justicia, habiendo pasado por alto los pecados cometidos anteriormente, en el tiempo de la paciencia de Dios; en orden a mostrar su justicia en el tiempo presente, para ser él justo y justificador del que cree en Jesús.” Rom 3,21-26

 

¡Cante jubilosa la Iglesia entera y junto a ella toda la creación de Dios! De hecho lo hace, al menos en el solemne anuncio de la Resurrección, cuando el pregón pascual enuncia: “Feliz la culpa que nos ha merecido un tan gran Redentor”.

“La justicia de Dios se ha manifestado”, nos dices. Ya te oiremos tantísimas veces proclamar que el Misterio escondido se ha desvelado. Ya latente palpitaba en la Ley y los Profetas. Ya por entonces se pregonaba un tiempo de plenitud que se debía aguardar con vigilante amor.

Jesucristo, el Señor, es “la justicia de Dios” alumbrada en el tiempo de su paciencia paterna. Y en la madurez pues de todos los tiempos, este presente henchido de escatología adviniente, podemos acceder a esta Justicia divina por la fe, “en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús, a quien exhibió Dios como instrumento de propiciación por su propia sangre”. Por ende al levantar la mirada hacia el Crucificado, y rociados en la aspersión de su Sangre purificadora, creyendo en Él somos justificados.

Porque el Padre Eterno en su Hijo Eterno había dispuesto misericordiosamente la redención de todo el género humano, “para mostrar su justicia, habiendo pasado por alto los pecados cometidos anteriormente”. ¿Quiénes podrán ser beneficiados por tan desmesurada generosidad? “Todos los que creen - pues no hay diferencia alguna;  todos pecaron y están privados de la gloria de Dios -  y son justificados por el don de su gracia.”

Aquí entonces ya aparece tu famoso binomio: fe y gracia. La Gracia de Dios inmerecida y sorprendente –inefable mostración de su Amor-, fecunda la receptividad de una fe que acepta el rescate y se abre a la salvación. Todo hombre ya puede contemplar por el don de la fe al Padre “justo y justificador del que cree en Jesús”.

Sin embargo, el tiempo de la paciencia de Dios puede no coincidir con el tiempo de la fe de los hombres sino con el de su pertinaz necedad. Cuestiones propias de nuestra libertad. El encumbramiento del sujeto tan propio de la Modernidad se ha realizado a expensas de la muerte de Dios. Así en nuestros días, observadores perplejos nos hemos vuelto los creyentes de un creciente y vertiginoso proceso de descristianización global. No es ocasión de analizar este fenómeno. Pero sí es necesario anoticiarnos de que por lo menos la Iglesia parece una “espectadora inerte” cuando menos. Porque increíblemente siempre hay hermanos desentonados que aplauden y festejan su propia ruina mundanizándose con algarabía adolescente. La Moderna presunción tan burdamente adánica ha infectado también a las huestes eclesiales con su propaganda panfletaria. ¿Cómo puede un creyente celebrar el ascenso del super-hombre deicida sino con ignorante ingenuidad o por pérdida de fe?  ¿Y sin Dios como tendrá Vida el hombre? ¿Qué tipo de vida es la de Adán sin Dios?

Mas justamente aquí se halla el punto crucial: sin pecado no hay salvación. Por eso San Pablo argumenta que todos estábamos sumergidos en el pecado y necesitados de la Justicia de Dios que nos rescate. Eliminado Dios se elimina el pecado y el hombre puede ser libre de modo desenfrenado sin referencia a ningún horizonte ético sino solo a su propia voluntad de poder. Ya no hay bien ni hay mal sino el hombre con su antojadizo arbitrio. Es la hora del relativismo falsamente igualitarista pues sigue permaneciendo sobre la tierra ese voraz y traicionero deseo de imponerse por la fuerza. Es un mundo de retorcidos y maliciosos corazones entregados a sus pasiones desordenadas el que surge. A veces me pregunto cómo se nos hace incomprensible la noción del Infierno frente a tamaño anticipo que nos damos.

Creo que la Iglesia contemporánea, en el ejemplo apostólico de San Pablo, deberá encontrar el modo de volver a mostrar el pecado en toda su envergadura y extensión, con todo su daño y consecuencias a los hombres de hoy. Solo entonces podrá hablar de rescate, fe y gracia. Pero si persiste como quisieran algunos engañados hermanos en la convalidación del pecado, en la normalización de lo que se encuentra desordenado al plan de Dios y en la arbitraria o ideológica interpretación de su Voluntad revelada, la Iglesia peregrina faltará a la caridad con todos los hombres que le han sido encomendados. Pretendiendo salvar al hombre lo condenará, presentándole una falsa fe, el placebo ilusorio de paraísos terrenales efímeros tras los cuales se esconden los poderosos de este mundo y el Príncipe oscuro, quien odia resentido y lleno de furia  a Dios, al hombre y a toda la creación y que no para de buscar su perdición. Tras una publicitada misericordia que separa Amor de Verdad, debilitando toda aspiración de santidad, se esconde la astucia demoníaca. Es brillante de su parte intentar convencernos que no hace falta convertirnos y que el pecado no existe o es irrelevante. Ofreciéndonos una salvación fácil y automática elimina a Dios por otros carriles, lo suplanta disfrazándose de ángel de luz, o sea de anti-Cristo. Si ya no creen en el Infierno ofréceles una salvación cómoda y marcharán cantando al matadero. No es tan difícil hacer que el hombre se olvide de un Dios que le señala el camino angosto y la puerta estrecha, que lo quiere rescatar por la Sangre de la Cruz.

La Redención que la paciencia de Dios Padre nos ofrece en Jesucristo, erigiéndolo como Justo Justificador, requiere que la Iglesia se despierte y vuelva proféticamente a advertirle a la humanidad entera que se encamina a sumergirse irremediablemente hasta ahogarse en el pecado y la muerte eterna sino levanta de nuevo la mirada y cree en la Sangre propiciatoria que puede purificarla y rescatarla en gracia por la fe. ¡Ven Espíritu Santo y reenciende el ánimo de los creyentes para que recuperemos la pasión apostólica y colaboremos en la salvación de tantos que el mal tiene apresados entre sus mortíferas garras seductoras! ¡Que tu Iglesia, Padre, retome con renovado vigor el anuncio de la única  Justicia de Dios en Cristo Señor y así demuestre un amor verdadero por todo hombre que pisa este mundo!


 

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