EN EL TIEMPO DE LA PACIENCIA
LA JUSTICIA DE DIOS SE HA MANIFESTADO
POR LA FE EN JESUCRISTO
“Pues
ya demostramos que tanto judíos como griegos están bajo el pecado, como dice la
Escritura: No hay quien sea justo, ni siquiera uno solo.” Rom 3,10
Estimado
San Pablo, por gracia de Dios su Apóstol, ya establecido que la humanidad
entera se hallaba sumergida bajo el pecado al romper con la Ley escrita en los
corazones y grabada sobre las conciencias, también manifestada en la Revelación
veterotestamentaria, nos consuelas con feliz noticia.
“Pero
ahora, independientemente de la ley, la justicia de Dios se ha manifestado,
atestiguada por la ley y los profetas, justicia de Dios por la fe en
Jesucristo, para todos los que creen - pues no hay diferencia alguna; todos pecaron y están privados de la gloria
de Dios - y son justificados por el don
de su gracia, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús, a quien
exhibió Dios como instrumento de propiciación por su propia sangre, mediante la
fe, para mostrar su justicia, habiendo pasado por alto los pecados cometidos
anteriormente, en el tiempo de la paciencia de Dios; en orden a mostrar su
justicia en el tiempo presente, para ser él justo y justificador del que cree
en Jesús.” Rom 3,21-26
¡Cante
jubilosa la Iglesia entera y junto a ella toda la creación de Dios! De hecho lo
hace, al menos en el solemne anuncio de la Resurrección, cuando el pregón
pascual enuncia: “Feliz la culpa que nos ha merecido un tan gran Redentor”.
“La
justicia de Dios se ha manifestado”, nos dices. Ya te
oiremos tantísimas veces proclamar que el Misterio escondido se ha desvelado.
Ya latente palpitaba en la Ley y los Profetas. Ya por entonces se pregonaba un
tiempo de plenitud que se debía aguardar con vigilante amor.
Jesucristo,
el Señor, es “la justicia de Dios” alumbrada en el tiempo de su paciencia
paterna. Y en la madurez pues de todos los tiempos, este presente henchido de
escatología adviniente, podemos acceder a esta Justicia divina por la fe, “en
virtud de la redención realizada en Cristo Jesús, a quien exhibió Dios como
instrumento de propiciación por su propia sangre”. Por ende al levantar
la mirada hacia el Crucificado, y rociados en la aspersión de su Sangre
purificadora, creyendo en Él somos justificados.
Porque
el Padre Eterno en su Hijo Eterno había dispuesto misericordiosamente la
redención de todo el género humano, “para mostrar su justicia, habiendo pasado
por alto los pecados cometidos anteriormente”. ¿Quiénes podrán ser
beneficiados por tan desmesurada generosidad? “Todos los que creen - pues no
hay diferencia alguna; todos pecaron y
están privados de la gloria de Dios - y
son justificados por el don de su gracia.”
Aquí
entonces ya aparece tu famoso binomio: fe y gracia. La Gracia de Dios
inmerecida y sorprendente –inefable mostración de su Amor-, fecunda la
receptividad de una fe que acepta el rescate y se abre a la salvación. Todo
hombre ya puede contemplar por el don de la fe al Padre “justo y justificador del que
cree en Jesús”.
Sin
embargo, el tiempo de la paciencia de Dios puede no coincidir con el tiempo de
la fe de los hombres sino con el de su pertinaz necedad. Cuestiones propias de
nuestra libertad. El encumbramiento del sujeto tan propio de la Modernidad se
ha realizado a expensas de la muerte de Dios. Así en nuestros días,
observadores perplejos nos hemos vuelto los creyentes de un creciente y
vertiginoso proceso de descristianización global. No es ocasión de analizar
este fenómeno. Pero sí es necesario anoticiarnos de que por lo menos la Iglesia
parece una “espectadora inerte” cuando menos. Porque increíblemente siempre hay
hermanos desentonados que aplauden y festejan su propia ruina mundanizándose
con algarabía adolescente. La Moderna presunción tan burdamente adánica ha
infectado también a las huestes eclesiales con su propaganda panfletaria. ¿Cómo
puede un creyente celebrar el ascenso del super-hombre deicida sino con
ignorante ingenuidad o por pérdida de fe? ¿Y sin Dios como tendrá Vida el hombre? ¿Qué
tipo de vida es la de Adán sin Dios?
Mas
justamente aquí se halla el punto crucial: sin pecado no hay salvación. Por eso
San Pablo argumenta que todos estábamos sumergidos en el pecado y necesitados
de la Justicia de Dios que nos rescate. Eliminado Dios se elimina el pecado y
el hombre puede ser libre de modo desenfrenado sin referencia a ningún
horizonte ético sino solo a su propia voluntad de poder. Ya no hay bien ni hay
mal sino el hombre con su antojadizo arbitrio. Es la hora del relativismo
falsamente igualitarista pues sigue permaneciendo sobre la tierra ese voraz y
traicionero deseo de imponerse por la fuerza. Es un mundo de retorcidos y
maliciosos corazones entregados a sus pasiones desordenadas el que surge. A
veces me pregunto cómo se nos hace incomprensible la noción del Infierno frente
a tamaño anticipo que nos damos.
Creo
que la Iglesia contemporánea, en el ejemplo apostólico de San Pablo, deberá
encontrar el modo de volver a mostrar el pecado en toda su envergadura y
extensión, con todo su daño y consecuencias a los hombres de hoy. Solo entonces
podrá hablar de rescate, fe y gracia. Pero si persiste como quisieran algunos
engañados hermanos en la convalidación del pecado, en la normalización de lo
que se encuentra desordenado al plan de Dios y en la arbitraria o ideológica
interpretación de su Voluntad revelada, la Iglesia peregrina faltará a la
caridad con todos los hombres que le han sido encomendados. Pretendiendo salvar
al hombre lo condenará, presentándole una falsa fe, el placebo ilusorio de
paraísos terrenales efímeros tras los cuales se esconden los poderosos de este
mundo y el Príncipe oscuro, quien odia resentido y lleno de furia a Dios, al hombre y a toda la creación y que
no para de buscar su perdición. Tras una publicitada misericordia que separa Amor
de Verdad, debilitando toda aspiración de santidad, se esconde la astucia
demoníaca. Es brillante de su parte intentar convencernos que no hace falta
convertirnos y que el pecado no existe o es irrelevante. Ofreciéndonos una
salvación fácil y automática elimina a Dios por otros carriles, lo suplanta
disfrazándose de ángel de luz, o sea de anti-Cristo. Si ya no creen en el
Infierno ofréceles una salvación cómoda y marcharán cantando al matadero. No es
tan difícil hacer que el hombre se olvide de un Dios que le señala el camino
angosto y la puerta estrecha, que lo quiere rescatar por la Sangre de la Cruz.
La
Redención que la paciencia de Dios Padre nos ofrece en Jesucristo, erigiéndolo
como Justo Justificador, requiere que la Iglesia se despierte y vuelva proféticamente
a advertirle a la humanidad entera que se encamina a sumergirse
irremediablemente hasta ahogarse en el pecado y la muerte eterna sino levanta
de nuevo la mirada y cree en la Sangre propiciatoria que puede purificarla y
rescatarla en gracia por la fe. ¡Ven Espíritu Santo y reenciende el ánimo de
los creyentes para que recuperemos la pasión apostólica y colaboremos en la
salvación de tantos que el mal tiene apresados entre sus mortíferas garras
seductoras! ¡Que tu Iglesia, Padre, retome con renovado vigor el anuncio de la única
Justicia de Dios en Cristo Señor y así
demuestre un amor verdadero por todo hombre que pisa este mundo!
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