DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 7

 

 




NOS GLORIAMOS HASTA EN LAS TRIBULACIONES

PORQUE EL AMOR DE DIOS HA SIDO DERRAMADO

EN NUESTROS CORAZONES

POR EL ESPÍRITU SANTO QUE NOS HA SIDO DADO

 

“Habiendo, pues, recibido de la fe nuestra justificación, estamos en paz con Dios, por nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos obtenido también, mediante la fe, el acceso a esta gracia en la cual nos hallamos, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. Más aún; nos gloriamos hasta en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación engendra la paciencia; la paciencia, virtud probada; la virtud probada, esperanza,  y la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado.” Rom 5,1-5

 

¡Que bellísimo y luminoso testimonio de fe santamente vivida nos ofreces Apóstol San Pablo! “Habiendo, pues, recibido de la fe nuestra justificación, estamos en paz con Dios, por nuestro Señor Jesucristo.”  ¡Paz, paz con Dios!  Expresión fuerte si las hay. ¿Quién pudiese decir con recta conciencia que se halla en paz con su Señor? Supongo que quien con fe se adhiere a la Salvación ofrecida en Jesucristo, quien está pues dispuesto a vivir según la voluntad del Padre, quien se encuentra disponible a la acción del Espíritu Santo. La paz con Dios –en términos bíblicos-, no puede ser sino la consecuencia de la conversión y de la celebración de la Alianza. Paz y comunión se reclaman. Quien se halla en comunión con Dios recibe su paz.

 “Nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios.” Así pues este estado de gracia al que se ha accedido por la fe, engendra la esperanza de la Gloria. Pero yo no sabría verdaderamente exponer qué significa “estar en gracia” para los fieles cristianos. Mi experiencia pastoral me dice que las concepciones son bien diversas: hay quienes piensan en portarse bien y no haber hecho nada malo, otros que piensan en estar mínimamente en regla y con el papeleo en orden para ser presentado ante la autoridad competente, quienes harán quizás una contabilidad de las gracias recibidas para ver si tienen mucho o poco entre sus manos, otros que identifican la gracia con los tiempos de consuelo donde se camina fácilmente y sin tormentas en el horizonte. No sé si habrá muchos que puedan identificar qué significa el “estado de gracia” en cuanto a conservar en uno “la gracia santificante” y unir a ello el asombro por “la inhabitación Trinitaria”. Además la relación entre gracia y práctica penitencial –la necesaria dinámica de un estilo de vida orientado a la conversión permanente-, me suena como un costado escasamente conocido y valorado. Y al fin y al cabo, eso de la “Gloria”: ¿qué es? Porque excepto en la Misa, cuando se nos dice que vamos a rezar o cantar el himno aludido como “Gloria”, el tema de la “Gloria de Dios” me parece se halla absolutamente desaparecido del lenguaje eclesial contemporáneo.

Supongo que la “esperanza de Gloria” podrá plausiblemente ser comprendida como “esperanza de Salvación”. ¡Otro tema intentar describir lo qué conceptualizamos como “salvación” y las diversas expectativas que sostenemos sobre ella! Sin duda esta expresión paulina tan hermosa y rebosante -“Nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios.”-, me parece oscura para la gran mayoría y que requiere toda una catequesis para ser recibida. Sin esta formación ni glorificaremos a Dios ni nos gloriaremos en la gracia recibida.

Porque en el fondo lastimosamente caminamos aún, en la Iglesia peregrina, más enfocados en las glorias humanas de este mundo provisorio que en la Gloria celestial y eterna de Dios. Percibo que ignoramos la tensión escatológica del tiempo presente. No sé si interpretamos la historia como nuestro sendero abierto hacia la Gloria y justamente abierto pues creemos que en su condescendencia la Gloria ha advenido, poniendo su carpa entre nosotros.  Por el misterio de la Encarnación del Verbo, el tiempo de los hombres ha sido preñado de eternidad. Aquello del “tiempo y la eternidad, el cielo y la tierra” –binomios siempre presentes en la Liturgia-, tan propios de la lex orandi navideña o del rito de signación del cirio pascual, han quedado ocultos y desconocidos tras una “soteriología inmanente”, apenas mundana y sin trascendencia. Quizás por eso se encuentre tan debilitada la esperanza, por el olvido de la Gloria. Habrá que trabajar intensamente en ello.

Por lo pronto intentemos contemplar que la Gloria de Dios se ha manifestado en Jesucristo y que por la fe tenemos acceso a ella. Esa Gloria que por un lado expresa el fulgor brillante de la santidad de su Rostro –desvelado kenóticamente en la Encarnación del Hijo-, y que por otro nos anuncia y promete un estado definitivo de comunión eterna con el Señor –cuando extasiados le gozaremos como cara a Cara, justamente por el don del Lumen Gloriae, en la bienaventuranza celestial-. Pues entonces debemos gloriarnos con alegría salutífera por este estado de gracia en que nos encontramos a causa de nuestra fe en Cristo.

“Más aún; nos gloriamos hasta en las tribulaciones.” Ahora el Apóstol nos invita a sopesar la densidad y profundidad de esta Gloria que penetra “hasta” las tribulaciones. Ni en los oprobios o en las contradicciones, ni en las pruebas o las dificultades, la escasez o la fatiga, en nada se halla ausente la Gloria de Dios. Como telón de fondo sin duda se insinúa y supone la Pascua, cuando la Gloria divina refulge con su mayor esplendor terreno, justamente al introducirse hasta lo profundo del mundo por la perforación y enterramiento del leño de la Cruz. “Sabiendo que la tribulación engendra la paciencia; la paciencia, virtud probada; la virtud probada, esperanza.” Pues la esperanza –según clásica definición de Santo Tomás-, se refiere al bien absoluto y futuro que es posible pero también arduo y difícil de obtener. Por eso providencialmente se ejercita la esperanza en las tribulaciones que robustecen la paciencia, “en el mucho padecer por amor a Cristo” en el lenguaje de tantísimos santos que todo lo esperaban en Dios. Así la esperanza se torna virtud probada, forjada en la fragua del combate espiritual mientras se atraviesan desiertos y se roza lindante el sepulcro. Porque el lenguaje de la esperanza es el lenguaje de la Cruz.  “Y la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado.” Ya que en Jesucristo se ha manifestado y hecho accesible la Gloria de Dios por el acontecimiento angular de su Pascua. Allí desde la Cruz ha irrumpido portentosa la efusión del Espíritu Santo, quien se ha derramado en los que creen, llenando sus corazones con el Amor divino. Y esta esperanza no falla porque no ha fallado Cristo. El Espíritu de Dios, brotado del costado abierto del Crucificado, nos conduce siempre hacia la victoria de la Cruz. Como reza el adagio: “Salve Cruz, esperanza nuestra”. El Espíritu Santo nos pastorea, es báculo de los pobres, no deja de hacer presente y fecundo el báculo de la Cruz.

Yerran pues gravemente quienes se arrojan vorazmente hacia las glorias mundanas efímeras y provisorias. Como yerran los cristianos que ponen su esperanza en aquellas falsas consolaciones, que rechazan pasar por la fragua de las probaciones, ya que la Cruz fortaleciendo la fidelidad alienta la esperanza. ¿En qué nos gloriaremos pues? ¿Cómo no gloriarnos en la Gloria del Señor? Poderosa es la Gloria que se nos ha manifestado. Excedente es la Gloria que aguardamos. Misericordiosa es la Gloria que nos transfigura. Porque la Gloria del Señor no falla.


 

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