LA PRUEBA DE QUE DIOS NOS AMA ES
QUE CRISTO,
SIENDO NOSOTROS TODAVÍA PECADORES,
MURIÓ POR NOSOTROS
La
sola mención de esta expresión tuya, querido San Pablo, nos impele a quedarnos
en silencio y contemplar el misterio del Amor de Dios por nosotros. Pero te
escuchamos en toda tu amplitud para que resuene fuerte y vibrante la Palabra de
Vida.
“En
efecto, cuando todavía estábamos sin fuerzas, en el tiempo señalado, Cristo
murió por los impíos; - en verdad, apenas habrá quien muera por un justo; por
un hombre de bien tal vez se atrevería uno a morir -; mas la prueba de que Dios
nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros. ¡Con
cuánta más razón, pues, justificados ahora por su sangre, seremos por él salvos
de la cólera! Si cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la
muerte de su Hijo, ¡con cuánta más razón, estando ya reconciliados, seremos
salvos por su vida! Y no solamente eso, sino que también nos gloriamos en Dios,
por nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos obtenido ahora la reconciliación.”
Rom 5,6-11
¿Y
cuándo ha ocurrido? “Cuando todavía estábamos sin fuerzas, en el tiempo señalado, Cristo
murió por los impíos.” Porque si estábamos sin fuerzas, debilitados, no
se ha realizado por operación nuestra sino que es gracia de Dios. Cuando no
podíamos hacer nada para levantarnos del abismo en el que habíamos caído, Dios
lleno de Misericordia extendió su brazo y nos rescató poniéndonos en pie. Nada
de voluntarismo, redención gratuita. Y acaeció en el tiempo señalado por el
Señor, quien en su Providencia paternal conduce la historia, hace madurar los
días del hombre para su Salvación. Por si fuera poco, quieres resaltar apóstol
Pablo, que nuestra condición era la impiedad, la ausencia de religioso obsequio
a Dios, la entrega al desenfreno de una vida sin virtud, la permanencia en el
pecado. En esta condición –de la que ya hemos dicho que pedía la cólera de
Dios-, inexplicablemente sobrevino la restauración del género humano.
“Cristo
murió por los impíos; - en verdad, apenas habrá quien muera por un justo; por
un hombre de bien tal vez se atrevería uno a morir -; mas la prueba de que Dios
nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros.” Es
aquí pues que se nos corta el aliento y nos sobrecogemos. Perdón que lo exprese
así: ¡el Amor de Dios es una locura! ¡Bendita sea la locura maravillosa del
Amor de Dios! Porque no tiene lógica, al menos no la lógica humana. Y es
entendible porque Dios no es como nosotros, Él es Santo. No nos paga como le
pagamos, ni mide con la vara con la que nos medimos. Está claramente sobre
nosotros, iluminando nuestra identidad con su corazón de Padre fiel y
compasivo. Y esta es la prueba de su Amor: ¡Cristo murió por nosotros!
Ofreciéndose por nosotros cuando aún éramos pecadores. Solo queda el silencio
extasiado… ¿verdad?
“¡Con
cuánta más razón, pues, justificados ahora por su sangre, seremos por él salvos
de la cólera!” ¡Sí, justificados por su Sangre!
¡Alabanza y gloria a la Sangre derramada del Cordero inmaculado que nos ha
lavado, sumergiéndonos en la efusión de su Amor, inmolándose en la Cruz! ¡Cuán
poderosa es la Sangre de Cristo! ¡Victoriosa la Sangre que mana del costado
abierto del Señor Crucificado! La devoción a la Sangre de Cristo seguramente
debería ser recuperada en la Iglesia. Yo acostumbro invocarla como fuente de
sanación y liberación. Porque a la espiritual aspersión de su Sangre –mediante la
oración y el Sacrificio eucarístico- son curadas las heridas y remitidos los
males, los demonios doy fe que huyen despavoridos.
Pero
también es bueno recordarnos que hemos sido comprados al precio de su Sangre
derramada. Recordar cuánto le ha costado a Cristo nuestro rescate para
perseverar en santidad de vida y no despreciar su entrega con nuestra
infidelidad. También para vivir en paz con nuestros hermanos –cercanos o
distantes- por quienes el Señor se entregó a la muerte.
“Si
cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo,
¡con cuánta más razón, estando ya reconciliados, seremos salvos por su vida!” Ya
volveremos una y otra vez sobre este tema nuclear: la reconciliación. Siendo
enemigos, adversarios y opositores hemos sido elegidos porque en verdad nos
había elegido desde la eternidad y Dios no se retracta. Nos ha pues llegado la
paz. Hemos sido perdonados. El Padre ha enviado a su Hijo para la obra de la
reconciliación. Y ahora si aceptamos este perdón podemos ser llenos de la Vida
de Jesús, el Señor. ¡Salvos por su Vida! ¡Salvos por su Muerte! ¡Salvos por la
Cruz! ¡Oh gloriosa Pascua de Cristo que reconcilió a los hombres con su Dios!
No volvamos pues a recaer en la enemistad, no rompamos con esta oferta de Vida,
de Gracia y Eternidad. Cuidemos este puente que Dios ha establecido por la
generosidad de su Amor. Perseveremos en una vida reconciliada con la voluntad
del Padre. Entonces seremos salvos por la Vida de Jesús.
“Y
no solamente eso, sino que también nos gloriamos en Dios, por nuestro Señor
Jesucristo, por quien hemos obtenido ahora la reconciliación.”
Respiremos hondo con toda el alma y llenémonos de esta certeza: la prueba de
que Dios nos ama es que Cristo, siendo todavía nosotros pecadores, murió por
nosotros.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario