DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 8

 



LA PRUEBA DE QUE DIOS NOS AMA ES QUE CRISTO,

SIENDO NOSOTROS TODAVÍA PECADORES,

MURIÓ POR NOSOTROS

 

La sola mención de esta expresión tuya, querido San Pablo, nos impele a quedarnos en silencio y contemplar el misterio del Amor de Dios por nosotros. Pero te escuchamos en toda tu amplitud para que resuene fuerte y vibrante la Palabra de Vida.

 

“En efecto, cuando todavía estábamos sin fuerzas, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos; - en verdad, apenas habrá quien muera por un justo; por un hombre de bien tal vez se atrevería uno a morir -; mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros. ¡Con cuánta más razón, pues, justificados ahora por su sangre, seremos por él salvos de la cólera! Si cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, ¡con cuánta más razón, estando ya reconciliados, seremos salvos por su vida! Y no solamente eso, sino que también nos gloriamos en Dios, por nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos obtenido ahora la reconciliación.” Rom 5,6-11

 

¿Y cuándo ha ocurrido? “Cuando todavía estábamos sin fuerzas, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos.” Porque si estábamos sin fuerzas, debilitados, no se ha realizado por operación nuestra sino que es gracia de Dios. Cuando no podíamos hacer nada para levantarnos del abismo en el que habíamos caído, Dios lleno de Misericordia extendió su brazo y nos rescató poniéndonos en pie. Nada de voluntarismo, redención gratuita. Y acaeció en el tiempo señalado por el Señor, quien en su Providencia paternal conduce la historia, hace madurar los días del hombre para su Salvación. Por si fuera poco, quieres resaltar apóstol Pablo, que nuestra condición era la impiedad, la ausencia de religioso obsequio a Dios, la entrega al desenfreno de una vida sin virtud, la permanencia en el pecado. En esta condición –de la que ya hemos dicho que pedía la cólera de Dios-, inexplicablemente sobrevino la restauración del género humano.

“Cristo murió por los impíos; - en verdad, apenas habrá quien muera por un justo; por un hombre de bien tal vez se atrevería uno a morir -; mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros.” Es aquí pues que se nos corta el aliento y nos sobrecogemos. Perdón que lo exprese así: ¡el Amor de Dios es una locura! ¡Bendita sea la locura maravillosa del Amor de Dios! Porque no tiene lógica, al menos no la lógica humana. Y es entendible porque Dios no es como nosotros, Él es Santo. No nos paga como le pagamos, ni mide con la vara con la que nos medimos. Está claramente sobre nosotros, iluminando nuestra identidad con su corazón de Padre fiel y compasivo. Y esta es la prueba de su Amor: ¡Cristo murió por nosotros! Ofreciéndose por nosotros cuando aún éramos pecadores. Solo queda el silencio extasiado… ¿verdad?

“¡Con cuánta más razón, pues, justificados ahora por su sangre, seremos por él salvos de la cólera!” ¡Sí, justificados por su Sangre! ¡Alabanza y gloria a la Sangre derramada del Cordero inmaculado que nos ha lavado, sumergiéndonos en la efusión de su Amor, inmolándose en la Cruz! ¡Cuán poderosa es la Sangre de Cristo! ¡Victoriosa la Sangre que mana del costado abierto del Señor Crucificado! La devoción a la Sangre de Cristo seguramente debería ser recuperada en la Iglesia. Yo acostumbro invocarla como fuente de sanación y liberación. Porque a la espiritual aspersión de su Sangre –mediante la oración y el Sacrificio eucarístico- son curadas las heridas y remitidos los males, los demonios doy fe que huyen despavoridos.

Pero también es bueno recordarnos que hemos sido comprados al precio de su Sangre derramada. Recordar cuánto le ha costado a Cristo nuestro rescate para perseverar en santidad de vida y no despreciar su entrega con nuestra infidelidad. También para vivir en paz con nuestros hermanos –cercanos o distantes- por quienes el Señor se entregó a la muerte.

“Si cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, ¡con cuánta más razón, estando ya reconciliados, seremos salvos por su vida!” Ya volveremos una y otra vez sobre este tema nuclear: la reconciliación. Siendo enemigos, adversarios y opositores hemos sido elegidos porque en verdad nos había elegido desde la eternidad y Dios no se retracta. Nos ha pues llegado la paz. Hemos sido perdonados. El Padre ha enviado a su Hijo para la obra de la reconciliación. Y ahora si aceptamos este perdón podemos ser llenos de la Vida de Jesús, el Señor. ¡Salvos por su Vida! ¡Salvos por su Muerte! ¡Salvos por la Cruz! ¡Oh gloriosa Pascua de Cristo que reconcilió a los hombres con su Dios! No volvamos pues a recaer en la enemistad, no rompamos con esta oferta de Vida, de Gracia y Eternidad. Cuidemos este puente que Dios ha establecido por la generosidad de su Amor. Perseveremos en una vida reconciliada con la voluntad del Padre. Entonces seremos salvos por la Vida de Jesús.

“Y no solamente eso, sino que también nos gloriamos en Dios, por nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos obtenido ahora la reconciliación.” Respiremos hondo con toda el alma y llenémonos de esta certeza: la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo todavía nosotros pecadores, murió por nosotros.

 

PROVERBIOS DE ERMITAÑO 157


 

DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 7

 

 




NOS GLORIAMOS HASTA EN LAS TRIBULACIONES

PORQUE EL AMOR DE DIOS HA SIDO DERRAMADO

EN NUESTROS CORAZONES

POR EL ESPÍRITU SANTO QUE NOS HA SIDO DADO

 

“Habiendo, pues, recibido de la fe nuestra justificación, estamos en paz con Dios, por nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos obtenido también, mediante la fe, el acceso a esta gracia en la cual nos hallamos, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. Más aún; nos gloriamos hasta en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación engendra la paciencia; la paciencia, virtud probada; la virtud probada, esperanza,  y la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado.” Rom 5,1-5

 

¡Que bellísimo y luminoso testimonio de fe santamente vivida nos ofreces Apóstol San Pablo! “Habiendo, pues, recibido de la fe nuestra justificación, estamos en paz con Dios, por nuestro Señor Jesucristo.”  ¡Paz, paz con Dios!  Expresión fuerte si las hay. ¿Quién pudiese decir con recta conciencia que se halla en paz con su Señor? Supongo que quien con fe se adhiere a la Salvación ofrecida en Jesucristo, quien está pues dispuesto a vivir según la voluntad del Padre, quien se encuentra disponible a la acción del Espíritu Santo. La paz con Dios –en términos bíblicos-, no puede ser sino la consecuencia de la conversión y de la celebración de la Alianza. Paz y comunión se reclaman. Quien se halla en comunión con Dios recibe su paz.

 “Nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios.” Así pues este estado de gracia al que se ha accedido por la fe, engendra la esperanza de la Gloria. Pero yo no sabría verdaderamente exponer qué significa “estar en gracia” para los fieles cristianos. Mi experiencia pastoral me dice que las concepciones son bien diversas: hay quienes piensan en portarse bien y no haber hecho nada malo, otros que piensan en estar mínimamente en regla y con el papeleo en orden para ser presentado ante la autoridad competente, quienes harán quizás una contabilidad de las gracias recibidas para ver si tienen mucho o poco entre sus manos, otros que identifican la gracia con los tiempos de consuelo donde se camina fácilmente y sin tormentas en el horizonte. No sé si habrá muchos que puedan identificar qué significa el “estado de gracia” en cuanto a conservar en uno “la gracia santificante” y unir a ello el asombro por “la inhabitación Trinitaria”. Además la relación entre gracia y práctica penitencial –la necesaria dinámica de un estilo de vida orientado a la conversión permanente-, me suena como un costado escasamente conocido y valorado. Y al fin y al cabo, eso de la “Gloria”: ¿qué es? Porque excepto en la Misa, cuando se nos dice que vamos a rezar o cantar el himno aludido como “Gloria”, el tema de la “Gloria de Dios” me parece se halla absolutamente desaparecido del lenguaje eclesial contemporáneo.

Supongo que la “esperanza de Gloria” podrá plausiblemente ser comprendida como “esperanza de Salvación”. ¡Otro tema intentar describir lo qué conceptualizamos como “salvación” y las diversas expectativas que sostenemos sobre ella! Sin duda esta expresión paulina tan hermosa y rebosante -“Nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios.”-, me parece oscura para la gran mayoría y que requiere toda una catequesis para ser recibida. Sin esta formación ni glorificaremos a Dios ni nos gloriaremos en la gracia recibida.

Porque en el fondo lastimosamente caminamos aún, en la Iglesia peregrina, más enfocados en las glorias humanas de este mundo provisorio que en la Gloria celestial y eterna de Dios. Percibo que ignoramos la tensión escatológica del tiempo presente. No sé si interpretamos la historia como nuestro sendero abierto hacia la Gloria y justamente abierto pues creemos que en su condescendencia la Gloria ha advenido, poniendo su carpa entre nosotros.  Por el misterio de la Encarnación del Verbo, el tiempo de los hombres ha sido preñado de eternidad. Aquello del “tiempo y la eternidad, el cielo y la tierra” –binomios siempre presentes en la Liturgia-, tan propios de la lex orandi navideña o del rito de signación del cirio pascual, han quedado ocultos y desconocidos tras una “soteriología inmanente”, apenas mundana y sin trascendencia. Quizás por eso se encuentre tan debilitada la esperanza, por el olvido de la Gloria. Habrá que trabajar intensamente en ello.

Por lo pronto intentemos contemplar que la Gloria de Dios se ha manifestado en Jesucristo y que por la fe tenemos acceso a ella. Esa Gloria que por un lado expresa el fulgor brillante de la santidad de su Rostro –desvelado kenóticamente en la Encarnación del Hijo-, y que por otro nos anuncia y promete un estado definitivo de comunión eterna con el Señor –cuando extasiados le gozaremos como cara a Cara, justamente por el don del Lumen Gloriae, en la bienaventuranza celestial-. Pues entonces debemos gloriarnos con alegría salutífera por este estado de gracia en que nos encontramos a causa de nuestra fe en Cristo.

“Más aún; nos gloriamos hasta en las tribulaciones.” Ahora el Apóstol nos invita a sopesar la densidad y profundidad de esta Gloria que penetra “hasta” las tribulaciones. Ni en los oprobios o en las contradicciones, ni en las pruebas o las dificultades, la escasez o la fatiga, en nada se halla ausente la Gloria de Dios. Como telón de fondo sin duda se insinúa y supone la Pascua, cuando la Gloria divina refulge con su mayor esplendor terreno, justamente al introducirse hasta lo profundo del mundo por la perforación y enterramiento del leño de la Cruz. “Sabiendo que la tribulación engendra la paciencia; la paciencia, virtud probada; la virtud probada, esperanza.” Pues la esperanza –según clásica definición de Santo Tomás-, se refiere al bien absoluto y futuro que es posible pero también arduo y difícil de obtener. Por eso providencialmente se ejercita la esperanza en las tribulaciones que robustecen la paciencia, “en el mucho padecer por amor a Cristo” en el lenguaje de tantísimos santos que todo lo esperaban en Dios. Así la esperanza se torna virtud probada, forjada en la fragua del combate espiritual mientras se atraviesan desiertos y se roza lindante el sepulcro. Porque el lenguaje de la esperanza es el lenguaje de la Cruz.  “Y la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado.” Ya que en Jesucristo se ha manifestado y hecho accesible la Gloria de Dios por el acontecimiento angular de su Pascua. Allí desde la Cruz ha irrumpido portentosa la efusión del Espíritu Santo, quien se ha derramado en los que creen, llenando sus corazones con el Amor divino. Y esta esperanza no falla porque no ha fallado Cristo. El Espíritu de Dios, brotado del costado abierto del Crucificado, nos conduce siempre hacia la victoria de la Cruz. Como reza el adagio: “Salve Cruz, esperanza nuestra”. El Espíritu Santo nos pastorea, es báculo de los pobres, no deja de hacer presente y fecundo el báculo de la Cruz.

Yerran pues gravemente quienes se arrojan vorazmente hacia las glorias mundanas efímeras y provisorias. Como yerran los cristianos que ponen su esperanza en aquellas falsas consolaciones, que rechazan pasar por la fragua de las probaciones, ya que la Cruz fortaleciendo la fidelidad alienta la esperanza. ¿En qué nos gloriaremos pues? ¿Cómo no gloriarnos en la Gloria del Señor? Poderosa es la Gloria que se nos ha manifestado. Excedente es la Gloria que aguardamos. Misericordiosa es la Gloria que nos transfigura. Porque la Gloria del Señor no falla.


 

PROVERBIOS DE ERMITAÑO 156



 

DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 6

 



¿QUÉ DIREMOS, PUES, DE ABRAHAM NUESTRO PADRE?

 

“¿Qué diremos, pues, de Abraham, nuestro padre según la carne? Si Abraham obtuvo la justicia por las obras, tiene de qué gloriarse, mas no delante de Dios. En efecto, ¿qué dice la Escritura? Creyó Abraham en Dios y le fue reputado como justicia.” Rom 4,1-3

 

Estimadísimo San Pablo, continúas con tu argumento y te propones mostrar la importancia de la fe. Contemplamos entonces contigo y bajo tu guía a ese “campeón de la fe” que es Abraham, de quien nos dices no fue justificado por las obras –en el sentido de un cumplimiento voluntarista de la Ley-, con lo cual no le debería nada a Dios ni a su Gracia. Por lo contrario afirmas que la Escritura enseña que fue justificado por la fe. Así insinúas que habría una interpretación carnal de Abraham y otra interpetación de su figura según la Palabra de Dios en el Espíritu.

 

“Decimos, en efecto, que la fe de Abraham le fue reputada como justicia. Y ¿cómo le fue reputada?, ¿siendo él circunciso o antes de serlo? No siendo circunciso sino antes; y recibió la señal de la circuncisión como sello de la justicia de la fe que poseía siendo incircunciso. Así se convertía en padre de todos los creyentes incircuncisos, a fin de que la justicia les fuera igualmente imputada; y en padre también de los circuncisos que no se contentan con la circuncisión, sino que siguen además las huellas de la fe que tuvo nuestro padre Abraham antes de la circuncisión.” Rom 4,9-12

 

Con gran maestría Apóstol de los gentiles, para abrir a los paganos la Salvación de Dios, postulas a Abraham como “padre de todos los creyentes”. Así la circuncisión ritual de los judíos no antecede a la fe, sino por lo contrario es un signo de la Alianza contraída por la fe precedente. Una circuncisión que pierde su valor sino se legitima y valida como una vigente permanencia en las huellas de la fe. Resuena aquí como telón de fondo la temática de la verdadera circuncisión o “circuncisión del corazón” expresada por los Profetas. Pero además estableces que todos los incircuncisos –los gentiles-, se encuentran en aquel estado inicial de Abraham: la fe. No se es hijo de Abraham y heredero de las promesas de Dios por la circuncisión sino por la fe.

 

“En efecto, no por la ley, sino por la justicia de la fe fue hecha a Abraham y su posteridad la promesa de ser heredero del mundo. Por eso depende de la fe, para ser favor gratuito, a fin de que la Promesa quede asegurada para toda la posteridad, no tan sólo para los de la ley, sino también para los de la fe de Abraham, padre de todos nosotros, como dice la Escritura: Te he constituido padre de muchas naciones: padre nuestro delante de Aquel a quien creyó, de Dios que da la vida a los muertos y llama a las cosas que no son para que sean.” Rom 4,13.16-17

 

Así el don de Dios, su promesa salutífera, es recibido por la fe de los creyentes –y profesamos que la misma fe es un don infundido-. Esta fe celebra la Alianza que justifica y así en todo resplandece su Gracia. Porque gratuitamente Dios “da la vida a los muertos y llama a las cosas que no son para que sean”. Pero, ¿qué diremos de Abraham nuestro padre?

 

“El cual, esperando contra toda esperanza, creyó y fue hecho padre de muchas naciones según le había sido dicho: Así será tu posteridad. No vaciló en su fe al considerar su cuerpo ya sin vigor - tenía unos cien años - y el seno de Sara, igualmente estéril. Por el contrario, ante la promesa divina, no cedió a la duda con incredulidad; más bien, fortalecido en su fe, dio gloria a Dios, con el pleno convencimiento de que poderoso es Dios para cumplir lo prometido. Por eso le fue reputado como justicia. Y la Escritura no dice solamente por él que le fue reputado, sino también por nosotros, a quienes ha de ser imputada la fe, a nosotros que creemos en Aquel que resucitó de entre los muertos a Jesús Señor nuestro, quien fue entregado por nuestros pecados, y fue resucitado para nuestra justificación.” Rom 4,18-25

 

Diremos con San Pablo, en un hermoso elogio de la fe de Abraham -padre de los creyentes-, que “esperaba contra toda esperanza”. Pues vistas las condiciones humanas de su ancianidad y la esterilidad de su esposa, solo se podía desesperar. Pero no dudó, venció la incredulidad por la fortaleza de su fe. Confiado en las promesas de Dios y en la veracidad de Quien promete, perseveró esperando contra toda esperanza. Y no permaneció en la fe de cualquier forma sino glorificando a Dios, convencido de su poder.

¡Qué desafío para nosotros alcanzar esa madurez de fe! ¡Qué pronto nos desanimamos frente a las adversidades! ¡Cuán rápido perdemos la confianza si se retrasa el cumplimiento de las promesas! ¡Con qué facilidad nos invaden las dudas y la tristeza si debemos atravesar tempestades y combatir batallas! En definitiva: ¡cuán débil y poca parece nuestra fe!

Sin embargo la fe se cultiva, crece y madura. Solemos decir que es “don y tarea”. Primero debemos aprender a cuidar la fe justamente no descuidando la fuente de la cual brota. La fe se fortalece en el encuentro permanente con Dios. Es como una sed que debe ahondarse para más saciarse. La fe que busca a Dios y que le encuentra porque se deja encontrar, porque sale a nuestro encuentro. La fe que bebe de la fuente en la oración asidua, en la escucha de la Palabra y en la vida de los sacramentos –sobre todo en la Eucaristía-.

Pero en segundo término la fe se entrena. Debemos alcanzar cierta musculación de la fe. Y esto no es posible sin lo más propio de la fe: la fidelidad. La fe pues se ejercita y vuelve sólida en las pruebas, atravesando tentaciones y en el combate espiritual. Aquí está sin embargo la clave de la debilidad de nuestra fe en el tiempo presente de la historia: la masiva incapacidad para el sacrificio, la ideología engañosa de un bienestar cómodo y rápido sin precio alguno, la aniñada expectativa de quien quiere recibirlo todo sin dar nada, la escasa educación en el valor de la ofrenda.

Sin donación y entrega de la vida: ¿cómo afirmar que tenemos fe, si justamente tener fe es entregarse a Otro, ponerse enteramente entre sus manos? Sin el lenguaje del desierto jamás quedará purificada nuestra fe. Sin el lenguaje de la Cruz nunca será fuerte. Por eso la Iglesia peregrina debe retomar con urgencia una amplia y profunda educación de los fieles en la vida de penitencia, en la dimensión ascética que requiere el seguimiento de Jesucristo. Y claro recuperar el tesoro de la herencia mística que hemos recibido, encaminar a sus hijos hacia la contemplación y por ella hacia la Unión con Dios por el amor. Pero mientras sigamos favoreciendo una espiritualidad “light y de bajas calorías” no podremos habilitar la posibilidad de una fe madura que espere contra toda esperanza y permanezca dando gloria a Dios en cualquier circunstancia.

Claro que el Apóstol Pablo cierra su contemplación de Abraham como padre de la fe anunciando el cumplimiento de las promesas en Jesucristo, el Señor. Pues cuanto se prometió a Abraham miraba hacia la economía definitiva de la Encarnación del Logos y de la redención realizada por su Pascua, dando acceso a todos los creyentes a la Alianza Eterna. No quisiera pues cerrar este momento sin una nota sobre el diálogo interreligioso. Pues un auténtico diálogo con quienes también se consideran herederos de Abraham, tanto judíos como musulmanes, nunca puede realizarse a expensas de silenciar el nombre de Jesús, el Cristo de Dios. No se puede hablar de un Padre común igual a todos sino se confiesa que es el Padre de un Hijo Único, nuestro Salvador y el de todo el género humano. No se puede fraternizar plenamente con nadie sino de modo aún imperfecto sin que Jesús esté en medio nuestro y queriendo contar solo con nuestra común pertenencia a la naturaleza humana y una difusa fe con parentesco lejano. La caridad de Dios le exige a la Iglesia que conduzca a todos los hijos de Abraham –tanto judíos como musulmanes- hacia la plena posesión de las promesas en Jesucristo, el Señor.

 

PROVERBIOS DE ERMITAÑO 155


 

PROVERBIOS DE ERMITAÑO 154


 

DIÁLOGO CON SAN PABLO 5





EN EL TIEMPO DE LA PACIENCIA

LA JUSTICIA DE DIOS SE HA MANIFESTADO

POR LA FE EN JESUCRISTO

 

“Pues ya demostramos que tanto judíos como griegos están bajo el pecado, como dice la Escritura: No hay quien sea justo, ni siquiera uno solo.” Rom 3,10

 

Estimado San Pablo, por gracia de Dios su Apóstol, ya establecido que la humanidad entera se hallaba sumergida bajo el pecado al romper con la Ley escrita en los corazones y grabada sobre las conciencias, también manifestada en la Revelación veterotestamentaria, nos consuelas con feliz noticia.

 

“Pero ahora, independientemente de la ley, la justicia de Dios se ha manifestado, atestiguada por la ley y los profetas, justicia de Dios por la fe en Jesucristo, para todos los que creen - pues no hay diferencia alguna;  todos pecaron y están privados de la gloria de Dios -  y son justificados por el don de su gracia, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús, a quien exhibió Dios como instrumento de propiciación por su propia sangre, mediante la fe, para mostrar su justicia, habiendo pasado por alto los pecados cometidos anteriormente, en el tiempo de la paciencia de Dios; en orden a mostrar su justicia en el tiempo presente, para ser él justo y justificador del que cree en Jesús.” Rom 3,21-26

 

¡Cante jubilosa la Iglesia entera y junto a ella toda la creación de Dios! De hecho lo hace, al menos en el solemne anuncio de la Resurrección, cuando el pregón pascual enuncia: “Feliz la culpa que nos ha merecido un tan gran Redentor”.

“La justicia de Dios se ha manifestado”, nos dices. Ya te oiremos tantísimas veces proclamar que el Misterio escondido se ha desvelado. Ya latente palpitaba en la Ley y los Profetas. Ya por entonces se pregonaba un tiempo de plenitud que se debía aguardar con vigilante amor.

Jesucristo, el Señor, es “la justicia de Dios” alumbrada en el tiempo de su paciencia paterna. Y en la madurez pues de todos los tiempos, este presente henchido de escatología adviniente, podemos acceder a esta Justicia divina por la fe, “en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús, a quien exhibió Dios como instrumento de propiciación por su propia sangre”. Por ende al levantar la mirada hacia el Crucificado, y rociados en la aspersión de su Sangre purificadora, creyendo en Él somos justificados.

Porque el Padre Eterno en su Hijo Eterno había dispuesto misericordiosamente la redención de todo el género humano, “para mostrar su justicia, habiendo pasado por alto los pecados cometidos anteriormente”. ¿Quiénes podrán ser beneficiados por tan desmesurada generosidad? “Todos los que creen - pues no hay diferencia alguna;  todos pecaron y están privados de la gloria de Dios -  y son justificados por el don de su gracia.”

Aquí entonces ya aparece tu famoso binomio: fe y gracia. La Gracia de Dios inmerecida y sorprendente –inefable mostración de su Amor-, fecunda la receptividad de una fe que acepta el rescate y se abre a la salvación. Todo hombre ya puede contemplar por el don de la fe al Padre “justo y justificador del que cree en Jesús”.

Sin embargo, el tiempo de la paciencia de Dios puede no coincidir con el tiempo de la fe de los hombres sino con el de su pertinaz necedad. Cuestiones propias de nuestra libertad. El encumbramiento del sujeto tan propio de la Modernidad se ha realizado a expensas de la muerte de Dios. Así en nuestros días, observadores perplejos nos hemos vuelto los creyentes de un creciente y vertiginoso proceso de descristianización global. No es ocasión de analizar este fenómeno. Pero sí es necesario anoticiarnos de que por lo menos la Iglesia parece una “espectadora inerte” cuando menos. Porque increíblemente siempre hay hermanos desentonados que aplauden y festejan su propia ruina mundanizándose con algarabía adolescente. La Moderna presunción tan burdamente adánica ha infectado también a las huestes eclesiales con su propaganda panfletaria. ¿Cómo puede un creyente celebrar el ascenso del super-hombre deicida sino con ignorante ingenuidad o por pérdida de fe?  ¿Y sin Dios como tendrá Vida el hombre? ¿Qué tipo de vida es la de Adán sin Dios?

Mas justamente aquí se halla el punto crucial: sin pecado no hay salvación. Por eso San Pablo argumenta que todos estábamos sumergidos en el pecado y necesitados de la Justicia de Dios que nos rescate. Eliminado Dios se elimina el pecado y el hombre puede ser libre de modo desenfrenado sin referencia a ningún horizonte ético sino solo a su propia voluntad de poder. Ya no hay bien ni hay mal sino el hombre con su antojadizo arbitrio. Es la hora del relativismo falsamente igualitarista pues sigue permaneciendo sobre la tierra ese voraz y traicionero deseo de imponerse por la fuerza. Es un mundo de retorcidos y maliciosos corazones entregados a sus pasiones desordenadas el que surge. A veces me pregunto cómo se nos hace incomprensible la noción del Infierno frente a tamaño anticipo que nos damos.

Creo que la Iglesia contemporánea, en el ejemplo apostólico de San Pablo, deberá encontrar el modo de volver a mostrar el pecado en toda su envergadura y extensión, con todo su daño y consecuencias a los hombres de hoy. Solo entonces podrá hablar de rescate, fe y gracia. Pero si persiste como quisieran algunos engañados hermanos en la convalidación del pecado, en la normalización de lo que se encuentra desordenado al plan de Dios y en la arbitraria o ideológica interpretación de su Voluntad revelada, la Iglesia peregrina faltará a la caridad con todos los hombres que le han sido encomendados. Pretendiendo salvar al hombre lo condenará, presentándole una falsa fe, el placebo ilusorio de paraísos terrenales efímeros tras los cuales se esconden los poderosos de este mundo y el Príncipe oscuro, quien odia resentido y lleno de furia  a Dios, al hombre y a toda la creación y que no para de buscar su perdición. Tras una publicitada misericordia que separa Amor de Verdad, debilitando toda aspiración de santidad, se esconde la astucia demoníaca. Es brillante de su parte intentar convencernos que no hace falta convertirnos y que el pecado no existe o es irrelevante. Ofreciéndonos una salvación fácil y automática elimina a Dios por otros carriles, lo suplanta disfrazándose de ángel de luz, o sea de anti-Cristo. Si ya no creen en el Infierno ofréceles una salvación cómoda y marcharán cantando al matadero. No es tan difícil hacer que el hombre se olvide de un Dios que le señala el camino angosto y la puerta estrecha, que lo quiere rescatar por la Sangre de la Cruz.

La Redención que la paciencia de Dios Padre nos ofrece en Jesucristo, erigiéndolo como Justo Justificador, requiere que la Iglesia se despierte y vuelva proféticamente a advertirle a la humanidad entera que se encamina a sumergirse irremediablemente hasta ahogarse en el pecado y la muerte eterna sino levanta de nuevo la mirada y cree en la Sangre propiciatoria que puede purificarla y rescatarla en gracia por la fe. ¡Ven Espíritu Santo y reenciende el ánimo de los creyentes para que recuperemos la pasión apostólica y colaboremos en la salvación de tantos que el mal tiene apresados entre sus mortíferas garras seductoras! ¡Que tu Iglesia, Padre, retome con renovado vigor el anuncio de la única  Justicia de Dios en Cristo Señor y así demuestre un amor verdadero por todo hombre que pisa este mundo!


 

PROVERBIOS DE ERMITAÑO 153


 

DIALOGO VIVO CON SAN PABLO 4




 NO TIENES EXCUSAS QUIENQUIERA QUE SEAS

DESPRECIAS SU BONDAD, PACIENCIA Y LONGANIMIDAD

SIN RECONOCER QUE ESA BONDAD DE DIOS

TE IMPULSA A LA CONVERSIÓN

 

Queridísimo Pablo, santo Apóstol de los gentiles, comprendemos que estás atravesado por una tensión interior que te conmueve. Por un lado amas a tu pueblo y has sido educado apasionadamente en sus tradiciones, pero por otro has sido enviado a los paganos y viendo la Gracia de Dios actuando en ellos has redefinido todo tu pensar. Tu óptica ha cambiado desde la revelación del Evangelio de Cristo. Ahora en tu carta, tras mirar ese mundo sumido en el pecado no admites excusas, a nadie le faltaba la Ley de Dios y el Juicio pesa sobre todos.

 

“Por eso, no tienes excusa quienquiera que seas, tú que juzgas, pues juzgando a otros, a ti mismo te condenas, ya que obras esas mismas cosas tú que juzgas, y sabemos que el juicio de Dios es según verdad contra los que obran semejantes cosas. Y ¿te figuras, tú que juzgas a los que cometen tales cosas y las cometes tú mismo, que escaparás al juicio de Dios? O ¿desprecias, tal vez, sus riquezas de bondad, de paciencia y de longanimidad, sin reconocer que esa bondad de Dios te impulsa a la conversión? Por la dureza y la impenitencia de tu corazón vas atesorando contra ti cólera para el día de la cólera y de la revelación del justo juicio de Dios, el cual dará a cada cual según sus obras: a los que, por la perseverancia en el bien busquen gloria, honor e inmortalidad: vida eterna; mas a los rebeldes, indóciles a la verdad y dóciles a la injusticia: cólera e indignación.

Tribulación y angustia sobre toda alma humana que obre el mal: del judío primeramente y también del griego;  en cambio, gloria, honor y paz a todo el que obre el bien; al judío primeramente y también al griego;  que no hay acepción de personas en Dios.

Pues cuantos sin ley pecaron, sin ley también perecerán; y cuantos pecaron bajo la ley, por la ley serán juzgados;  que no son justos delante de Dios los que oyen la ley, sino los que la cumplen: ésos serán justificados. En efecto, cuando los gentiles, que no tienen ley, cumplen naturalmente las prescripciones de la ley, sin tener ley, para sí mismos son ley; como quienes muestran tener la realidad de esa ley escrita en su corazón, atestiguándolo su conciencia, y los juicios contrapuestos de condenación o alabanza...  en el día en que Dios juzgará las acciones secretas de los hombres, según mi Evangelio, por Cristo Jesús.” Rom 2,1-16

 

Aunque siempre a los hombres de todos los tiempos les ha causado resistencia y rechazo esta verdad, la verdad de que hay Juicio de Dios es una de esas verdades tan arraigadas en la Revelación que parece imposible remover. Hasta el mismo sentido común de la razón humana parece pedirlo: ¿acaso da lo mismo vivir de cualquier modo?, ¿no hay diferencia alguna entre los que obran el bien o el mal? Si el resultado es el mismo para todos: ¿por qué hacer distinción entre bien y mal?, ¿por qué elegir un camino difícil de donación de sí mismo si se puede transitar sin peligro el sendero fácil de una egoísta y permanente autocomplacencia? Si el resultado es el mismo y no hay Juicio o ese Juicio es para todos absolutorio sin necesidad alguna de enmienda: ¿qué sentido tiene aspirar a superarnos de algún modo?, ¿acaso la aspiración a la santidad no es un absurdo?

Así San Pablo vas entretejiendo el diálogo entre la realidad de los judíos y de los paganos. Unos tienen la Ley de Dios y orgullosos por ese don recibido creen estar en condición de superioridad para juzgar a los demás; sin embargo deben darse cuenta que ese juicio se vuelve contra ellos mismos sino son coherentes en su estilo de vida. Pues no tienen excusa quienes conocen la Ley divina y la transgreden. “No son justos delante de Dios los que oyen la ley, sino los que la cumplen: ésos serán justificados.”

Pero tampoco tienen excusa los otros, que no conocen la Ley escrita sobre tablas, pues la Ley de Dios está escrita en los corazones de los hombres y rige sobre su conciencia. “Los gentiles, que no tienen ley, cumplen naturalmente las prescripciones de la ley… muestran tener la realidad de esa ley escrita en su corazón, atestiguándolo su conciencia.”

Por lo tanto sobre unos y otros se levanta el horizonte del Juicio de Dios cuya voluntad se encuentra expresada y puede ser conocida por el orden natural de la Creación y el sobrenatural de la Ley revelada antes de la manifestación de Cristo Jesús. Nadie tiene en la humanidad de todos los tiempos excusa alguna: “Dará a cada cual según sus obras: a los que, por la perseverancia en el bien busquen gloria, honor e inmortalidad: vida eterna; mas a los rebeldes, indóciles a la verdad y dóciles a la injusticia: cólera e indignación.”

Tras lo cual me pregunto entonces temblando: ¿y para los cristianos qué? No solo poseemos con toda la humanidad esa ley del orden de la Creación naturalmente escrita en los corazones y grabada en las conciencias sino que somos herederos de la tradición de la primera Alianza dada a nuestros padres. Tenemos todo lo que los que aún no han llegado a la fe en Cristo tienen y que por ello serán juzgados, pero además tenemos la plenitud de la Revelación por la fe en Jesucristo Señor nuestro. ¿Qué será de nosotros “en el día en que Dios juzgará las acciones secretas de los hombres, según mi Evangelio, por Cristo Jesús”?

Lo cual nos trae a todos –a quienes dependen solo de su conciencia, a quienes son asistidos por la Ley mosaica y los profetas, o mucho más a quienes hemos sido plenamente iluminados por el Evangelio de la Salvación-, tener a mano esta advertencia y ponderarla con urgencia: “¿desprecias, tal vez, sus riquezas de bondad, de paciencia y de longanimidad, sin reconocer que esa bondad de Dios te impulsa a la conversión? Por la dureza y la impenitencia de tu corazón vas atesorando contra ti cólera para el día de la cólera y de la revelación del justo juicio de Dios.”

¡Convirtámonos a Dios pues con premura! Seamos agradecidos y valoremos este tiempo de Misericordia que se nos ofrece. Sería bueno que consideremos esta vida histórica –desde nuestro nacimiento hasta nuestra muerte-, como el período de la generosa paciencia de Dios que nos llama al encuentro definitivo y nos regala un tiempo de peregrinación para purificarnos. Claro que no ha sido así desde los comienzos pero el pecado del hombre ha transformado esta vida terrena también en un arduo camino de retorno, en una escalera empinada. Y ya que nadie conoce ni el día ni la hora de rendir cuentas no desaprovechemos la oportunidad. Esta advertencia acerca del Juicio que tanto nos cuesta escuchar no es sino una delicada manifestación de su Amor por nosotros. Dios, que no hace acepción de personas, es tan imparcial para ofrecer Salvación a todos como para reconocer y distinguir a quienes han aceptado la Alianza o la han rechazado. El Dios que es Amor Salvador y el Justo Juez se identifican, son el mismo Dios. No olvidemos como Cristo inició su ministerio entre nosotros, predicando: “El Reino de Dios está cerca, conviértanse y crean en el Evangelio”. No seamos por tanto impenitentes. Esta vida es aquella Cuaresma que nos prepara para la Pascua eterna.


PROVERBIOS DE ERMITAÑO 152


 

PROVERBIOS DE ERMITAÑO 151


 

DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 3




DIOS LOS ENTREGÓ

A LAS APETENCIAS DE SU CORAZÓN, 

A SU MENTE INSENSATA,

RECIBIENDO EN SÍ MISMOS EL PAGO MERECIDO DE SU EXTRAVÍO

 

 

Estimadísimo    Apóstol de Jesucristo, tras escuchar que te presentases como quien ha sido escogido para el Evangelio y que no se avergüenza de él, dialogaremos contigo en el contexto de esta importantísima Carta dirigida a la comunidad cristiana de Roma.

Deben saber nuestros lectores que es un escrito de madurez donde explicitas tranquila y ordenadamente la novedad del Evangelio con todas sus implicancias, donde quieres mostrar tu comprensión del misterio de la Salvación manifestado y realizado en Cristo. También debo aclarar que este “Diálogo vivo” no tendrá carácter exegético ni la intención de un estudio bíblico sino simplemente una lectura espiritual, un dejar que resuene la Palabra de Dios comunicada por tu ministerio y que siga llegando fertilizante hasta nuestros días. Es pues desde el marco de mi propia oración personal y sus resonancias donde quisiera invitarlos a vivir su experiencia de encuentro con San Pablo.

 

“Porque en él (el Evangelio) se revela la justicia de Dios, de fe en fe, como dice la Escritura: El justo vivirá por la fe.

En efecto, la cólera de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que aprisionan la verdad en la injusticia; pues lo que de Dios se puede conocer, está en ellos manifiesto: Dios se lo manifestó. Porque lo invisible de Dios, desde la creación del mundo, se deja ver a la inteligencia a través de sus obras: su poder eterno y su divinidad, de forma que son inexcusables; porque, habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, antes bien se ofuscaron en sus razonamientos y su insensato corazón se entenebreció: jactándose de sabios se volvieron estúpidos, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible por una representación en forma de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos, de reptiles.” Rom 1,17-23

 

Para llegar más adelante a concluir que todos necesitábamos ser redimidos por Cristo, contrapones la justicia de Dios manifestada por el Evangelio y que por la fe puede ser recibida justificándonos, con el estado generalizado de impiedad e injusticia en el que se encuentra sumida la humanidad sin fe y al cual le conviene la cólera de Dios. Y esta situación es inexcusable pues por el orden de la Creación el Señor se ha dejado conocer a la inteligencia pero los hombres no le quisieron reconocer, glorificándolo y dándole gracias. Usas términos duros: “antes bien se ofuscaron en sus razonamientos y su insensato corazón se entenebreció: jactándose de sabios se volvieron estúpidos”. La primera parada de este pecado es la idolatría, cambiando al Dios Creador por representaciones que son hechura de nuestras manos.

También en nuestra época parece ofuscada esta capacidad de la inteligencia para descubrir al Señor del universo en sus obras y para aceptar que hay un orden y sentido de cuanto existe. La “razón moderna” –que no ha pasado en algunos casos de proponer un difuminado teísmo- se ha empeñado en afirmar una exagerada capacidad de comprensión al pensamiento humano. Pero sin referencia a Dios que se manifiesta en el orden natural, desligados de la verdad metafísica, jactándonos de sabios terminamos haciéndonos estúpidos.

Y de hecho frente a las proclamas positivistas de un cientificismo extremo, la técnica cada vez más descontextualizada de un horizonte ético, a la vez que ha producido beneficios también ha provocado catastróficos males. Cuesta entender la paradoja vigente: que semejante credo racionalista empiece a convivir con el retorno del paganismo energético, animista y panteísta. A la fe en el progreso de la historia le ha sucedido el retroceso a la degradación de un primitivismo inhumano. Prácticamente parecemos asistir a un proceso de involución del hombre.

 

Por eso Dios los entregó a las apetencias de su corazón hasta una impureza tal que deshonraron entre sí sus cuerpos; a ellos que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, y adoraron y sirvieron a la criatura en vez del Creador, que es bendito por los siglos. Amén. Por eso los entregó Dios a pasiones infames; pues sus mujeres invirtieron las relaciones naturales por otras contra la naturaleza; igualmente los hombres, abandonando el uso natural de la mujer, se abrasaron en deseos los unos por los otros, cometiendo la infamia de hombre con hombre, recibiendo en sí mismos el pago merecido de su extravío.” Rom 1,24-27

 

“Por eso Dios los entregó”, nos dices. Resuena aquí todo el discernimiento del hombre bíblico que no adjudica los males presentes al Señor que es bueno y todo lo ha hecho bien sino al pecado del hombre. La ruptura de la Alianza por la infidelidad tiene consecuencias, nos enseñaron los profetas. Justamente se halla en la pedagogía de Dios –que respeta nuestras decisiones-, permitir que sopesemos nuestra responsabilidad érsonal. No se trata de un abandono desalmado o la venganza de un progenitor ofendido sino de la didáctica de un Padre que pone delante de sus hijos los frutos de la desobediencia para que se hagan cargo de sí mismos. Con verdadero amor los deja librados al derrotero que se han trazado, no les resuelve sobreprotectoramente los problemas, no les facilita que rehúyan del pesar que trae la autosuficiencia. El abandono del proyecto de Gracia los ha conducido a desbarrancar en una creciente espiral de impureza. La segunda parada es un desorden de las pasiones que se vuelve contra ellos mismos dañándolos, retorciéndolos fuera de eje sin referencia al orden creado, empujándolos contracorriente de la identidad por naturaleza.

Nuestro tiempo conoce ampliamente esta desorientación pero ya no se la admite como tal. En el colmo de la necedad se la reivindica y hasta se la propone de parámetro, incluso bajo pretexto de discriminación inmisericorde se la asciende por victimización al ámbito de lo virtuoso. Por supuesto cualquier intento de reivindicación de la verdad en el orden de la Creación no tardará en ser catalogado como discurso de odio. Tal las cosas, lo que otrora causaba pudor hoy es causa de aplauso y premiación.

 

“Y como no tuvieron a bien guardar el verdadero conocimiento de Dios, los entregó Dios a su mente insensata, para que hicieran lo que no conviene: llenos de toda injusticia, perversidad, codicia, maldad, henchidos de envidia, de homicidio, de contienda, de engaño, de malignidad, chismosos, detractores, enemigos de Dios, ultrajadores, altaneros, fanfarrones, ingeniosos para el mal, rebeldes a sus padres, insensatos, desleales, desamorados, despiadados, los cuales, aunque conocedores del veredicto de Dios que declara dignos de muerte a los que tales cosas practican, no solamente las practican, sino que aprueban a los que las cometen.” Rom 1,28-32

 

“Dios los entregó”, insistes. ¿Por qué? Pues no quisieron guardar el conocimiento verdadero que tiene al Señor como fuente. ¿A qué los entregó? “A las apetencias de su corazón impuro, a su mente insensata, a pasiones infames.” Entonces aparece en la tercera parada un mundo totalmente inconveniente para lo humano, lleno de maldad, plagado de perversidad, colmado de impiedad y de mortíferos enfrentamientos. Con tu tremenda lista Apóstol Pablo pintas un paisaje del todo desolador, un infierno anticipado en la historia. Un mundo de corrupción creciente donde se arruina siempre más a las nuevas generaciones que llegan a él. Y nada de esto está lejos de nuestros días sino más bien en apabullante escalada de oscuridad.

¿Habrá alguna esperanza? Sabemos que la hay. Pero lamentablemente preferimos el camino difícil: no entraremos en humildad sin pasar primero por la ofuscación de las apetencias desenfrenadas de nuestro  corazón impuro y de nuestra mente insensata. ¡Verdaderamente qué lástima elijamos sufrir tanto para anhelar la Redención!

 

DIALOGO VIVO CON SAN PABLO 2



  


NO ME AVERGÜENZO DEL EVANGELIO


“No me avergüenzo del Evangelio, que es una fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree.” Rom 1,16

 

San Pablo, estimadísimo e inquebrantable evangelizador, te confieso a ti y a los lectores que escribo estas líneas como quien se deshace en un vertiginoso caudal de lágrimas. ¡Cómo hemos llegado en nuestro tiempo a sentir vergüenza y a esconder nuestra fe en el Evangelio de Jesucristo!

Vienen a mi memoria tantísimos ejemplos y debiera comenzar a confesar y pedir perdón por mis propias omisiones si las he tenido. En conciencia no me reprocho haber negado públicamente la fe o haber escondido la verdad revelada por Dios; creo nunca haberlo hecho y ruego a Dios no caer en esa tentación. Obviamente mis propios pecados han sido un anti-testimonio y una incoherencia que daña a la Iglesia y a los destinatarios del anuncio gozoso de Jesucristo, el único mediador entre Dios y los hombres. Pero el Señor me ha ayudado a permanecer penitente, pidiendo perdón, buscando permanentemente la conversión. Sin embargo reconozco a veces haber desfallecido y, -cansado de tantos obstáculos o resistencias, tal vez del paso aletargado  y desmotivado de otros,- haber claudicado en el empeño. Quizás me he retirado demasiado pronto creyendo que no era posible esperar que el Evangelio diese frutos en algunas situaciones, comunidades o personas. Pero también confieso que no he cesado de empujar banalmente o con enojo, sino al fin y al cabo en medio de una tremenda tristeza por el rechazo al Evangelio de Dios. Porque cuando uno en gracia ha sido encendido, arde y quema, y cuánto quisiera que se queme en el Amor Divino el mundo entero.

Lamentablemente en nuestros días hay tanta leña mojada y no dejan de verterle agua para que la llama no prenda. Y quienes deben cuidar los troncos para que combustionen parecen ocupados o distraídos en otros intereses o simplemente negligentes.

Vienen a mí algunos ejemplos que espero presentar sin faltar a la caridad ni ofender a nadie.

a.       ¿Cuándo hemos renunciado a la educación cristiana? Yo he nacido y crecido en una familia no cristiana. Aunque la Providencia de Dios y alguna siembra que permanecía vigente en la cultura de antaño, permitió que mis padres favorecieran mi acceso a los sacramentos.  Cuando narro mi historia suelen preguntarme cómo ha podido surgir una vocación sacerdotal en medio de un ámbito familiar tan poco favorable. Me alegra poder decir que así de grande y maravilloso es Dios que puede sacar hijos suyos de las piedras del desierto. Que no me ha faltado el buen testimonio de la Madre Iglesia en tantos hermanos al comienzo de mi camino. Y que a través de mi perseverancia y crecimiento en la fe también mi familia ha sido bendecida, principalmente mis padres. Pero justamente por esto me veo impulsado a responder con otra pregunta: ¿cómo es posible que en tantas familias que se dicen cristianas no se hayan logrado dar a luz hijos y nietos fervorosos discípulos de Jesús e hijos de la Iglesia? Como conozco tantos padres dolidos debo responder tal cual los consuelo a ellos: has realizado tu siembra, acepta ahora la libertad y el camino misterioso de tus hijos, confía en la fuerza de la gracia y en la fidelidad de Dios que los seguirá buscando. Aunque otras veces me temo que somos responsables por ser displicentes, no colocar límites, justificar el pecado porque nuestro afecto se desvincula de la verdad y no somos capaces de decirles a los nuestros que los seguimos amando pero por amor debemos corregirlos pues el camino que toman no es de Dios.

Así también me viene el recuerdo del colegio católico al que le debo mi formación. No fui enviado allí por ser “católico” sino porque era considerado mejor que el estatal y más barato que otros privados. Aquella institución educativa de los setenta y ochenta del siglo pasado –en pleno posconcilio- era inmensamente más católica que en la actualidad. Por lo pronto no faltaba a diario el nombre de Jesucristo que te llegaba desde algún punto resonando en todo el ambiente escolar. Las aulas y los pasillos estaban siempre señalizados con el Crucifijo y las imágenes del Señor, de la Virgen y los santos. Las autoridades se preocupaban porque hiciéramos la catequesis sacramental en la Parroquia y tomábamos la primera comunión con el uniforme del colegio.  En los festivales, junto a otras temáticas, nunca faltaba alguna representación de un pasaje del Evangelio y las canciones religiosas. Pero cuando ejercí como docente en la década del noventa ya el nombre de Jesús quedaba implícito pero no pronunciado detrás de una “educación en los valores” y se percibía una fuerte descristianización con la pérdida de costumbres y simbolismos; la secularización del colegio cristiano avanzaba irrefrenable. Ya en el siglo XXI el colegio católico se ha transformado netamente en zona de misión: las aulas despojadas de cruces, la mayoría del plantel docente no es cristiano en la práctica e incluso dentro del ámbito de la institución enseña en contra de la fe de la Iglesia, las familias menos que antes acuden al colegio confesional por ser confesional y los obispos y el clero lo perciben más como un generador de recursos económicos que como un aporte a la cultura cristiana o a la inculturación misionera y apostólica del Evangelio en la sociedad humana. No pocos se preguntan para qué la Iglesia tiene colegios en esta situación.

b.      ¿Cuándo hemos renunciado a ser apóstoles? Lo que sigue es doloroso y quiero ser más que prudente. Tiempo atrás he comenzado a observar que los obispos de cierta región eclesiástica tenían la costumbre de introducir la Cruz pectoral en el bolsillo de la camisa quedando pues oculta. He podido preguntar en confianza y humildad por el sentido del gesto. La respuesta me ha parecido honesta y bien intencionada pues aducían que el pectoral episcopal podría ser para algunos una muestra de opulencia o de Iglesia triunfalista que causara rechazo o limitase una vinculación más llana. Sin embargo me he animado a decir que los pectorales no los veo hoy en día como una joya, no me parece los usen incrustados con piedras preciosas y más que ser plateados o dorados no sugieren riqueza. En todo caso propuse pueden hacerlos de madera o de hojalata si les preocupa que se vean pobres. Y por ahí más que en los pectorales debieran pensar en los automóviles o en los viajes al exterior. En fin, no me parece prudente poner la Cruz pectoral dentro del bolsillo frente a nadie siendo obispo pues no me parece que ningún laico deba hacerlo tampoco. Y pasados los años veo que vamos derivando en frases como “no buscamos convertirlos” o “evangelizar no es proselitismo” y otras expresiones que ofrecemos ambiguamente. Pues por un lado quieren ofrecer respeto a todos los hombres y al derecho a su libertad religiosa –como se la conciba-; mas por otro lado incluyen una cierta confesión pública de nuestra renuncia a proclamar el único Evangelio de la Salvación a todos para que todos -si es posible- se hagan cristianos. ¿Es respeto o es una fe vergonzante? No veo que otros credos tengan este escrúpulo o sean presa de este pudor. Como sea el enfriamiento del fervor misionero y del celo apostólico entre los católicos surge evidente e incontrastable en muchas regiones del planeta con honrosas y esperanzadoras excepciones. Excepciones generalmente vinculadas a contextos de persecución o de Iglesias jóvenes porque las comunidades con mayor historia las vemos inclinadas a la tentación de una mundanización que las disuelve.

c.       ¿Cuándo hemos dejado de creer en la Revelación? Aquí ya me da pena seguir avanzando. Bajo incontables artilugios y sofismas, por académicos y exegéticos que simulen ser, asistimos a un intento de reescribir la Palabra de Dios a nuestro modo y según el espíritu de nuestra época. La torcemos, la forzamos, la mutilamos o censuramos. Sin duda éste es el gran pecado eclesial de nuestros días, esta manipulación de la Sagrada Escritura, este olvido de la Tradición, esta creciente infidelidad al Depositum Fidei. Claro, nunca tal empresa abiertamente explicitada sino camuflada, sutil, engañosa.

Quisiera San Pablo que caminases hoy entre nosotros. Seguramente nos encararías con franqueza paternal y apostólica interrogándonos a todos: ¿Te avergüenzas del Evangelio de Jesucristo? ¿Has cambiado el Evangelio que te hemos anunciado los Apóstoles por falsos evangelios de vana locuacidad humana? ¿Sigues creyendo que el Evangelio de Dios es fuerza de Salvación para quienes crean? “Por mi parte -nos dirías-, yo no me avergüenzo del único Evangelio de Cristo, el Señor.”

 

PROVERBIOS DE ERMITAÑO 147


 

PROVERBIOS DE ERMITAÑO 146


 

EVANGELIO DE FUEGO 20 de Noviembre de 2024