Monte y noche. Sobre el inicio de la contemplación

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"Cantar de amadores. Sobre el inicio de la contemplación." (2019)

Contemplar es un camino, una travesía en amor.

 

 

Camino al monte de Tú

que a la vez es abismo de yo

sé que al mirar tu Rostro

enmudecido me quedaré

y nacerá entre nosotros

la llama de amor que engendra la fe.

 

Camino al monte de Tú

que a la vez es abismo de yo

traspaso la noche oscura

y me quedo sordo de sensación,

preparando la acogida

Tú te escondes con atracción.

 

Camino al monte de Tú

que a la vez es abismo de yo,

sorpresivo será el encuentro

todo transido el corazón,

palabra será el silencio

nombrando la intimidad de dos.

 

           

    Contemplar es un camino, una travesía en amor.

            La meta de esta travesía es la cumbre del monte donde habita el Señor; cumbre que es abismo del yo del contemplador por la Presencia sobrepasada del Amado; Presencia densísima de sí e inenarrable que coloca al yo en éxtasis, lo enmudece y anonada con entrañable dulzura, lo saca desde dentro hacia afuera y lo abraza en amor unitivo. Así el contemplador desde lo más hondo de su alma, por el sentido interior que le ha sido regalado, experimenta una tremenda cercanía. Y con la sabiduría del Amado sabe está frente a su mismísimo Rostro que tanto resplandece y como ciego conoce a tientas. Y desde este encuentro brota la fe verdadera, la fe nueva, capaz de contemplar y de dar saltos de amor hacia el vacío porque ya ve por detrás de todo el Rostro amado que la convoca; una fe destinada a ser inconmovible, encaminada ya a la paz y a la concordia absoluta con todo lo existente.

            Pero esta travesía, como todo caminar, supone dificultades, fatigas y pruebas. La travesía hacia el luminoso monte del Amado la hace el yo en noche cerrada. Noche que purifica el corazón de todo interés. Noche que parece someter a la fe casi hasta quebrarla para hacerla fuerte. Noche que destruye al hombre exterior para que el hombre interior quede al descubierto y se expanda. Noche que ciega, enmudece, quita el olfato, el gusto y el tacto. Noche donde muere la sensación y nace el sentido interior; un sentido que a tientas adivina, presiente y reconoce al que viene de más allá de este mundo.

            Y esta noche terrible y grandiosa la prepara el Señor. En esta noche el Amado prepara el corazón fiel para el encuentro íntimo con Él, “que es todo y nada”, indecible absoluto.  En esta noche atrae escondiéndose, invita retirándose, enamora escabulléndose y fugándose. Así despierta en el pobre corazón el fuerte deseo de ponerse en fuga tras los pasos de su Amado.

            Pero esta noche que es única no se da en un sólo momento. Muchos momentos de noche tiene la vida lanzada a la travesía del contemplar. Sucede que cuando sale de un momento de sombra el yo enloquecido de amor ya cree estar en la cumbre pero sólo está en una terraza, aún en camino. La cumbre la alcanzará sólo en la vida bienaventurada y eterna. Mientras tanto seguirá ascendiendo y alcanzando felices terrazas y la noche volverá siempre más profunda y dolorosa, con forma de cruz cada vez más precisa y hará madurar más y más al contemplador y crecerá la riqueza de su sentido interior y se unirá cada vez más íntimamente a su Amado.

            De la noche se conoce su inicio, el que ha hecho nacer de nuevo al contemplador, pero no su final. Acabará la noche cuando el yo colme la medida de su cruz y haya completado en sí lo que aún falta a los sufrimientos de Cristo.

            Y por la noche el Amado prepara al contemplador para ser raptado por su aparecer sorpresivo, por su amor que todo lo inunda, por su Presencia que todo lo traspasa y enaltece. Tras el primer toque de la noche vivirá ya el corazón transido  por la angustia del amor; una angustia que espera como quien en la espera se juega la vida, una angustia suave y dulce que es clamor incesante y súplica sollozante de encuentro. Encuentro íntimo y silencioso donde lo único que se dice con el lenguaje del hombre interior (el del corazón) y con el lenguaje del Amado es el Amor. 

Contemplar es vivir para el encuentro con un tal Amado y nada más.


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