5. Mar adentro. ITINERARIO CONTEMPLATIVO.





"IMÁGENES. Un acercamiento al itinerario contemplativo." (2020)


5. Mar adentro

 

La frágil barcaza se ha internado mar adentro. Tras ser  desamarrada, el viento le ha sorprendido y henchidas sus velas la ha llevado por rutas acuosas y serenas hacia la inmensidad del océano. No lleva timón ni conoce otro puerto mas que el que ha dejado atrás. Pequeña e insignificante la barca se va adentrando en el mar, abandonada al curso impredecible de los vientos. Mas, ¿podrá esta  intemperie  oscurecer  la fascinación luminosa del océano?

 

        

La contemplación es un lanzarse desnudo a la intemperie: fragilidad. ¿Acaso no es quedarse indefenso y desarmado? Diles tú a tus hermanos que ya no tienes devociones ni meditación, que has sido desamarrado de ese puerto; diles que tu oración no consiste más que en estarte silencioso y recogido frente a una vaga e imponente noticia de amor que percibes como por detrás de todos los sentidos habituales con un sentido nuevo que ni comprendes ni puedes explicar; diles que tu oración es una barca sin timón conducida impredeciblemente por los vientos del amor... Desde luego te dirán que estás loco, que eres un farsante o que, simplemente, inventas excusas espiritualistas para no aceptar tu condición: no rezas, no haces oración. La contemplación, del todo incomunicable sin el sustrato de la experiencia, en cierto modo nos ha dejado en soledad.

Pero dejándose enlazar por esta noticia amorosa que se le regala va el contemplador adentrándose en un nuevo mar de experiencias donde el encuentro con su Dios y Señor, aunque le parezca ser más incomprensible y oscuro, resulta más inmediato y atrayente. Y este anoticiarse enlazante y cautivante conduce al alma como el viento a la barcaza: hincha con un amor suave las velas del deseo y lo introduce más en el encuentro dilatándole un poco el ser en cada viaje.

Importante aspecto de la fragilidad de esta barcaza es sin duda no poseer timón ni conocer otro puerto además de aquel del que zarpó. Ya no puede el contemplador conducir pues ni tiene con qué ni sabe hacia dónde y por dónde. Pero me parece que esta fragilidad es su gran fortaleza: no le queda más que declararse dependiente en todo del Amado y dejarse conducir por su amor. La contemplación es un llamado al abandono en Aquel que es el único en quien podemos abandonarnos con confianza plena, una invitación a la desnudez.

El comienzo de la experiencia contemplativa ha puesto las cosas en su justo lugar: Dios es Dios y el hombre es el hombre. Ahora sí es posible el encuentro.

 

 

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