10. Un río en el desierto. ITINERARIO CONTEMPLATIVO.

 



"IMÁGENES. Un acercamiento al itinerario contemplativo." (2020) 


10. Un río en el desierto

 

            El desierto de arena innumerable no tiene otro habitante que la soledad. Es un terreno bañado enteramente por un sol tan potente y caluroso que no puede experimentarse sino resquebrajado y agobiante. Sin embargo conozco un desierto inusual. Un desierto que un día, sorpresivamente, fue invadido por un rumor desconocido que le llegaba de lejos. Desde un extremo al otro, en el centro de su geografía, apareció de pronto un río. Sí, aguas caudalosas que hundiéndose en la arena a cada paso la fueron penetrando y abriendo en ella un canal profundo. Y desde ese cauce las aguas fueron colándose entre las grietas generando hilos de frescura en toda su extensión... Un espectáculo del todo insospechable.

 

            Hemos venido diciendo, metafóricamente, que el hombre es un desierto: un deseo de infinito, una sed arrolladora. ¿Se imaginan acaso cuánto se acrecentará la sed después que el Amado ha vertido unas pocas gotas de su agua? Porque aquel acercamiento y fuga en amor que en amor incitó a la persecución, también ha dejado brotar en el alma la nostalgia de ese Dios que ha experimentado, fugazmente, en su intimidad. Ahora sí que el alma con su deseo inflamado y el Amado en retirada se ha tornado un desierto resquebrajado, un fuerte pedido de aguas.

Y cuando parecía ya partido sin fecha de regreso, ya perdido... el Amado retorna. Otra vez se hace cercanísimo del alma que vuelve a quedar como fuera de sí en Él, arrebatada en amoroso incendio. Atraviesa su tierra deseosa el río de amor del que ama con aguas que apagan la sed y recorren las más mínimas grietas. El contemplador cree, ingenuamente, que está tocando el cielo con sus manos. Sin embargo sólo se halla en el inicio del largo camino hacia la unión. (Es tan grande nuestra pobreza ante la riqueza de Dios que el más mínimo don que nos hace nos parece insuperable; pero este Amador en amor es inagotable).

Digo que el alma aún se encuentra dando primeros pasos, aunque vigorosos y encendidos, pues aún no se halla transformada y a veces las emociones, sentimientos y pasiones le juegan malas pasadas: alguna desviación o engaño sutil y escondido pero muy común es el seguir buscándose a sí misma en esta experiencia del amor, buscar el encuentro todavía para su propio goce. Por eso la pedagogía de Dios es retirarse: así le deja crecer en su ausencia el deseo de la unión y le deja patente ante sus ojos que lo ama a Él más que a ella misma.

            Su acercamiento sigue siendo para ella desmedido y brusco además de desubicado e incomprensible como río en el desierto. Pero en él aprende a dejarse enlazar por la dinámica de la gratuidad.

Su alejamiento va engendrando cada vez una mayor nostalgia. Su ausencia es ya, ciertamente, una gran tragedia. Aunque no se halle transformada el alma, es decir, todavía proclive a dejarse caer en el vómito de la voluntad propia (al decir de San Francisco), ya poco anhela fuera de Dios mismo y a éste con una fuerza inusitada, con un deseo sobredimensionado por la gracia. Así en su fuga aprende la sana dependencia en el amor que hace al hombre un hombre humanizado, santo, y deja a Dios ser su Dios, su Señor, su Amado.

Entre arribo sorpresivo y fuga inflamante va el Amado dilatando la capacidad de su contemplador para recibirlo y estarse con Él. Como un corazón que se contrae y dilata y en ese movimiento cuánto más exigido más se agranda, así el alma va siendo trabajada por este amor que irrumpe y se retira.

¡Ya desearía el alma que este río se desborde tanto que bañe completamente su tierra! ¡Ya el amor le va trayendo la promesa y el ansia de la unión!

 

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