9. El río y el mar (Advertencia oportuna contra frívolos). ITINERARIO CONTEMPLATIVO.

 



"IMÁGENES. Un acercamiento al itinerario contemplativo." (2020)


9. El río y el mar (Advertencia oportuna contra frívolos)

 

            Aquel río había nacido en la cima de la montaña,  junto a otro. Deslizándose entre las laderas, caudaloso por las lluvias, bajaba jovial y ágil, vertiginoso y fuerte, cristalino y rumoroso. Siguiendo su cauce observé asombrado que, a diferencia de sus compañeros, se había desviado hacia el desierto. (Los otros ríos siguieron por valles y llanuras hasta formar espejos de agua por aquí y por allá. Pero esta corriente de aguas se había adentrado en el calor solitario de la arena innumerable). Por supuesto, su caudal había disminuido enormemente. Con todo era un espectáculo asombroso descubrir un río atravesando el desierto, aunque a veces no fuera más que un tímido hilo moribundo. Más admirable fue constatar que lograba atravesarlo y dar con un terreno fértil, donde algunas acequias se le unían, ensanchándolo nuevamente. Pero sus vicisitudes no habían acabado: un terreno rocoso lo aguardaba aún. Serpenteando entre piedras alcanzaba la base de una montaña, la cual atravesaba por un túnel al principio estrecho, que en su centro se transformaba en bóveda húmeda y goteante. Todo el trayecto subterráneo y escondido lo hacía en penumbras densas y silentes. Al final de la galería se encontraba con la luz y, maravillosamente, con una pequeña playa a cielo abierto que lo conducía hacia el mar... Tras un largo y duro itinerario había llegado a casa. ¿Pero por qué él y no los otros ríos? Porque este río había sabido escuchar en su caudal la voz escondida del mar que lo llamaba.

 

            Claro que esta imagen bien podría servir para explicar todo el itinerario: tenla presente con amorosa fe y esperanza. Sin embargo éste no es el objeto de proponerla: lo que deseo es hablar de una actitud fundamental que debe sostener al contemplador para que la persecución a la que se ha lanzado y ha sido lanzado, llegue a buen término. Me estoy refiriendo a una confianza capaz de abandonarse en el Amado.

Ciertamente no se ha caminado hasta aquí fuera de esta confianza (aunque la misma no fuese tematizada). Ha tenido que abandonarse el contemplador al Amado ya sea en el anoticiarse de su amor o en la súbita persecución que brotó de su acercarse. Pues la certeza que tenía acerca de que toda esta novedad se debía a Él, no dejaba de ser certeza de amor, atada a esperanza y fe. Hay aquí para mí un signo claro de si alguien verdaderamente ha sido atraído por este pequeño, oscuro y escondido camino: una certeza en amor que ni puede explicarse ni puede ser derrumbada acerca de que lo que sucede es obra de Dios. Porque el amor verdadero ni puede dejar sospecha alguna de su buena intención, ni puede ser respondido sin identificarse: es Dios y me está haciendo un bien, aunque ni comprenda cuál es ni cómo se me comunica. Y es propio del amor generar una respuesta abandonada pues no se duda del bien que el Amado hará a la amada. Quizás éste sea un núcleo de la contemplación: un escuchar la voz escondida que llama a la unión y que deja como huella una certeza de amor que se traduce en una respuesta amorosa como abandono y confianza.

Bien, aquel río ha escuchado la voz escondida en su caudal que era la voz del mar que secretamente le susurraba y le atraía. Con esto se está diciendo que el contemplador camina en su deseo de Dios, de ver su Rostro, de saborear su Presencia. Lo que impulsa a este río no es la satisfacción de sus necesidades ni la búsqueda de experiencias religiosas extraordinarias. Este deseo por Dios sembrado está a tono con la gratuidad de su amor: se busca el encuentro por el encuentro mismo y nada más. Como el río y el mar son el uno para el otro, así el hombre y Dios.

Pero en la imagen delineada el camino se torna difícil y arduo. Lo que intento es dar una advertencia. Si no hay certeza oscura en el amor acerca de lo que sucede: aún no hay contemplación. Si no hay abandono al Amado para que  lleve al contemplador por donde quiera: aún no hay contemplación. Si no hay un deseo subido de estar fuera de sí hacia Él rumbo a un encuentro gratuito: aún no hay contemplación. Y digo todo esto porque hay quienes desean venir a contemplación e incluso intentan simularla o simplemente sobredimensionan sus experiencias pues, creyendo que todo lo que aquí sucede es dulce y maravilloso y extraordinario, nada comprenden y en todo no aciertan: se están buscando a ellos mismos y no a Dios y, por lo tanto, aún no le han dado la oportunidad de que Él los busque, mejor, de que los haga experimentar en amor su constante búsqueda de ellos. A estos tales les digo que si la amada al abrir la puerta y darse a la persecución traspasando las murallas de la ciudad en plena noche no fuese hecha ya algo fuerte en la gratuidad del amor, simplemente, sucumbiría. Pues como al río le aguarda el desierto, al contemplador también le aguarda, y en él la soledad y los demonios. Como le llegará el tiempo del terreno rocoso al curso de agua, al amador le sobrevendrán tiempos de esterilidad y fracaso. Y si el río se hace subterráneo, el perseguidor amoroso no podrá menos que experimentar la oscuridad y la falta de publicidad. Porque la contemplación no se hace fuera, en cuanto itinerario, de la dinámica de la Encarnación de Dios en su Verbo: el Pesebre implica hacerse pequeño, desnudo, indefenso, necesitado, escondido y frágil; la Eucaristía habitar en lo secreto, pobre, humilde, sin apariencia extraordinaria, sin grandilocuencia y aceptar ser ante los ojos sin Espíritu impotente y poco creíble; la Cruz que preludia la gran transformación del resurgimiento de entre los muertos, de la realidad inigualable e insospechable de la Resurrección, debe introducirnos en la muerte, en la negación total y en el absurdo que brota del aparente abandono del Padre.

Es cierto que este río corre con vocación de llegar al mar: ¡pero nada de romanticismo cursi y frívolo! Quien quiera venir a contemplación debe estar dispuesto (y esto lo da la gracia de un amor que tiene promesa de unión) de atravesar y transitar un camino estrechísimo. Y declaro esto, creo que oportunamente, pues de aquí en más hablaré, como ya lo hice en la persecución y fuga de la amada tras el Amado de su alma, de experiencias que pueden resultar luminosas e inflamantes. Mas no se acerquen a ellas, por favor, los frívolos, los magicistas, los milagreros... Todavía no es la luz de la unión, apenas una preparación misericordiosísima para una noche terrible.

 

 


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