"IMÁGENES. Un acercamiento al itinerario contemplativo." (2020)
8. Fuga que da persecución
Lo que ella sabía del hijo del Señor de la aldea era muy
poco. Había sentido el comentario de otras doncellas: ¡es el más galante y
seductor de los hombres, el más amable de todos! Por las noches había percibido
un rumor inquieto de personas junto con
algunos gritos y suspiros previos al desmayo: era la inquietud causada en las
jóvenes que tras los cristales advertían su paso. Mas una bienaventurada noche
aquel rumor se ha ido acercando hacia su casa. Ella presintió entonces oscuramente
que él estaba frente a su puerta. Así era. Un largo y agudo silencio, un clima
de honda incertidumbre, preludiaron el momento inigualable: él tocó, con su
mano desnuda, y ella se quedó pasmada, paralizada, clavada al piso. Él tanteó
entonces el picaporte descubriendo que había la doncella cerrado con llave.
Ella dudó un instante y luego se lanzó hacia la puerta. En tanto él volvió a
golpear: su tercer llamado quedó en el aire pues ella ya la entreabría y con su
mano tomaba la suya. No duró el contacto más que un segundo pues él se sacudió
delicadamente este atrevimiento de ella y se dio a la fuga. Algo se agitó en el
pecho de la sorprendida. Él se detuvo a la distancia y miró hacia atrás. Todo
su perfil en las sombras parecía una delicada invitación. Ella no había logrado
verlo bien pero ¡su sola presencia ausentándose le resultaba tan cautivadora y
potente!
No dejó pues que su silueta
se perdiera del todo y, sin cuidado alguno por la casa, se lanzó a la
persecución. La fuga de él a ella la había puesto en fuga. A ella que apenas
conocía la noche y que nunca había traspasado las murallas de la ciudad. A ella
que ahora corría deseosa y enfebrecida tras el perfil entre sombras de un
desconocido tan conocido...
Lo que aquí toca decir de la contemplación
es de lo más difícil. Ni hay en mí un gran entendimiento ni palabras para
decirlo. Se trata, simplemente, de ese instante de poca memoria en que el alma
de algún secreto modo ha dejado de percibir esa noticia amorosa y enlazante
pero general y ha comenzado a experimentar un toque, una unción, una caricia.
Vamos a ver si podemos decirlo con orden...
Hasta
ahora el alma, en una primera quietud y recogimiento, en una primera
inflamación del deseo de Dios, en una primera dilatación de su capacidad de
recibirlo, todavía navegaba en la ignorancia acerca de cuán cercana de su Amado
podía estar, mejor, de cuán cercano podía él hacerse de ella. Apenas había
podido intuir en el amor primero que la enlazaba por detrás de los sentidos
habituales algo así como otra orilla, un más del amor algo incierto, un más de
la unión aún impresagiable. Ciertamente sabía, es decir saboreaba, que como los
primeros pasos fueron resultado de la iniciativa del Amado viniendo a ella,
esto otro no podía ser de distinto modo. Pero ¿en qué consistiría el cambio?
Pues bien, algún día en algún instante perdido y
guardado en Él, surgió la novedad. Esa noticia, cual el rumor de la imagen
presentada, se hizo más intensa y presente frente a su puerta. La noticia de
amor se hizo más clara, se desveló: ¡Es Él, ha llegado! ¿Cómo lo sabía el alma?
En el amor que se le daba (no hay otra respuesta). Lo saboreaba y le bastaba.
El entendimiento no entendía pero el alma se regocijaba. Y todo esto sucedía en
la oscuridad (ya veremos en otro momento del itinerario que no era tal, sino
abundancia de luz que ciega). Y su Presencia le resultó tan vívida que le
pareció un toque, una caricia, una unción, una cercanía desproporcionada a su
esperar. Como enseñó San Juan de la Cruz, mientras el contemplador no está del
todo transformado en el amor la experiencia va de menos a más espiritual, y lo
que tras la unión experimentará delicado y sutil (y no por eso menos potente)
ahora le resulta, permítanme decirlo así, violento. Caricia de amor pero espada
que atraviesa también.
Y este acercamiento nuevo ha provocado en ella la
agitación del deseo, una mayor inflamación. Pero sorprendentemente todo ha sido
muy rápido: Él ya parece retirarse y alejarse. Sin embargo este ausentarse es
ahora nítidamente su ausentarse, el ausentarse de Él, el Amado. Hay ya en el
alma, nacida súbitamente, la nostalgia de esa Presencia cercanísima que empero
ha sido fugaz.
En su pedagogía Él se detiene y parece esperarla y así
más inflamarla provocándola a seguirlo. (Digo todo esto con esta imagen del
movimiento, pues en verdad hay un movimiento de dos amores en el alma, el suyo
y el de Él, más no es necesario aclarar que en todo esto es mayor la
desemejanza que la semejanza con lo que acontece).
Con su libertad, sí, pero en amor arrastrada, sale
ella de sí hacia Él por gracia de Él. Está en éxtasis, fuera de sí. (No es un
fenómeno extraño, sino una conciencia totalmente diferente en cuanto atravesada
por su amor). Toda la experiencia parece desmedida dado su ser imprevista (no
hay forma de esperarla tal cual es) y por la terrible diferencia de estatura de
estos dos que se encuentran gratis en el amor.
Ya el alma está en la otra orilla, recién empezando a
transitar un terreno del todo para ella desconocido. Y si bien todo sucede en
esa noche del sentido donde hay enceguecedora luz por detrás de los sentidos
dormidos y aquietados y otro sentido de amor que la recibe, digo, aunque es de
noche le parece en la inflamación del
encuentro, que por ahora es fuga y persecución, tan pero tan iluminada. Luz oscura,
oscuridad potente y clara...
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