"IMÁGENES. Un acercamiento al itinerario contemplativo." (2020)
6. Buceando en busca de una
perla
Las olas embaten contra las rocas y se elevan en espuma.
El sol juguetea sobre el mar pintándole hermosos reflejos. El nativo, parado
sobre la roca más alta de la quebrada, espera la llegada de una gran ola que
haga más profundas las aguas. La mirada atenta le descubre el arribo de la
oportunidad esperada. La gran ola irrumpe. El nativo, obviamente ligero de
vestido, respira hondo. La ola llega hasta las rocas. Un segundo antes él se
lanza de cabeza hacia el mar. El impacto es rápido y cortante. Bajo las aguas
el nativo busca ostras. Con varias entre las manos sube a la superficie y las
deposita sobre la roca más cercana. Vuelve a tomar aire y de nuevo se pierde en
las profundidades. Repetida varias veces la operación asciende a las rocas y se
dedica a abrir las ostras. Finalmente una de ellas le regala una perla redonda
y brillante y tan delicada como lágrima de sal. El nativo la guarda en un
pequeño receptáculo que lleva siempre con él en sus momentos de buceo. Mas de pronto
el ruido de las olas le hace levantar la mirada. Oteando el paisaje descubre
que no tarda en llegar una en verdad inmensa. Sube entonces ligero a la roca
más alta, se concentra y se dispone a saltar...
El contemplador, ya algo ducho en
descubrir con anticipación la venida de su Amado, es decir, más atento a
aquellos leves movimientos y delicadísimas unciones que preparan su llegada
fuerte en amor y enlazante, se encuentra en vigilia. Es el deseo desanudado y
dilatado el que lo mueve a esperar. Y al advertir que irrumpe aquella noticia
confusa y general, clara y personal, se deja arrastrar con un sí cada vez más
encendido en el amor. Está ligero de vestido, casi desnudo, sin más ropa que
alguna expectativa (todavía pobre e ingenua) de unión con su Amado. Y así,
inundado por ese amor suave y aún algo indefinido, puede ser regalado con
alguna perla: a veces es un rubor acalorado en lo más profundo de sí; o quizás
una sensación oscura de ensanchamiento, un sentir ceder la tela interior
rasgándose algo, abriéndose; tal vez una suspensión más profunda, un
recogimiento un tanto brusco que provoca en amor cierto gemido, cierto tirón...
Lo cierto es que nada se pierde y estos regalos quedan grabados, sellados en lo
más profundo del alma como pequeñas ulceraciones quemantes, inquietantes,
deseosas. Y esto no es menos sino más, pues es por aquí, por esta tela algo
rasgada, por esta región ulcerada y frágil, donde arribará la escalada del amor
rompiendo y abriendo para una comunicación mayor, para un encuentro más pleno.
El contemplador, oscuramente presiente que cada ola
anoticiante es mayor que la anterior y más crecida en caudal; algo así como el
anuncio bueno de una gran ola que irrumpirá en el futuro con tanto desborde y
maravilla que provocará un cambio, un pasar más allá, un inexplicable avance,
un algo más todavía no del todo intuible en el amor pero que provoca al deseo y
le hace estar en espera ansiosa, en vigilia enamorada. Y ciertamente va
ascendiendo desde las profundidades del mar una violenta y suave marejada...
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