15. La llama viva. ITINERARIO CONTEMPLATIVO.

 



"IMÁGENES. Un acercamiento al itinerario contemplativo." (2020)


15. La llama viva

 

            En la noche densa y sin estrellas la oscuridad es reina. Y en la oscuridad una pila de paja, pasto y caña espera. El aire se torna poco a poco más reseco. De pronto, inentendiblemente, un rayo cae a la tierra impactando sobre la pila que, rápidamente, se enciende. El fuego es una danza de grandes llamaradas que iluminan la noche. Pero todo esto es fugaz: vorazmente es consumida y queda reducida a cenizas la pila inmensa de pasto, paja y caña. Sólo un pequeño leño, oculto tras aquel verdor amarillento, queda intacto y tímidamente tocado por el fuego sufre una llama pequeña que lo orada. Y esta llama danza, y lentamente, va profundizando en el leño. Este fuego más humilde es más quedo y menos disipador de las tinieblas pero también es más prolongado y caluroso. De aquel incendio súbito y arrollador ha quedado esta pobre llama viviente que con paciencia larga y esperanzada va encendiendo y transformando en sí al duro leño.

 

            Claro, esta imagen no puede menos que remitirnos a San Juan de la Cruz. Es difícil proponer otra más decidora. Apenas el contemplativo experimenta esta herida tiende a llamarla así: llama y llama viva. Estamos me parece ante una de las experiencias más comunes a todos los derroteros contemplativos...

El amador, ya introducido en aquella noche de los sentidos donde la luz se da por detrás de aquellos y a veces de modo tan potente que semeja un efluvio desbordante del amor, se queda como pila reseca de pasto, paja y caña. Quieto espera la Presencia de Aquel que dejando su Ausencia le inflama más el alma en el deseo de estar con Él y ser de Él. Estando así recogido, existencialmente agujereado, lanzado a la soledad y con gran amargura tras todo apetito de mundo, el Señor vuelve a visitarlo. Ya habíamos dicho que con estas idas y venidas le va dilatando y que algún sector de la tela del alma le parece al contemplador se está rasgando. Pues bien, tras alguna venturosa visita, el clima interior ha cambiado. Comprende y saborea el amador en el amor, ya bien por detrás de toda emoción o sentimiento, sin palabras que sean correctamente aplicables a la experiencia, que tras la inflamación fugaz ha quedado una herida. Ciertamente algún sector de la tela se ha rasgado: es una herida de amor mucho más potente y persistente que la de aquel toque sorpresivo que lo puso en fuga como amada tras el Amado. Es una herida de amor que algo puede ser dicha en la imagen de la llama que orada al leño duro. Es herida de amor y por tanto gozosa y dolorosa también. Es herida con mezcla de Presencia y Ausencia de Aquel a quien se ama y que en amor la ha producido. Es herida cual flechazo, cauterio, excavación, es decir: trabajo activo de Dios en la transformación, pasividad atenta y libre del contemplador. Dios le está quemando, le está vaciando, le va transformando...

Y no es poca cosa esta llama pues comienza a marcar un paso a otro nivel en el camino, lo está preparando. Si hasta aquí el toque y el efluvio eran grandemente inflamantes ahora todo acercamiento del Amado se pondrá más sutil y escondido. Pero si aquellos eran fugaces y a lo más incitaban el deseo y la búsqueda del yo del contemplador hacia el Tú del Amado, esta llama persiste (aunque no siempre se la advierta) y va derribando las fronteras y dando ya alguna sombra de participación oscura en la Vida del que ahora es más claramente Prometido pudiendo llegar a Esposo. Ahora se está más cerca de la unión de amor pues Dios, que tiene morada en el alma, va haciendo que ella tenga morada en Él. El misterio grandísimo de la inhabitación se lo comprende ahora no tanto desde el ángulo de Aquel que estando en mí viene a mí, sino desde Aquel que estando en mí me lleva hacia Él.

La llama arde y transforma secretamente al contemplador. Mas no hay que engañarse: esto es sólo la preparación y el anuncio de una noche densísima pues la Luz recibida se va tornando cada vez más enceguecedora. Es una llama gozosa pero dolorosa pues ya va matando por purificación pasiva al yo auto-sustentado y lo va liberando para que efectivamente pueda ser en el futuro un yo totalmente vacío y lleno del Amado.

Esta llama un gran bien nos hace: nos limpia y purifica, nos ahonda y excava, nos desnuda y vacía, nos hace más débiles y así más fuertes para el amor. No nos abandona. Nos hiere con agudeza y nos enlaza con potencia. Nos va haciendo entrar en Dios...

 

 

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