17. Con delicadeza. ITINERARIO CONTEMPLATIVO.

 


"IMÁGENES. Un acercamiento al itinerario contemplativo." (2020)


17. Con delicadeza

 

            Quisiera utilizar dos imágenes bíblicas, muchísimo más claras y contundentes, que cualquiera de mis intentos.

“El Señor le dijo: <Sal y quédate de pie delante del Señor>. Y en ese momento el Señor pasaba. Sopló un viento huracanado que partía las montañas y resquebrajaba las rocas delante del Señor. Pero el Señor no estaba en el viento. Después del viento, hubo un terremoto. Pero el Señor no estaba en el terremoto. Después del terremoto, se encendió un fuego. Pero el Señor no estaba en el fuego. Después del fuego, se oyó el rumor de una brisa suave. Al oírla, Elías se cubrió el rostro con su manto, salió y se quedó de pie a la entrada de la gruta.” 1 Re 19,11-13ª

“Seis días antes de la Pascua, Jesús volvió a Betania, donde estaba Lázaro, al que había resucitado. Allí le prepararon una cena: Marta servía y Lázaro era uno de los comensales. María, tomando una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, ungió con él los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. La casa se impregnó con la fragancia del perfume.” Jn 12,1-3

 

            Como ya habíamos afirmado anteriormente, el caminar contemplativo (quizás no sea la forma más empática para decirlo en nuestra época) va de más corpóreo-sentiente a menos y de menos espiritual-interior a más. Y si bien hay que recordar que los momentos del itinerario y las experiencias propias del mismo no son una regla fija, también es verdad que hay una primacía de cierto tipo de experiencias sobre otras en cada etapa. Ahora, que estamos a punto de dar otro salto, la manifestación del Amado se torna más y más delicada y, paradójicamente, más y más potente.

Dejando de ser el modo más constante las grandes inflamaciones y momentos de persecución amorosa, con todos los lugares de sentido aquietados (cuerpo-corazón-memoria-entendimiento-voluntad), el Señor llega como una suave brisa casi imperceptible que algo estimula a la pequeña llama que arde en lo profundo. Llega cual derramarse tranquilo de perfume en la hondura que deja toda la casa del alma en Él aromatizada. Todos los movimientos son sutiles. Lo que sucede en verdad es que el Buen Dios va haciendo capaz al contemplador de descubrir ese trabajo constante y silencioso que opera en todo hombre.

Un engaño frecuente en la vida espiritual es pensar que lo más potente y eficaz de Dios pasa por lo manifiesto, acalorado, apasionante. En otras palabras: Dios pasa si el predicador se enfervoriza, su cara se llena de rubor y su voz se hace casi grito; si los que oran sienten en sus afectos grandes movimientos, una afectividad que parece lanzada al vértigo; si tras el encuentro con Dios he vertido abundantes lágrimas, me ha parecido tener reveladoras visiones o he hablado en lenguas; si en la liturgia de la Misa el canto es apoyado por un coro dotado que canta a cuatro voces mientras la batería marca enfebrecida el pulso de los corazones y los instrumentos eléctricos hacen vibrar los sentimientos de la asamblea. Mas, lo lamento: querido hermano, solo estás en los inicios. Que es necesario que nuestra predicación, oración y liturgia sean fervorosas y contagien la vitalidad de un Dios Vivo; que es necesario vencer ese apagamiento y chatura de nuestra religiosidad; lo acepto. Pero no absolutices lo que es relativo. Todo lo que buscas no es más que un primer empujoncito y pasará fugaz y efímero. La verdad es que Dios se hace más cercano cuanto más escondido, más íntimo cuanto más imperceptible, más potente cuanto más delicado y más cautivador cuanto más desnudo. Es la ley de la Encarnación: el Dios que se abaja y se humilla por amor en Jesucristo no puede traicionarse tras su Resurrección para hacerse partidario de un exitismo barato. Su caminar anda siempre por lo escondido, lo pequeño y lo pobre. Los efluvios e inflamaciones aún daban lugar a engaños y tentaciones de grandeza en el contemplador. Pero en esta suave brisa, en esta delicada unción se encuentra más seguro. Dios pasa sin grandilocuencia y la maravilla, quedando oculta, se torna desmedidamente fecunda.


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